lunes, 10 de septiembre de 2012

BODAS ALKIMICAS DE CHRISTIAN ROSENKREUTZ 2


Al entrar en el bosque me pareció que el cielo entero y todos los elementos ya se habían engalanado para las bodas; los pájaros cantaban agradablemente y contemplé a los cervatillos saltar con tanta gracia que alegraron mi corazón y me incitaron a cantar. Por lo que canté en voz alta:
Sé feliz, amado pajarito, que tu canto claro y fino alabe a tu creador.
Poderoso es tu Dios,
te prepara el alimento
y te lo da en el momento en que te hace falta,
quédate, pues, satisfecho.
¿Por qué estarías triste,
por qué te irritarías contra Dios
porque te hizo pajarito?
¿Por qué razonar en tu pequeña cabeza
a causa de que no te hizo hombre?
Oh, calla; él lo ha meditado profundamente,
quédate, pues, satisfecho.
¿Qué haría yo, pobre gusano,
si quisiera discutir con Dios?
¿Trataría de forzar la entrada del cielo
para arrebatar el gran arte con violencia? 3
Dios no se deja influenciar.
Que el indigno se abstenga.
Hombre, quédate satisfecho.
No te ofendas si no te ha hecho emperador, tal vez hubieras olvidado su
nombre y sólo eso le preocupa.
Los ojos de Dios son clarividentes.
Ve en lo más hondo de tu corazón 4 Así que no le engañarás.

Y mi canto, brotando del fondo de mi corazón, se expandió a través del bosque resonando por doquier. Las montañas me repitieron las últimas palabras cuando al salir de él entré en un bellísimo prado. Allí se entrelazaban tres preciosos cedros cuyas largas ramas proporcionaban una sombra soberbia. Aunque no había andado mucho, quise disfrutar de ella enseguida pues me encontraba agotado por el ardor de mi deseo; de modo que corrí a los árboles para reposar un poco. Pero al aproximarme, vi un cartel fijado en uno de ellos en el que, con trazos elegantes leí el siguien te escrito: “Salud, extranjero: acaso has oído hablar de las Bodas del Rey; si así fuere sopesa exactamente estas palabras. A través nuestro, la Novia te ofrece cuatro caminos para elegir por todos los cuales podrás llegar al Palacio del Rey siempre que no te apartes de su vía.
El primero es breve pero peligroso, atraviesa varios obstáculos que sólo podrás evitar con muchísimo trabajo; el otro, más largo, los bordea, es llano y fácil si ayudándote con el imán no te desvías ni a la izquierda ni a la derecha. El tercero es ciertamente la vía real: algunos placeres y espectáculos de nuestro Rey hacen tu camino agradable. Pero apenas uno de entre mil llegan por él al objetivo. Sin embargo, por el cuarto ningún hombre puede llegar al Palacio del Rey por ser “Esto es lo que debes saber. Pero tampoco debes ignorar que llegarás a deplorar haber hecho esta elección llena de peligros. Efectivamente, si debes ser culpable del más pequeño delito contra las leyes de nuestro Rey, te ruego, ahora que aún puedes, que regreses a tu casa con la máxima rapidez por el mismo camino que has seguido para llegar aquí.”
Mi alegría se esfumó al acabar de leer la inscripción; y tras haber cantado con tanta alegría me puse a llorar con gran desconsuelo pues veía nítidamente los tres caminos ante mí. Sabía que podía elegir uno, pero si escogía el de piedras y rocas corría el riesgo de matarme del modo más miserable por una caída; si escogía el camino largo podía perderme en los cruces o permanecer en él por cualquier otra razón siendo el viaje tan largo.
Tampoco osaba esperar que, entre mil, fuera precisamente yo quien pudiera escoger la vía real. Ante mí también se abría el cuarto camino, pero tan lleno de fuego y vapor que no podía ni siquiera aproximarme a él. En esta duda reflexionaba si no sería mejor renunciar al viaje. Por un lado, consideraba mi indignidad, más por otro lado me consolaba la esperanza al recordar la liberación de la torre, sin que, no obstante, pudiera confiar en ella de una manera total. Vacilaba aún sobre qué resolución tomar cuando mi cuerpo, fatigado, reclamó alimento. Así, pues, cogí el pan y lo partí. En aquel momento, una paloma, blanca como la nieve, posada en un árbol y cuya presencia no había advertido hasta aquel momento, me vio y descendió: tal vez estaba habituada. Se aproximó lentamente a mí y le ofrecí compartir la comida; la paloma aceptó y eso me permitió admirar detenidamente su belleza.
Pero nos vio un cuervo negro, su enemigo, que se abatió sobre la paloma para apoderarse de su parte de comida sin prestar la menor atención a mi presencia. La paloma no pudo hacer otra cosa que huir y ambos volaron hacia el sur. Me enojé y disgusté tanto que perseguí de manera atolondrada al insolente cuervo y corrí así, sin darme cuenta, un buen trecho en aquella dirección; asusté al cuervo y liberé a la paloma.
Sólo en ese momento caí en la cuenta de que había actuado irreflexivamente; me había adentrado por un camino del que en adelante me estaba prohibido salir a riesgo de un severo castigo. Hubiera llegado a consolarme de no lamentar haber olvidado el zurrón y el pan bajo el árbol sin que me fuera dado regresar para recogerlos: cada vez que quería girarme el viento me azotaba con tanta fuerza que me derribaba; si seguía hacia delante no sentía el vendaval. Entonces comprendí que oponerme al viento significaba perder la vida.
Continué el camino llevando mi cruz con resignación y, como la suerte estaba echada, decidí hacer cuanto pudiera para llegar a su final antesde que se hiciera de noche.
Hallé muchos falsos caminos pero los pude evitar gracias a mi brújula 10 sin abandonar el meridiano ni un paso, aunque a veces el camino era tan áspero y poco practicable que me parecía haberme perdido. Mientras andaba pensaba continuamente en la paloma y en el cuervo sin llegar a comprender su significado. Finalmente, divisé, a lo lejos, en la cresta de una alta montaña, un espléndido pórtico; a pesar de que estaba aún muy lejos, me apresuré hacia él porque el sol acababa de posarse tras un monte sin que, ni aún de lejos, hubiera visto ciudad alguna. Atribuyo únicamente a Dios este descubrimiento, pues bien hubiera podido continuar mi camino sin abrirme los ojos, porque fácilmente hubiera podido pasar de largo sin verlo.
Me aproximé, pues, a él con la mayor premura y cuando llegué, las últimas luces del crepúsculo todavía me permitieron vislumbrar el conjunto. Se trataba de un Pórtico Real admirable, lleno de esculturas que representaban espejismos y maravillosos objetos de los que algunos tenían un significado especial como supe más adelante. En lo más alto, el frontis lucía esta inscripción: ¡LEJOS DE AQUÍ, ALEJAOS, PROFANOS! 11 y otras inscripciones de las que severamente se me ha prohibido hablar.
Al llegar al pórtico, salió a mi encuentro un desconocido luciendo una ropa azul cielo. Lo saludé amistosamente y me correspondió del mismo modo pidiéndome acto seguido mi invitación. ¡Oh!, qué alegría me dio haberla llevado conmigo, pues fácilmente hubiera podido olvidarla cosa que, según él, les había sucedido a otros. Se la enseñé enseguida y no sólo se mostró satisfecho sino que, con gran sorpresa por mi parte, se inclinó ante mí y me dijo: “Ven, querido hermano, eres mi huésped bienvenido”. A continuación me pidió que le dijese mi nombre y le respondí que era el hermano de la Rosa-Cruz Roja por lo que manifestó una agradable sorpresa. Luego me preguntó: “Hermano, ¿no has traído con qué comprar una insignia?” Le contesté que mi fortuna era escasa, pero que le ofrecía gustosamente lo que pudiera agradarle de los objetos que poseía.
Me pidió mi cantimplora de agua que le regalé y a cambio me dio una insignia de oro que sólo llevaba grabadas dos letras: S. C. 12 Me exhortó a que me acordara de él por si pudiera serme útil. A petición mía me informó del número de invitados que habían entrado antes que yo. Finalmente me dio una carta sellada para el siguiente guardián.
Mientras estaba entretenido hablando con él cayó la noche; en la puerta encendieron un gran farol que servía de orientación para los que aún estaban en camino. Éste, que conducía al castillo, discurría entre dos muros y estaba bordeado por hermosos árboles frutales. Cada tres árboles habían colgado un farol a ambas orillas y una bellísima virgen tocada con un vestido azul encendía todas aquellas luces con una preciosa antorcha. Tal vez me entretuve más de lo debido en admirar aquel espectáculo de tan perfecta belleza.
Por fin acabó la charla y tras haber recibido las instrucciones adecuadas me despedí del primer guardián. Mientras caminaba me vino el vehemente deseo de saber qué contenía la carta, pero como no sospechaba ninguna mala intención del guardián, resistí a la tentación.
De este modo llegué a la segunda puerta que era casi idéntica a la primera; sólo difería en las esculturas y los símbolos secretos. Sobre el frontis se leía: DAD Y OS SERÁ DADO 13.
Un feroz león encadenado bajo la puerta se irguió al verme e intentó saltar hacia mí rugiendo, de modo que despertó al segundo guardián que estaba acostado sobre una losa de mármol. Expulsó al león, cogió la carta que, tembloroso, le tendía, y me dijo mientras hacía una profunda reverencia: “Bienvenido es en Dios el hombre al que deseaba ver desde hace tanto tiempo”. A continuación me mostró una insignia y me preguntó si podía cambiarla.
Como sólo me quedaba la sal se la ofrecí y la aceptó dándome las gracias. Esta nueva insignia tenía también sólo dos letras: S.M. 14 Cuando me disponía a conversar asimismo con él tocaron las trompetas en el castillo y entonces el guardián me apremió a que corriera con toda la ligereza de mis piernas, ya que de otro modo mi trabajo y mis esfuerzos serían en vano ya que empezaban a apagarse todas las luces arriba. Me puse a correr de inmediato sin saludar siquiera al guardián, pues temía, no sin razón, llegar demasiado tarde.
Y efectivamente, aunque mi carrera era rápida, la virgen ya me alcanzaba y tras ella se iban apagando todas las luces. No hubiera podido seguir por el buen camino si ella no hubiera hecho llegar hasta mí un resplandor de su antorcha. En fin, acuciado por la angustia, conseguí entrar justo detrás de ella y en aquel mismo instante se cerraron las puertas con tal brusquedad que en ellas quedó asido el borde de mi vestido y allí tuve que dejarlo porque ni yo ni los que llamaban desde fuera pudimos lograr que el guardián de la puerta abriera de nuevo, excusándose en que había entregado las llaves a la virgen quien, según él, se las había llevado al patio. Me volví para examinar la puerta: era una obra maestra digna de admiración y en el mundo entero no había otra que se le igualase. A cada lado de la puerta se alzaban dos columnas: una de ellas llevaba una estatua sonriente con la inscripción: CONGRATULO 15. En la otra, la estatua ocultaba su cara con tristeza y debajo se leía: CONDOLEO 16.
Para abreviar diré que se veían imágenes y sentencias tan arcanas y misteriosas que los más sabios de la Tierra no hubiesen podido explicarlas. Más, si Dios lo permite, pronto las describiré y explicaré.
Al atravesar la puerta tuve que decir mi nombre, que inscribieron al final del pergamino destinado al futuro esposo. Sólo entonces me fue entregada la verdadera insignia de invitado: era algo más pequeña que las otras, pero mucho más pesada.
Llevaba grabadas las siguientes letras: S. P. N. 17.
Seguidamente me calzaron unos zapatos nuevos pues todo el suelo del castillo estaba enlosado con mármol blanco. Como me agradaba dar mis zapatos viejos a uno de los pobres que, con compostura, frecuentemente se sentaban bajo la puerta, los regalé a un anciano.
Poco después, dos pajes portadores de antorchas me condujerona una cámara rogándome que descansara en un banco, lo que hice mientras ellos depositaban las antorchas en dos agujeros abiertos en el suelo. Luego se marcharon dejándome solo. De pronto oí a mi alrededor un ruido sin causa aparente y he aquí que varios hombres me cogieron a la vez; como no los podía ver me vi forzado a dejarlos hacer a su aire. No tardé en darme cuenta de que eran peluqueros; les rogué que no me zarandearan de aquel modo y declaré que me prestaría a lo que quisieran. Recobré la libertad de movimientos y uno de ellos, al que seguía sin poder ver, me cortó con destreza el pelo de la parte de la coronilla, respetando, no obstante, las largas mechas, canosas ya por la edad, de la frente y las sienes.
18 Confieso que, al principio, estuve a punto de perder el sentido, pues al sentirme zarandeado tan terriblemente creí que Dios me había abandonado pos causa de mi temeridad.
Por fin, los peluqueros invisibles recogieron con cuidado los cabellos cortados y se los llevaron, entonces regresaron los dos pajes, quienes se rieron de mi terror. Pero apenas habían abierto la boca cuando sonó una campanilla y me dijeron que era para reunir a la asamblea.
A través de infinitos pasillos, puertas y escaleras, los pajes, con sus antorchas, me precedieron para conducirme a la gran sala. Una multitud de invitados se apretujaba en aquella sala. En ella podían verse emperadores, reyes, príncipes y señores, así como nobles y plebeyos, ricos y pobres y gentes de toda condición. Pensando en mí, quedé sorprendido.
“¡Ah! ¡Bien loco estoy! ¿Porqué me he atormentado tanto con este viaje? Aquí hay compañeros a los que conozco bien y a los que nunca he apreciado; aquí están todos y yo, con todas mis súplicas y ruegos, he llegado el último y todavía a duras penas!”.
Sin duda fue el diablo quien me inspiró estos pensamientos y muchos más, a pesar de mis esfuerzos por rechazarlos.
Quienes me conocían me llamaban de todos lados: “Hermano Rosacruz, ¿de modo que tú también has llegado?” “Sí, hermanos – respondí -, la gracia de Dios me ha permitido entrar”. Se rieron de mi respuesta y encontraron ridículo que mencionara a Dios por una cosa tan simple. Cuando interrogaba a todos sobre el camino que habían seguido - algunos tuvieron que bajar por las rocas -, unas trompetas invisibles anunciaron la hora de la comida. Cada cual se colocó según la jerarquía a que tenía derecho y lo hicieron tan bien que yo y otros pobres apenas si encontramos un sitio en la última mesa.
Entonces aparecieron los dos pajes, uno de los cuales recitó oraciones tan admirables que al oírlas se me alegró el corazón. Sin embargo, algunos de los grandes señores no sólo no prestaron la menor atención sino que se reían entre ellos, hacían muecas,
mordisqueaban sus sombreros y se divertían con otras bromas semejantes. Después sirvieron. Aunque no pudimos ver a nadie hacerlo, los platos estaban tan bien servidos que me pareció que cada invitado tenía un criado particular. Cuanto todos estuvieron hartos y el vino hizo desaparecer la vergüenza de sus corazones, cada cual se ufanaba presumiendo de su poder. El uno hablaba de probar esto, el otro aquello y los más necios eran quienes gritaban con mayor fuerza. Todavía hoy no puedo dejar de irritarme al recordar los actos sobrenaturales e imposibles que oí mencionar. Para finalizar, intercambiaron los asientos.
Aquí y allá un cortesano se deslizaba entre dos señores y entonces éstos ideaban actos de tal envergadura que se hubiera precisado de la fuerza de Sansón o de Hércules para llevarlos a cabo; uno quería librar a Atlas de su peso, otro hablaba de sacar al Cerbero tricéfalo de los infiernos; 19 resumiendo, cada cual divagaba a su manera. La locura de los grandes señores llegaba a tal grado que acababan creyendo sus propios embustes y la audacia de los malvados rayó en lo infinito; de tal modo, que no prestaron ninguna atención a los golpes que como advertencia se les dio en los dedos. Cuando uno se jactó de haberse apoderado
de una cadena de oro, los demás siguieron sus pasos. Vi a uno que pretendía oír zumbar los cielos, otro podía ver las Ideas Platónicas; un tercero quería contar los Átomos de Democrito y no pocos eran conocedores del movimiento perpetuo.
Según me pareció varios poseían una inteligencia despierta, mas, para su desgracia, tenían una opinión demasiado buena de sí mismos. Para finalizar, había uno que intentaba, lisa y simplemente, convencernos de que podía ver a los criados que nos atendían. Y habría discutido largamente sobre esto de no ser que uno de estos servidores invisibles le propinó un bofetón en su embustera boca, de modo que, no sólo él, sino varios de sus vecinos, quedaron mudos como ratones.
Mas para gran satisfacción mía, todos a quienes estimaba guardaban silencio en medio de aquel bullicio; se guardaban muy mucho de elevar la voz, pues se consideraban torpes, incapaces de penetrar los secretos de la naturaleza de los que, por añadidura, se creían del todo indignos. Por culpa del tumulto, casi hubiera maldecido el día en que llegué a tal lugar, pues veía que los malvados y los ligeros eran colmados de honores en tanto yo ni tan sólo podía estar tranquilo en mi humilde sitio: efectivamente, uno de aquellos canallas se burlaba de mí tachándome de loco incurable.
Como todavía ignoraba que hubiese una puerta que teníamos que atravesar pensé que permanecería así, víctima de las burlas y del desprecio, todo el tiempo que durasen las bodas; no obstante, no imaginaba valer tan poco a los ojos del novio y de la novia y
estimaba que podrían haber encontrado otro para hacer de bufón en sus bodas. Pero, ¡ay!, esta falta de resignación a las desigualdades del mundo que empuja a los corazones simples, esta impaciencia fue la que mi sueño me había mostrado bajo el símbolo de la cojera.
El griterío aumentaba cada vez más. Algunos ya querían darnos por ciertas visiones completamente inventadas y vivencias a toda evidencia falsas. Por el contrario, mi vecino era un hombre muy sosegado y de buenos modales. Luego de hablar de cosas sensatas, acabó por decirme: “Mira, hermano, si ahora algún recién llegado quisiera hace entrar en razón a todos esos endurecidos, ¿le escucharían?” “A fe que no”, respondí. “Así es -dijo-, cómo el mundo quiere ser engañado a toda costa y hace oídos sordos a quienes no buscan otra cosa que su bien. Fíjate en ese adulador y observa con qué ridículas comparaciones y con qué insensatas deducciones capta el interés de quienes le rodean. Mira allí cómo otro se burla de la gente con palabras misteriosas e inauditas. Pero, créeme, un tiempo llegará en que les serán arrancadas las máscaras y los disfraces para que todos vean a qué bribones ocultaban; tal vez entonces se vuelva a quienes habían sido despreciados.”
El bullicio se hacía cada vez más insoportable. De pronto, se elevó en la sala una música deliciosa, admirable, como no la había oído nunca en mi vida; toda la sala, presintiendo inesperados acontecimientos, enmudeció. La melodía brotaba de un conjunto de instrumentos de cuerda, con una armonía tan perfecta quequedé como absorto, completamente ensimismado, con gran sorpresa de mi vecino. Nos tuvo maravillados durante una media hora en el transcurso de la cual guardamos absoluto silencio, si bien algunos quisieron hablar, pero fueron rápidamente acallados por una mano invisible. Por lo que a mí respecta, renuncié a ver a los músicos, pero trataba de ver los instrumentos.
Habría pasado una media hora cuando la música cesó de repente sin que hubiésemos podido ver de dónde surgía.
Una fanfarria de trompetas y un redoble de tambores resonaron a la entrada de la sala con tal maestría que esperábamos ver entrar al emperador romano en persona. Vimos que la puerta se abría sola y entonces la magnificencia de las trompetas aumentó y resonó de tal modo que apenas pudimos soportarlo. La sala se inundó de luces, creo que por miles; se movían solas, según su rango, lo que nos asustó. Después vinieron los dos pajes con las antorchas, precediendo a una virgen de admirable belleza que se acercaba montada en un hermoso palanquín de oro. Me pareció reconocer en ella a la que anteriormente había primero encendido y después apagado las luces. También creí reconocer entre sus servidores a los guardianes que estaban bajo los árboles que orillaban el camino. Ahora no llevaba el vestido azul sino que su túnica era centelleante, blanca como la nieve, 20 chorreando oro y de tal brillo que no podía ser contemplada por mucho tiempo. Los vestidos de ambos pajes eran idénticos, pero su brillo era menor.
Cuando la virgen llegó al centro de la sala bajó de su trono y todas las luces disminuyeron de intensidad como saludándola. Todos nos levantamos enseguida pero sin abandonar nuestros sitios.
Ella se inclinó ante nosotros y tras haber recibido nuestro homenaje, comenzó el siguiente discurso con voz admirable:
El rey, mi gracioso señor
que ahora no está muy lejos,
así como su querida prometida
confiada a su honor,
han visto con gozo vuestra llegada.
A cada uno de vosotros os honran
con su favor, en todo momento,
y desde el fondo de su corazón desean
que siempre os logréis
para que la alegría de sus bodas
no se mezcle con la tristeza de nadie.
Después se inclinó de nuevo cortésmente, las luces la imitaron, y continuó del
siguiente modo:
Por la invitación sabéis
que no ha sido llamado aquí hombre alguno
que no haya recibido todos los preciosos dones
de Dios, desde hace mucho,
y que no estuviese lo suficiente preparado.
Como conviene a esta circunstancia
mis dueños no quieren creer
que nadie pueda ser bastante audaz,
teniendo en cuenta, las severas condiciones,
para presentarse, a menos
de estar preparado para sus bodas.
Después de largos años
conservan la esperanza
y os destinan a todos, todos los bienes;
se alegran de que en estos difíciles tiempos
encuentren aquí reunidas a tantas personas.
No obstante, los hombres son tan audaces que su grosería no los retiene.
Se introducen en lugares a los que no han sido llamados.
Para que los bribones no puedan engañar,
para que ningún impostor pase desapercibido
y para que pronto se puedan celebrar, sin cambiar nada,
las puras bodas,
mañana será instalada
la balanza de los Artistas; 21
Entonces, cada uno se dará fácilmente cuenta de lo que ha descuidado adquirir
en él.
Si ahora, alguno en esta multitud
no está del todo seguro de sí mismo,
que se vaya presto
pues si se queda
le será negada toda gracia
y mañana será castigado.
En cuanto a los que quieran sondear su conciencia
permanecerán hoy en esta sala,
serán libres hasta mañana,
pero que no vuelvan aquí jamás.
El que esté seguro de su pasado que siga a su servicio quien le mostrará su
apartamento.
Que repose hoy en espera de la balanza y de la gloria.
A los demás, el sueño traería ahora gran dolor.
Que se contente, pues, con quedarse aquí pues más valdría huir que emprender
lo que supera sus fuerzas.
Se espera que cada cual actúe de la mejor manera. Cuando finalizó este discurso se inclinó de nuevo y se dirigió graciosamente a su asiento; las trompetas resonaron otra vez aunque no pudieron ahogar los ansiosos suspiros de muchos. Después, los invisibles la condujeron de nuevo; no obstante, aquí y allá, algunas luces permanecieron en la sala, incluso una vino a colocarse detrás de uno de nosotros.
No es fácil describir nuestros pensamientos y gestos, expresión de tantos y tan contradictorios sentimientos. Sin embargo, la mayor parte de los invitados se decidió finalmente a intentar la prueba de la balanza para luego, en caso de fracaso, irse de allí -lo que creían posible- en paz.
Muy pronto tomé yo mi decis ión; como mi conciencia me demostraba mi ignorancia y mi indignidad resolví quedarme en la sala con los otros y contentarme con el banquete al que había asistido, antes de continuar y exponerme a los tormentos y peligros futuros.
Después de que algunos fueron llevados por las luces a sus apartamentos (cada uno al suyo como supe más tarde), quedamos nueve, entre ellos mi vecino de mesa, que antes me había  dirigido la palabra. Pasó una hora sin que nos abandonase la luz; vino uno de los pajes de los que ya he mencionado, cargado con un paquete de cuerdas y de entrada nos preguntó si estábamos decididos a quedamos allí. Como respondimos afirmativamente entre suspiros, nos condujo a cada uno a un lugar fijado, nos ató 22 y después se retiró con nuestra luz, dejándonos en una profunda oscuridad, pobres y abandonados. Fue sobre todo entonces cuando varios de nosotros sentimos la opresión de la angustia, y yo mismo no pude impedir que unas lágrimas se deslizaran por mis mejillas. Guardamos un profundo silencio abrumados por el dolor y la aflicción, si bien nadie nos había prohibido hablar. Por lo demás, las cuerdas estaban anudadas con tanta eficacia que nadie pudo cortarlas y menos desatarlas y quitarlas de los pies 22. No obstante, me consolé pensando que, mientras que a nosotros nos era permitido expiar nuestra temeridad en una sola noche, muchos de los que saboreaban el reposo esperaban una retribución justa y una gran vergüenza.
Pese a todos mis tormentos, dormí roto de fatiga. Sin embargo, la mayor parte de mis compañeros no pudo descansar. Yo tuve un sueño, y aunque su significado no sea muy importante, creo que pueda ser útil contarlo. Me pareció estar sobre una montaña y que un ancho valle se extendía ante mí. En este valle se había reunido una muchedumbre innumerable y cada persona estaba suspendida por un hilo atado a su cabeza; los hilos bajaban del cielo. No obstante, unos estaban colgados muy altos y otros muy bajos y varios tocaban la misma tierra. Por los aires volaba un hombre con unas tijeras en la mano, que iba cortando los hilos por doquier.
Los que estaban cerca del suelo caían sin ruido, pero la caída de los más altos hacía temblar la tierra. Algunos tenían la suerte de que su hilo bajase de modo a tocar el suelo antes de que fuera cortado.
Las caídas me pusieron de buen humor. Cuando vi que algunos presuntuosos, llenos de ardor por asistir a las bodas, se arrojaban al aire y planeaban un momento, para caer vergonzosamente, arrastrando al mismo tiempo a algunos vecinos, me alegré de todo
corazón. También me sentí contento cuando alguno de los modestos que se había contentado con la tierra, era desatado sin ruido, de modo que sus vecinos no se dieron cuenta. Saboreaba este espectáculo con la mayor dicha cuando uno de mis compañeros me empujó con tan mala suerte que me desperté sobresaltado y disgustado. No obstante, reflexioné sobre mi sueño 23 y lo conté a mi hermano que, igual que yo, estaba acostado a mi lado. Me escuchó con satisfacción y deseó que fuera el presagio afortunado de alguna ayuda. Pasamos el resto de la noche charlando sobre esta esperanza y deseando con todas nuestras fuerzas que llegara el día.
El simbolismo del bosque aparece con frecuencia en los cuentos, mitos y leyendas populares. Se lo ha comparado a menudo al Templo, ya que los druidas celebraban sus cultos en los claros de los bosques. La palabra latina nemus, bosque, dehesa, selva, está asociada etimológicamente a Nemí, bosque mitológico en medio del cual había un lago llamado “el espejo de Diana” (Lacus Nemorensis). Sin embargo, el bosque, como el mar, parece evocar más bien algo que el buscador ha de atravesar para llegar al claro donde encontrará el lago o la Isla, todos ellos símbolos del espejo que, en realidad. es a su vez un símbolo del Hombre en su pureza original.
El lector al que interese este misterio se dirigirá con provecho a la Divina Comedia de Dante, especialmente al primer canto, en el que se hace alusión a este “bosque oscuro”. El contenido profundamente simbólico y escatológico de esta obra ampliará sin duda su comprensión del de las “Bodas Alquímicas”.
Puede parecer extraño que “el cielo entero se engalane” para las Bodas. Pero, ¿no se trata de las eternas Bodas del Cielo y de la Tierra? ¿No son todas las “Bodas Alquímicas” el relato simbólico de la hierogamia que une “lo que está arriba” con “lo que
está abajo”?.
Todos los alquimistas coinciden, y no se cansan de repetirlo, en que su Arte es “un don de Dios”. El Gran Arte no se puede, pues, arrebatar con violencia. No se puede forzar la Entrada del Cielo; como indica el Evangelio, el hombre debe llamar a la puerta (ver Marco VII-7); es el papel de la oración, del “ora” que, necesariamente, ha de preceder al “labora”, pues sólo se puede laborar cuando se ha obtenido el “Don de Dios”. No olvidemos que el relato de las Bodas Alquímicas comienza justo cuando Christian Rosacruz ha acabado sus oraciones.
Dios no juzga nunca por las apariencias, sino por la intención profunda de los actos humanos. Ver Proverbios XXI-2 y Lucas XVI-15.
Estos tres bellísimos cedros podrían designar a la Santísima Trinidad. En la tradición hebrea, el cedro simboliza la fuerza divina y la inmortalidad, ya que sus hojas están siempre verdes. En algunos pasajes de la Biblia designa a la fe firme y fiel. Ver Salmos XCII-13 a 15. Podrían corresponder también a los tres ángeles y su sombra a su bendición.
La sombra es una de las imágenes más usuales de la bendición. Si el árbol, que en este caso sería el cedro, designa al profeta (ver Salmos I-3 y Jeremías XVII-8 o Mateo VII- 25 a 30), la sombra es su bendición. La bendición confiere un cobijo o una virtud que son el comienzo de una nueva generación. Las palabras de Gabriel a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lucas I-35) y un conocido refrán del Quijote (“Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”) ilustran este mismo misterio.
Los cuatro caminos que se le ofrecen a Christian Rosacruz coinciden con los cuatro sentidos de la Escritura. No podemos desarrollar aquí como se merece este apasionante tema exegético. (El lector inquieto se dirigirá a los números 2 y 4 de la revista
“Le Fil d’Arianne”, 11. rue Des Combattants; 5865 Walhain-St. Paul, Bélgica). Sólo recordaremos la célebre doctrina kabalística del Pardes, el Paraíso. Las cuatro letras que componen esta palabra y que indican cuatro niveles de interpretación de la Escritura impracticable, pues consume y sólo conviene a los cuerpos incorruptibles. Escoge, pues, de estos tres caminos el que mejor te parezca y síguelo con tenacidad. Debes saber, también, que sea cual fuere el que escojas, en virtud de un destino inalterable, no podrás renunciar a tu decisión y volverte atrás sin que tu vida peligre en grado sumo. La corresponden a los cuatro caminos. Moisés de León, el autor presumible del Zohar, afirmaba en su Libro sobre el alma inteligente, escrito en 1290, que “había escrito, con el título de Pardes, un libro sobre el misterio de los cuatro caminos... “para demostrar que “todos los relatos y hechos narrados en la Biblia se refieren místicamente a la vida eterna”. Existe también una relación que tampoco podemos desarrollar aquí entre estos cuatro caminos y las cuatro puertas del Zodíaco.
La paloma es siempre un buen presagio; su simbolismo es muy complejo. En algunas ocasiones, dentro del cristianismo, representa al Espíritu Santo; en general, simboliza la pureza, la gracia y la simplicidad. En algunos textos se refiere al alma pura.
Prudencio relata que, al morir Santa Eulalia mártir, “una paloma más blanca que la nieve salió de ella y voló hasta el cielo”. Su color blanco evoca la luz y sus alas la capacidad de volar; por ello, para algunos alquimistas, este animal era el símbolo de la parte volátil de la materia de los Sabios. Dar de comer a la paloma es, en cierto modo, fijar el Espíritu Santo.
El cuervo aparece aquí como el principio contrario y el enemigo de la paloma. Este animal, tanto por su color característico como por su sistema de alimentación, evoca a las tinieblas y a la muerte. Ambos pájaros son alegorías usuales de Cristo y el Diablo. La paloma es también el pájaro de Venus (ver Eneida VI-190 y ss). Sin embargo, es curioso observar que a Diana se le asociaban dos palomas (Ver Ireneo Filaleteo, La Entrada Abierta al Palacio Cerrado del Rey, pág. 63, nota 4) y que en la figura XII del Splendor Solis de Salomón Trimosin encontramos dentro del matraz a dos palomas blancas luchando con un cuervo negro.
10 Christian no quiere abandonar el meridiano ni de un paso. Esto nos revela que se dirige hacia el sur, acaso hacia aquel Sol cuya representación aparecía en la medalla conmemorativa que recibe en la primera jornada (ver nota 14).
11 Procul binc, procul ite prophani. ¡Lejos de aquí, alejaos profanos!. De nuevo aquí nuestro autor se inspira en Virgilio (ver Eneida VI-250).
12 Estas siglas han recibido varias interpretaciones. Servus Christii: Siervo de Cristo; Santitate Constantia: Santidad, Constancia; Sponsus Carus: Esposo Querido; Spes Charitas: Esperanza, Caridad.
13 Ver Lucas VI-38.
14 Estas siglas misteriosas han sido también objeto de diferentes interpretaciones. Studio Merentes: Ocupación merecedora; Sponsus Mittendus: Esposo enviado. Sal Mineralis: Sal Mineral; Sal menstrualis: Sal menstrual. Satan Musat: Satán inspira; Servus Mariæ: Siervos de María. Ver la inscripción que aparece en el carro del Arcano VII del Tarot de Marsella.
15 Congratulo: Felicito.
16 Condoleo: Compadezco. “Felicito” y “Compadezco” evocan las dos columnas del Templo: Boaz y Ioaquín. Boaz, pasiva, femenina, aérea corresponde a la Luna. Ioaquín, activa, masculina, ígnea corresponde al Sol. Estas dos columnas representan también a los dos aspectos de Dios según la Kabala, el “Dios, de Rigot”, y el “Dios de Misericordia”.
17 Salus per Naturam: La salvación por la Naturaleza.
Sponsi praestandum nuptiis: Ofrecido a las nupcias del novio.
18 Con lo cual nuestro personaje es tonsurado, o sea, que es liberado del pelo que cubría su Sahasrura Chakra.
19 Perro de tres cabezas que, según la Mitología griega, se encuentra en la entrada de los infiernos. Se lo ha equiparado al Savari de los hindúes, dios que personifica las tinieblas. El último de los trabajos de Hércules consistió en descender a los Infiernos para
raptar a Cerbero. Pudo hacerlo gracias a la ayuda de Hermes y Atena.
20 La túnica centelleante, blanca como la nieve, cuyo resplandor es insoportable es una evocación de la Daena, del cuerpo de luz o de las “túnicas de luz”, del cuerpo glorioso de resurrección. Se trata de la túnica que reviste el protagonista del Canto de la Perla.
21 Una de las denominaciones que con más frecuencia se daba a los alquimistas es la de Artista, ya que practican el Gran Arte. En la Balanza de los Artistas no se pesa lo que tiene alguien, sino lo que le falta.
22 En los rituales iniciáticos de los Antiguos Misterios, los mixtos aparecían ante un tribunal en el que eran juzgado,, atados de pies y manos.
Ver Les Mystères d’Eleusis de Maurice Brillant, París 1920 y Les Mystères
d’Eleusis de Victor Magnien, París 1950. En los rituales iniciáticos de los Antiguos Misterios, los mixtos aparecían ante un tribunal en el que eran juzgados, atados de pies ymanos.
Ver Les Mystères d’Eleusis de Maurice Brillant, París 1920 y Les Mystères d’Eleusis de Victor Magnien, París 1950.
23 Se trata del sueño de la marionetas que acaba de explicar, bellísima evocación del Destino que rige la vida de los hombres. El hombre de las tijeras representa el Adepto que, como Hermes, libera a los mortales de los influjos astrales.9