lunes, 29 de octubre de 2012

LA VIRGEN DEL MUNDO III



PARTE III
Me has dado una admirable instrucción, Oh Isis, la más potente de las Madres, sobre la maravillosa creación de las Almas por Dios, y estoy lleno de admiración; pero todavía no me has mostrado donde parten las almas libres de los cuerpos. De buen grado admiraría yo este misterio, y te daría a ti sólo las gracias por la iniciación.
E Isis dijo: Escucha, hijo mío, pues esta necesaria pregunta ocupa un lugar muy importante, y no debe ser olvidada. Escucha mi respuesta.
Oh gran y maravilloso descendiente del ilustre Osiris, no pienses que las almas al dejar el cuerpo se mezclan de forma confundida en la vaga inmensidad y se dispersan en el espíritu universal e infinito, sin poder para volver a sus cuerpos, preservar su identidad, o buscar de nuevo su morada primigenia. El agua que se derrama de un vaso no vuelve más a su lugar allí, no tiene su propia localidad, se mezcla con la masa de las aguas; pero no es así con las almas, Oh sabio Horus, yo estoy iniciada en los misterios de la naturaleza inmortal; ando en los caminos de la verdad, y te lo revelaré todo sin la mínima omisión. Y primero te diré que el agua, siendo un cuerpo sin razón, compuesto de miríadas de partículas fluidas, difiere del alma que es, hijo mío, una entidad personal, el trabajo real de las manos y de la mente de Dios, perdurable en inteligencia. Aquello que procede de la Unidad, y no de la multiplicidad, no se puede mezclar con otras cosas, y para que el alma se una al cuerpo, Dios sujeta esta armoniosa unión a la Necesidad.

Las almas, entonces, no vuelven confusamente, ni por casualidad, al mismo lugar, sino que cada una parte al lugar que le corresponde. Y este viene determinado por aquello que el alma experimenta cuando todavía está en la vecindad del cuerpo, cargada con un peso contrario a su naturaleza. Escucha, entonces, esta comparación, Oh querido Horus; imagina que estuvieran encerrados en la misma prisión, hombres, águilas, palomas, cisnes, halcones, golondrinas, gorriones, moscas, serpientes, leones, leopardos, lobos, perros, liebres, bueyes; y ciertos animales anfibios, como focas, hidras, tortugas, cocodrilos, y que todas las criaturas fueran liberadas a la vez. De repente escaparían; el hombre buscaría ciudades y lugares públicos, las águilas el éter, donde la naturaleza les enseña como vivir, las palomas el aire bajo, los halcones la expansión más alta; las golondrinas se retirarían a los lugares frecuentados por los hombres; los gorriones al huerto, los cisnes a regiones donde pudieran cantar; las moscas seguirían las proximidades del suelo tan alto como las exhalaciones humanas se extienden, porque la propiedad de las moscas es vivir allí y revolotear sobre la superficie de la tierra; los leones y los leopardos huirían a las montañas, los lobos a las soledades; los perros seguirían los pasos de los hombres; las liebres se trasladarían a los bosques, los bueyes a los campos y a las praderas, las ovejas a los pastos; las serpientes buscarían las cuevas de la tierra; las focas y las tortugas se reunirían en las aguas poco profundas y constantes, para disfrutar, de acuerdo con su naturaleza, de la misma manera de la costa y de la profundidad de las aguas. Cada criatura volvería, conducida por su discernimiento interior, a la morada acorde a ellos. De esta manera, cada alma, ya sea humana o habite la tierra en otras condiciones, sabe dónde tiene que ir; a menos que, de veras, algún hijo de Tifón hiciera ver que un toro sobrevive en las aguas o una tortuga en el aire. Si, entonces, incluso cuando están inmersas en la sangre y en la carne, las almas no infringen la ley del orden, aunque estén bajo penitencia –porque la unión al cuerpo es una penitencia– ¡mucho mejor se ajustarán al lugar cuando sean liberadas de sus lazos y puestas en libertad!
Ahora, esta sagrada ley, que se extiende incluso en el cielo, es de esta manera, Oh ilustre hijo: ¡contempla la jerarquía de las almas! La extensión entre el empíreo y la luna está ocupada por los Dioses, las estrellas, y los poderes de la Providencia. Entre la luna y nosotros, hijo mío, está la morada de las almas. El aire imposible de medir, al que llamamos viento, tiene en sí mismo una forma encomendada en la que se mueve para refrescar la tierra, como yo voy a contarte sucesivamente. Pero este movimiento del aire sobre sí mismo no dificulta el camino de las almas, ni tampoco dificulta que asciendan y desciendan sin obstáculo; vuelan a través del aire sin mezclarse con él, o sin confundirse en él, como el agua fluye sobre el aceite. Esta expansión, hijo mío, está dividida en cuatro provincias, y en sesenta regiones. La primera provincia desde la tierra hacia arriba comprende cuatro regiones, y se extiende tan lejos como algunas cumbres o promontorios, que es incapaz de trascender. La segunda provincia comprende ocho regiones en que se levantan los movimientos de los vientos. Estate atento, hijo mío, porque has oído los misterios inefables de la tierra, de los cielos, y del sagrado fluido que se extiende entre ellos[27]. En la provincia de los vientos vuelan los pájaros; encima de este no hay ningún aire que se mueva ni ninguna criatura. Pero el aire, con todos los seres que contiene se distribuye por todos los límites a su alcance, y entre los cuatro cuartos de la tierra, mientras que la tierra no puede levantarse en las mansiones del aire. La tercera provincia comprende dieciséis regiones llenas de elemento puro y ligero. La cuarta contiene treinta y dos regiones en las' que el aire, completamente ligero y diáfano, se deja penetrar por el elemento del fuego. Este es el orden que, sin confusión, reina de las profundidades a las alturas; –a saber, cuatro divisiones generales, doce intervalos, sesenta regiones, y en estas habitan las almas, cada una de acuerdo con la naturaleza que le corresponde. Son en verdad todas de una sustancia, pero constituyen una jerarquía; y cuanto más está una región apartada de la tierra, más alta es la dignidad de las almas que la habitan.
ahora queda por explicarte, Oh glorioso Horus, cuáles son las almas que habitan en cada una de estas regiones, y esto es lo que voy a exponer, empezando por las más elevadas.
El espacio que se extiende entre la tierra y el cielo se divide en regiones, hijo mío Horus, de acuerdo con la mesura y la armonía. A estas regiones nuestros ancestros les han dado varios nombres; algunos las llaman zonas, otros firmamentos, otros esferas. Allí habitan las almas que son liberadas del cuerpo, y aquellas que todavía no se han incorporado. Las estaciones que ocupan dependen de su dignidad. En la región superior se encuentran las almas divinas y reales, las almas más innobles –aquellas que flotan sobre la superficie de la tierra– están en la esfera más baja, y en las regiones medias están las almas de grado ordinario. Así, hijo mío, las almas destinadas a gobernar descienden de las zonas superiores, y cuando están liberadas del cuerpo, allí regresan, o incluso más alto, a menos que hayan actuado de manera contraria a la dignidad de su naturaleza y de las leyes de Dios. Porque si las han transgredido, la Providencia desde arriba las obliga a descender a las regiones más bajas de acuerdo con la medida de sus faltas; y de esta misma manera también conduce a otras almas, inferiores en poder y dignidad, de las esferas bajas a una morada más elevada. Porque arriba habitan dos ministros de la Providencia universal; uno es guardián de las almas, el otro es su director, que las envía a su lugar y predestina para ellas un cuerpo. El primer ministro las vigila, el segundo las libera o las ata de acuerdo con la voluntad de Dios.
De esta manera la equidad preside los cambios que tienen lugar arriba, de la misma forma que en la tierra moldea y construye los recipientes en que se encierra a las almas. Esta ley está complementada por dos energías, la Memoria y la Experiencia. La Memoria dirige en la naturaleza la preservación y el mantenimiento de todos los tipos originales adjudicados en el cielo; la función de la Experiencia es dotar a cada alma que desciende a la generación de un cuerpo apropiado; de manera que las almas apasionadas tendrán cuerpos vigorosos; almas perezosas tendrán cuerpos gandules; almas activas cuerpos activos; almas gentiles cuerpos gentiles, almas poderosas cuerpos poderosos; almas astutas cuerpos hábiles; –en resumen, que cada alma tenga una naturaleza que se le adecue. Porque no es sin motivo justo que las criaturas voladoras están vestidas de plumas; que las criaturas inteligentes están dotadas de sentidos mejores y superiores a los de las otras; que las bestias del campo están dotadas de cuernos, colmillos, garras y otros instrumentos; que los reptiles están dotados de cuerpos ondulantes y flexibles, y a menos que su naturaleza húmeda les convierta en débiles, están armados con dientes o con escamas puntiagudas, de manera que están, menos que los otros, en peligro de muerte. Respecto a los peces, estas almas tímidas tienen asignadas como sitio donde vivir este elemento donde la luz está privada de su doble actividad, porque en el agua, el fuego ni ilumina ni quema. Cada pez, nadando con la ayuda de su espinosa aleta, huye donde quiere, y su debilidad está protegida por la oscuridad de la profundidad. Así las almas están enclaustradas en cuerpos que se parecen a ellas; en forma humana, aquellas almas que han recibido razón; en criaturas voladoras, almas de naturaleza salvaje; en bestias, almas sin razón, cuya única leyes la fuerza; en reptiles, las almas tramposas, pues no atacan a su presa cara a cara, sino con emboscadas; mientras que los peces consagran esas almas tímidas que no merecen el disfrute de otros elementos.
En cada orden animal hay individuos que transgreden las leyes de su ser.
¿De qué manera, madre mía? dijo Horus.
E Isis respondió: De esta manera: Un hombre que actúa contra la razón, una bestia que elude la necesidad, un reptil que se olvida de su astucia, un pez que pierde su timidez, un pájaro que renuncia a su libertad. Has oído lo que debía decirse respecto a la jerarquía de las almas, su descenso, y la creación de sus cuerpos.
Oh hijo mío, en cada orden de almas se encuentran una pocas almas reales, y de diversos caracteres: algunas fieras, algunas frías, algunas orgullosas, algunas gentiles, algunas astutas, algunas simples, algunas contemplativas, algunas activas. Esta diversidad pertenece a las regiones de donde descienden a los cuerpos.
¿Y cómo, dijo Horus, denominas a estas realezas?
Oh hijo mío, el rey de las almas que ha existido hasta ahora es tu padre Osiris; el rey de los cuerpos es el príncipe de cada nación, el que gobierna. El rey de la sabiduría es el Padre de todas las cosas; el iniciador es el tres veces grande Hermes; sobre la medicina preside Asclepio, el hijo de Hefesto; la fuerza y el poder están bajo el influjo de Osiris, y después de él, bajo el tuyo, hijo mío. La filosofía depende de Arnebaskenis; la poesía, otra vez, de Asclepio, el hijo de Imouthè. Entonces, si piensas en ello, verás que hay muchas realezas y muchos reyes.
Pero la realeza suprema pertenece a la región más alta; parentescos menores corresponden a las esferas que les dan a luz. Aquellos que provienen de la esfera más encendida tocan el fuego; aquellos que vienen de la zona acuosa frecuentan las esferas líquidas; en la región del arte y el aprendizaje han nacido aquellos que se dedican al arte y a la ciencia; de la región de la inactividad, aquellos que viven en la calma y la pereza. Todo aquello que se hace y se dice en la tierra tiene su origen en las alturas, donde se otorga a todas las esencias mesura y equilibrio; como tampoco hay nada que no emane de arriba que no vuelva allí.
Explícame esto que dices, Oh madre mía.
E Isis contestó: Una prueba evidente de estos intercambios ha sido estampada en todas las criaturas por la sagrada Naturaleza. El aliento que tomamos del aire superior lo exhalamos y otra vez lo inhalamos mediante unos pulmones que realizan esta función dentro nuestro. Y cuando el camino para recibir nuestro aire se cierra, no permanecemos más en la tierra; partimos allí. Además, Oh mi glorioso hijo, hay otros accidentes por los que puede destruirse el equilibrio de nuestra combinación[28].
¿Cuál es, entonces, esta combinación, Oh Madre mía?
Es la unión y la adición de los cuatro elementos, de donde emana un vapor que rodea el alma, penetra en el cuerpo y comunica a ambos su carácter. Así se producen variedades entre las almas y los cuerpos. Si en la composición de un cuerpo domina el fuego, entonces el alma, siendo ya de una naturaleza ardiente, recibe de esta manera un exceso de calor que la convierte en la más energética y furiosa, y al cuerpo en el más vivaz y activo. Si domina el aire, el cuerpo y el alma de la criatura son entonces inestables, errantes e inquietos. La dominación del agua provoca que el alma sea blanda, afable, simple y fácilmente moldeable, porque el agua se dobla y se mezcla cómodamente con las otras cosas, las disuelve si es abundante, y las humedece y las penetra si es menor en cantidad. Un cuerpo ablandado por demasiada humedad ofrece una débil resistencia, una ligera enfermedad lo desintegra, y poco a poco disuelve su cohesión.
De nuevo, si el elemento de la tierra lo domina, el alma es obtusa, porque al cuerpo le falta sutileza, y no puede buscar un camino a través de la densidad de su organismo. Entonces, el alma permanece encerrada en sí misma, aplastada por el peso que soporta, y el cuerpo es sólido, inactivo y pesado, y se mueve sólo con esfuerzo.
Pero si los elementos están todos en justo equilibrio, entonces la naturaleza entera es ferviente en sus acciones, sutil en sus movimientos, fluida en sus sensaciones, y de constitución robusta. De la predominancia del aire y el fuego nacen los pájaros, cuya naturaleza se parece a la de los elementos que lo generan. Los hombres están dotados de una abundancia de fuego unida a un poco de aire, y de agua y tierra en partes iguales. Este exceso de fuego se convierte en sagacidad, viendo que la inteligencia es un tipo de llama, que no consume, sino que penetra. La predominancia de agua y tierra con una adición suficiente de aire y un poco de fuego engendra a bestias; aquellas que están dotadas de más fuego que el resto tienen más coraje. El agua y la tierra en cantidades iguales dan lugar a los reptiles, que, privados de fuego no tienen coraje ni sinceridad, mientras que el exceso de agua los convierte en fríos, el de tierra, en sórdidos y pesados, y la falta de aire hace sus movimientos difíciles. Mucha agua con poca tierra produce peces; la ausencia de fuego y tierra en ellos les causa la timidez, y los dispone a permanecer escondidos, mientras que la predominancia de agua y tierra en su naturaleza les aproxima por afinidad natural a la tierra disuelta en agua. Además, a través del incremento proporcional de los elementos que compone el cuerpo, el cuerpo mismo se incrementa, y su desarrollo cesa cuando se consigue la medida plena. Y siempre que, querido hijo, se mantenga el equilibrio en la combinación primitiva y en los vapores que se elevan de ellos, esto es, siempre que la proporción normal de fuego, aire, tierra, yagua permanezca inalterada, la criatura continuará en un estado de salud. Pero si los elementos se desvían de la proporción determinada originalmente –(no hablo ahora del crecimiento de actividades, ni de lo que resulta de un cambio de orden, sino de la ruptura del equilibrio, ya sea por adición o disminución de fuego o de otros elementos)– es cuando la enfermedad sobreviene. Y debería el aire y el fuego, cuya naturaleza es una con la del alma misma, prevalecer en el conflicto, entonces, mediante la dominación de estos elementos, destructores de la carne, la criatura abandona su propio estado. Porque el elemento de la tierra es el pábulo del cuerpo, y el agua con el que está impregnado contribuye a consolidarlo; pero es el elemento aéreo el que le confiere movimiento, y el fuego engendra todas las energías. Los vapores producidos por la unión y combinación de estos elementos mezclándose con el alma, como si fuera por fusión, la llevan con ellos, y la visten con su propia naturaleza, sea buena o mala. Siempre que permanezca en esta asociación natural el alma mantiene el rango que ha conseguido. Pero si sucediera un cambio, ya sea en la combinación misma o en cualquiera de sus partes o subdivisiones, los vapores, al alterar su condición, alterarían de la misma manera las relaciones entre el alma y el cuerpo; el fuego y el aire, aspirando hacia arriba, se llevan consigo el alma, su hermana, mientras que los elementos del agua y el fuego, que tienden hacia la tierra como el cuerpo, le ponen un lastre y la aplastan.