lunes, 3 de septiembre de 2012

BODAS ALKIMICAS DE CHRISTIAN ROSENKREUTZ 1

JORNADA PRIMERA


Johann V. Andreae
LAS BODAS ALQUÍMICAS DE  CHRISTIAN ROSENKREUTZ
Chymische Hochzeit
(1616)
JORNADA PRIMERA
Una noche, algo antes de Pascua, estaba sentado a la mesa y, como tenía por costumbre, conversaba con mi Creador en humilde oración. Ardiente por el deseo de preparar en mi corazón un pan ácimo inmaculado con la ayuda del bienamado cordero Pascual, meditaba profundamente acerca de los enormes secretos que, en su majestad, el padre de la Luz me ha dejado contemplar en tan gran número. De pronto, el viento se puso a soplar con una violencia tal, que pareció que la montaña en la que había excavado mi morada iba a hundirse bajo sus ráfagas.

Sin embargo, como esta tentativa del diablo, que con frecuencia me ha causado muchas penas, no tuvo éxito, proseguí con mi meditación. De pronto sentí que me tocaban en la espalda: me asusté tanto que, aunque al mismo tiempo sintiera un gozo como no puede conocer la flaqueza humana sino en parecidas circunstancias, no me atreví a volverme. Acabé, sin embargo, volviéndome, pues continuaban tirando de mis ropas reiteradamente, vi una mujer de extraordinaria belleza cubierta con un vestido azul delicadamente tachonado de estrellas de oro, como el cielo. En su mano derecha llevaba una trompeta de oro en la que pude leer un nombre que luego me prohibieron revelar; en su mano izquierda apretaba un voluminoso paquete de cartas, escritas en todas las lenguas que, como supe después, debía distribuir en todos los países. Tenía unas grandes y hermosas alas cubiertas de ojos; con ellas volaba más rápido que el águila. Hubiera podido ver más cosas, pero como no se quedó junto a mí sino muy poco tiempo y como yo estaba aún aterrorizado y maravillado, no me fijé en nada más. Cuando me giré, buscó en su paquete de cartas y depositó una sobre mi mesa haciendo una profunda reverencia; después me abandonó sin pronunciar palabra. Al alzar el vuelo tocó su trompeta con tanta fuerza que resonó por toda la montaña y yo mismo fui incapaz de escuchar mi propia voz durante casi un cuarto de hora.

No sabiendo qué partido tomar ante tan extraordinaria aventura, caí de rodillas y rogué a mi Creador que me protegiera de todo lo que pudiera ser contrario a mi salvación eterna. Temblando de miedo cogí entonces la carta, y la encontré tan pesada como si toda ella fuera de oro macizo. Examinándola con cuidado, descubrí el sello minúsculo que la cerraba y que contenía una cruz delicada con la inscripción: In hoc signo vinces. Cuando vi el signo volví a tomar confianza pues este sello no habría agradado al diablo que, ciertamente, no usaba de él. Abrí, pues, la carta y leí los siguientes versos escritos en letras de oro sobre campo de azur:
Hoy, Hoy, Hoy,
son las bodas del rey;
si has nacido para tomar parte en ellas
elegido por Dios para el gozo,
dirígete a la montaña
que tiene tres templos
a presenciar los acontecimientos.
Ten cuidado contigo, examínate a ti mismo.
Si no te has purificado con constancia las bodas te perjudicarán.
Infortunio para quien se retrasa allí abajo.
Que se abstenga quien sea demasiado ligero. Al pie y como firma: Sponsus y Sponsa.
Leyendo esta epístola a punto estuve de desvanecerme; se me erizaron los cabellos y un sudor frío bañó mi cuerpo. Comprendía que se trataba de las bodas que me habían sido anunciadas siete años antes en una visión; las había esperado y deseado con ardor y había calculado su fecha estudiando minuciosamente los aspectos de mis planetas; pero nunca sospeché que se celebrarían en condiciones tan graves y peligrosas. En efecto, me había imaginado que no tendría más que presentarme a las bodas para ser acogido como huésped bienvenido y he aquí que todo dependía de la elección divina. No estaba muy seguro de encontrarme entre los elegidos; más aún, cuando me examinaba no encontraba en mí sino inteligencia e ignorancia de los sino también prefigura el otro gran Misterio cristiano: la Resurrección. Por otra parte, el verbo “vencer” procede de una raíz que significa unir, vincular. Tal es el sentido de las Bodas.
Misterios, una ignorancia tal que no era capaz de entender ni el suelo que pisaban mis pies, ni los objetos de mis ocupaciones diarias; con mayor razón aún no debía estar preparado para profundizar y conocer los secretos de la naturaleza. A mi parecer, la
naturaleza podría encontrar en cualquier parte un discípulo más preparado a quien confiar sus preciosos tesoros, aunque temporales y perecederos. Igualmente caí en la cuenta de que mi cuerpo, mis costumbres externas y el amor fraterno por mi prójimo, no eran precisamente de una pureza deslumbrante; así, el orgullo de la carne aún se manifestaba por su tendencia a la consideración y a la pompa mundanas y la falta de atención hacia mi prójimo. Estaba todavía constantemente atormentado por el pensamiento de actuar en provecho propio, por construirme palacios, por hacerme un nombre inmortal en el mundo y por otras veleidades de esta índole. Pero fueron sobre todo las oscuras palabras referentes a los tres templos las que me sumieron en una gran inquietud; mis reflexiones no llegaron a esclarecerlas y tal vez no las hubiera comprendido nunca si no me hubiera sido otorgada la clave de una fórmula maravillosa. Dudando entre el temor y la esperanza, pesaba los pros y los contras sin llegar a constatar más que mi impotencia y mi flaqueza. Sintiéndome incapaz de tomar una decisión, temeroso ante esta invitación, traté de hallar una solución por mi camino habitual, el más seguro; me abandoné al sueño tras una oración intensa y ardiente, en la esperanza de que mi ángel quisiera aparecérseme, con el permiso divino, para poner fin a mis dudas como ya me había ocurrido algunas veces. Y una vez más así fue, alabado sea Dios, para mi bien y para ejemplo y enmienda de mi prójimo.
Apenas me hube dormido, me pareció estar acostado en una torre sombría junto a una multitud de otros hombres; en ella, atados a pesadas cadenas, bullíamos como abejas sin luz, incluso sin el menor resplandor, lo que agravaba más nuestra aflicción. Ninguno de nosotros podía ver nada y, no obstante, oía a mis compañeros que se peleaban continuamente los unos con los otros porque la cadena de uno era quizás un poco más ligera que la de otro, sin considerar que no había razón para despreciarse, pues todos no éramos sino pobres idiotas. 10 Tras padecer este dolor durante mucho tiempo, tratándonos recíprocamente de ciegos y de idiotas, oímos finalmente sonar numerosas trompetas y redoblar tambores, lo que nos sirvió de regocijo y apaciguamiento en nuestra cruz. Mientras escuchábamos, se levantó el techo de la torre y un poco de luz llegó hasta nosotros. Entonces se nos pudo ver cayendo los unos sobre los otros, pues todo el mundo se agitaba en desorden de manera que el que antes estaba arriba, ahora se encontraba abajo. En cuanto a mí, tampoco permanecí inactivo, sino que me deslicé entre mis compañeros y, a pesar de mis fatigantes ataduras, trepé a una roca, aunque también allí fui atacado por los otros, a los que respondí defendiéndome lo mejor que pude, con mis manos y mis pies.
Cuando los señores que nos miraban desde arriba por el agujero de la torre se hubieron divertido un poco con la agitación y los gemidos, un viejo canoso nos ordenó que nos calláramos, y cuando se hizo el silencio habló en los siguientes términos, si la memoria no me falla:
Si el pobre género humano
quisiera dejar de rebelarse,
recibiría bienes incontables
de una madre verdadera,
pero como se niega a obedecer,
permanece con sus inquietudes
y permanece prisionero.
Pese a todo, mi querida madre no desea
guardarle rencor por su desobediencia;
y permite que sus preciosos bienes
salgan a la luz con bastante frecuencia;
aunque los alcancen muy raramente
para que se les aprecie,
pues si no serían tomados como fábulas.
Por ello, en honor de la fiesta
que celebramos hoy,
para que se le den gracias más frecuentemente,
quiere hacer una buena obra.
Se hará bajar la cuerda;
quien se cuelgue de ella
hallará la libertad.
Apenas acabó este discurso cuando la vieja dama ordenó a sus servidores que lanzaran siete veces la cuerda al interior de la torre y que la subieran con los que hubieran podido asirla.¡Dios mío! Lástima que no pueda describir con mayor fuerza la angustia que se apoderó entonces de nosotros, ya que todos intentábamos apoderarnos de ella obstaculizándonos mutuamente por esa misma razón. Pasaron siete minutos, después sonó una campanilla; a dicha señal los servidores subieron la cuerda con cuatro de nosotros. 11 En estos momentos yo estaba bien lejos de poder alcanzarla pues, para mi desgracia, y como ya he dicho, me hallaba subido en una roca adosada al muro de la torre desde lo cual no se podía coger la cuerda que bajaba por el centro.
La cuerda fue tendida una segunda vez; pero muchos teníamos cadenas demasiado pesadas y manos muy delicadas para sujetarnos a ella y, al caer, arrastrábamos a otros que quizá se hubieran mantenido. Y éramos tan envidiosos en nuestra miseria que hubo quien, no pudiendo cogerla, arrancaba de ella a los demás.
En cinco idas y venidas muy pocos se liberaron, pues ocurría que cuando sonaba la señal, los servidores se llevaban la cuerda con tal rapidez que la mayoría de los que la habían cogido caían unos sobre otros. La quinta vez subió completamente vacía, por lo que muchos de nosotros, entre ellos yo, perdíamos las esperanzas de vernos libres; imploramos, pues, a Dios para que tuviera piedad de nosotros y nos sacara de estas tinieblas ya que las circunstancias eran propicias; algunos fuimos escuchados. Como la cuerda se balanceaba cuando la retiraban, pasó delante de mí, quizá por la voluntad divina; la cogí al vuelo agarrándome a ella por encima de todos los demás; y así fue como, contra toda esperanza, salí de allí. Fue tan grande mi alegría 12 que ni sentí las heridas que una piedra aguda me hizo en la cabeza mientras subía; sólo me di cuenta cuando tuve que ayudar a los otros liberados a retirar la cuerda por séptima y última vez. Entonces, y debido al esfuerzo que hice, la sangre se esparció por todas mis vestiduras sin que, en mi alegría me diera ni cuenta. 13 Tras la última estirada, que traía un mayor número de prisioneros, la dama encargó a su viejísimo hijo (cuya edad me sorprendía enormemente) que exhortara al resto de los prisioneros que aún quedaban en la torre. Tras una breve reflexión, éste tomó la palabra de la siguiente manera:
Queridos hijos
que ahí abajo estáis,
se ha terminado
lo que hace largo tiempo estaba previsto.
Lo que la gracia de mi madre le concedió a vuestros hermanos, no lo envidiéis.
Pronto vendrán tiempos felices en los que todos serán iguales; no habrá más
pobres ni ricos.
Aquel a quien se ha pedido mucho deberá dar mucho.
Aquel a quien se ha confiado mucho deberá rendir cuentas estrictas.
Que acaben, pues, vuestras amargas quejas, ¿qué son estos pocos días?.
Cuando hubo acabado, fue colocado el techo de nuevo sobre la torre. Resonaron  trompetas y tambores pero el esplendor de su sonido no logró silenciar los gemidos de los prisioneros que se dirigían a todos los que estaban fuera, lo que me hizo llorar. La anciana dama se sentó junto a su hijo en el lugar dispuesto para ella e hizo contar a los que habíamos sido liberados. Cuando conoció el número y lo inscribió en una tablilla de oro, preguntó el nombre de cada cual, que fue anotado por un paje. A continuación nos miró, suspiró y dijo a su hijo (yo lo oía muy bien): “¡Ay!.. cómo compadezco a los pobres hombres de la torre; ojalá Dios me permita liberarlos a todos”. El hijo respondió: “Madre, Dios lo ha ordenado así y no debemos desobedecerle. Si todos fuéramos señores y poseyéramos los bienes de la Tierra, ¿quién nos serviría cuando estuviéramos en la mesa?”.
Su madre no respondió nada. Un momento después, dijo: “Libertad a éstos de sus cadenas”. Lo hicieron con rapidez pero a mí me tocó ser de los últimos. Habiéndome fijado primero en cómo se comportaban mis compañeros, no pude resistirme a inclinarme ante la anciana dama y dar gracias a Dios quien, a través de ella, había tenido a bien en su gracia paternal, sacarme de las tinieblas a la luz. Los demás siguieron mi ejemplo y la dama se inclinó.
Cada cual recibió como viático una medalla conmemorativa de oro; había en el anverso una efigie del sol naciente y, en el reverso, si la memoria no me falla, tres letras: D. L. S. 14 Luego nos despidieron exhortándonos a que sirviéramos al prójimo para gloria de Dios y a que mantuviéramos en secreto lo que nos había sido confiado; lo prometimos y nos separamos.
Yo no podía andar bien por culpa de las heridas 15 que me habían hecho las argollas que habían aprisionado mis pies, y cojeaba de ambas piernas. La anciana dama se dio cuenta, se rió, me llamó y me dijo: “Hijo mío, no te entristezcas por esta enfermedad,
recuerda tus flaquezas y da gracias a Dios por permitirte llegar a esa luz elevada pese a tu imperfección, mientras que aún vives en este mundo, sopórtalas en memoria mía”.
En este momento sonaron repentinamente las trompetas y me sobresalté tanto que desperté. Sólo entonces comprendí que había soñado. No obstante, este sueño me impresionó tanto que todavía hoy me inquieta e incluso me parece sentir las llagas en mis pies.
Fuera como fuera, comprendí que Dios me permitía asistir a unas bodas ocultas y por ello le di gracias, en su divina majestad, en mi piedad filial, y le rogué que conservara en mí siempre su temor, que llenara día a día mi corazón de sabiduría y de inteligencia y que, a pesar de mis escasos méritos, me llevara con su gracia al fin deseado.
Después me preparé para el viaje; me puse mi ropa de lino blanco y me ceñí una cinta de color rojo sangre dispuesta en cruz que pasaba por mis hombros. Até cuatro rosas rojas 16 en mi sombrero, en la seguridad de que todas estas señales iban a servir para que se me distinguiera enseguida entre la multitud. Me alimenté con pan, sal y agua, y posteriormente, siguiendo los consejos de un sabio, me serví útilmente de ellos en varias ocasiones.
Pero antes de salir de la caverna, listo para la marcha y vestido con mi ropa nupcial, me arrodillé y rogué a Dios que permitiera que todo lo que iba a ocurrir sucediera para mi bien; después, le prometí servirme de las revelaciones que me pudieran ser hechas para extender Su nombre y para el bien de mis prójimos, pero no para alcanzar honores y una consideración banal. Una vez formulado este voto, salí de la celda lleno de alegría y también de esperanza.
Pascua significa “pasaje”, “paso”. La Pascua o “Pessaj” es la fiesta más solemne de los hebreos, que la celebraban a la mitad de la luna de marzo, en memoria de la libertad del cautiverio de Egipto. Los cristianos le han dado el mismo nombre el día que celebran en memoria de la Resurrección del Señor, el domingo siguiente al plenilunio posterior al 21 de marzo, o sea al equinoccio de primavera, según lo estipulado en el año 325 en el Concilio de Nicea. La Resurrección de Jesucristo evoca muy claramente el paso de la muerte a la Vida. Christian Rosacruz va a experimentar a partir de ahora un tránsito, un paso de su estado actual a otro que le permitirá asistir a las bodas. Observaremos, más adelante, que le será preciso revestirse de “una ropa de lino blanco”.
La expresión “a la mesa” resulta curiosa si observamos que Christian Rosacruz  acaba de finalizar sus oraciones. ¿No se trataría de la mesa de trabajo donde “labora” el que antes ha “orado”? Ésta parece ser la mesa delante de la que está el “bateleur” o “Mago” del primer arcano mayor del Tarot.
La expresión “a la mesa” resulta curiosa si observamos que Christian Rosacruz acaba de finalizar sus oraciones. ¿No se trataría de la mesa de trabajo donde “labora” el que antes ha “orado”? Ésta parece ser la mesa delante de la que está el “bateleur” o “Mago” del primer arcano mayor del Tarot.
El simbolismo de la montaña es harto complejo. Participa al mismo tiempo de la idea de elevación, de cima que alcanzar, y de la de “centro”, La “Montaña del Centro del Mundo” de la mitología Taoísta, morada de los inmortales, era el lugar donde crecía el melocotonero, cuyos frutos conferían la inmortalidad... La montaña, uniendo el Cielo y la Tierra, une el inundo divino al de los hombres. Es en el plano que representa donde tienen lugar las hierofanías y las apariciones sobrenaturales. Para los Babilonios, El Jardín de Edén estaba en lo alto de una montaña. La Montaña del Centro del Mundo de los taoístas, el Olimpo griego, el Alborj persa, el Moriah masónico, el Montsalvat del Graal o la Montaña de Qaf musulmana evocan todos la misma realidad.
Entre los antiguos egipcios existía la creencia en la montaña del Amentí, la Montaña de la vida, del renacimiento, cuyo señor era Osiris. Allí se operaba la resurrección de los muertos. La ascensión a la montaña, que casi siempre es santa, era el verdadero camino de los dioses, que conduce a la salida a la luz del día.
Entre los alquimistas existía la creencia de que la materia se encuentra en la montaña. Para algunos, Christian Rosacruz en su montaña sería una manera de evocar a la materia en su mina. En un sueño del alquimista Colleçon podemos leer: “La verdadera
materia de la Medicina perfecta, y esta única cosa, se encuentra solamente en esta Montaña, en el fondo de un pozo seco, de donde se extrae con una ágil y liante cuerda de fuego que causa más estragos en el fondo y en todos los lados de este pozo que todas las materias del mundo. No quiero negarte que sea dificultoso penetrar en esta Montaña, a causa de su
opacidad, dureza y unión de las partes esenciales...”
Gracias a esta frase nos damos cuenta ya desde las primeras líneas de las Bodas Alquímicas del contenido apocalíptico y mesiánico de la obra. Para una mayor comprensión de la escena que aquí nos pinta el autor, será necesario recordar algunos pasajes evangélicos. El temblor de la montaña en la que está situada la morada de Christian Rosacruz, correspondería a “la tribulación de aquellos días” cantada en Mateo XXIV-29, Marcos XIII-24 o Lucas XXI-11. El versículo 31 del mismo capítulo de San Mateo explica dijo: “Libertad a éstos de sus cadenas”. Lo hicieron con rapidez pero a mí me tocó ser de los últimos. Habiéndome fijado primero en cómo se comportaban mis compañeros, no pude resistirme a inclinarme ante la anciana dama y dar gracias a Dios quien, a través de ella, había tenido a bien en su gracia paternal, sacarme de las tinieblas a la luz. Los demás siguieron mi ejemplo y la dama se inclinó.
Cada cual recibió como viático una medalla conmemorativa de oro; había en el anverso una efigie del sol naciente y, en el reverso, si la memoria no me falla, tres letras: D. L. S. 14 Luego nos despidieron exhortándonos a que sirviéramos al prójimo para gloria de Dios y a que mantuviéramos en secreto lo que nos había sido confiado; lo prometimos y nos separamos.
Yo no podía andar bien por culpa de las heridas 15 que me habían hecho las argollas que habían aprisionado mis pies, y cojeaba de ambas piernas. La anciana dama se dio cuenta, se rió, me llamó y me dijo: “Hijo mío, no te entristezcas por esta enfermedad,
recuerda tus flaquezas y da gracias a Dios por permitirte llegar a esa luz elevada pese a tu imperfección, mientras que aún vives en este mundo, sopórtalas en memoria mía”.
En este momento sonaron repentinamente las trompetas y me sobresalté tanto que desperté. Sólo entonces comprendí que había soñado. No obstante, este sueño me impresionó tanto que todavía hoy me inquieta e incluso me parece sentir las llagas en mis
pies.
Fuera como fuera, comprendí que Dios me permitía asistir a unas bodas ocultas y por ello le di gracias, en su divina majestad, en mi piedad filial, y le rogué que conservara en mí siempre su temor, que llenara día a día mi corazón de sabiduría y de inteligencia y que, a pesar de mis escasos méritos, me llevara con su gracia al fin deseado.
Después me preparé para el viaje; me puse mi ropa de lino blanco y me ceñí una cinta de color rojo sangre dispuesta en cruz que pasaba por mis hombros. Até cuatro rosas rojas 16 en mi sombrero, en la seguridad de que todas estas señales iban a servir para que se me distinguiera enseguida entre la multitud. Me alimenté con pan, sal y agua, y posteriormente, siguiendo los consejos de un sabio, me serví útilmente de ellos en varias ocasiones.
Pero antes de salir de la caverna, listo para la marcha y vestido con mi ropa nupcial, me arrodillé y rogué a Dios que permitiera que todo lo que iba a ocurrir sucediera para mi bien; después, le prometí servirme de las revelaciones que me pudieran ser hechas para extender Su nombre y para el bien de mis prójimos, pero no para alcanzar honores y una consideración banal. Una vez formulado este voto, salí de la celda lleno de alegría y también de esperanza.