sábado, 12 de junio de 2021

COSMOGONIA EGIPCIA


Las distintas cosmogonías egipcias, al igual que las de Mesopotamia y tantas otras, partían de un principio acuoso común. Decían que al principio de los tiempos sólo existía el Nun, las aguas cósmicas primordiales, y todo era silencio, tinieblas y vacío. Era el caos y el desorden, era el ancestro de todo cuando iba a existir a partir de él. El Nun contenía un formidable poder donde se encontraba la esencia de la Creación. Esta esencia era el Demiurgo, el principio creador que sentía la vida dentro de sí. Cuando éste tuvo conciencia de la vida que llevaba en su seno comenzó a moldearse a sí mismo hasta alcanzar una forma tangible. Se había producido la separación entre el Demiurgo y el Nun.

El Nun quedó relegado a una posición marginal, pero no perdió las características que lo definían sino que continuaba siendo un lugar inhóspito cuyas fuerzas caóticas y turbulentas amenazaban permanentemente con destruir el mundo organizado por el Demiurgo.
Se decía que era en el Nun donde el Sol se sumergía cada noche para renacer al día siguiente, tras su victoria en un duro enfrentamiento con la serpiente Apofis, eterna aspirante a conseguir el naufragio de la barca solar.
El Nun era el destino final de las almas errantes que no habían podido acceder al reino de Osiris.
El equilibrio de la creación siempre estaba en precario porque el Nun permanecía continuamente al acecho intentando restaurar el caos en el mundo organizado.
La posibilidad de la extinción del mundo influyó poderosamente en el pensamiento religioso egipcio haciendo que sus creencias contuvieran complejos ritos y numerosos símbolos orientados a preservar el equilibrio establecido por el Demiurgo.
Todas las nociones religiosas que nacieron en Egipto partían de un concepto único y común, pero los sacerdotes de cada una de las regiones que alcanzaron importancia crearon una cosmogonía particular.

LA VISIÓN EGIPCIA DEL MUNDO
Egipto se formó y evolucionó a lo largo del río Nilo y la forma rectangular del territorio posiblemente diera origen a la teoría de que el Cosmos tenía un formato de paralelepípedo según aparece en representaciones primitivas como el papiro funerario de la princesa Nesitanebtenhu, sacerdotisa de Amón-Ra unos mil años a.C., y en algunas tumbas y templos.

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Sección de un papiro egipcio que muestra una de las variadas representaciones de la diosa Nut como la bóveda celeste.

El mencionado papiro muestra el cuerpo arqueado de la diosa Nut apoyado sobre sus manos y pies formando el cielo que cubre a Shibu, la Tierra, representada mediante una figura recostada mientras que Shu, el dios del aire, aparece entre ambos ayudando a sostener a Nut en su incómoda postura.
Hay otras variantes de esta representación. En algunas se mira el cuerpo de Nut cubierto de estrellas, y sobre él se desplazan el Sol y la Luna en dos embarcaciones.

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Los egipcios consideraban que el mundo tenía un eje mayor orientado de norte a sur y otro menor con una orientación este-oeste. La Tierra era el fondo plano de la caja rectangular en la que se alternaban tierras y mares y Egipto era el centro de la Tierra. La parte superior de la caja era el cielo formado por una superficie metálica plana sostenida por cuatro montañas ubicadas en los extremos de la caja que se unían entre sí formando una muralla rocosa que rodeaba al mundo. Finalmente, la observación empírica les hizo modificar la idea y pasaron a considerar el cielo como una superficie convexa en el que existían innumerables agujeros de los que pendían las estrellas. Éstas se veían como fuegos originados en la tierra que no eran perceptibles durante el día porque únicamente se encendían por la noche. Al Sol, encarnación del dios Ra, era representado por un disco de fuego que se desplazaba por el firmamento flotando en una barca.
De acuerdo con los más antiguos mitos, la Vía Láctea había sido hecha por Isis, quien la construyó esparciendo una gran cantidad de trigo en el firmamento. Posteriormente fue considerada como el Nilo Celeste, el río sagrado que cruzaba el país de los muertos. La diferencia de altura que el Sol alcanza sobre el horizonte entre el verano y el invierno era una analogía de lo que le sucedía al río Nilo en esas estaciones. Sostenían que cada verano el río celeste se desbordaba, al igual que el terrestre, haciendo que la barca de Ra quedara más próxima a Egipto.

El esquema del mundo no se fundamentaba en la astronomía porque los sacerdotes egipcios no especularon sobre la naturaleza y el movimiento de los astros ya que, en su concepción religiosa espiritual, la influencia astrológica carecía de sentido. Esta espiritualidad marcaba la diferencia con el ideario cosmogónico manejado por los sumerios. La astronomía únicamente fue utilizada en Egipto para fijar la medida del tiempo con lo que desarrollaron el calendario más avanzado de la antigüedad.
HELIÓPOLIS
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El papiro Bremner-Rhind
Imagen extraida de The Legends of the Egyptian
Gods, Hieroglyphic Texts and Translations, Sir Wallis E. A. Budge

Según “Los textos de las pirámides” y el “Papiro Bremner-Rhind”, conservados en el Museo Británico, la Heliópolis griega, Iunu egipcia, On bíblica y Tell Hisn moderna, era la capital de nomo XIII del Bajo Egipto y se la conocía como la ciudad del Sol.
Sus sacerdotes fueron los creadores de la cosmogonía más conocida y llamaron Atum al ser emergido del Nun. Lo consideraban como un dios solar creador y maestro universal. Los teólogos creían que iba adquiriendo varias formas a lo largo de su carrera celestial: era Kepri, el Sol del amanecer, Ra, el del mediodía, y Atum el del atardecer.

Los tres representaban al Sol, pero cada uno lo hacía de un aspecto: Atum era el potencial creativo, Ra, encarnaba la materialización del potencial y Khepri simbolizaba el renacimiento de la vida con la luz.
Progresivamente, los teólogos fueron unificando las figuras de Atum y Ra, dando origen a una sola divinidad llamada Ra-Atum, dios creador que presidía la Gran Eneada constituida por nueve dioses: Ra, Shu, Tefnu, Geb, Nut, Osiris, Isis, Seth y Neftis. Atum apareció en Heliópolis, sobre una piedra piramidal, el “ben-ben”, que evocaba un rayo de sol petrificado. El dios, una vez materializado, pudo comenzar el proceso creativo.
La creación del mundo fue producto de la voluntad del Demiurgo que ejecutó un acto físico, masturbación y felación, generando los principios masculino y femenino que dieron vida al resto de los dioses.

“Me he unido a mi mismo, de manera que salieran de mi mismo después de que haya producido la excitación con mi mano, y que mi deseo se haya realizado por mi mano y que la semilla haya caído de mi boca”
Así, Ra-Atum había engendrado a la primera pareja divina: Shu que simbolizaba la atmósfera y la luz y Tefnu que encarnaba la humedad y el calor.
Shu y Tefnu eran indisolublemente complementarios. La primera divinidad representaba el espacio en el cual se propagaban los rayos del sol y la segunda generaba el calor y el orden cósmico. La presencia de ambas aseguraba la evolución del astro divino. Cada mañana Shu y Tefnu ayudaban al Sol a manifestarse, cosa que no podía hacer solo, ya que a Ra no le era posible existir sin la intervención de sus descendientes.
Shu y Tefnu, mediante una reproducción natural, engendraron a la segunda pareja divina: Geb, la tierra y Nut, el cielo.
Una versión hablaba de que Ra-Atum había abierto los ojos y que el Sol y la Luna habían tomado forma. Después se puso a llorar y los hombres habían nacido de sus lágrimas.
Los textos hablaban del Demiurgo diciendo que de uno (Ra-Atum) se ha convertido en tres (Ra-Atum, Shu y Tefnu).

LA COSMOGONÍA DE MENFIS
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La piedra de Shabako

La Teología Menfita aparecía únicamente en la piedra Shabako conservada en el Museo Británico. Esta piedra fue grabada por encargo del faraón Shabako (712 – 698 a.C.) de la XXV dinastía, y pertenecía al templo de Ptah, en Menfis.
El mito de la creación comenzaba con el Nun. El Nun notaba una vida moverse dentro de sí y esta vida se materializó en forma de un montículo que, emergiendo de las aguas primordiales, fue el origen del mundo organizado. Para los menfitas, este montículo era el Demiurgo y lo llamaron Tatenen.
Desde la fundación de Menfis por el rey Menes, el clero adoraba al dios Ptah quien, antes de convertirse en una divinidad creadora, fue adquiriendo muchas cualidades a lo largo de lo siglos. Se representaba de pie, vestido con una faja momiforme, con la cabeza afeitada y sujetando en sus manos un cetro en el que aparecían los signos de la vida, la duración y la estabilidad.
Ptah era orfebre, escultor, inventor de las artes y de las técnicas y por ello representaba a la corporación de los artesanos. Poco a poco fue asumiendo las funciones de Sokaris, el protector de la necrópolis menfita, y se transformó en Ptah-Sokaris. Más tarde tomó para sí el cometido de Osiris y se convirtió entonces en Ptah-Sokaris-Osiris. Finalmente, con el nombre de Ptah-Tatenen, fue el fundador de Menfis.

Para los egipcios, el corazón era el centro del intelecto. Éste sentía un deseo y el verbo lo materializaba. De este modo, Ptah había dado la vida a los primeros dioses y hombres así como a los árboles, los animales, y todo lo que vivía en la tierra. También concibió las ciudades y éstas se edificaron. Ptah era tan poderoso que con sólo nombrar las cosas las hacía existir. De allí viene la gran importancia del nombre en la vida de los egipcios, es decir, para ellos las cosas sólo existían cuando tenían un nombre propio. La imposición del nombre era como un segundo nacimiento que le permitía tener un sitio en la sociedad. Cualquier ser vivo que no tuviera nombre, no era nadie para los demás y el peor castigo que podía recibir una persona que no había respetado la regla de Maat, era el de suprimir su nombre o de modificarlo.
Uno de los mayores logros del pensamiento egipcio, factor esencial que contribuyó a que esta civilización perdurara, fue su capacidad de innovación sin abandonar los conceptos tradicionales. Así, las nuevas ideas quedaban integradas con las antiguas enriqueciéndolas en muchos aspectos. Por ello, el clero menfita procuró encontrar analogías que permitieran expresar sus propios conceptos sobre la idea original de la creación, que estaba muy por encima de las imágenes que la representaban. De esta manera se llegaba a la conclusión de que los labios y dientes de Ptah habían jugado el mismo papel que la mano de Atum. Finalmente, los dos cleros se unían ya que estaban de acuerdo con decir que el dios creador había creado todo él mismo:

“su eneada está delante de él como sus dientes y sus labios, es decir semilla y mano de Atum. La eneada de Atum había nacido antes por su semilla y su mano y la eneada es los dientes y los labios en la misma boca que ha nombrado todas las cosas por su nombre, de donde han salido Shu y Tefnu y que ha creado la eneada.”
Con el fin de darle más credibilidad, los sacerdotes de Menfis otorgaron a Ptah una familia: Sekmet fue su consorte y Nefertum su hijo, el dios niño del loto.
Esta familia se formó muy tarde y cada uno de sus componentes había tenido anteriormente un culto independiente.

HERMÓPOLIS
La Hermópolis griega, la Khmun egipcia, la el-Ashmunein (significa ocho) moderna era la capital del nomo XV del Alto Egipto y el mito de la creación elaborado por su clero aparece reflejado en “Los textos de las pirámides” y “el papiro Harris”.
Según el mito, el caos era una materia acuosa en la que se hallaba el germen de la vida. De este líquido emergió la colina primordial a partir de la cual se separaron los elementos que componen la Ogdoada, que estaba formada por cuatro parejas de divinidades, cada una de las cuales representaba un elemento: Nun y Naunet, las aguas primordiales, Kuk y Kauket, las tinieblas, Heh y Hehet, el espacio infinito, y otra pareja que, según algunas versiones, eran Nia y Niat, la vida, o Tenemu y Tenemet, el misterio. La cuarta pareja fue sustituida posteriormente por Amón y Amonet. Los dioses eran representados con cabeza de rana y las diosas de serpiente. Las parejas hicieron aparecer un loto del que surgió el Sol, Ra, que sería más tarde la gran fuerza creadora y ordenadora del mundo.

Un texto de Edfu contaba la historia del nacimiento:
“En el seno del océano primigenio, apareció la tierra sumergida. En esta, los ocho nacieron. Hicieron aparecer un loto del cual salio Re como Shu. Después apareció un capullo de loto del cual salió una enana, auxiliar femenino necesario, que Re vio y deseó. De esta unión nació Thot que creo el mundo con el verbo”
Los templos egipcios poseían un lago sagrado, cuyas aguas brotaban del interior de la tierra, donde todo seguía anegado por un inmenso abismo acuoso, el Num.
La cosmogonía hermopolitana estableció a Thot como dios primordial y lo declararon protector del conocimiento y de la iluminación. Los griegos lo identificaron con Hermes,
El origen de Thot es incierto. Una versión cuenta que provenía de la cabeza de Seth quien, erróneamente, había absorbido la semilla de Horus. En otra se indicaba que era hijo de Ra.
En un principio, Thot no aparece como demiurgo, pero en su nomo fue elevado por los sacerdotes a la categoría de dios creador. Era el dios de la Luna, cuya luz podía atravesar las tinieblas más oscuras, y también se le consideraba como el dios de la escritura, las ciencias, las matemáticas, el mensajero de los dioses, el patrono de los escribas, maestro de las estrellas y del tiempo. Le llamaban “Corazón de Ra”, es decir, la inteligencia divina y más tarde se le conocería como “Lengua de Ptah” y “Garganta de Amón”.
Como dios creador, Thot dio vida a todos los seres y cosas a través de los ocho dioses de la Ogdoada.

TEBAS
La originalidad del pensamiento tebano consistía en que combinó elementos de las cosmogonías que la habían precedido. Se decía que, al principio del mundo, la serpiente Kematef emergió del Nun en la misma Tebas. Alumbró a Irta, el que hace la tierra, quien se encargo de crear el universo dando origen a la tierra y a los ocho dioses principales. Éstos fueron a Heliópolis o a Hermópolis, según otras versiones, para dar vida al Sol, Atum y Ptah. Agotados, volvieron a Tebas donde se durmieron para siempre a lado de Kematef e Irta. Ampliando su pensamiento, los sacerdotes tebanos declararon que Amón, como dios creador, se materializaba con la apariencia de Kematef.
Amón fue el último dios dinástico del Egipto antiguo y su origen era el más oscuro de todos. Para algunos fue uno de los dioses de la Ogdoada en la que su consorte sería Amonet. Para otros, sería el dios del aire y del viento del Egipto Medio y, finalmente, otra opinión lo hacía originario de Tebas, explicándose así la difusión de su culto a partir de esta ciudad.
En el Imperio antiguo, era el dios de un pueblo sin importancia y la primera mención de él aparecía en el “Libro de las pirámides”. La XII Dinastía, los “Amenemes” lo elevaron a la dignidad de dios dinástico. Sin embargo hasta el Imperio Nuevo su reino no fue absoluto. Una vez elevado a la dignidad de “dios supremo”, los teólogos de Amón asimilaron rápidamente las teologías de los demás centros religiosos combinándolas con la de Amón y formando una sola. El punto geográfico que promulgó esta nueva teología fue la ciudad de Tebas y sus grandes templos Karnak y Luxor.
La personalidad de Amón fue evolucionando y su culto iba enriqueciéndose con ritos procedentes de otros panteones. Desde la XII dinastía, bajo influencia heliopolitana, se transformó en Amón-Ra. Además, los sacerdotes tebanos le dieron los rasgos de Min de Koptos, insistiendo así en el papel creador de Amón que pasa a ser Min-Amón-Ra-Kematef.
En la XIX dinastía, Amón-Ra se había convertido en el gran dios del imperio y reinaba sobre todas las otras divinidades. Se representaba con los rasgos de un carnero y su vellón evocaba la luz. También podía convertirse en otro carnero sagrado: Knum, dios de Elefantina, transformándose así en Knum-Ra.
El nombre de Amón, que significaba “el oculto”, era una expresión de su personalidad ya que su naturaleza era tan misteriosa que nadie podía entender la esencia del dios.
Conservaba una personalidad única, pero sus manifestaciones eran múltiples: Era el dios solar como Amón-Ra, el dios fecundo como Amón-Min, el dios creador como Knum-Ra. Con esta versatilidad, Amón alcanzó la preeminencia en todo Egipto.
En la XVIII dinastía, el clero tebano, como lo había hecho el clero menfita para Ptah, le crearon una familia: la tríada compuesta por Mut, su consorte y su hijo Jonsu.

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