En el capítulo anterior mucho dijimos
sobre el elemento iniciador del sueño, y es obvio que sólo nos resta ahora
aprender a usarlo.
Cuando el gnóstico ha llevado un record
sobre sus sueños, incuestionablemente descubre al sueño que siempre se repite;
éste, entre otros, es ciertamente un motivo más que suficiente para anotar en
el cuaderno o libreta a todos los sueños.
Indubitablemente, la experiencia onírica
siempre repetida es el elemento iniciador que, inteligentemente utilizado, nos
conduce al despertar de la conciencia.
Cada vez que el místico acostado en su
cama se adormece intencionalmente, meditando en el elemento iniciador, el
resultado jamás se hace esperar demasiado.
Por lo común, el anacoreta revive tal
sueño conscientemente, pudiéndose separar de la escena a voluntad para viajar
por los mundos suprasensibles.
Cualquier otro sueño puede también ser
usado con tal propósito cuando realmente conocemos la técnica.
Quien despierta de un sueño puede proseguir
con el mismo intencionalmente si éste es su deseo. En este caso, debe dormirse
nuevamente reviviendo su experiencia onírica con la imaginación.
No se trata de imaginar que nos estamos
imaginando, lo fundamental consiste en revivir el sueño con todo su crudo
realismo anterior.
Repetir intencionalmente el sueño es el
primer paso hacia el despertar de la conciencia; separarse a voluntad del sueño
y en pleno drama, es el segundo paso.
Algunos aspirantes logran dar el primer
paso, más les falta fuerza para dar el segundo paso.
Tales personas pueden y deben ayudarse a
sí mismas mediante la técnica de la meditación.
Tomando muy serias decisiones, esos
devotos practicarán la meditación antes de entregarse al sueño.
Como tema de concentración y auto-reflexión
evidente, en meditación interior profunda, será, en este caso, su problema
íntimo.
Durante ésta práctica, el místico
angustiado, lleno de emoción sincera, invoca a su Divina Madre Tonantzín (Devi
Kundalini).
Derramando lágrimas de dolor, el asceta
gnóstico se lamenta del estado de inconsciencia en el que se encuentra e
implora el auxilio rogándole a su Madre le dé fuerzas íntimas para desprenderse
de cualquier a voluntad.
La finalidad que persigue toda esta
disciplina del sueño Tántrico es preparar al discípulo para que reconozca
claramente a las cuatro Bienaventuranzas que se presentan en la experiencia
onírica.
Esta disciplina esotérica ciertamente
sólo es para personas muy serias, pues exige infinita paciencia y enormes
súper-esfuerzos íntimos.
Mucho se ha dicho en el mundo oriental
sobre las "cuatro luces" del sueño y nosotros debemos estudiar esta
cuestión.
La primera de ellas es llamada la
"luz de la revelación", y escrito está con letras de oro en el libro
de la vida que se percibe justo antes o durante las primeras horas del sueño.
Huelga decir, en gran manera y sin mucha
prosopopeya, que, al hacer más profundo el sueño, la indeseable mezcla de
impresiones residuales y la corriente habitual de pensamientos discriminatorios
afortunadamente se va disolviendo lentamente.
En este estadio del sueño se insinúa
progresivamente la segunda iluminación, aquélla que se conoce en el Asia con el
nombre maravilloso de "luz de aumento".
Incuestionablemente, el asceta gnóstico,
mediante la extraordinaria disciplina del sueño Tántrico, logra pasar mucho más
allá de esta etapa hasta capturar totalmente a las dos luces restantes.
Vivenciar claramente el crudo realismo
de la vida práctica en los mundos superiores de Conciencia cósmica, significa
haber alcanzado la tercera luz, la de la "realización inmediata".
La cuarta luz es la de la
"iluminación interior profunda", y adviene a nosotros como por
encanto en plena experiencia mística.
"Aquí
en el cuarto grado de vacío, mora el Hijo de la Madre clara luz", declara un tratado
tibetano.
Hablando francamente y sin ambages,
declaro lo siguiente: La disciplina del sueño Tántrico es, en realidad, una
preparación esotérica para ese sueño final que es la muerte.
Habiendo muerto muchas veces por la
noche, el gnóstico anacoreta que haya capturado conscientemente a las cuatro
Bienaventuranzas que se presentan en la experiencia onírica, en el instante de
la desencarnación pasa al estado "post mortem" con la misma facilidad
con que se introduce voluntariamente en el mundo del sueño.
Fuera del cuerpo físico, el gnóstico
consciente puede verificar, por sí mismo, el destino que le está reservado a
las almas después de la muerte.
Si cada noche, mediante la disciplina
Tántrica del sueño, puede el Esoterista morir conscientemente y penetrar en el
mundo de los muertos, es claro que también puede, por tal motivo, estudiar el
ritual de la Vida y de la Muerte mientras llega el oficiante.
Hermes, después de haber visitado los
mundos infiernos, donde viera con horror el destino de las almas perdidas,
conoció cosas insólitas.
"Mira
a ese lado -le dice Osiris a Hermes-. ¿Ves aquel enjambre de almas que tratan
de remontarse a la región lunar?. Las unas son rechazadas hacia la tierra como
torbellinos de pájaros bajo los golpes de la tempestad. Las otras, alcanzan a
grandes la esfera superior que les arrastra en su rotación. Una vez llegadas
allí, recobran la visión de las cosas divinas".
Los aztecas colocaban una rama seca al
enterrar al que había sido elegido por Tláloc, el Dios de la lluvia.
Se decía que al llegar el Bienaventurado
al "Campo de delicias", que es el Tlalocan, la rama seca reverdecía,
indicando con esto el regreso a una nueva existencia, el retorno.
Quienes no han sido elegidos por el Sol,
o por Tláloc, van fatalmente al Mictlan, que queda al norte, región donde las
almas padecen una serie de pruebas mágicas al pasar por los mundos infiernos.
Son nueve los lugares en donde las almas
sufren espantosamente antes de alcanzar el descanso definitivo.
Esto viene a recordarnos en forma enfática a los
"nueve círculos infernales" de la Divina Comedia del Dante Alighieri.
Muchos son los Dioses y Diosas que
pueblan los nueve círculos dantescos del infierno azteca.
No está de más, en este Mensaje de
Navidad 1974-1975, recordar al espantoso MICTLANTECUHTLI y a la tenebrosa
MICTECACIHUATL, "el señor y la señora de infierno", habitantes del
noveno o del más profundo de los lugares subterráneos.
Las almas que pasan por las pruebas del
"infierno azteca", posteriormente, después de la "muerte
segunda", ingresan dichosas en los paraísos elementales de la naturaleza.
Incuestionablemente, las almas, que
después de la muerte no descienden a los mundos infiernos, ni tampoco ascienden
al Reino de la Luz dorada, ni al Paraíso de Tláloc, ni al Reino de la eterna
concentración, etc., etc., etc., se regresan o retornan en forma mediata o
inmediata a un nuevo cuerpo físico.
Las almas elegidas por el Sol o por
Tláloc gozan mucho en los mundos superiores antes de retornar al valle del
SAMSARA.
Los anacoretas gnósticos, después de
haber capturado a las cuatro luces del sueño, pueden visitar conscientemente,
cada noche, el TLALOCAN o descender al MICTLAN o ponerse en contacto con esas
almas que antes de retornar viven en la región lunar.
SAMAEL AUN WEOR

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