Prólogo A
A su muy querido hermano el
sacerdote Jerónimo, los obispos Cromacio y Heliodoro, salud en el Señor
Habiendo encontrado, en libros apócrifos, relatos del nacimiento y de la
infancia de la Virgen María y de Nuestro Señor Jesucristo, y, considerando que
dichos escritos contienen muchas cosas contrarias a nuestra fe, juzgamos
prudente rechazarlos de plano, a fin de que, con ocasión del Cristo, no
diésemos motivo de júbilo al Anticristo. Y, mientras nos entregábamos a estas reflexiones,
sobrevinieron dos santos personajes, Parmenio y Virino, y nos informaron de que
tu santidad había descubierto un volumen hebreo, redactado por el
bienaventurado evangelista Mateo, y en el que se referían el nacimiento de la
Virgen Madre y la niñez del Salvador. He aquí por qué, en nombre de Nuestro
Señor Jesucristo, suplicamos de tu benevolencia seas servido de traducir aquel
volumen de la lengua hebrea a la latina, no tanto para hacer valer los títulos
del Cristo, cuanto para desvirtuar la astucia de los herejes. Porque éstos, con
objeto de acreditar sus malvadas doctrinas, han mezclado sus mentiras funestas
con la verdadera y pura historia de la natividad y de la infancia de Jesús,
esperando ocultar la amargura de su muerte, al mostrar la dulzura de su vida.
Harás, pues, una buena obra, acogiendo nuestro ruego, o enviando a tus obispos,
en razón de este deber de caridad que tienes hacia ellos, la respuesta que
juzgues más conveniente a la presente carta. Salud en el Señor, y ora por
nosotros.
B
A los santos y bienaventurados
obispos Cromacio y Heliodoro, Jerónimo, humilde servidor del Cristo, salud en
el Señor El que cava el suelo en un lugar en que presume hay oro, no se lanza
inmediatamente sobre todo lo que la parte de tierra abierta echa a la
superficie, sino que, antes de levantar en su azada el brillante metal, mueve y
remueve los terrones, acuciado por una esperdnza que ningún provecho anima aún.
En tal concepto, ardua labor es la que me habéis encomendado, venerables
obispos, al pedirme dé curso a relatos que el mismo santo apóstol y evangelista
Mateo no quiso publicar. Porque, si no hubiese en esos relatos cosas secretas,
a buen seguro que las hubiese unido al mismo Evangelio que lleva su nombre.
Pero, cuando escribió este opúsculo, lo ocultó bajo el velo de su idioma natal,
y no deseó su divulgación, aunque hoy día su obra, escrita de su puño y letra
en caracteres hebreos, se encuentra en manos de hombres muy religiosos, que, a
través de los tiempos, la han recibido de sus predecesores. Usando de su
derecho de depositarios, no han autorizado nunca a nadie para traducirlo, y se
han limitado a explicar su contenido de diversas maneras. Pero ocurrió que un
maniqueo llamado Leucio, que ha redactado igualmente falsas historias de los
apóstoles, lo sacó a luz, proporcionando así materia, no de edificación, sino
de perdición, y el libro fue aprobado, bajo esta forma, por un sínodo, a cuya
voz ha hecho bien la Iglesia en no prestar oídos. Cesen, por ende, los ultrajes
de los que ladran contra nosotros. No pretendemos añadir a los escritos
canónicos éste de un apóstol y de un evangelista, y lo traducimos tan sólo para
desenmascarar a los herejes. Y aportamos a esta empresa igual cuidado en
cumplir las órdenes de piadosos obispos que en oponernos a la herética
impiedad. Por amor al Cristo, pues, satisfacemos, llenos de confianza, los
deseos y los ruegos de aquellos que, por nuestra obediencia, podrán
familiarizarse con la santa niñez de nuestro Salvador.
c
Otra epístola que se lee al
frente de ciertas ediciones Me pedís mi opinión sobre cierto librito referente
a la natividad de Santa María, que algunos fieles poseen, y quiero que sepáis
que en él se encuentran no pocas falsedades. La causa de ello es haberlo
compuesto un tal Seleuco, autor de varias gestas sobre predicaciones y martirio
de apóstoles. El cual dice verdad en todo lo concerniente a los milagros y a
los prodigios por éstos realizados, pero enseña mentira en lo que a su doctrina
toca, y, además, ha inventado por su cuenta y riesgo muchas cosas que no han
sucedido. Me esforzaré, pues, en traducir el escrito, palabra por palabra, del
hebreo, dado que resulta haber sido el santo evangelista Mateo quien lo Redactó,
y quien lo puso al frente de su Evangelio, bien que ocultándolo bajo el velo de
aquel idioma. Para la exactitud de este detalle, me remito al autor del
prefacio y a la buena fe del escritor.
Porque, aun admitiendo que el
opúsculo sugiera dudas, no afirmaría de un modo absoluto que encierre
falsedades. Pero puedo decir libremente (y ningún fiel, a lo que pienso, me
contradecirá) que, sean verídicos o completamente imaginarios los relatos que
en él se contienen, no deja de ser cierto que la muy santa natividad de María
ha sido precedida de grandes milagros, y seguida de otros no menores. Sentado
lo cual con toda buena. fe, estimo que el libro puede ser leído y creído, sin
peligro para las almas de los que saben que en la omnipotencia de Dios está
hacer esas cosas.
Finalmente, en cuanto mis
recuerdos me lo han permitido, induciéndome a seguir el sentido más que las
palabras, he procurado ora avanzar por la misma ruta del escritor, sin por ello
poner mis pies en la huella de sus pasos, ora volver a la misma ruta por
caminos de travesía. Así he intentadoredactar esta historia, y no diré otra cosa
que lo que en ella está escrito, o lo que hubiera podido lógicamente
escribirse.
D
Otro prólogo
Yo, Jacobo, hijo de José, que
vivo en el temor de Dios, he escrito todo lo que, ante mis ojos, he
visto realizarse en las épocas
de la natividad de la Santa Virgen María por haberme concedido la sabiduría
necesaria para escribir los relatos de su advenimiento, manifestando a las doce
tribus de Israel el cumplimiento de los tiempos mesiánicos.
Vida piadosa de Joaquín
X 1. En aquellos días, había
en Jerusalén un varón llamado Joaquín, de la tribu de Judá. Y era
pastor de sus propias ovejas,
y temía al Altísimo en la sencillez y en la bondad de su corazón. Y no tenía
otro cuidado que el de sus rebaños, que empleaba en alimentar a todos los que,
como él, temían al Altísimo. Y ofrecía presentes dobles a los que trabajaban en
la sabiduría y en el temor de Dios, y presentes simples a los que a éstos
servían. Así, de las ovejas, de los corderos, de la lana y de todo lo que
poseía hacía tres partes. La primera la distribuía entre las viudas, los
huérfanos, los peregrinos y los pobres. La segunda la daba a los que se
consagraban al servicio de Dios y celebraban su culto. Cuanto a la tercera, la
reservaba para sí y para toda su casa.
2. Y, porque obraba de este
modo, Dios multiplicaba sus rebaños, y no había, en todo el pueblo israelita,
nadie que lo igualase en abundancia de reses. Y todo eso comenzó a hacerlo
desde el año quinceno de su edad. Y, cuando llegó a los veinte años, tomó por
esposa a Ana, hija de Isachar y de su propia tribu, es decir, de la raza de
David. Y, a pesar de haber transcurrido otros veinte años, a partir de su
casamiento, no había tenido hijos, ni hijas.
Dolor de Joaquín y de Ana II
1. Y sucedió que, un día de fiesta, Joaquín se encontraba entre los que
tributaban incienso y otras ofrendas al Señor, y él preparaba las suyas. Y,
acercándose un escriba del templo llamadoRubén, le dijo: No puedes continuar
entre los que hacen sacrificios a Dios, porque éste no te ha bendecido, al no
otorgarte una posteridad en Israel. Y, habiendo sufrido esta afrenta en
presencia del pueblo, Joaquín abandonó, llorando, el templo del Señor, y no
volvió a su casa, sino que marchó adonde estaban sus rebaños, y llevó consigo a
sus pastores a las montañas de una comarca lejana, y, durante cinco meses, su
esposa Ana no tuvo ninguna noticia suya.
2. Y la triste lloraba,
diciendo: Señor, Dios muy fuerte y muy poderoso de Israel, después de haberme
negado hijos, ¿por qué me arrebatas también a mi esposo? He aquí que han pasado
cinco meses, y no lo veo. Y no
sé si está muerto, para siquiera darle sepultura. Y, mientras lloraba abundantemente
en el jardín de su casa, y levantaba en su plegaria los ojos al Señor, vio un
nido de gorriones en un laurel, y, entreverando sus palabras de gemidos, se
dirigió a Dios, y le dijo: Señor, Dios omnipotente, que has concedido
posteridad a todas las criaturas, a los animales salvajes, a las bestias de
carga, a las serpientes, a los peces, a los pájaros, y que has hecho quetodos
se regocijen de su progenitura, ¿por qué has excluido a mí sola de los favores
de tu bondad?
Bien sabes, Señor, que, desde
el comienzo de mi matrimonio, hice voto de que, si me dabas un
hijo o una hija, te lo
ofrecería en tu santo templo.
3. Y, a punto de terminar su
clamor dolorido, he aquí que de súbito apareció ante ella un ángel del Señor,
diciéndole: No temas, Ana, porque en el designio de Dios está que salga de ti
un vástago, el cual será objeto de la admiración de todos los siglos hasta el
fin del mundo. Y, no bien pronunció estas palabras, desapareció de delante de
sus ojos. Y ella, temblorosa y llena de pavor, por haber tenido semejante
visión, y por haber oído semejante lenguaje, se echó en el lecho como muerta, y
todo el día y toda la noche permaneció en oración continua y en terror extremo.
4. Al fin, llamó a su sierva,
y le dijo: ¿Cómo, viéndome desolada por mi viudez y abatida por la
angustia, no has venido a
asistirme? Y la sierva le respondió, murmurando: Si Dios ha cerrado tu matriz,
y te ha alejado de tu marido, ¿qué puedo hacer por ti yo? Y, al oír esto, Ana
lloraba más aún.
El ángel guardián de Joaquín.
El encuentro en la Puerta
Dorada III
1. En aquel mismo tiempo, un
joven apareció en las montañas en que Joaquín apacentaba sus rebaños, y le
dijo: ¿Por qué no vuelves al lado de tu esposa? Y Joaquín repuso: Durante
veinte años la he tenido por compañera. Pero ahora, por no haber querido Dios
que ella me diese hijos, he sido expulsado ignominiosamente del templo del
Señor. ¿Cómo volvería al lado suyo, después de haber sido envilecido y despreciado?
Continuaré, pues, aquí con mis ovejas, mientras Dios conceda a mis ojos luz.
Sin embargo, por intermedio de mis servidores, seguiré repartiendo de buen
grado su parte a los pobres, a las viudas, a los huérfanos y a los ministros
del Altísimo.
2. Y, no bien hubo en tal
guisa hablado, el joven le respondió: Soy un ángel de Dios, que ha aparecido
hoy a tu mujer, la cual oraba y lloraba. Yo la consolé, y ella sabe por mí que
ha concebido de ti una hija. esta vivirá en el templo del Señor, y el Espíritu
Santo reposará en ella, y su beatitud será mayor que la de todas las mujeres,
aun de las más santas, de suerte que nadie podrá decir que hubo, ni que habrá,
mujer semejante a ella en este mundo. Baja, pues, de las montañas, y vuelve al
lado de tu esposa, a quien encontrarás encinta, porque Dios ha suscitado progenitura
en ella, y su posteridad será bendita, y Ana misma será bendita y establecida
madre con una eterna bendición.
3. Y Joaquín, adorándolo,
dijo: Si he encontrado gracia ante ti, reposa un instante en mi tienda, y bendíceme,
puesto que soy tu servidor. Y el ángel le contestó: No te llames servidor mío,
pues ambos somos los servidores de un mismo dueño. Mi comida es invisible, y mi
bebida lo es también, para los mortales. Así, no debes invitarme a entrar en tu
tienda, y lo que habrías de darme, ofrécelo en holocausto a Dios. Entonces
Joaquín tomó un cordero sin mancilla, y dijo al ángel: No me hubiera atrevido a
ofrecer un holocausto a Dios, si tu orden no me hubiese dado el poder sacerdotal
de sacrificarlo. Y el ángel le dijo: Tampoco yo te hubiera invitado a
ofrecerlo, si no hubiese conocido la voluntad de Dios. Y ocurrió que, en el
momento en que Joaquín ofrecía su sacrificio a Dios, al mismo tiempo que el
olor del sacrificio, y en cierto modo con su mismo humo, el ángel se elevó
hacia el cielo.
4. Y Joaquín inclinó su faz
contra la tierra, y permaneció así prosternado desde la hora sexta del día hasta
la tarde. Y sus mercenarios y jornaleros llegaron, e, ignorando la causa de su
actitud, se llenaron de temor, y pensaron que quería matarse. Y se acercaron a
él, y no sin esfuerzo lo levantaron. Y, cuando les cantó su visión,
estremecidos de estupor y de sorpresa, lo exhortaron a cumplir sin demora el
mandato del ángel, y a volver prontamente al lado de su esposa. Y, como Joaquín discutiese todavía en su interior sí
debía o no debía volver, lo invadió el sueño, y he aquí que el ángel que le
había aparecido estando despierto, le apareció otra vez mientras dormía, diciéndole:
Yo soy el ángel que Dios te ha dado por guardián. Baja con seguridad, y retorna
cerca de Ana, porque las obras de caridad que tú y tu mujer habéis hecho han
sido proclamadas en presencia del Altísimo, el cual os ha legado una posteridad
tal como ni los profetas ni los santos han tenido, ni tendrán, desde el
comienzo del mundo. Y, cuando Joaquín hubo despertado, llamó a sus pastores, y
les dio a conocer su sueño. Y ellos adoraron al Señor, y dijeron a Joaquín: Guárdate
de resistir más al ángel del Señor. Levántate, partamos, y avancemos
lentamente, haciendo pastar a los rebaños.
5. Y, después de caminar
treinta días, cuando se aproximaban ya a la ciudad, un ángel del Señor apareció
a Ana en oración, diciéndole: Ve a la llamada Puerta Dorada, al encuentro de tu
esposo, que hoy llega. Y ella se apresuró a ir allí con sus siervas, y en pie
se puso a orar delante de la puerta misma. Y aguardé largo tiempo. Y se cansaba
y se desanimaba ya de tan dilatada espera, cuando, levantando los ojos, vio a
Joaquín, que llegaba con sus rebaños. Y corrió a echarle losbrazos al cuello, y
dio gracias a Dios, exclamando: Era viuda, y he aquí que no lo soy. Era
estéril, y he aquí que he concebido. Y hubo gran júbilo entre sus vecinos y
conocidos, y toda la tierra de Israel la felicité por aquella gloria.
María consagrada al templo IV
1. Y nueve meses después, Ana
dio a luz una niña, y llamó su nombre María. Y, destetada que
fue al tercer año, Joaquín y
su esposa Ana se encaminaron juntos al templo, y ofrecieron víctimas al Señor,
y confiaron a la pequeña a la congregación de vírgenes, que pasaban el día y la
noche glorificando a Dios.
2. Y, cuando hubo sido
depositada delante del templo del Señor, subió corriendo las quince gradas, sin
mirar atrás, y sin reclamar la ayuda de sus padres, como hacen de ordinario los
niños. Y este hecho llenó a todo el mundo de sorpresa, hasta el punto de que
los mismos sacerdotes del templo no pudieron contener su admiración.
Gratitud de Ana al Señor V
1. Entonces Ana, llena del
Espíritu Santo, exclamó en presencia de todos:
2. El Señor, Dios de los
ejércitos, ha recordado su palabra, y ha recompensado a su pueblo con su bendita
visita, para humillar a las naciones que se levantaban contra nosotros, y para
que su
corazón se vuelva hacia Él. Ha
abierto sus oídos a nuestras plegarias, y ha hecho cesar los insultos de
nuestros enemigos. La que era estéril, es ahora madre, y ha engendrado la
exaltación y el júbilo en Israel. He aquí que yo podré ofrecer dones al Señor,
y que mis enemigos no podrán ya impedírmelo nunca más. Vuelva el Señor sus
corazones hacia mí, y procúreme una alegría eterna.
Ocupación de María en el
templo.
Origen del saludo «Deo
gracias» VI
1. Y María causaba admiración
a todo el mundo. A la edad de tres años, marchaba con paso tan seguro, hablaba
tan perfectamente, ponía tanto ardor en sus alabanzas a Dios, que se la habría tomado
no por una niña pequeña, sino por una persona mayor, pues recitaba sus
plegarias como si treinta años hubiera tenido. Y su semblante resplandecía como
la nieve, hasta el extremo de que apenas podía mirársela. Y se aplicaba a
trabajar en la lana, y lo que las mujeres adultas no sabían hacer, ella, en
edad tan tierna, lo hacía a perfección.
2. Y se había impuesto la
regla siguiente. Desde el amanecer hasta la hora de tercia, permanecía en
oración. Desde la hora de tercia hasta la de nona, se ocupaba en tejer. A la de
nona, volvía a orar, y no dejaba de hacerlo hasta el momento en que el ángel
del Señor le aparecía, y recibía el alimento de sus manos. En fin, con las
jóvenes de más edad, se instruía tanto, haciendo día por día progresos, en la
práctica de alabar al Señor, que ninguna la precedía en las vísperas, ni era
más sabia que ella en la ley de Dios, ni más humilde, ni más hábil en entonar
los cánticos de David, ni más graciosa en su caridad, ni más pura en su
castidad, ni más perfecta en toda virtud, ni más constante, ni más
inquebrantable, ni más perseverante, ni más adelantada en la realización del bien.
3. Nunca se la vio
encolerizada, ni se la oyó murmurar de nadie. Toda su conversación estaba tan llena
de dulzura, que se reconocía la presencia de Dios en sus labios. Continuamente
se ocupaba en orar y en meditar la ley, y, llena de solicitud por sus
compañeras, se preocupaba de que ninguna pecase ni siquiera en una sola
palabra, de que ninguna alzase demasiado la voz al reír, de que ninguna
injuriase o menospreciase a otra. Bendecía al Señor sin cesar, y, para no
distraerse de loarlo, cuando alguien la saludaba, por respuesta decía: Gracias
sean dadas a Dios. De ahí vino a los hombres la costumbre de contestar: Gracias
sean dadas a Dios, cuando se saludan. A diario comía el alimento que recibía de
manos del ángel, y, cuanto al que le proporcionaban los sacerdotes, lo
distribuía entre los necesitados. A menudo se veía a los ángeles conversar con
ella, y obedecerla con el afecto de verdaderos amigos. Y, si algún enfermo la
tocaba, inmediatamente volvía curado a su casa.
Mérito de la castidad VII
1. Entonces el sacerdote
Abiathar ofreció presentes considerables a los pontífices, para obtener de
ellos que María se casase con un hijo suyo. Pero María los rechazó, diciendo:
Es imposible que yo conozca varón, ni que un varón me conozca. Los pontífices y
todos sus parientes trataron de disuadirla de su resolución, insinuándole que
se honra a Dios por los hijos, y se lo adora con la creación de progenitura, y
que así había sido siempre en Israel. Pero María les respondió: Se honra a Dios
por la castidad, ante todo, como es muy fácil probar.
2. Porque, antes de Abel, no
hubo ningún justo entre los hombres, y aquél fue agradable a Dios por su
ofrenda, y muerto por el que había desagradado al Altísimo. Y recibió dos
coronas, la de su ofrenda y la de su virginidad, puesto que había evitado
continuamente toda man-cilla en su carne.
De igual modo, Elías fue
transportado al cielo en su cuerpo mortal, por haber conservado intacta su pureza.
Cuanto a mí, he aprendido en el templo, desde mi infancia, que una virgen puede
ser grata a Dios. He aquí por qué he resuelto en mi corazón no pertenecer jamás
a hombre alguno.
La guarda de María VIII
1. Y María llegó a los catorce
años, y ello dio ocasión a los fariseos para recordar que, conforme a la
tradición, no podía una mujer continuar viviendo en el templo de Dios. Entonces
se resolvió enviar un heraldo a todas las tribus de Israel, a fin de que, en el
término de tres días, se reuniesen todos en el templo. Y, cuando todos se
congregaron, Abiathar, el Gran Sacerdote, se levantó, y subió a lo alto de las
gradas, a fin de que pudiese verlo y oírlo todo el pueblo. Y, habiéndose hecho
un gran silencio, dijo: Escuchadme, hijos de Israel, y atended a mis palabras. Desde
que el templo fue construido por Salomón, moran en él vírgenes, hijas de reyes,
de profetas, de sacerdotes, de pontífices, y estas vírgenes han sido grandes y
admirables. Sin embargo, no bien llegaban a la edad núbil, seguían la costumbre
de nuestros antepasados, y tomaban esposo, agradando así a Dios. Ünicamente
María ha encontrado un nuevo modo de agradarle, prometiéndole que se
conservaría siempre virgen. Me parece, pues, que, interrogando a Dios, y pidiéndole
su respuesta, podemos saber a quién habremos de darla en guarda.
2. Toda la asamblea aprobó
este discurso. Y los sacerdotes echaron suertes entre las doce tribus, yla
suerte recayó sobre la tribu de Judá. Y el Gran Sacerdote dijo: Mañana, venga
todo el que esté viudo en esa tribu, y traiga una vara en la mano. Y José hubo
de ir con los jóvenes, llevando también su vara. Y, cuando todos hubieron
entregado sus varas al Gran Sacerdote, éste ofreció un sacrificio a Dios, y lo
interrogó sobre el caso. Y el Señor le dijo: Coloca las varas en el Santo de
los Santos, y que permanezcan allí. Y ordena a esos hombres que vuelvan mañana
aquí, y que recuperen sus varas. Y de la extremidad de una de ellas saldrá una
paloma, que volará hacia el cielo, y aquel en cuya vara se cumpla este prodigio
será el designado para guardar a María. 3. Y, al día siguiente, todos de nuevo
se congregaron, y, después de haber ofrecido incienso, el Pontífice entró en el
Santo de los Santos, y presentó las varas. Y, úna vez estuvieron todas distribuidas,
se vio que no salía la paloma de ninguna de ellas. Y Abiathar se revistió con
el traje de las doce campanillas y con los hábitos sacerdotales, y, entrando en
el Santo de los Santos, encendió el fuego del sacrificio. Y, mientras oraba, un
ángel le apareció, diciéndole: Hay aquí una vara muy pequeña, con la que no has
contado, a pesar de haberla depositado con las otras.
Cuando la hayas devuelto a su
dueño, verás presentarse en ella la señal que se te indicó. Y la vara era la de
José, quien, considerándose descartado, por ser viejo, y temiendo verse
obligado a recibir a la joven, no habían querido reclamar su vara. Y, como se
mantuviese humildemente en último término, Abiathar le gritó a gran voz: Ven y
toma tu vara, que es a ti a quien se espera. Y José avanzó temblando, por el
fuerte acento con que lo llamara el Gran Sacerdote. Y, apenas hubo tendido la
mano, para tomar su vara, de la extremidad de ésta surgió de pronto una paloma
más blanca que la nieve y extremadamente bella, la cual, después de haber
volado algún tiempo en lo alto del templo, se perdió en el espacio.
4. Entonces todo el pueblo
felicitó al anciano, diciéndole: Feliz eres en tu vejez, pues Dios te ha
designado como digno de
recibir a María. Y los sacerdotes le dijeron: Tómala, puesto que has sido elegido
por el Señor en toda la tribu de Judá. Pero José empezó a prosternarse,
suplicante, y les dijo con timidez: Soy viejo, y tengo hijos. ¿Por qué me
confiáis a esta joven? Y el Gran Sacerdote le dijo: Recuerda, José, cómo
perecieron Dathan, Abirón y Coré, por haber despreciado la voluntad del
Altísimo, y teme no te suceda igual, si no acatas su orden. Y José le dijo: En
verdad, no menosprecio la voluntad del Altísimo, y seré el guardián de la
muchacha hasta el día en que el mismo Dios me haga saber cuál de mis hijos ha
de tomarla por esposa. Entretanto, dénselealgunas vírgenes de entre sus
campaneras, con las cuales more. Y Abiathar repuso: Se le daránvírgenes, para
su consuelo, hasta que llegue el día fijado para que tú la recibas, porque no
podrácasarse con ningún otro que contigo.
5. Y José tomó a María con
otras cinco doncellas, que habían de habitar con ella en su casa. Y las doncellas
eran Rebeca, Sefora, Susana, Abigea y Zahel, a las cuales los sacerdotes dieron
seda, lino, jacinto, violeta, escarlata y púrpura. Y echaron suertes entre
ellas, para saber lo en que cada una trabajaría, y a María le tocó la púrpura
destinada al velo del templo del Señor. Y, al tomarla, las otras le dijeron:
Eres la más joven de todas, y, sin embargo, has merecido obtener la púrpura. Y,
después de decir esto, empezaron a llamarla, por burla, la reina de las
vírgenes. Pero, apenas acabaron de hablar así, un ángel del Señor apareció en
medio de ellas, y exclamó: Vuestro apodo no será un apodo sarcástico, sino una
profecía muy verdadera. Y las jóvenes quedaron mudas de terror, ante la
presencia del ángel y sus palabras, y suplicaron a María que las perdonase, y
que rogase por ellas.
La anuncíación IX
1. Al día siguiente, mientras
María se encontraba en la fuente, llenando su cántaro, un ángel del Señor le
apareció, y le dijo: Bienaventurada eres, María, porque has preparado en tu
seno unsantuario para el Señor. Y he aquí que vendrá una luz del cielo a
habitar en ti, y, por ti, irradiará sobre el mundo entero.
2. Y, al tercer día, mientras
tejía la púrpura con sus manos, se le presentó un joven de inenarrable belleza.
Al verlo, María quedó sobrecogida de temor, y se puso a temblar. Pero el
visitante le dijo: No temas, ni tiembles, María, porque has encontrado gracia a
los ojos de Dios, y de Sl concebirás un rey, que dominará no sólo en la tierra,
sino que también en los cielos, y que prevalecerá por los siglos de los siglos.
Vuelta de José X
1. Y, en tanto que ocurría
todo esto, José, que era carpintero, estaba en Capernaum, al borde del mar,
ocupado en sus trabajos. Y permaneció allí nueve meses. Y, vuelto a su casa,
encontró a María encinta. Y todos sus miembros se estremecieron, y, en su
desesperación, exclamó: Señor Dios, recibe mi alma, porque más vale morir que
vivir. Y las jóvenes que con María estaban learguyeron: ¿Qué dices, José?
Nosotras sabemos que ningún hombre la ha tocado, y que su virginidad continúa
íntegra, intacta e inmaculada. Porque ha tenido por guardián a Dios, y ha permanecido
siempre orando con nosotras. A diario un ángel conversa con ella, y a diario
recibe su alimento de manos de ese ángel. ¿Cómo podría existir un solo pecado
en ella? Y, si quieres que te declaremos nuestras sospechas, nadie la ha puesto
encinta, si no es el ángel de Dios.
2. Pero José dijo: ¿Por qué
queréis embrollarme, haciéndome creer que quien se ha unido a ella es un ángel
de Dios? ¿No parece más seguro que un hombre haya fingido ser un ángel de Dios,
y la haya engañado? Y, al decir esto, lloraba y exclamaba: ¿Con qué cara me
presentaré en el templo del Señor? ¿Cómo osaré mirar a los sacerdotes? ¿Qué
haré? Y, mientras hablaba así, pensaba en esconderse, y en abandonarla.
José confortado por un ángel XI
1. Y ya había decidido
levantarse en la noche, y huir, para habitar en un lugar oculto, cuando,
aquella misma noche, le
apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: José, hijo de David,
no temas recibir a María tu
mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y parirá un
hijo, que será llamado Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados.
2. Y, desvanecido el sueño,
José se levantó, dando gracias a su Dios, y habló a María y a las vírgenes que
estaban con ella, y les contó su visión. Y, consolado con respecto a María,
dijo: He
pecado, por haber abrigado
sospecha contra ti.
La prueba del agua
XII 1. Tras esto, se extendió
la nueva de que María estaba encinta. Y José fue conducido ante el
Gran Sacerdote por los
servidores del templo, y aquél, con los demás sacerdotes, lo colmó de
reproches, diciéndole: ¿Por
qué has seducido a una doncella de tanto mérito, que los ángeles de Dios han
nutrido en el templo como una paloma, que no quiso nunca ni aun ver a un
hombre, y que estaba tan instruida en la ley de Dios? Si tú no la hubieses
violentado, ella permanecería virgen hasta ahora. Pero José juraba que nunca la
había tocado. Entonces el Gran Sacerdote Abiathar ledijo: Por vida de Dios, yo
te haré beber el agua de la bebida del Señor, y en el acto tu pecado será demostrado.
2. Entonces todo Israel se
reunió en una muchedumbre innumerable, y también María fue conducida al templo
del Señor. Y los sacerdotes y los parientes de María le decían, llorando: Confiesa
tu pecado a los sacerdotes, tú que eras como una paloma en el templo de Dios, y
que recibías tu alimento de la mano de un ángel. José fue llevado al altar. Y
se le dio el agua de la bebida del Señor. Si un hombre, después de haber
mentido, la probaba, y daba siete veces la
vuelta al altar, Dios ponía
alguna señal sobre su rostro. Y, cuando hubo bebido reposadamente, y dado siete
vueltas al altar, ningún signo de pecado apareció en su cara. Entonces, todos
los sacerdotes y los servidores del templo y la multitud proclamaron su virtud,
diciendo: Feliz eres, porque en ti no se ha hallado falta.
3. Y, llamando a María, le
dijeron: Pero tú, ¿qué disculpa podrías dar? ¿Y qué mayor signo podría mostrarse
en ti que ese embarazo que te traiciona? Sólo te pedimos que digas quién te ha seducido,
ya que José está puro de toda relación contigo. Más te valdrá confesar tu
pecado que dejar que la cólera de Dios te marque con su signo ante todo el
pueblo. Empero María les dijo con firmeza y sin temblar: Si hay alguna mancha o
pecado o concupiscencia impura en mí, que Dios me designe a la faz de todos los
pueblos, para que yo sirva a todos de ejemplo saludable. Y se aproximó
confiadamente al altar del Señor, y bebió el agua de la bebida del Señor, y dio
las siete vueltas al altar, y no se vio en ella ninguna marca.
4. Y, como todo el pueblo
estaba lleno de estupor y de duda, viendo el embarazo de María, sin que signo
de impureza apareciese en su rostro, se elevó entre la muchedumbre un gran
vocerío de palabras contradictorias. Unos loaban su santidad, al paso que otros
la acusaban. Entonces María, advirtiendo que el pueblo no estimaba su
justificación completa, dijo con clara voz, para ser entendida de todos: Por la
vida del Señor, Dios de los Ejércitos, en cuya presencia me hallo, que yo no he
conocido ningún hombre, y más que no lo debo conocer, porque desde mi infancia
he tomado esa resolución. Y desde mi infancia he hecho a Dios el voto de
permanecer pura para que me ha creado, y así quiero vivir para Él solo, y para
Él solo permanecer sin mácula mientras exista.
5. Entonces todos la
abrazaron, pidiéndole que perdonase sus maliciosas sospechas. Y todo el
pueblo y los sacerdotes y
todas las vírgenes la llevaron a su casa, regocijados, gritando y diciendo: Bendito
sea el nombre del Señor, porque ha manifestado tu santidad a todo el pueblo de
Israel.
Visión de los dos pueblos.
Nacimiento de Jesús en la
gruta.
Testimonio de los pastores XIII
1. Y ocurrió, algún tiempo más
tarde, que un edicto de César Augusto obligó a cada uno a empadronarse en su
patria. Y este primer censo fue hecho por Cirino, gobernador de Siria. José, pues,
se vio obligado a partir con María para Bethlehem, porque él era de ese país, y
María era de la tribu de Judá, de la casa y patria de David. Y, según José y
María iban por el camino que conduce a Bethlehem, dijo María a José: Veo ante
mí dos pueblos, uno que llora, y otro que se regocija. Mas José le respondió:
Estáte sentada y sosténte sobre tu montura, y no digas palabras inútiles.
Entonces un hermoso niño, vestido con un traje magnífico, apareció ante ellos,
y dijo a José: ¿Por qué has llamado inútiles las palabras qúe María ha dicho de
esos dos pueblos? Ella ha visto al pueblo judío llorar, por haberse alejado de
su Dios, y al pueblo de los gentiles alegrarse, por haberse aproximado al
Señor, según la promesa hecha a nuestros padres, puesto que ha llegado el
tiempo en que todas las naciones deben ser benditas en la posteridad de
Abraham.
2. Dichas estas palabras, el
ángel hizo parar la bestia, por cuanto se acercaba el instante del
alumbramiento, y dijo a María
que se apease, y que entrase en una gruta subterránea en la que no había luz
alguna, porque la claridad del día no penetraba nunca allí. Pero, al entrar
María, toda lagruta se iluminó y resplandeció, como si el sol la hubiera
invadido, y fuese la hora sexta del día, y mientras María estuvo en la caverna,
ésta permaneció iluminada, día y noche, por aquel resplandor divino. Y ella
trajo al mundo un hijo que los ángeles rodearon desde que nació, diciendo:
Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena
voluntad.
3. Y José había ido a buscar
comadronas. Mas, cuando estuvo de vuelta en la gruta, María había ya parido a
su hijo. Y José le dijo: Te he traído dos comadronas, Zelomi y Salomé, mas no
osan entrar en la gruta a causa de esta luz demasiado viva. Y María, oyéndola,
sonrió. Pero José le dijo: No sonrías,
antes sé prudente, por si tienes necesidad de algún remedio. Entonces hizo
entrar a una de ellas. Y Zelomi, habiendo entrado, dijo a María: Permíteme que
te toque. Y, habiéndolo permitido María la comadrona dio un gran grito y dijo:
Señor, Señor, ten piedad de mí. He aquí lo que yo nunca he oído, ni supuesto,
pues sus pechos están llenos de leche, y ha parido un niño, y continúa virgen.
El nacimiento no ha sido maculado por ninguna efusión de sangre, y el parto se
ha producido sin dolor. Virgen ha concebido, virgen ha parido, y virgen
permanece.
4. Oyendo estas palabras, la
otra comadrona, llamada Salomé, dijo: Yo no puedo creer eso que
oigo, a no asegurarme por mí
misma. Y Salomé, entrando, dijo a Maria: Permíteme tocarte, y
asegurarme de que lo que ha
dicho Zelomi es verdad. Y, como María le diese permiso, Salomé
adelanté la mano. Y al
tocarla, súbitamente su mano se secó, y de dolor se puso a llorar amargamente,
y a desesperarse, y a gritar: Señor, tú sabes que siempre te he temido, que he
atendido a los pobres sin
pedir nada en cambio, que nada he admitido de la viuda o del huérfano, y que
nunca he despachado a un menesteroso con las manos vacías. Y he aquí que hoy me
veo desgraciada por mi incredulidad, y por dudar de vuestra virgen.
5. Y, hablando ella así, un
joven de gran belleza apareció a su lado, y la dijo: Aproxímate al niño, adóralo,
tócalo con tu mano, y él te curará, porque es el Salvador del mundo y de
cuantos esperan en él. Y tan pronto como ella se acercó al niño, y lo adoró, y
tocó los lienzos en que estaba envuelto, su mano fue curada. Y, saliendo fuera,
se puso a proclamar a grandes voces los prodigios que había visto y
experimentado, y cómo había sido curada, y muchos creyeron en sus palabras.
6. Porque unos pastores
afirmaban a su vez que habían visto a medianoche ángeles cantando un himno,
loando y bendiciendo al Dios del cielo, y diciendo que el Salvador de todos, el
Cristo, habíanacido, y que en él debía Israel encontrar su salvación.
7. Y una gran estrella
brillaba encima de la gruta, de la tarde a la mañana, y nunca, desde el principio
del mundo, se había visto una tan grande. Y los profetas que estaban en
Jerusalén decían que esa estrella indicaba el nacimiento del Cristo, el cual
debía cumplir las promesas hechas, no sólo a Israel, sino a todas las naciones.
El buey y el asno del pesebre XIV
1. El tercer día después del
nacimiento del Señor, María salió de la gruta, y entró en unestablo, y deposité
al niño en el pesebre, y el buey y el asno lo adoraron. Entonces se cumplió lo que
había anunciado el profeta Isaías: El buey ha conocido a su dueño y el asno el
pesebre de su
señor.
2. Y estos mismos animales,
que tenían al niño entre ellos, lo adoraban sin cesar. Entonces se
cumplió lo que se dijo por
boca del profeta Habacuc: Te manifestarás entre dos animales. Y José y María
permanecieron en este sitio con el niño durante tres días.
La circuncisión XV
1. El sexto día entraron en
Bethlehem, donde pasaron el séptimo día. El octavo, circuncidaron al niño, y lo
llamaron Jesús, como lo había denominado el ángel antes de su concepción.
Cuando se cumplieron, según la ley de Moisés, los días de la purificación de
María, José condujo al niño al templo del Señor. Y, como el niño había sido
circunciso, ofrecieron por él dos tórtolas y dos pichones.
2. Y había en el templo un
hombre de Dios, perfecto y justo, llamado Simeón, y de edad de ciento doce
años. Y el Señor le había hecho saber que no moriría sin haber visto al Cristo,
hijo de Dios encarnado. Cuando hubo visto al niño, gritó en alta voz: Dios ha
visitado a su pueblo y el Señor ha cumplido su promesa. Y adoró al niño. Luego,
tomándolo en su manto, lo adoró otra vez, y le besó los pies, diciendo: Ahora,
Señor, deja partir a tu servidor en paz, según tu promesa, puesto que mis ojos
han visto tu salvación, que has preparado a la faz de todos los pueblos: luz
que debe disipar las tinieblas de las naciones, e ilustrar a Israel, tu pueblo.
3. Había también en el templo
del Señor una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que
había vivido con su marido siete años después de su virginidad, y que era viuda
hacía ochenta y cuatro años. Nunca se había alejado del templo del Señor,
entregándose siempre a la oración y al ayuno. Y, acercándose, adoró al niño, y
proclamó que era la redención del siglo.
Visita de los magos XVI
1. Y, transcurridos dos años,
vinieron de Oriente a Jerusalén unos magos, que traían consigo grandes
ofrendas, y que interrogaron a los judíos, diciéndoles: ¿Dónde está el rey que
os ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente, y venimos a adorarlo.
Y la nueva llegó al rey
Herodes, y lo asustó tanto,
que consultó a los escribas, a los fariseos y a los doctores del pueblo para
saber por ellos dónde habían anunciado los profetas que debía nacer el Cristo.
Y ellos respondieron: En Bethlehem de Judea. Porque está escrito: Y tu,
Bethlehem, tierra de Judá, no eres la menor entre las ciudades de Judá, porque
de ti debe salir el jefe que regirá a Israel, mipueblo. Entonces el rey Herodes
llamó a los magos, e inquirió de ellos el tiempo en que la estrella había
aparecido. Y los envió a Bethlehem, diciéndoles: Id, e informaos exactamente
del niño, y, cuando lo hayáis encontrado, anunciádmelo, a fin de que yo también
lo adore.
2. Y, al dirigirse los magos a
Bethlehem, la estrella les apareció en el camino, como para servirles de guía,
hasta que llegaron adonde estaba el niño. Y los magos, al divisar la estrella,
se llenaron de alegría, y, entrando en su casa, vieron al niño Jesús, que
reposaba en el seno de su madre.
Entonces descubrieron sus
tesoros, e hicieron a María y a José muy ricos presentes. Al niño mismo cada
uno le ofreció una pieza de oro. Después, uno ofreció oro, otro incienso y otro
mirra. Y, como quisieran volver a Herodes, un ángel les advirtió en sueños que
no hiciesen tal. Adoraron, pues, al niño con alegría extrema, y volvieron a su
país por otro camino.
Degollación de los inocentes VII
1. Viendo el rey Herodes que
había sido burlado por los magos, ardió en cólera, y envió gentes para que los
capturaran y los mataran. Y, no habiéndolos apresado, ordenó degollar en Bethlehem
a todos los niños de dos años para abajo, según el tiempo que había inquirido
de losmagos.
2. Pero la víspera del día en
que esto tuvo lugar, José fue advertido en sueños por un ángel del
Señor, que le dijo: Toma a
María y al niño, y dirígete a Egipto por el camino del desierto. Y José
partió, siguiendo las palabras
del ángel.
Jesús y los dragones XVIII
1. Habiendo llegado a una
gruta, y queriendo reposar allí, María descendió de su montura, y se sentó,
teniendo a Jesús en sus rodillas. Tres muchachos hacían ruta con José, y una
joven con
María. Y he aquí que de pronto
salió de la gruta una multitud de dragones, y, a su vista, los niños lanzaron
gritos de espanto. Entonces Jesús, descendiendo de las rodillas de su madre, se
puso en pie delante de los dragones, y éstos lo adoraron, y se fueron. Y así se
cumplió la profecía de David: Alabad al Señor sobre la tierra, vosotros, los
dragones y todos los abismos.
2. Y el niño Jesús, andando
delante de ellos, les ordenó no hacer mal a los hombres. Pero José y María
temían que el niño fuese herido por los dragones. Y Jesús les dijo: No temáis,
y no me miréis como un niño, porque yo he sido siempre un hombre hecho, y es
preciso que todas las bestias de los bosques se amansen ante mi.
Los leones guían la caravana XIX
1. Igualmente los leones y los
leopardos lo adoraban, y los acompañaban en el desierto. Por
doquiera que iban José y
María, ellos los precedían, señalaban la ruta, e, inclinando sus cabezas, reverenciaban
a Jesús. El primer día que María vio venir leones y toda clase de fieras hacia
ella, tuvo gran temor. Pero el niño Jesús, mirándola alegremente, le dijo: No
temas nada, madre mía,que no es por hacerte mal, sino para obedecerte, por lo
que vienen a tu alrededor. Y, con estas palabras, disipó todo temor del corazón
de Maria.
2. Los leones hacían camino
con ellos y con los bueyes y los asnos y las bestias de carga que llevaban los
equipajes, y no les causaban ningún mal, sino que marchaban con toda dulzura
entre los corderos y las ovejas que José y María habían llevado de Judea, y que
conservaban con ellos.
Y andaban también por entre
los lobos, y nadie sufría ningún mal. Entonces se cumplió lo que había dicho el
profeta: Los lobos pacerán con los corderos, y el león y el buey comerán la
misma paja. Porque había dos bueyes y una carreta en la que iban los objetos
necesarios, y los leones los dirigían en su marcha.
Milagro de la palmera XX
1. Y ocurrió que, al tercer
día de su viaje, María estaba fatigada en el desierto por el ardor del sol, y,
viendo una palmera, dijo a José: Voy a descansar un poco a su sombra. Y José la
condujo hasta la palmera, y la hizo apearse de su montura. Cuando María estuvo
sentada, levantó los ojos a la palmera, y, viendo que estaba cargada de frutos,
dijo a José: Yo quisiera, si fuese posible, probar los frutos de esta palmera.
Y José le dijo: Me sorprende que hables así, viendo la altura de ese árbol, y
que pienses en comer sus frutos. Lo que a mí me preocupa es la falta de agua,
pues ya no queda en nuestros odres, y no tenemos para nosotros, ni para
nuestros animales.
2. Entonces el niño Jesús, que
descansaba, con la figura serena y puesto sobre las rodillas de su
madre, dijo a la palmera:
Arbol, inclínate, y alimenta a mi madre con tus frutos. Y a estas palabras la
palmera inclinó su copa hasta los pies de María, y arrancaron frutos con que
hicieron todos refacción. Y, no bien hubieron comido, el árbol siguió
inclinado, esperando para erguirse la orden del que lo había hecho inclinarse.
Entonces le dijo Jesús: Yérguete, palmera, recobra tu fuerza, y sé la compañera
de los árboles que hay en el paraíso de mi Padre. Descubre con tus raíces el manantial
que corre bajo tierra, y haz que brote agua bastante para apagar nuestra sed. Y
en seguida el árbol se enderezó, y de entre sus raíces brotaron hilos de un
agua muy clara, muy fresca y de una extremada dulzura. Y, viendo aquel agua,
todos se regocijaron, y bebieron, ellos y todas las bestias de carga, y dieron
gracias a Dios.
La palma de la victoria XXI
1. A la mañana siguiente,
partieron, y, en el momento en que se ponían en camino, Jesús se volvió hacia
la palmera y dijo: Yo te concedo, palmera, el privilegio de que una de tus
ramas sea llevada por mis ángeles y plantada en el paraíso de mi Padre. Te
quiero conferir este favor, para que se diga a aquellos que hayan vencido en
cualquier lucha: Has obtenido la palma de la victoria.
Y, mientras decía esto, he
aquí que un ángel del Señor apareció sobre la palmera, y, tomando una de sus
ramas, voló hacia el cielo con ella en la mano.
2. Y, viendo tal, todos
cayeron de hinojos, y quedaron como muertos. Mas Jesús les dijo: ¿Por qué ha
invadido el temor vuestros corazones? ¿Ignoráis que esa palmera que he hecho
transportar al paraíso será dispuesta para todos los santos en un lugar de
delicias, como ha sido preparada para vosotros en este desierto? Y todos se
levantaron llenos de alegría.
Los ídolos de Sotina
XXII 1. Y, según caminaban,
José dijo a Jesús: Señor, el calor nos abruma. Tomemos, si quieres,
el camino cercano al mar, para
poder reposar en las ciudades de la costa. Jesús le respondió: No temas nada,
José, que yo abreviaré nuestra ruta, de suerte que la distancia que habíamos de
recorrer en treinta días la franqueemos en esta sola jornada. Y, mientras
hablaban así, he aquí que, mirando ante ellos, divisaron las montañas y las
ciudades de Egipto.
2. Alegremente entraron en el
territorio de Hermópolis y llegaron a una ciudad denominada Sotina, y, como no
conocían a nadie que hubiese podido darles hospitalidad, penetraron en un
templo que se llamaba el capitolio de Egipto. Y en este templo había
trescientos sesenta y cinco ídolos, a quienes se rendían a diario honores
divinos con ceremonias sacrílegas.
Cumplimiento de una profecía
de Isaías XXIII
1. Pero ocurrió que, cuando la
bienaventurada María, con el niño, entró en el templo, todos los ídolos cayeron
por tierra, cara al suelo y hechos pedazos, y así revelaron que no eran nada.
2. Ernonces se cumplió lo que
había dicho el profeta Isaías: He aquí que el Señor vendrá sobre una nube
ligera, y entrará en Egipto, y todas las obras de la mano de los egipcios
temblarán ante su faz.
Afrodisio adora a Jesús XXIV
1. Y, anunciada la nueva a
Afrodisio, gobernador de la ciudad, éste vino al templo con todas
sus tropas. Y, al verlo
acudir, los pontífices del templo esperaban que castigase a los que habían causado
la caída de los dioses.
2. Pero, entrando en el
templo, cuando vio a todos los ídolos caídos de cara al suelo, se acercó a María,
y adoró al niño, que ella llevaba sobre su seno, y, cuando lo hubo adorado, se
dirigió a su ejército y a sus amigos, diciendo: Si éste no fuera el Dios de
nuestros dioses, éstos no se prosternarían ante él, por lo que atestiguan
tácitamente que es su Señor. Conque, si nosotros no hacemos prudentemente lo
que vemos hacer a nuestros dioses, correremos el riesgo de atraer su indignación
y de perecer, como ocurrió al Faraón de Egipto, que, por no rendirse a grandes prodigios,
fue ahogado en el mar con todo su ejército. Entonces, por Jesucristo, todo el
pueblo deaquella ciudad creyó en el Señor Dios.
Regreso de Egipto a Judea XXV
1. Poco tiempo más tarde, el
ángel dijo a José:
2. Vuelve al país de Judá,
pues muertos son los que querían la vida del niño.
Juegos del niño Jesús XXVI
1. Después de su vuelta de
Egipto, y estando en Galilea, Jesús, que entraba ya en el cuarto año de su
edad, jugaba un día de sábado con los niños a la orilla del Jordán. Estando
sentado, Jesús hizo con la azada siete pequeñas lagunas, a las que dirigió
varios pequeños surcos, por los que el agua del río iba y venía. Entonces uno
de los niños, hijo del diablo, obstruyó por envidia las salidas del agua, y
destruyó lo que Jesús había hecho. Y Jesús le dijo: ¡Sea la desgracia sobre ti,
hijo de la muerte, hijo de Satán! ¿Cómo te atreves a destruir las obras que yo
hago? Y el que aquello había hecho murio.
2. Y los padres del difunto
alzaron tumultuosamente la voz contra José y María, diciendo: Vuestro hijo ha
maldecido al nuestro, y éste ha muerto. Y, cuando José y María los oyeron,
fueron en seguida cerca de Jesús, a causa de las quejas de los padres, y de que
se reunían los judíos. Pero José dijo en secreto a María: Yo no me atrevo a
hablarle, pero tú adviértelo y dile: ¿Por qué has provocado contra nosotros el
odio del pueblo y nos has abrumado con la cólera de los hombres? Ysu madre fue
a él, y le rogó, diciendo: Señor, ¿qué ha hecho ese niño para morir? Pero él respondió:
Merecía la muerte, porque había destruido las obras que yo hice.
3. Y su madre le insistía,
diciendo: No permitas, Señor, que todos se levanten contra nosotros. Y él, no
queriendo afligir a su madre, tocó con el pie derecho la pierna del muerto, y
le dijo: Levántate, hijo de la iniquidad, que no eres digno de entrar en el
reposo de mi Padre, porque has destruido las obras que yo he hecho. Entonces,
el que estaba muerto, se levantó, y se fue. Y Jesús, por su potencia, condujo
el agua por unos surcos a las pequeñas lagunas.
Los gorriones de Jesús XXVII
1. Después de esto, Jesús tomó
el barro de los hoyos que había hecho y, a la vista de todos, fabricó doce
pajarillos. Era el día del sábado, y había muchos niños con él. Y, como uno de.
los judíos hubiese visto lo que hacía, dijo a José: ¿No estás viendo al niño
Jesús trabajar el sábado, lo que no está permitido? Ha hecho doce pajarillos
con su herramienta. José reprendió a Jesús, diciéndole: ¿Por qué haces en
sábado lo que no nos está permitido hacer? Pero Jesús, oyendo a José, batió sus
manos y dijo a los pájaros: Volad. Y a esta orden volaron, y, mientras todos
oían y miraban, él dijo a las aves: Id y volad por el mundo y por todo el
universo, y vivid.
2. Y los asistentes, viendo
tales prodigios, quedaron llenos de gran asombro. Unos lo admiraban y lo
alababan, mas otros lo criticaban. Y algunos fueron a buscar a los príncipes de
los sacerdotes y a los jefes de los fariseos, y les contaron que Jesús, hijo de
José, en presencia de todo el pueblo de Israel, había hecho grandes prodigios,
y revelado un gran poder. Y esto se relató en las doce tribus de Israel.
Muerte del hijo de Anás XXVIII
1. Y otra vez un hijo de Anás,
sacerdote del templo, que había venido con José, y que llevaba en la mano una
vara, destruyó con ella, lleno de cólera y en presencia de todos, los pequeños
estanques que Jesús había hecho, y esparció el agua que Jesús había conducido,
y destruyó los surcos por donde venía.
2. Y Jesús, viendo esto, dijo
a aquel muchacho que había destruido su obra: Grano execrable de iniquidad,
hijo de la muerte, oficina de Satán, a buen seguro que el fruto de tu semilla
quedará sin fuerza, tus raíces sin humedad, tus ramas áridas y sin sazonar. Y
en seguida, en presencia detodos, el niño se desecó, y murió.
Castigo de los hijos de Satán XXIX
1. Entonces José se espantó, y
llevó a Jesús y a su madre a casa.
2. Y he aquí que un niño,
también agente de iniquidad, corriendo a su encuentro, se arrojó sobre un hombro
de Jesús, por burlarse de él, o por hacerle daño, si podía. Pero Jesús le dijo:
No volverás sano y salvo del camino que haces. Y en seguida el niño feneció. Y
los padres del muerto, que habían visto lo que pasara, dieron gritos, diciendo:
¿Dónde ha nacido ese niño? Manifiesta que toda palabra que dice es verdadera, y
aun a menudo se cumple antes de que la pronuncie. Y se acercaron a José, y le
dijeron: Conduce a Jesús fuera de aquí, porque no puede habitar con nosotros en
esta población. O, a lo menos, enséñale a bendecir, y no a maldecir. Y José fue
a Jesús y le dijo: ¿Por qué obras así? Muchos tienen ya quejas de ti, y nos
odian por tu causa, y por ti sufrimos vejaciones de las gentes. Mas Jesús,
respondiendo a José, dijo: No hay más hijo prudente que aquel a quien su padre
ha instruido siguiendo la ciencia de este tiempo, y la maldición de su padre no
daña a nadie, sino a los que hacen el mal.
3. Entonces las gentes se
amotinaron contra Jesús, y lo acusaron ante su padre. Y, cuando José
vio aquello, se asustó mucho,
temiendo un acceso de violencia y una sedición en el pueblo de
Israel. En aquel momento,
Jesús tomó por la oreja al niño que había muerto, y lo alzó de tierra en presencia
de todos. Y se vio entonces a Jesús conversar con él, como un padre con su
hijo. Y el espíritu del niño volvió en sí, y se reanimó, y todos quedaron
llenos de sorpresa.
Zaquías XXX
1. Un maestro judío, llamado
Zaquías, habiendo oído asegurar de Jesús que poseía una sabiduría más que eminente,
concibió propósitos intemperantes e inconsiderados contra José, a quien dijo:
¿No quieres confiarme a tu hijo, para que lo instruya en la ciencia humana y en
la religión? Pero bien veo que tú y María preferís vuestro hijo a las
tradiciones de los ancianos del pueblo. Deberíais respetar más a los sacerdotes
de la Sinagoga de Israel, y cuidar de que vuestro hijo compartiese con los
otros niños una afección mutua, y de que se instruyese, al lado de ellos, en la
doctrina judaica.
2. José respondió diciendo: ¿Y
quién es el que podrá guardar e instruir a ese niño? Mas, si tú quieres
hacerlo, nosotros no nos oponemos en modo alguno a que lo ilustres en todo
aquello que los hombres enseñan. Habiendo oído Jesús las palabras de Zaquías,
le respondió, y le dijo:
Maestro de la ley, a un hombre
como tú, le conviene parar en todo lo que acabas de decir y de nombrar. Yo soy
extraño a vuestras instituciones, y estoy exento de vuestros tribunales, y no
tengo padre según la carne. Cuanto a vosotros que leéis la Ley, y que os
instruís en ella, debéis permanecer en ella. Aunque presumas de no tener igual
en materia de ciencia, aprenderás de mí que ningún otro que yo puede enseñar
las cosas de que has hablado. Y, cuando haya salido de la tierra, abolirá toda
mención de la genealogía de tu raza. Tú, en efecto, ignoras de quién he nacido,
y de dónde vengo. Pero yo os conozco a todos exactamente, y sé cuándo habéis
nacido, y qué edad tenéis, y cuánto tiempo permaneceréis en este mundo.
3. Entonces cuantos habían
oído estas palabras quedaron asombrados, y exclamaron: He aquí un verdaderamente
grande y admirable misterio. Nunca hemos oído nada semejante. Nada de este género
ha sido dicho por otro, ni por los profetas, ni por los fariseos, ni nunca tal
se ha oído.
Nosotros sabemos dónde él ha
nacido, y que tiene cinco años apenas. ¿De dónde viene que pronuncie esas
palabras? Los fariseos respondieron: Jamás oímos a un niño tan pequeño pronunciar
tales palabras.
4. Y Jesús, contestándoles,
dijo: ¿Os sorprende oír a un niño pronunciar tales palabras? ¿Por qué, pues, no
dais fe a lo que os he dicho? Y puesto que, cuando yo os he dicho que sé cuándo
habéis nacido, os habéis asombrado, os diré más, para que os asombráis más aún.
Yo he tratado a Abraham, a quien vosotros llamáis vuestro padre, y le he
hablado, y él me ha visto. Oyendo estas palabras, todos callaban, y nadie osaba
hablar. Y Jesús les dijo: He estado entre vosotros con los niños, y no me
habéis conocido. Os he hablado como a sabios, y no me habéis comprendido, porque,
en realidad, sois más jóvenes que yo, y además, no tenéis fe.
Sabiduría de Jesús.
Confusión de Leví XXXI
1. Otra vez el maestro
Zaquías, doctor de la Ley, dijo a José y María: Dadme al niño, y lo confiará al
maestro Leví, que le enseñará las letras, y lo instruirá. Entonces José y
María, acariciando a Jesús, lo condujeron a la escuela, para que fuese
instruido por el viejo Leví. Jesús, luego que entró, guardaba silencio. Y el
maestro Leví, nombrando una letra a Jesús, y comenzando por la primera, Aleph,
le dijo: Responde. Pero Jesús calló, y no respondió nada. Entonces el maestro,
irritado, cogió una vara, y le pegó en la cabeza.
2. Pero Jesús dijo al
profesor: Sabe, en verdad, que el que es golpeado instruye al que le pega, en vez
de ser instruido por él. Pero todos los que estudian y que escuchan son como un
bronce sonoro o como un címbalo resonante, y les falta el sentido y la
inteligencia de las cosas significadas
por su sonido. Y, continuando Jesús, dijo a Zaquías: Toda letra, desde la Aleph
a la Thau, se distingue por su disposición. Dime, pues, primero lo que es Thau,
y te diré lo que es
Aleph. Y aún dijo Jesús:
Hipócritas, ¿cómo los que no conocen lo que es Aleph podrán decir Thau? Di
primero lo que es Aleph, y te creerá cuando digas Beth. Y Jesús se puso a
preguntar el nombre de cada letra, y dijo: Diga el maestro de la Ley lo que es
la primera letra, o por qué tiene numerosos triángulos, graduados, agudos, etc.
Cuando Leví lo oyó hablar así del orden y
disposición de las letras,
quedó estupefacto.
3. Entonces comenzó a gritar
ante todos, y a decir: ¿Es que este niño debe vivir sobre la tierra?
Merece, por el contrario, ser
elevado en una gran cruz. Porque puede apagar el fuego, y burlarse de otros
tormentos. Pienso que existía antes del cataclismo, y que ha nacido antes del
diluvio.
¿Qué entrañas lo han llevado?
¿Qué madre lo ha puesto en el mundo? ¿Qué seno lo ha amamantado? Me arredro
ante él, por no poder sostener la palabra que sale de su boca. Mi corazón se
asombra de oír tales palabras, y pienso que a ningún hombre es dable
comprenderlas, a menos que Dios no esté con él. Y ahora, desgraciado de mí, he
quedado entregado a sus burlas.
Ahora que creía tener un
discípulo, he encontrado un maestro, sin saberlo. ¿Qué diré? No puedo sostener
las palabras de este niño, y huirá de esta ciudad, porque no puedo
comprenderlo. Viejo soy, y he sido vencido por un niño. No puedo encontrar ni
el principio ni el fin de lo que afirma. Os digo, en verdad, y no miento, que,
a mis ojos, este niño, juzgando por sus primeras palabras y por el fin de su
intención, no parece tener nada de común con los hombres. No sé si es un
hechicero o un dios, o si un ángel de Dios había en él. Lo que es, de dónde
viene, lo que llegará a ser, lo ignoro.
4. Entonces Jesús, con aire
satisfecho, le sonrió, y dijo en tono imperioso a los hijos de Israel, que estaban
presentes, y que lo escuchaban: Los estériles sean fecundos, los ciegos vean,
los cojos anden derechos, los pobres tengan bienes, y los muertos resuciten,
para que cada uno vuelva a su estado primero, y viva en aquel que es la raíz de
la vida y de la dulzura perpetua. Y, cuando el niño Jesús hubo dicho esto,
todos los que estaban aquejados de enfermedades fueron curados. Y nadie osaba
ya decirle nada, ni oír nada de él.
Jesús resucita a un niño
muerto XXXII
1. Después de esto, José y
María fueron con Jesús a la ciudad de Nazareth, y él estaba allí con sus
padres. Un día de sábado, en que Jesús jugaba en la terraza de una casa con
otros niños, uno de ellos hizo caer de la terraza al suelo a otro, que murió. Y
como los padres del niño no habían visto esto, lanzaron gritos contra José y
María, diciendo: Vuestro hijo ha hecho caer al
nuestro, y lo ha matado.
2. Pero Jesús callaba, y no
respondía palabra. José y María fueron cerca de Jesús, y su madre lo interrogó,
diciendo: Mi Señor, dime si tú lo has tirado. Entonces Jesús descendió de la
terraza, y llamó al muerto por su nombre de Zenón. Y éste respondió: Señor. Y
Jesús le preguntó: ¿Te he tirado yo de la terraza al suelo? El niño contestó:
No, Señor.
3. Y los padres del niño que
había muerto se maravillaron, y honraron a Jesús por el milagro que había
hecho. Y de allí José y María partieron con Jesús para Jericó.
Jesús en la fuente XXXIII
1. Jesús tenía seis años, y su
madre lo envió a buscar agua a la fuente con los niños. Y sucedió que, cuando
había llenado su vasija de agua, uno de los niños lo empujó y le destrozó la vasija.
2. Pero Jesús extendió el
manto que llevaba, y recogió en él tanta agua como había en el cántaro, y la
llevó a su madre. La cual, viendo todo esto, se sorprendía, meditaba dentro de
sí misma, y lo guardaba todo en su corazón.
Milagro del grano de trigo XXXIV
1. Otro día Jesús fue al
campo, y, tomando un grano de trigo del granero de su madre, lo sembró él mismo.
2. Y el grano germinó, y se
multiplicó extremadamente. Lo recolectó él mismo, y recogió tres medidas de
trigo, que dio a sus numerosos parientes.
Jesús en medio de los leones XXXV
1. Hay un camino que sale de
Jericó, y que va hacia el Jordán, en el lugar por donde pasaron los hijos de
Israel, y donde se dice que se detuvo el arca de la alianza. Y Jesús, siendo de
edad de ocho años, salió de Jericó, y fue hacia el Jordán.
2. Y había, al lado del
camino, cerca de la orilla del Jordán, una caverna en que una leona nutría sus
cachorros, y nadie podía seguir con seguridad aquel camino. Jesús, viniendo de
Jericó, y oyendo que una leona tenía su guarida en aquella caverna, entró en
ella a la vista de todos. Mas, cuando los leones divisaron a Jesús, corrieron a
su encuentro, y lo adoraron. Y Jesús estaba sentado en la caverna, y los
leoncillos corrían aquí y allá, alrededor de sus pies, acariciándolo y jugando
con él. Los leones viejos se mantenían a lo lejos, con la cabeza baja, lo
adoraban, y movían dulcemente su cola ante él. Entonces el pueblo, que
permanecía a distancia, no viendo a Jesús, dijo: Si no hubiesen él o sus
parientes cometido grandes pecados, no se habría ofrecido él mismo a los
leones. Y, mientras el pueblo se entregaba a estos pensamientos, y estaba
abrumado de tristeza, he aquí que de súbito, en presencia de todos, Jesús salió
de la caverna, y los leones viejos lo precedían, y los leoncillos jugaban a sus
pies.
3. Los parientes de Jesús se
mantenían a distancia, con la cabeza baja, y miraban. El pueblo permanecía
también alejado, a causa de los leones, y no osaba unirse a ellos. Entonces
Jesús dijo al pueblo: ¡Cuánto más valen las bestias feroces, que reconocen a su
Maestro, y que lo glorifican, que vosotros, hombres, que habéis sido creados a
imagen y semejanza de Dios, y que lo ignoráis!
Las bestias me reconocen, y se
amansan. Los hombres me ven, y no me conocen.
Jesús despide en paz a los
leones y les ordena que no hagan daño a nadie XXVI
1. Luego Jesús atravesó el
Jordán con los leones, a la vista de todos, y el agua del Jordán
se separó a derecha e
izquierda. Entonces dijo a los leones, de forma que todos lo oyeran: Id en paz,
y no hagáis daño a nadie, pero que nadie os enoje hasta que volváis al lugar de
que habéis salido.
2. Y las fieras, saludándolo,
no con la voz, pero sí con la actitud del cuerpo, volvieron a la caverna.
Y Jesús regresó cerca de su
madre.
Milagro del trozo de madera XXXVII
1. Como José era carpintero, y
no fabricaba más que yugos para los bueyes, arados, carros, instrumentos de
labranza y camas de madera, ocurrió que un hombre joven le encargó hacerle un
lecho de seis codos. José mandó a su aprendiz cortar la madera mediante una
sierra de hierro, según la medida que
había sido dada. Pero el aprendiz no guardó la medida prescrita, e hizo una
pieza de madera más corta que la otra. Y José empezó a preocuparse y a pensar
en lo que convenía hacer al respecto.
2. Y, cuando Jesús lo vio
preocupado con que no había arreglo posible, le habló para consolarlo, diciéndole:
Ven, tomemos las extremidades de las dos piezas de madera, coloquémoslas una
junto a otra, y tiremos de ellas hacia nosotros, para que podamos hacerlas
iguales. José obedeció, porque sabía que podía hacer cuanto quisiera. Y tomó
los extremos de los trozos de madera, y los apoyó contra un muro, cerca de él,
y Jesús tomó los otros extremos, tiró del trozo más corto, y lo hizo igual al
más largo. Y dijo a José: Ve a trabajar, y haz lo que has prometido. Y José
hizo lo que había prometido.
Explicación del alfabeto XXXVIII
1. Por segunda vez pidió el
pueblo a José y María que enviasen a Jesús a aprender las letras a la escuela.
No se negaron a hacerlo, y, siguiendo el orden de los ancianos, lo llevaron a
un maestro para que lo instruyese en la ciencia humana. Y el maestro comenzó a
instruirlo con un
tono imperioso, ordenándole:
Di Alpha. Pero Jesús le contestó: Dime primero qué es Beth, y te diré qué es
Alpha. Y el maestro, irritado, pegó a Jesús, y, apenas lo hubo tocado, cuando
murió.
2. Y Jesús volvió a casa de su
madre. José, aterrado, llamó a María y le dijo: Mi alma está triste
hasta la muerte por causa de
este niño. Porque puede ocurrir que cualquier día alguien lo hiera a traición,
y muera. Pero María, respondiéndole, dijo: Hombre de Dios, no creo que eso
pueda pasar, antes creo con certeza que aquel que lo ha enviado para nacer
entre los hombres lo protegerá contra toda malignidad, y lo conservará en su
nombre al abrigo del mal.
El niño Jesús explica la Ley XXXIX
1. Por tercera vez rogaron los
judíos a María y a José que condujeran con dulzura al niño a otro maestro, para
ser instruido. Y José y María, temiendo al pueblo, a la insolencia de los príncipes
y a las amenazas de los sacerdotes, lo llevaron de nuevo a la escuela, aun
sabiendo que nada podía aprender de un hombre el que tenía de Dios una ciencia
perfecta.
2. Cuando Jesús hubo entrado
en la escuela, guiado por el Espíritu Santo, tomó el libro de manos del maestro
que enseñaba la Ley, y en presencia de todo el pueblo, que lo veía y oía, se
puso a leer no lo que estaba escrito en el libro, sino que hablaba en él el
espíritu de Dios vivo, como si un torrente de agua brotase de una fuente viva,
y como si esa fuente estuviese siempre colmada. Y enseñó al pueblo con tanta
energía la grandeza de Dios, que el mismo maestro cayó a tierra, y lo adoró.
Pero el corazón de los que allí estaban, y lo habían oído hablar, fue presa del
estupor. Y cuando José lo hubo oído, fue corriendo hacia Jesús, temeroso de que
el maestro muriese. Y, viéndolo, el maestro dijo: No me has dado un discípulo,
sino un maestro. ¿Quién sostendrá la fuerza de sus palabras? Entonces se
cumplió lo que fue dicho por el salmista: El río de Dios está lleno de agua. Tú
has preparado su nutrición, porque así es como se prepara.
Jesús resucita a un muerto a
ruegos de José XL
1. Y José partió de allí con
María y Jesús, para ir a Capernaum, a orillas del mar, a causa de la
maldad de sus enemigos. Y,
cuando Jesús moraba en Capernaum, había en la ciudad un hombre llamado José e
inmensamente rico. Pero había sucumbido a la enfermedad, y estaba extendido muerto
sobre su lecho.
2. Y, cuando Jesús hubo oído a
los que gemían y se lamentaban sobre el muerto, dijo a José: ¿Por qué no
prestas el socorro de tu bondad a ese hombre que lleva el mismo nombre que tú?
Y José le respondió: ¿Qué poder o qué medio tengo yo de prestarle socorro? Y le
dijo Jesús: Toma el pañuelo que llevas en la cabeza, ponlo sobre el rostro del
muerto, y dile: El Cristo te salve. Y en seguida el muerto quedará curado, y se
levantará de su lecho. Después de haberlo oído, José fue corriendo a cumplir la
orden de Jesús, entró en la casa del muerto, y colocó sobre su rostro el pañuelo
que él llevaba sobre su cabeza, diciéndole: Jesús te salve. Y al instante el
muerto se levantó de su lecho, preguntando quién era Jesús.
Curación de Jacobo XLI
1. Y fueron a la ciudad que se
llama Bethlehem, y José estaba en su casa con María, y Jesús con ellos. Y un
día José llamó a Jacobo, su primogénito, y lo envió a la huerta a recoger
legumbres
para hacer un potaje. Jesús
siguió a su hermano a la huerta, y José y María no lo sabían. Y he aquí que,
mientras Jacobo recogía las legumbres, una víbora salió de un agujero, y mordió
la mano del muchacho, que se puso a gritar, por el mucho dolor. Y, ya
desfalleciente, clamaba con voz llena de amargura: ¡Ah, una malvada víbora me
ha herido la mano!
2. Pero Jesús, que estaba al
otro lado, corrió hacia Jacobo, al oír su grito de dolor, y le tomó la
mano, sin hacerle otra cosa
que soplarla encima, y refrescarla. Y en seguida Jacobo fue curado, y la
serpiente murió. Y José y María no sabían lo que pasaba. Pero a los gritos de
Jacobo, y al
mandárselo Jesús, corrieron a
la huerta, y vieron a la serpiente ya muerta y a Jacobo perfectamente curado.
Jesús y su familia XLII
1. Cuando José iba a un
banquete con sus hijos, Jacobo, José, Judá y Simeón, y con sus dos hijas, y con
Jesús y María, su madre, iba también la hermana de ésta, María, hija de
Cleofás, que el Señor Dios había dado a su padre Cleofás y a su madre Ana,
porque habían ofrecido al Señor a María, la madre de Jesús. Y esta María había
sido llamada con el mismo nombre de María para consolar a sus padres.
2. Siempre que estaban
reunidos, Jesús los santificaba, y los bendecía, y comenzaba el primero a comer
y a beber. Porque ninguno osaba comer, ni beber, ni sentarse a la mesa, ni
partir el pan, hasta que Jesús, habiéndolos bendecido, hubiere hecho el primero
estas cosas. Si por casualidad no estaba allí, esperaban que lo hiciese. Y,
cada vez que él quería aproximarse para la comida, se aproximaban también José
y María y sus hermanos, los hijos de José. Y estos hermanos, teniéndolo ante
sus ojos como una luminaria, lo observaban y lo temían. Y, mientras Jesús
dormía, fuese de día o de noche, la luz de Dios brillaba sobre él. Alabado y
glorificado sea por los siglos de los siglos. Amén.
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