CAPITULO I LAS SIETE CUEVAS CELESTES
para bien de la Gran
Causa no está demás empezar este tratado, transcribiendo algo maravilloso.
Quiero referirme en forma
enfática a cierto relato consignado por Fray Diego Durán en su notabilísima
obra titulada: "HISTORIA DE MÉXICO" (Véase el Texto de don Mario Roso
de Luna: "EL LIBRO QUE MATA A LA MUERTE". Páginas de la 126 a la
134).
Como quiera que no me
gusta adornarme con plumas ajenas, pondremos cada párrafo entre comillas: "Cuenta
dicha Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, de Fray
Diego Durán - hermoso libro escrito a raíz de la colonización española de tan
vasto Imperio- que viéndose el emperador Moctezuma en la plenitud de sus
riquezas y gloria, se creyó poco menos que un Dios.
Los magos o sacerdotes
del reino, mucho más sabios que él y más ricos, puesto que dominaban todos sus deseos
inferiores, hubieron de decirle:" "¡Oh, nuestro rey y señor! No te
envanezcas por nada de cuanto obedece a tus órdenes. Tus antepasados, los
emperadores que tú crees muertos, te superan allá en su mundo tanto como la luz
del Sol supera a la de cualquier luciérnaga..."
" Entonces el
emperador Moctezuma, con más curiosidad aún que orgullo, determinó enviar una lucida embajada cargada
de presentes a la Tierra de sus mayores, o sea, a la bendita Mansión del Amanecer, más allá de las
siete cuevas de Pacaritambo, de donde era fama que procedía el pueblo azteca y de las que tan
laudatoria mención hacen sus viejas tradiciones. La dificultad, empero, estabaen
lograr los medios y el verdadero camino para llegar felizmente a tan oscura y
misteriosa región,camino que en verdad no parecía conocer ya nadie''
"Entonces, el
Emperador hizo comparecer a su ministro Tlacaelel ante su presencia,
diciéndole:"
"-Haz de saber, ¡Oh
Tlacaelel!, que he determinado juntar una hueste compuesta por mis más heroicos caudillos, y
enviarlos muy bien aderezados y apercibidos con gran parte de las riquezas que el
Gran Huitzilopochtli se ha servido depararnos para su gloria, y hacer que las
vayan a poner
reverentemente a sus
augustos pies. Como también tenemos fidedignas noticias de que la madre misma de nuestro Dios aún
vive, podría serle grato también el saber de estas nuestras grandezas y esplendores ganados por
sus descendientes con sus brazos y con sus cabezas."
"Tlacaelel
respondió:"
"-Poderoso Señor, al
hablar como has hablado, no se ha movido, no, tu real pecho por mundanos negocios, ni por propias
determinaciones de tu tan augusto corazón, sino porque alguna deidad excelsa así te mueve a
emprender aventura tan inaudita como la que pretendes. Pero no debes
ignorar, Señor, que lo
que con tanta decisión has determinado no es cosa de mera fuerza, ni de destreza o valentía, ni de
aparato alguno de guerra, ni de astuta política, sino cosas de brujas y de encantadores, capaces de
descubrirnos previamente con sus artes el camino que conducirnos pueda a semejantes
lugares. Porque has de saber, ¡Oh poderoso Príncipe!, que según cuentan
nuestras viejas historias, semejante camino está cortado desde luengos años ha,
y su parte de este lado ciega ya con grandes jarales y breñales poblados de
monstruos invencibles, médanos y lagunas sin fondo y espesísimos carrizales y
cañaverales donde perderá la vida cualquiera que semejante empresa intente temerario.
Busca, pues, Señor, como remedio único contra tamaños imposibles a esa gente
sabia que te digo, que ellos, por sus artes mágicas, podrán quizás salvar todos
esos imposibles humanos e ir hasta allá trayéndote luego las nuevas que nos son
precisas acerca de semejante región, región de la que se dice por muy cierto
que cuando nuestros abuelos y padres la habitaron antes de venir en larga peregrinación
hasta las lagunas de México, en las que vieron el prodigio del tunal o zarza
ardiendo, era una prodigiosísima y amena Mansión donde disfrutaban de la paz y
del descanso, donde todo era feliz más que en el más hermoso de los ensueños, y
donde vivían siglos y siglos sin tornarse viejos ni saber lo que eran
enfermedades, fatigas ni dolores, ni tener, en fin, ninguna de esas
esclavizadoras necesidades físicas que aquí padecemos, pero después que de tal
Paraíso salieron nuestros mayores para venir aquí, todo se les volvió espinas y
abrojos; las hierbas les pinchaban, las piedras les herían y los árboles del
camino se les tornaron duros, espinosos e infecundos, conjurándose todo contra ellos
para que no pudieran retornar allá y así cumpliesen su misión en este nuestro
mundo."
"Moctezuma, oyendo el
buen consejo del sabio Tlacaelel, se acordó del historiador real Cuauhcoatl literalmente,
el 'Dragón de la Sabiduría', constante nombre de los Adeptos de la 'mano
derecha' o magos blancos-, venerable Viejo que nadie sabia contar sus años, e
inmediatamente se hizo llevar hasta su retiro en la montaña, diciéndole,
después de haberle saludado everentemente:"
-Padre mío, Anciano nobilísimo y gloria de tu pueblo, mucho quiero saber de ti,
si te dignas decírmelo, qué memoria guardas tú en tu ancianidad santa acerca de
la historia de las Siete Cuevas celestes donde habitan nuestros venerables
antepasados, y qué lugar es aquel santo lugar donde mora nuestro Dios
Huitzilopochtli, y del cual vinieron hasta aquí nuestros padres"
"-Poderoso Moctezuma
-respondió solemnemente el anciano lo que éste, tu servidor, sabe respecto de
tu pregunta, es que nuestros mayores, en efecto, moraron en aquel feliz e
indescriptible lugar que llamaron Aztlán, sinónimo de pureza o blancura. Allí
se conserva todavía un gran cerro en medio del agua al que llaman Culhuacan,
que quiere decir 'cerro tortuoso o de las serpientes'. En dicho cerro es donde
están las cuevas y donde, antes de aquí venir, habitaron nuestros mayores
dilatados años. Allí, bajo los nombres de medjins y aztecas, tuvieron
grandísimo descanso. Allí disfrutaban de gran cantidad de patos de todo género,
garzas, cuervos marinos, gallaretas, gallinas de agua y muchas y diferentes
clases de hermosos pescados, gran frescura de arboledas cuajadas de frutos y
adornadas de pajarillos de cabezas coloradas y amarillas, fuentes cercadas de
sauces, sabinas y enormes alisos.
Andaban aquellas gentes
en canoas y hacían camellones en los que sembraban maíz, chile, tomates, nahutlis,
frijoles y demás géneros de semillas de las que aquí comemos, y que ellos
trajeron de allí, perdiéndose otras muchas. Mas, después que salieron de allí a
esta tierra firme y perdieron de vista a tan deleitoso lugar, todo, todo, se
volvió contra ellos. Las hierbas les mordían, las piedras les cortaban, los
campos estaban llenos de abrojos y hallaron grandes jarales y espinos que no
podían pasar, ni asentarse y descansar en ellos.
Todo lo hallaron, además,
cuajado de víboras, culebras y demás bichos ponzoñosos, de tigres y leones y otros animales
feroces que les disputaban el suelo y les hacían imposible la vida. Eso es cuanto dejaron dicho
nuestros antepasados y esto es lo que puedo decirte con cargo a nuestras historias, ¡Oh, poderoso
Señor!"
"El Rey respondióle
al Anciano que tal era la verdad, por cuanto Tlacaelel daba aquella misma relación. Así, pues,
mandó al punto que fuesen por todas las provincias del Imperio a buscar y llamar
a cuantos encantadores y hechiceros pudiesen hallar. Fueron, pues, traídos ante
Moctezuma hasta cantidad de sesenta hombres, toda gente anciana, conocedora del
arte mágico, y una vez reunidos los sesenta, el Emperador les dijo:"
"-Padres y ancianos,
yo he determinado conocer hacia dónde está el lugar del que salieron los mexicanos de antaño, y
saber puntualmente qué tierra es aquélla, quién la habita y si es viva aún la madre
de nuestro Dios Huitzilopochtli. Por tanto, apercibíos para ir hasta allá con
la mejor forma que os sea dable y retornar brevemente acá."
"Mandó además sacar
gran cantidad de mantas de todo género, vestiduras lujosas, oro y muy valiosas joyas. Mucho
cacao, algodón, teonacaztli, rosas de vainillas negras y plumas de mucha hermosura, lo más
precioso, en fin, de su tesoro, y se lo entregó a aquellos hechiceros,
dándoles, también, a ellos su paga
y mucha comida para el camino, para que con el mayor cuidado cumpliesen con su
cometido."
"Partieron, pues,
los hechiceros, y llegados a un cerro que se dice Coatepec, que está en Tula,
hicieron sus invocaciones
y círculos mágicos embijándose con aquellos ungüentos que todavía se usan en tales
operaciones. .."
"Una vez en aquel
lugar, invocaron al Demonio -a sus respectivos Daimones familiares, al Lucifer particular de cada cual,
querrá decir- y le suplicaron que les mostrase el verdadero lugar donde sus antepasados vivieron. El
Demonio, forzado por aquellos conjuros, les transformó, a unos en aves, a otros en bestias feroces,
leones, tigres, adives y gatos espantosos, y los llevó a ellos y a todo cuanto ellos
conducían al lugar habitado por los antepasados."
"Llegados así a una
laguna grande, en medio de la cual estaba el cerro de Culhuacan, y puestos ya
en la orilla, volvieron a tomar la forma de hombres que antes tenían, y cuenta
la historia, que viendo ellos a alguna gente que pescaba en la otra orilla, los
llamaron. La gente de tierra llegase en canoas, preguntándoles de dónde eran y
a qué venían. Ellos entonces respondieron:"
"-Nosotros, Señores,
somos súbditos del gran Emperador Moctezuma, de México, y venimos mandados por éste para
buscar el lugar donde habitaron nuestros antepasados."
"Entonces los de
tierra preguntaron a qué Dios adoraban, y los viajeros contestaron:"
"-Adoramos al gran
Huitzilopochtli, y, tanto Moctezuma como su consejero Tlacaelel, nos ordenan buscar a la madre de
Huitzilopochtli, pues para ella y para toda su familia traemos ricos
presentes."
"El anciano les
dijo:"
"-Que sean ellos
bienvenidos y traédmelos acá."
"Al punto volvieron
con sus canoas, y metiendo a los viajeros en ellas, los pasaron al cerro de Culhuacan, el cual cerro
dicen que es de una arena muy menuda, que los pies de los viajeros se hundían en ella sin poder
casi avanzar, llegando así a duras penas hasta la casita que el viejo tenía al pie
del cerro. Estos saludaron al anciano con grandísima reverencia y le dijeron:
"-Venerable Maestro,
henos aquí a tus siervos en el lugar donde es obedecida tu palabra y reverenciado tu hábito
protector."
"El viejo, con gran
amor, les replicó:"
"-Bienvenidos seáis
hijos míos. ¿Quién es el que os envió acá? ¿Quién es Moctezuma y quién Tlacaelel Cuauhcoatl?
Nunca aquí fueron oídos tales nombres, pues los señores de esta tierra se llaman Tezacatetl,
Acactli, Ocelopán, Ahatl, Xochimitl, Auxeotl, Tenoch y Victon, y éstos son
siete
varones, caudillos de
gentes innumerables. A más de ellos, hay cuatro maravillosos ayos, o tutores del gran Huitzilopochtli,
dos de ellos que se llaman Cuauhtloquetzqui y Axolona."
"Los viajeros
asombrados dijeron:"
"-Señor, todos esos
nombres nos suenan a nosotros como seres muy antiguos, de los que apenas si nos
queda memoria en nuestros ritos sagrados, porque hace ya luengos años que todos
ellos han sido olvidados o muertos."
"El viejo, espantado
de cuanto oía, exclamó:"
"-¡Oh. Señor de todo
lo creado! ¿Pues quién los mató si aquí están vivos? Porque en este lugar no se
muere nadie, sino que viven siempre. ¿Quiénes son, pues, los que viven ahora?
"Los enviados
respondieron confusos:"
"-No viven, Señor,
sino sus bisnietos y tataranietos, muy ancianos ya todos ellos. Uno de éstos es
el gran Sacerdote de Huitzilopochtli llamado Cuauhcoatl."
"El viejo, no menos
sorprendido que ellos, clamó con magna voz:"
"-¿Es posible que
aún no haya vuelto ya aquí ese hombre, cuando desde que de aquí salió para ir entre vosotros le está
esperando inconsolable, y día tras día, su santa madre?
"Con esto el viejo
dio la orden de partida para el Palacio Real del cerro. Los emisarios, cargados
con los presentes que habían traído, trataron de seguirle, pero les era
imposible casi el dar un solo paso; antes bien, se hundían más y más en la
arena como si pisasen en un cenagal. Como el buen anciano les viese en tal
apuro y pesadumbre, viendo que no podían caminar mientras que él lo hacía con
tal presteza que casi parecía no tocar el suelo, les preguntó amoroso:
"-¿Qué tenéis, ¡oh
mexicanos!, que tan torpes y pesados os hace? Para así estar, ¿qué coméis en vuestra tierra?"
"-Señor, -le
respondieron los cuitados- allí comemos cuantas viandas podemos de los animales
que allí se crían y bebemos
pulque."
"A lo que el viejo
respondió lleno de compasión:"
"-Esas comidas y
bebidas, al par que vuestras ardientes pasiones, son las que así os tienen,
hijos, tan torpes y pesados. Ellas son las que no os permiten llegar a ver el
lugar donde viven nuestros antepasados y os acarrean
una muerte prematura, en fin. Sabed además que todas esas riquezas que ahí
traéis para nada nos sirven acá, donde sólo nos rodean la pobreza y la
llaneza."
"Y diciendo esto, el
anciano cogió con gran poder las cargas de todos y las subió por la pendiente
del cerro como si fuesen una pluma..."
El Capítulo XXVII de la
citada Obra del Padre Durán, -comentada por Don Mario Roso de Luna aquí parafraseado, se extiende
luego -dice Don Mario- en un relato acerca del encuentro de los embajadores con la madre
de Huitzilopochtli, del que entresacamos lo siguiente:
"Una vez arriba les
salió una mujer, ya de gran edad, tan sucia y negra que parecía como cosa del infierno, y llorando
amargamente les dijo a los mexicanos:"
"-Bienvenidos seáis,
hijos míos, porque habéis de saber que después que se fue vuestro Dios y mi hijo Huitzilopochtli de
este lugar, estoy en llanto y tristeza esperando su vuelta, y desde aquél día
no me he lavado la cara, ni peinado, ni mudado de ropa, y este luto y tristeza
me durarán hasta que vuelva."
"Viendo los
mensajeros una mujer tan absolutamente descuidada, llenos de temor
dijeron:"
"-El que acá nos
envía es tu siervo, el Rey Moctezuma y su coadyutor Tlacaelel Cuauhcoatl, y
sabe que él no es el primer
rey nuestro sino el quinto. Dichos cuatro reyes, sus antecesores, pasaron mucha hambre y pobreza y
fueron tributarios de otras provincias, pero ahora ya está la ciudad próspera y libre, y se
han abierto caminos por tierra y por mar, y es cabeza de todas las demás, y se han
descubierto minas de oro, plata y piedras preciosas, de todo lo cual os traemos
presentes."
"Ella les respondió
ya aplacado su llanto:
"-Yo os agradezco
todas vuestras noticias, pero os pregunto si viven los viejos ayos (sacerdotes)
que llevó de aquí mi hijo."
"-Muertos son,
señora, y nosotros no los conocimos ni queda de ellos otra cosa que su sombra y
casi borrada memoria."
"Ella, entonces,
tornando a su llanto, preguntóles: "
"-¿Quién fue quien
los mató, puesto que acá todos sus compañeros son vivos? Y luego añadió: ¿Qué es
esto que traéis de comer? Ello os tiene entorpecidos y apegados a la tierra, y
ello es la causa de que no hayáis podido subir hasta acá."
"Y dándoles embajada
para su hijo, terminó diciéndoles a los visitantes:"
"-Noticiad a mi hijo
que ya es cumplido el tiempo de su peregrinación, puesto que ha apacentado a su
gente y sujetado todo a su servicio, y por el mismo orden gentes extrañas os lo
han de quitar todo, y él ha de volver a éste, nuestro regazo, una vez que ha
cumplido allá abajo su misión."
"Y dándoles una
manta y un braguero símbolo de castidad para su hijo, los despidió."
"Pero no bien
comenzaron los emisarios a descender por el cerro, volvió a llamarlos la
anciana,
diciéndoles:''
"-Esperad, que vais
a ver cómo en esta tierra nunca envejecen los hombres. ¿Veis a éste mi viejo ayo? Pues en cuanto
descienda adonde estáis, veréis que mozo llega."
"El viejo, en
efecto, comenzó a descender, y mientras más bajaba más mozo se iba volviendo, y
no ien volvió a subir tornó
a ser tan viejo como antes, diciéndoles:"
"-Habéis de saber,
hijos míos, que este cerro tiene la virtud de tornarnos de la edad que
queremos, según subamos por él o de él bajemos. Vosotros no podéis comprender
esto porque estáis embrutecidos y estragados con las comidas y bebidas y con el
lujo y riquezas."
"Y para que no se
fuesen sin recompensa de lo que habían traído, les hizo traer todo género de
aves marinas que en aquella laguna se crían, todo género de pescados, legumbres
y rosas, mantas de henequén y bragueros, una para Moctezuma y otra para
Tlacaelel."
"Los emisarios,
embijándose como a la ida, volviéronse los mismos fieros animales que antes
para poder atravesar el país
intermedio, regresaron al cerro de Coatepec, y tornando allí a su figura racional, caminaron hacia
la Corte no sin advertir que de entre ellos faltaban veinte por lo menos,
porque el Demonio, sin
duda, los diezmó en pago por su trabajo, por haber andado más de trescientas leguas en
ocho días, y aún más brevemente los hubiera podido aportar como aquél otro a quien
trajo en tres días desde Guatemala, por el deseo que tenía cierta dama vieja de
ver la cara hermosa del mismo, según se relató en el primer auto de fe que en
México celebró la Santa nquisición.."
"Maravillado quedó
Moctezuma de todo aquello, y llamando a Tlacaelel, entre ambos ponderaron la fertilidad
de aquella santa tierra de sus mayores; la frescura de sus arboledas, la
abundancia sin igual de todo, pues que
todas las sementeras se daban a la vez, y mientras unas se sazonaban, otras
estaban en leche, otras en cierne y otras nacían, por lo que jamás podía
conocerse allí la miseria. Al recuerdo ese de semejante tierra de felicidad,
Rey y ministro comenzaron a llorar amargamente, sintiendo la nostalgia de ella
y el ansia sin límites de algún día volver a habitarla, una vez cumplida aquí
abajo su humana misión."
Hasta aquí la deliciosa
referencia de Fray Diego Duran, transcrita por Don Mario Roso de Luna, el
insigne escritor
teosófico.
SAMAEL AUN WEOR
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