domingo, 17 de julio de 2022

LA DOCTRINA DE LOS MUCHOS YOES

Para todos los hermanos gnósticos de Zulia, Venezuela, van mis salutaciones: ¡Paz Inverencial!

Queridos hermanos gnósticos: hemos sentido gran placer con la visita de los hermanos que nos han visitado aquí en estos días. Ciertamente, recordemos al Zulia con inmenso cariño; obviamente el Zulia pues, es una región muy hermosa en sí misma.


Nos interesa sobremanera que cada uno de nuestros hermanos se preocupe antes que todo por obtener un cambio radical, absoluto, de sí mismo. Cambiar es lo fundamental, más no es posible verdaderamente cambiar, en el sentido más completo de la palabra, si no se autoobserva uno a sí mismo.



Es la vida práctica el gimnasio donde nosotros podemos autodescubrirnos; en relación con nuestros semejantes, ya sea en la casa, o en la calle, o en la escuela, o en el templo, en la fábrica, en la oficina, etc., si estamos en cons­tante auto-observación, nos autodescubriremos. Sé que en cualquier circunstancia de la vida, afloran los defectos psicológicos que nosotros llevamos escondidos allá, muy adentro de sí mismos.

Si no nos autoobservamos, no se puede tampoco autodescubrirlos; pero si uno está en autoobservación psicológica constante, de momento en momento, entonces estos defectos pueden ser descubiertos. Ellos afloran de una forma tan natural, tan espontánea, que realmente no cuesta trabajo poderlos descubrir si estamos en el estado de alerta percepción, alerta novedad.


Tenemos que dividirnos entre observa­dor y observado: una parte que observa y otra parte que es observada. Cuando uno se divide a sí mismo entre observador y observado, sencillamente puede verificar, en forma di­recta, la cruda realidad de aquel defecto que lleva escondido; pero debe ante todo dividirse entre observador y observado.


Cada uno de nuestros defectos psicológicos, indubitablemente, está personificado por algún Yo. En los antiguos Misterios de Egipto se hablaba de los Demonios de Seth; éstos representaban, claro está, a nuestros siete pecados capitales. Virgilio, el Poeta de Mantua, dijo: "Aunque tuviéramos mil lenguas para hablar y paladar de acero, no alcanzaríamos a enumerarlos todos cabalmente". Todos estos defectos que nosotros tenemos, están personificados por demonios tentadores, los demonios bíblicos, los demo­nios citados en los antiguos textos: Cábala, Magia, etc.; son verdaderos Yoes y cada uno de ellos posee su propia mente y su propia voluntad.


Así pues, nosotros en nombre de la verdad debemos afirmar que tenemos muchas mentes y muchas voluntades; si no poseemos un Yo único, obviamente tenemos que tener muchas mentes, muchos Yoes. Cada Yo tiene su mente, y cada Yo está provisto de voluntad y de deseo; cada Yo es como una persona dentro de nosotros, y si tenemos muchos Yoes, son muchas las personas que viven dentro de nosotros; así pues, dentro de nuestra persona hay muchas personas (ahora nos explicaremos por qué no poseemos una au­téntica individualidad). Estamos llenos de terribles contradicciones: el Yo que jura amor eterno a una mujer, es más tarde desplazado por otro Yo que "no tiene velas en el entierro", entonces, cuando esto sucede, el sujeto se retira y la mujer que­da desconcertada, decepcionada. Así que nadie tiene, dijéramos, continuidad de propósitos, no es posible si tenemos una multiplicidad de Yoes dentro de sí mismos. Esta es la Doc­trina de los Muchos, que bien vale la pena estudiar y comprender. En el Tíbet ha sido debidamente entendida, y estos Yoes en el oriente tibetano, son denominados "agregados psíquicos".


Ahora bien, entre esos agregados o Yoes no existe armonía o concordia alguna: riñen entre sí, se pelean por la supremacía; cuando uno de ellos domina, se cree el amo, el único, pero más tarde es desplazado por otro. Así pues, esa es la lucha dentro de sí mismos; ahora nos explicaremos, repito, por qué estamos tan llenos, cada uno de nosotros, de tantas y tantas contradicciones.


He allí la Doctrina de los Mu­chos, y nuestros hermanos del Zulia deben irse fami­liarizando con este cuerpo de doctrina. Desgraciadamente la Conciencia, que es lo más digno que todos tenemos en nuestro interior, está enfrascada, metida dentro de cada uno de esos Yoes o personas que viven dentro de nuestra persona. Como quiera que estos Yoes o personas íntimas que cargamos dentro, son subjetivas en un ciento por ciento, naturalmente nuestra Conciencia está funcionando en virtud de su propio condicionamiento; es decir, se ha vuelto subjetiva, está dormida. Si nosotros trituramos a cualquiera de esos Yoes, liberamos cierto porcentaje de Con­ciencia, y si desintegramos en un ciento por ciento la totalidad de los Yoes que en nues­tro interior cargamos, la Conciencia quedará absolutamente despierta. Una Conciencia absolutamente despierta, es una Conciencia que puede ver, oír, tocar y palpar las grandes reali­dades de los mundos superiores; una Conciencia completamente despierta, es una Concien­cia que conoce en forma directa los Misterios de la Vida y de la Muerte.


Lo vital considero, mis queridos hermanos del Zulia, es que ustedes todos se preocupen por el despertar de la Conciencia, y eso no lo conseguirían ustedes si no aniquilaran todas esas gentes que viven dentro de cada uno de ustedes. Es necesa­rio aprender a observar estos Yoes en acción.­ Tomemos por caso que ustedes sientan amor por una persona del sexo opuesto; pongan atención a ver qué ocurre en su mente y qué ocurre también en los Centros Emocional, Motor, Ins­tintivo y Sexual; aprendan a observar los Yoes en el Centro Intelectual, en el Centro Emocional y en el Centro Motor-Instintivo-Sexual. Sí, puede suceder que ustedes consideren que están enamorados de una persona del sexo opuesto, y a buen seguro que no están enamora­dos, lo que sucede es que están apasionados sexualmente. Si se pone cierta atención, puede uno descu­brir cómo un Yo cualquiera de lujuria pue­de manifestarse en el corazón como amor, como sentimiento; en la cabeza con imágenes más o menos morbosas, o ideales, pero en el sexo, sí queda descubierto tal Yo, manifiesta su vibración, y entonces nos indica que realmente no estamos enamorados, sino apasionados, que es completamente diferente (la pasión animal es algo asqueante, morboso, sucio).


Continuando nosotros con este análisis, descubierto un Yo cualquiera, pongamos un Yo de lujuria, pues entonces tendremos que enjuiciarlo, criticarlo, analizarlo; apelar al bis­turí de la autocrítica, para abrirlo a ver qué es lo que tiene de verdad, y una vez que lo hayamos comprendido íntegramente (función indispensable para la emancipación de la Conciencia), entonces habremos de desintegrarlo, aniquilarlo. Para ello es urgente apelar a un poder que sea superior a la mente; afortunadamente, ese poder existe, quiero referirme en forma enfática, al poder de la Divina Madre Kundalini, la serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes. La mente, por sí misma, no puede alterar fundamentalmente ningún defecto; puede rotularlo con distintos nombres, pasarlo de un departamento a otro, esconderlo de sí misma o de los demás, pero jamás podría alterarlo en forma definitiva. Se necesita de un poder que sea superior a la mente, que sea capaz de desintegrar cual­quier defecto psicológico; ese poder existe den­tro de cualquier organismo viviente, es un po­der fohático, individual; me refiero al po­der serpentino, anular, que se desarrolla en la médula espinal del asceta; si nosotros apela­mos a ese poder, podemos desintegrar cualquier Yo, cualquier defecto; ese poder está personificado por la Divina Madre Kundalini: Isis, Adonía, Rea, Cibeles, Ram Io, Diana, Tonantzin, María... Si nosotros la invocamos con pureza de corazón, si la llamamos, ella vendrá; podrá elimi­nar de nuestra psiquis, ese Yo que hemos entendido, que hemos comprendido fundamen­talmente, y si nosotros procedemos de esa for­ma, pueden estar absolutamente seguros de que tal defecto será desintegrado, será aniquilado, reducido a polvareda cósmica.


Es decir, lo primero que se necesita es ob­servar el defecto para descubrirlo; segundo, en­juiciarlo analíticamente; tercero, desintegrarlo, reducirlo a polvo. Allí tenemos, pues, las tres fases que nos pueden conducir a la desin­tegración de cualquier Yo. Primero que todo, repito, observación; segundo, juicio y tercero aniquilación. En la guerra, a los espías, primero se les des­cubre, luego les enjuician y tercero los llevan al paredón de fusilamiento; en forma similar tiene uno que proceder con los Yoes, y desintegrándolos, pulverizándolos, la Conciencia se emancipará. Si conseguimos desintegrar los Yoes en su totalidad, indubitablemente la Conciencia en su totalidad despertará, y eso es exactamente lo que se necesita para poder co­nocer, experimentar, sentir la verdad.


Jesús El Cristo dijo: "Conoced la verdad y ella os hará libres"... La verdad no tiene nada que ver con las creencias, con lo que al­guien crea o deje de creer; con las teorías, con las ideas que uno tenga sobre la misma; con las opiniones, con los conceptos que uno pueda forjarse, con los preconceptos, etc. La verdad es lo desconocido de instante en instante, y hay que experimentarla en forma directa; sólo quien la llega a conocer por sí mismo, puede de verdad emanciparse. La verdad no tiene nada que ver con nin­guna Escuela, Secta, Orden, etc.; cuando al Buddha le preguntaron "qué es la verdad", dio la espalda y se retiró; cuando a Jesús El Cristo le preguntaron "qué es la verdad", guardó un respetuoso silencio. De manera que vean ustedes cómo esos dos personajes contesta­ron a esa pregunta: Buddha da la espalda, se retira; Cristo guarda silencio. Es que la ver­dad solamente puede ser experimentada por uno mismo, en forma directa. Alguien podría decir que "el fuego quema"; esa es una verdad a priori, pero otra cosa es experimentarla, experimentar esa verdad. Pa­ra poderla experimentar, hay que meter el dedo en la lumbre, saber que quema; entonces dice uno: "esta si es la verdad, porque la he experimentado". Uno podría sentir un gran gozo contemplando un atardecer, o contem­plando el Sol al amanecer, pero entonces no podríamos transmitirle esa verdad a otro; por muy estimada que fuese esa persona, no podríamos hacerle sentir lo mismo; eso es algo que cada cual tendría que experimentar en for­ma directa, por sí mismo. Así pues, téngase en cuenta que la verdad hay que experimentarla directamente, y sólo se puede experimentar en ausencia del Yo, en ausencia del mí mismo, en ausencia del Ego. Mientras la Conciencia esté enfrascada entre el Ego, nada puede saber de la verdad; podrá tener opiniones muy buenas sobre la verdad, podrá tener creencias, que piense que son la verdad; podrá tener ideas sobre la verdad, conceptos, pero eso no es la verdad. Hay que pulverizar el mí mismo, el sí mismo, el Ego; morir en una forma absoluta, si es que realmente quiere uno llegar a saber qué cosa es la verdad, experimentarla en forma directa, no por lo que alguien le diga o le deje de decir, no por lo que alguien escriba o deje de escribir.


Para nosotros considero, mis queridos her­manos del Zulia, que lo fundamental es llegar a descu­brir la verdad, y uno no puede descubrirla fuera de sí mismo jamás; el que no la encuen­tra dentro de sí mismo, no la encontrará en ningún país de la Tierra, en ningún lugar del universo; más si la encuentra dentro de sí mis­mo, la hallará en todas partes. La verdad vie­ne a nosotros cuando el Yo ha muerto; ella adviene y esa es su novedad. La verdad nada tiene que ver con el cuerpo, ni con los afectos, ni con la mente; está más allá del cuer­po, de los afectos y de la mente.


Desintegrando el mí mismo, mediante los procedimientos indicados en ésta cinta grabada, llegarán todos nues­tros hermanos a experimentar algún día la verdad. Cuando uno disuelve el Ego en forma absoluta, adquiere libertad, viene a saber qué es la libertad. Antes de que se disuelva el Ego, la Conciencia está completamente presa, formalmente presa, encerrada en un horrible calabozo; ese calabozo es el Ego. Si uno destruye el calabozo, que es el Ego, la Conciencia queda libre, y eso es lo fundamen­tal: acabar con esos grilletes que nos mantie­nen presos dentro del calabozo; si lo logramos, la Conciencia queda libre. Una Conciencia li­bre puede experimentar el Vacío Iluminador, puede precipitarse en ese vacío sin fondo, donde resplandece la luz, y escuchar las palabras de su Dios Interior profundo. En ese Vacío, no hay criatura humana ni nadie; allí sólo se escuchan las palabras del Eter­no; pero hay que liberar a la Conciencia, eman­ciparla.


Mucho se ha hablado sobre libertad, ¡cuántos héroes han luchado por la libertad de sus pueblos, pero ellos no saben qué cosa es libertad, porque ni ellos están libres! Uno no viene a saber qué cosa es libertad, hasta que no consiga libertar su Conciencia, y no puede libertar su Conciencia hasta que no acabe con el mí mismo, con el yo mismo, con el sí mismo. Mientras esto que sea mí mismo: mí persona, yo, exista, no sabré qué cosa es libertad; mas si la Conciencia consigue liberarse del mí mismo, si reducimos a polvo al yo mismo, si lo pulverizamos, la Conciencia queda libre, y viene uno a saber qué cosa es de verdad la libertad, una libertad que no conoce limites ni orillas, una libertad sin fin, una libertad eterna; en esa libertad hay felicidad, una felicidad inagotable.


Las gentes no saben qué cosa es felicidad; confunden a la felicidad con el placer, y he allí que son diferentes. Uno puede pasar unas ho­ras de placer; alguien gozaría de una fiesta y creería ser feliz, mas la felicidad de verdad no existe en este mundo. Uno no viene a conocer la felicidad de verdad, hasta que no consiga libertar la Conciencia; mientras la Conciencia no se haga li­bre, no se es feliz, y para que la Conciencia se haga libre, se necesita destruir los grilletes que la mantienen prisionera dentro de la cárcel del dolor; esa cárcel es el mí mismo, el yo mismo, mí persona, mis propios senti­mientos, mis deseos, mi propia mente atormentada, mis preocupaciones, mi lu­juria, mi egoísmo, mis odios, mi envi­dia, mis resentimientos; yo mismo: mis propios sentimientos, mis propios pro­yectos, mis propios deseos. Mientras uno no consiga que se destruya eso que soy yo mismo, mi Conciencia esta­rá prisionera; pero el día que esto que soy yo, yo mismo, sea destruido, entonces la Conciencia quedará libre, y gozará de la autén­tica felicidad, que nada tiene que ver con el placer, que es opuesta al placer.


La felicidad es algo que nadie conoce y que nadie puede destruir. La mente no sabe qué cosa es felicidad; no podría la mente reconocer la felicidad, puesto que la mente jamás la ha conocido. ¿Cómo podríamos nosotros recono­cer algo que nunca hemos conocido? Si nunca la mente ha conocido la felicidad, ¿cómo haría para reconocerla? La felicidad viene a no­sotros, adviene, en una forma natural, cuando el sí mismo, el yo mismo ha muerto. Así pues, hay que llegar a vivenciarla, a experimentarla en forma directa. Los concep­tos que puedan haber sobre la felicidad, varían hasta el infinito, como varían los conceptos sobre la verdad. Pero experimentarla es dis­tinto, y la experiencia de la felicidad no es del tiempo: está más allá de la mente, del cuerpo y de los afectos. La felicidad es del Ser y la razón de ser del Ser, es el mismo Ser.


De nada sirven los placeres del mundo, pues no dejan más que dolor; después de la satisfac­ción del deseo, lo único que queda es el desen­canto. De nada sirven los títulos, los honores; de nada sirve en el mundo las teorías, de nada sirve en el mundo las distintas escuelas, orga­nizaciones o formas; lo único que sirve en la vida es morir, para que la Conciencia se emancipe y adquiera eso que se llama "fe­licidad".


Es inagotable la felicidad, repito: no es del tiempo. ¿Hay necesidad de experimentarla? ¡Sí; pero para experimentarla, es urgente mo­rir radicalmente, aquí y ahora!


Así pues, mis queridos hermanos del Zulia, quiero que escuchen bien esta plática, quiero que la lleven al fondo de sus corazones. De nada ser­viría que esto que estoy aquí grabando en la cinta para ustedes, quede exclusivamente en su intelecto, o en su personalidad; si eso es así, mi cinta no les serviría. Necesito que estas palabras lleguen más profundamente: que lleguen a la Esencia, es de­cir, a la Conciencia, y esto solamente sería posi­ble, mis queridos hermanos zulianos, si ustedes ponen un poquito de amor en estas enseñanzas; si ustedes no aman estas enseñanzas, tampoco las enseñanzas podrían penetrar en el fondo de sus corazones, llegar a sus Conciencias. Necesitamos que nuestros queridos herma­nos zulianos, antes que todo, amen estas enseñanzas; si las aman, ellas no quedarán en su personalidad nada más; es decir, llegarán a la Esencia, y si en esta existencia no logran disol­ver la totalidad del sí mismo, del mí mis­mo, de todas maneras la enseñanza quedará en la Conciencia, y en la futura existencia re­cordarán esas enseñanzas y les servirán para trabajar otra vez sobre sí mismos, para traba­jar con el propósito de conseguir la tan amada libertad.


¡Cuan grandiosa es la libertad, cuántas gen­tes se han sacrificado por la libertad, cuántos campos de batalla se han bañado con la sangre de los mártires, pero cuán lejos está la libertad para los seres humanos!; los mismos libertadores de todos los países del mundo, no han co­nocido la libertad. No es posible conocerla, porque ésta es de adentro, no es de afuera, y no se puede encon­trar en ninguna parte, sino adentro de sí mis­mos. Cuando la Conciencia logra, repito, emanciparse de entre esa mazmorra donde está metida y que se llama mí mismo, yo mismo, experimenta la libertad y goza de la verdadera felicidad en Dios.


Así pues, mis queridos hermanos, quiero que se hagan comprensivos, que reflexionen pro­fundamente mis palabras, que se preocupen más por morir en sí mismos. Yo veo con dolor, siento mucho dolor, al saber que los hermanos de nuestro Movimiento Gnóstico poco se preocupan por la muerte del mí mismo; no tienen interés en eso, parece que ese tipo de enseñanza no les atrae, y es que al Ego no le gusta ninguna doctrina que amenace su existencia; el Ego quiere autodefenderse, la autodefensa es propiedad del Ego. Ahora nos explicaremos por qué muchos no se preocupan por morir en sí mismos; al Ego no le atrae eso de la muerte, el Ego quiere vivir, cueste lo que le cueste, pero vivir.


Conferencia grabada en la Sede Patriarcal de México en el año 1.975.

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