Moisés dijo en "El Génesis": "¡Hágase la luz, y la luz fue hecha!" Esto no es algo que corresponde a un pasado remotísimo; no, este tremendo principio, que se estremecía con el primer instante, no cambia de tiempo jamás, es tan eterno como toda eternidad; debemos tomarlo como una cruda realidad de instante en instante, de momento en momento... Recordemos nosotros a Goethe, el gran iniciado alemán; sus últimas palabras, momentos antes de morir, fueron "luz, más luz", y murió (entre paréntesis, Goethe está ahora reencarnado en Holanda, tiene cuerpo físico; pero esta vez no tiene cuerpo físico masculino, ahora tiene cuerpo físico femenino, y está casado con un Príncipe holandés; ahora ya es una dama holandesa de alta alcurnia... Es muy interesante esto, ¿verdad?).
Bueno, continuando lo que hablé
antes con ustedes, habíamos empezado a estudiar que esa luz es
importantísima, que mientras uno viva en tinieblas, anhela uno la luz porque
está ciego. La persona que está metida en un socavón, entre las tinieblas, en
un subterráneo, lo que más anhela es luz.
Bueno, la Esencia es lo más digno,
lo más decente que tenemos en nuestro interior; ella deviene originalmente de
la Vía Láctea (allí resuena la nota musical La); pasa luego al Sol, con la nota
Sol, y viene luego a este mundo físico con la nota Mi. Es bella la Esencia, es,
dijéramos, una fracción del principio humano, crístico, de cada uno; es el Alma
Humana, pues, que normalmente mora en el Mundo Causal; por eso, con justa
razón, se dice de la Esencia que es crística, o que la Conciencia es crística,
y se dice que nuestra Conciencia en Cristo nos ha de salvar, etc., etc., etc.
Todo eso es cierto, todo eso es verdad; pero lo grave de nuestra Conciencia, de
nuestra Esencia, es que siendo tan preciosa, poseyendo dones tan maravillosos,
poderes naturales tan preciosos, esté metida, pues, entre todos esos elementos
indeseables, subjetivos, que desafortunadamente cargamos en nuestro interior;
es decir, está metida, hablando en síntesis, entre un calabozo. Ella quiere la
luz, ¿más cómo? ¡Anhelándola! No hay quien no anhele la luz, a no ser que ya
esté demasiado perdido, pues cuando uno tiene alguna aspiración, desea la luz.
Así pues, tiene uno que hacerla;
esto de hacer la luz es muy grave, porque implica destruir los receptáculos o
calabozos, o hablando en síntesis, el antro negro donde está metida, para
rescatarla, liberarla, extraerla de allí, a fin de quedar uno como debe quedar:
como una persona iluminada, como un verdadero vidente, como un verdadero ser
luminoso, y gozar de esa plenitud que por naturaleza nos corresponde, y a la
que tenemos verdaderamente derecho. Pero lo que sucede es que se necesita de un
heroísmo, o de una serie de actos de heroísmo tremendos para poder liberar nuestra
Alma, para poderla sacar del calabozo donde está metida, para poderla robar a
las tinieblas.
Esto que estoy diciendo, sería
interesante que ustedes lograran comprenderlo de verdad, conscientemente;
porque podría hasta darse el caso de que escuchando, no escucharan, o no
vivieran, dijéramos, el sentido de las palabras que estoy diciendo. Hay que
saber valorar estas cosas para entender, pues, lo que estoy afirmando.
Rescatar el Alma, sacarla de entre
las tinieblas, es hermoso, pero no es fácil; lo normal es que permanezca
prisionera. Y no podrá uno gozar de una iluminación auténtica, en tanto la
Esencia, la Conciencia, el Alma, esté allí embotellada, esté allí prisionera
(eso es lo grave). Entonces se necesita, forzosamente, destruir, desintegrar
heroicamente, con un heroísmo superior al de Napoleón en sus grandes batallas,
o como el de las peleas de Morelos en su lucha por la libertad, etc., de ese
heroísmo inigualable, para poder liberar la pobre Alma, sacarla de entre las tinieblas.
Se necesita ante todo, como les decía aquí en la pasada plática a los hermanos,
conocer las técnicas, los procedimientos que conduzcan a la destrucción de esos
elementos donde el Alma está embotellada, prisionera, para que venga la
iluminación.
Ante todo hay que empezar por
comprender la necesidad de saber observar. Nosotros, por ejemplo, estamos aquí
sentados, todos, en estas sillas; sabemos que estamos sentados, pero nosotros
no hemos observado éstas sillas. En el primer caso tenemos el conocimiento de
que estamos sentados en la silla, pero observarla ya es algo distinto; en el
primer caso hay, dijéramos, el conocimiento, pero no la observación; la
observación requiere una observación especial: observar de qué están hechas, y
luego de entrar en meditación, descubrir sus átomos, sus moléculas (esto
requiere una atención dirigida). Saber que uno está sentado en una silla, es
una atención no dirigida, una atención pasiva, pero observar la silla, ya sería
una atención dirigida. Así también, nosotros podemos pensar mucho en nosotros
mismos, más esto no quiere decir que estemos observando nuestros propios
pensamientos; observarlos es distinto, es diferente. Vivimos en un mundo de
emociones inferiores, cualquier cosa nos produce emociones de tipo inferior, y
sabemos que las tenemos; pero una cosa es saber que uno se encuentra, en un
estado negativo, y otra cosa es observar el estado negativo en que se
encuentra, que es algo completamente diferente.
Veamos un ejemplo. En cierta
ocasión, un caballero le manifestó a un psicólogo: "Bueno, yo siento
antipatía por determinada persona" (y le citó el nombre y apellidos). El
psicólogo le contestó: "Obsérvela, observe usted a esa persona".
Respondió nuevamente el interrogador: "¿Pero, yo para qué voy a
observarlo, si le conozco?" Sacó como conclusión, el psicólogo, que aquél
no quería observar, que conocía pero no observaba; conocer es una cosa y
observar es otra cosa muy diferente. Uno puede conocer que tiene un
pensamiento negativo, pero eso no significa que lo esté observando; sabe que
se encuentra en un estado negativo, pero no ha observado el estado negativo. En
la vida práctica vemos que dentro de nosotros hay muchas cosas que deberían
causarnos vergüenza: comedias ridículas, cuestiones interiores grotescas,
pensamientos morbosos, etc.; saber que se tienen, no es haberlos observado.
Alguien podría decir: "Sí, en este momento tengo un pensamiento
morboso"; pero una cosa es saber que lo tiene, y otra cosa es observarlo,
que es totalmente diferente.
Así pues, si uno quiere llegar a
eliminar tal o cual elemento psicológico indeseable, primero que todo tiene que
aprender a observar con el propósito de obtener un cambio, porque,
ciertamente, si uno no aprende a autoobservarse, cualquier posibilidad de
cambio se hace imposible.
Cuando uno aprende a
autoobservarse, se desarrolla en uno mismo el sentido de la autoobservación.
Normalmente, este sentido está atrofiado en la raza humana, está degenerado,
pero a medida que lo usamos, se va desenvolviendo y desarrollando.
Como primer punto de vista, venimos
a evidenciar, a través de la autoobservación, de que aún los pensamientos más
insignificantes, las comedias más ridículas que interiormente se suceden y que
nunca se exteriorizan, no son propias, son creadas por otros, por los Yoes. Lo
grave es identificarse uno con esas comedias, con esas ridiculeces, con esas
protestas, con esas iras, etc., etc., etc.; si uno se identifica con cualquier
extremo interior de esos, coge más fuerza el Yo que los produce, y así
cualquier posibilidad de eliminación se hace cada vez más difícil. De manera
que la observación es vital cuando se trata de provocar un cambio radical en
nosotros.
Los distintos Yoes que viven en el
interior de nuestra psiquis, son muy astutos, muy sagaces; apelan muchas veces
al "rollo" ese de los recuerdos que cargamos en el centro
intelectual. Supongamos que uno, en el pasado, estuvo fornicando con cualquier
otra persona del sexo opuesto, y que está insistiendo o no en eliminar la
lujuria; entonces el Yo de la lujuria apelará, se apoderará del centro de los
recuerdos, del Centro Intelectual; agarrará allí, dijéramos, el
"rollo" de los recuerdos, del que tenga necesidad, y lo hará pasar
por la fantasía de la persona, y él se vigorizará más, se hará cada vez más
fuerte. Por todas estas cosas, ustedes deben ver la necesidad de la
autoobservación; no sería posible un cambio de verdad, radical y definitivo, si
no aprendemos a autoobservarnos.
Conocer no es observar, pensar
tampoco es observar. Muchos creen que pensar en sí mismo es observar, y no es
así. Uno puede estar pensando en sí mismo, y sin embargo no se está observando;
es tan distinto pensar en sí mismo a observar, como la sed lo es al agua, o el
agua a la sed. Obviamente, no debe uno identificarse con ninguno de los Yoes.
Para observarse, uno tiene que dividirse entre dos, en dos mitades: una parte
que observa, y otra parte que es observada. Cuando la parte que observa ve las
ridiculeces y necedades de la parte observada, hay posibilidades como nunca de
descubrir (supongamos el Yo de la ira) que ese Yo no somos nosotros, que él es
él; podríamos exclamar: "¡El Yo tiene ira, ese es un Yo, ese debe morir; voy
a trabajarlo, para desintegrarlo!" Pero si uno se identifica con él y
dice: "¡Yo tengo ira, estoy furioso!" Cobra más fuerza, se hace cada
vez más vigoroso, y entonces, ¿cómo lo va a disolver, de qué manera? Pues no
podría, ¿verdad? De manera que no debe uno identificarse con ese Yo, con su
rabieta, o con su tragedia, porque si uno se identifica con su creación, pues
termina viviendo en su creación también, y eso es absurdo.
A medida que uno va trabajando
sobre sí mismo, que va ahondando cada vez más en las cuestiones de la
autoobservación, se va haciendo cada vez más profundo; en esto no debe dejar
de observarse ni el más insignificante pensamiento; cualquier deseo, por
pasajero que sea, cualquier reacción, debe ser un motivo de observación, porque
cualquier deseo, cualquier reacción, cualquier pensamiento negativo, proviene
de tal o cual Yo. Y si queremos nosotros fabricar la luz, liberar el Alma,
¿vamos a permitir nosotros que continúen existiendo esos Yoes? ¡Sería absurdo!
Si es luz lo que nosotros queremos, si de verdad estamos enamorados de la luz,
pues tenemos que desintegrar los Yoes; no queda más remedio que volverlos
polvo, y no podríamos volver polvo lo que no hemos observado; entonces
necesitamos saber observar.
En esta cuestión, también tenemos
que cuidar la charla interior, porque hay muchas charlas interiores negativas
y absurdas, conversaciones íntimas que jamás se exteriorizan, y naturalmente,
necesitamos corregir esa charla interior, aprender a guardar silencio, saber
hablar cuando se debe hablar, saber callar cuando se debe callar (esto es ley,
no solamente para el mundo físico, el mundo exterior, sino también para el
mundo interior). Las charlas interiores negativas, más tarde se vienen a
exteriorizar físicamente; por eso es tan importante eliminar la charla interior
negativa, porque perjudica (hay que aprender a guardar el silencio interior).
Normalmente se entiende por
"silencio mental", cuando uno vacía la mente de toda clase de
pensamientos, cuando uno logra la quietud y el silencio, de la mente a través
de la meditación, etc.; pero hay otra clase de silencio. Supongamos que se
presenta ante nosotros un caso de juicio crítico, con relación a un semejante,
y sin embargo mentalmente guardamos silencio, no juzgamos, no condenamos; nos
callamos tanto externamente como internamente, en éste caso, pues, hay silencio
interior.
Los hechos de la vida práctica, al
fin y al cabo deben mantenerse en íntima correspondencia con una conducta
interior perfecta. Cuando los hechos de la vida práctica concuerdan con una
conducta interior perfecta, es señal de que ya vamos nosotros creando, en sí
mismos, el famoso Cuerpo Mental.
Si ponemos las distintas partes de
un radio o de una grabadora sobre una mesa, pero no sabemos nada de
electrónica, pues tampoco podremos captar las distintas vibraciones insonoras
que pululan en el cosmos; pero si mediante la comprensión unimos las distintas
partes, tendremos el radio, tendremos el aparato que puede captar los sonidos
que de otra forma no captaríamos. Así también, las distintas partes de estos
estudios, de este trabajo, se van complementando entre sí para venir a formar
un cuerpo maravilloso, el famoso Cuerpo de la Mente. Este cuerpo nos permitirá
captar mejor todo lo que dentro de nosotros mismos existe, y desarrollará más
en nosotros el sentido de la autoobservación íntima, y eso es bastante
importante.
Así pues, el objeto de la
observación es realizar un cambio dentro de nosotros mismos, promover un
cambio verdadero, efectivo.
Una vez, que nos hemos puesto,
dijéramos, diestros en la observación de sí mismos, entonces viene el proceso
de eliminación. De manera que hay, propiamente, tres pasos en esta cuestión:
primero, la observación; segundo, el juicio critico, y el tercero, que ya es
propiamente la eliminación de tal o cual Yo psicológico.
Al observar un Yo, debemos ver cómo se comporta en el Centro
Intelectual, de qué manera, y conocerle todos sus juegos en la mente; segundo,
en qué forma se expresa a través del sentimiento, en el corazón, y lo tercero,
descubrir su modo de acción en los centros inferiores: Motor, Instintivo y
Sexual. Obviamente, en el sexo, un Yo tiene una forma de expresión, en el
corazón tiene otra forma, y en el cerebro otra. En el cerebro, un Yo se
manifiesta a través de la cuestión intelectual: razones, justificaciones,
evasivas, escapatorias, etc., etc.; en el corazón como un sufrimiento, como
un afecto, como un amor aparentemente muchas veces, cuando es cuestión de
lujuria, etc., y en los centros motor-instintivo-sexual, tiene otra forma de
expresión (como acción, como instinto, como impulso lascivo, etc., etc.).
Por ejemplo, citemos un caso
concreto: Lujuria. Un Yo lujurioso, ante una persona del sexo opuesto, en la
mente puede que se manifieste con pensamientos constantes; podría manifestarse
en el corazón como un afecto, como un amor aparentemente puro, libre de toda
mancha, hasta tal grado, que podría uno perfectamente justificarse y decir:
"Pero bueno, yo no siento lujuria por esta persona, yo lo que estoy
sintiendo es amor"; pero si uno es observador, si le pone mucho cuidado a
su máquina y observa al Centro Sexual, viene a descubrir que en el Centro
Sexual hay cierta actividad ante esa persona; entonces viene a quedar
evidenciado que no hay tal afecto, que no hay tal amor por esa persona, sino
que lo que hay es lujuria.
Pero vean cuán fino es el delito:
la lujuria puede perfectamente disfrazarse, en el corazón, con el amor, y
escribir versos, etc., etc., pero es lujuria disfrazada. Si uno es cuidadoso y
observa esos tres centros de la máquina, puede evidenciar que se trata de un
Yo, y ya descubriendo que se trata de un Yo, habiéndole conocido sus manejos en
los tres centros, o sea en el intelectual, en el corazón y en el sexo,
entonces procede una a la tercera fase. ¿Cuál es la tercera fase? La
ejecución; ésta es la fase final del trabajo: la ejecución. Entonces tiene uno
que apelar a la oración en el trabajo. ¿Qué se entiende por "oración en el
trabajo"? La oración en el trabajo debe ser hecha sobre la base de la
íntima recordación de sí mismo.
En alguna ocasión dijimos que hay
cuatro niveles de hombres, o cuatro estados de Conciencia, para ser más claros.
Un primer estado de Conciencia es el del sueño profundo e inconsciente de una
persona, de un Ego que dejó el cuerpo dormido en la cama, pero deambula en el
Mundo Molecular en estado de coma (es el estado inferior); un segundo estado de
inconsciencia es el del soñador que ha regresado a su cuerpo físico, y que cree
que está en estado de vigilia; en éste caso los sueños continúan, claro, sólo
que está con el cuerpo físico en estado de vigilia. Es más peligroso éste tipo
segundo de soñador, porque puede matar, puede robar, puede cometer crímenes de
toda especie; en cambio, en el primer caso, el soñador es más infrahumano pero
no puede hacer nada de estas cosas. ¿Cómo podría hacerlo, cómo podría hacer
daño? Cuando el cuerpo está pasivo para los sueños, la persona no puede
ocasionar daños a nadie en el mundo físico; pero cuando el cuerpo está activo
para los sueños, la persona puede hacer mucho daño en el mundo físico; por eso
es que las Sagradas Escrituras insisten en la necesidad de despertar.
Si estos dos tipos de personas: los
que se encuentran, dijéramos, en estado de inconsciencia profunda, o aquéllos
que siguen soñando y tienen su cuerpo activo para los sueños, hacen oración,
pues de semejantes dos estados tan infrahumanos, no pueden esperar nada; pese
a sus estados negativos. Sin embargo la naturaleza responde. Por ejemplo: un
inconsciente, un dormido hace oración para arreglar un negocio, pero puede que
sus Yoes, que son tan innumerables, no estén de acuerdo con lo que él está
haciendo; es tan solo uno de los Yoes el que está haciendo la oración, y los
otros no han sido tenidos en cuenta; a los otros puede que no les interese tal
negocio, que no estén de acuerdo con esa oración, y pidan en la oración
exactamente lo contrario para que ese negocio fracase, porque no están de
acuerdo; como los otros son mayoría, la naturaleza contesta con sus fuerzas,
con un aflujo de fuerzas, y viene el fracaso del negocio; ¡eso es claro!
Entonces, para que la oración tenga un valor efectivo en el trabajo sobre uno
mismo, pues tiene uno que colocarse en el tercer estado de Conciencia, que es
el de la íntima recordación de sí mismo, es decir, de su propio Ser.
Sumergido uno en meditación
profunda, concentrado en su Divina Madre Interior, le suplicará que elimine de
su psiquis, ese Yo que quiere desintegrar. Puede que la Madre Divina en ese
momento actúe, decapitando tal Yo, pero no con eso se ha hecho la totalidad del
trabajo; la Madre Divina no lo va a desintegrar instantáneamente todo. Habrá
necesidad, sino se desintegra todo, de tener paciencia; en sucesivos trabajos,
a través del tiempo, lograremos que tal Yo se desintegre lentamente, que vaya
perdiendo su volumen, de tamaño. Un Yo puede ser espantosamente horrible, pero
a medida que va perdiendo volumen, se va embelleciendo; después tiene la
apariencia de un niño, y por último se vuelve polvo. Cuando ya se ha vuelto
polvo, la Conciencia que estaba medida, embotellada, embutida dentro de ese Yo,
queda liberada; entonces la luz habrá aumentado, es un porcentaje de luz que
queda libre; así procederemos con cada uno de los Yoes.
El trabajo es largo y muy duro; muchas
veces cualquier pensamiento negativo, por insignificante que éste sea, tiene
por fundamento un Yo antiquísimo. Ese pensamiento negativo que llega a la
mente, nos indica que de hecho, hay un Yo detrás de ese pensamiento, y que ese
Yo debe ser extirpado, erradicado de nuestra psiquis. Hay que estudiarlo,
conocerle sus manejos, ver cómo se comporta en los tres centros: en el
Intelectual, en el Emocional, y hablando en síntesis, en el
motor-instintivo-sexual; ver de qué manera trabaja en cada uno de éstos tres
centros; de acuerdo con su comportamiento, uno lo va conociendo. Cuando uno ha
desarrollado el sentido de la autoobservación, viene a evidenciar por sí mismo,
que algunos de esos Yoes son espantosamente horribles, son verdaderos
monstruos de forma horripilante, macabra, y que viven en el interior de
nuestra psiquis.
SAMAEL AUN WEOR
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