sábado, 28 de marzo de 2015

LAS BODAS ALQUÍMICAS DE CHRISTIAN ROSENKREUTZ AP


A lo largo de todo este libro, tanto en la introducción como en las notas, nos hemos visto obligados a hacer alusión al “Canto de la Perla”. Esta bellísima oda es un fragmento que parece haber sido añadido, a los Actos de Tomás, un texto cristiano del siglo IV, siendo una historia independiente del resto de la obra. Se conocen dos versiones de los Actos de Tomás, una siríaca y otra griega. La traducción que ofrecemos al lector procede de la versión griega, cuya traducción publicó Bonnet (Acta Apostolarum Apocrypha) en 1883. El lector no dejará de relacionar tanto la perla que guarda el dragón devorador con el manto de oro con el Vellocino de la leyenda de los Argonautas.
Cuando yo era niño, en el palacio de mi Padre, viviendo en la riqueza y el lujo de los que me alimentaban, del Oriente, mi patria, mis padres me abastecieron de provisiones y me enviaron. Me impusieron un fardo tomado de las riquezas de sus tesoros, precioso, pero ligero y que sólo yo podía llevar.
Fardo compuesto de oro y de lo que está en el cielo, plata de grandes tesoros, gemas, calcedonias de la India, perlas de Kushan. Me han armado de diamante, me han dado un vestido tejido de oro y constelado de piedras preciosas que habían hecho para mí
porque me amaban y un atavío dorado a mi medida.
Concluyeron un acuerdo conmigo y lo inscribieron en mi corazón para que no lo olvidara. Me dijeron: “Si bajas a Egipto y traes de allí la perla que se encuentra en esta tierra junto a un dragón devorador, revestirás de nuevo los vestidos de piedras preciosas y el atavío que los acompaña.
Y estarás con tu hermano, el heredero de nuestro reino que Vive junto a nosotros”. Vine de Oriente con dos guías por un camino difícil y temible, Y no fui puesto a prueba mientras lo recorría.
Pasé por las fronteras de Mosani donde se citan los mercaderes de Oriente, y alcancé el país de los Babilonios.
Pero cuando entré en Egipto los guías que caminaban conmigo me abandonaron, fui hacia el dragón por el camino más rápido y lo expulsé de su antro, y como estaba solo, cambié mi aspecto y aparecí a mi pueblo como un extranjero. Allí he visto un deudo de oriente, libre, niño lleno de gracia y de belleza, hijo de príncipes.
Vino a mí y habitó conmigo.
He hecho de él mi compañero, mi amigo, anunciándole mi viaje. Le advertí que se guardara de los egipcios y que no tomara parte en las cosas impuras.
Me vestí como ellos para no parecer un extranjero venido de otra parte y apoderarme de la perla sin que los egipcios despertaran el dragón para combatirme.
Pero ignoro cómo supieron que no era de su país.
Me tendieron una trampa con malicia y gusté de su alimento.
Desde entonces olvidé que era hijo del rey y fui esclavo de su rey. Olvidé la perla en busca de la cual mis padres me habían enviado, y embrutecido por su comida caí en un profundo sueño.
Pero cuando eso me ocurrió, mis padres penaron por mí y se inquietaron. Una proclama se publicó en nuestro reino para que todos pudieran verla sobre las puertas.
Y entonces el rey de los partos, los funcionarios y los personajes de alto rango allá en Oriente, tomaron una decisión respecto a mí, para que no fuera abandonado en Egipto.
Los príncipes me escribieron revelándome esto: De parte de tu Padre, Rey de Reyes, y de tu madre que reina en Oriente y de tu hermano, el segundo entre nosotros, a nuestro Hijo que está en Egipto, paz; despierta de tu sueño y levántate, escucha el contenido de nuestra carta; tú que has aceptado el yugo de la esclavitud, recuerda que eres hijo de reyes, recuerda la perla por la que has sido enviado a Egipto, recuerda tu vestido tejido en oro.
El nombre que has recibido en nuestro reino está inscrito en el libro de la vida junto con el de tu hermano.
El rey selló la carta con la mano derecha, a causa de los enemigos, hijos de Babilonia y de los demonios tiránicos del Laberinto.
Y yo, escuchando lo que me decía esta voz, me desperté de mi sueño.
Cogí la carta, la besé y la leí.
Lo que allí estaba escrito era lo que estaba grabado en mi corazón;
recordé de pronto que era hijo de reyes,
que mi cuna exigía que estuviese en libertad.
Recordé también la perla por la cual había sido enviado a Egipto.
Fui con dones mágicos hacia el terrible dragón.
Y lo abatí pronunciando sobre él el nombre de mi Padre, y el nombre del que es el segundo, y el nombre de mi madre, la reina de Oriente. Me apoderé de la perla y me fui para llevarla a mis padres. Me despojé del vestido inmundo y lo dejé en su país, y tomé
rápido la senda del Oriente luminoso, mi patria. En el camino encontré la carta que me había despertado. Como si tuviera voz, ella me alzaba cuando me dormía, y me guiaba con la luz que de ella emanaba.
El real vestido de seda brillaba a veces ante mis ojos.
Arrebatado y empujado por su amor atravesé el Laberinto. Dejé a mi izquierda Babilonia y llegué a Maishan, la grande, junto a orillas del mar.
Siendo todavía un niño había perdido el recuerdo de su esplendor Cuando la dejé, en el reino de mi Padre.
Como si fuera un espejo, vi de repente el vestido sobre mí, lo vi enteramente sobre mí, me vi y me reconocí a través suyo; habíamos estado separados, de nuevo éramos lo mismo. Vi que los intendentes que me traían el vestido eran dos, pero tenían el mismo aspecto y una sola insignia real los cubría. El vestido maravilloso estallaba de colores distintos, constelados de oro, de piedras preciosas y de las más bellas perlas de Oriente. La imagen del Rey de Reyes se reflejaba en todo él, sus colores diferentes recordaban el zafiro.
De nuevo vi que iban a ser dadas mociones para dar a conocer 1 que iban a hablar. Escuché que se decía: “Vengo de aquel que es más valiente que todos los hombres, en interés de quien he sido enviado por el mismo Padre”. Vi que crecía mi estatura en concordancia con lo que él decía, y que en su real movimiento se aproximaba a mí, se precipitaba, extendiendo la mano hacia quien quisiera aferrarse a ella, y mi deseo me lanzó a su encuentro para tomarla.
Yací para recibirla y ser engalanado con espléndidos colores, y me cubrí enteramente con mi vestido real que supera cualquier belleza.
Cuando lo hube revestido me encontré en lugar de adoración y salvación, incliné la cabeza y me prosterné ante el esplendor del Padre que me lo había enviado, conforme a sus promesas, porque yo había cumplido sus mandamientos. Y me introduje en las puertas del palacio que existe desde el principio. Él se ha alegrado por mí y me acogió con él en su palacio, donde todos sus servidores lo alaban con voces melodiosas, me ha prometido que seré enviado con él a la puerta del rey, para aparecer ante el rey con mis presentes y mi perla.