viernes, 1 de octubre de 2010

MITO DE GILGAMESH

Narración confeccionada a partir de la traducción de los relatos de las versiones hitita, hurrita, babilónica antigua y asiria sobre el proceso que siguió Gilgamesh en busca de la inmortalidad.

Tablilla I

La ciudad de Uruk fue fundada por Enmerkar (el Nimrod bíblico), a quien sucedieron por Lugalzagesi, Utukhengal y Lugalbanda.
Gilgamesh, el sexto rey de Uruk era hijo de la diosa Ninsun, protectora de las vacas e interpretadora de los sueños, y de Lugalbanda, jefe militar de la ciudad, que también tenía antecedentes divinos, por lo que se decía del rey que era dos tercios divino y uno humano.
A la muerte de Lugalbanda acaecida en el año 2650 a. C., fue designado por Anu, el dios del cielo, para ocupar el trono. 
Gilgamesh construyó la muralla de Uruk y ordenó edificar un santuario especial en el Eanna, la residencia de Anu cuando llegaba a la Tierra. Era un hombre tan fuerte que lo comparaban con un buey y tan hábil con las armas que nadie podía vencerlo. Los habitantes de Uruk decían que poseía la esencia de Anu.
Como nadie podía hacer frente a sus desmanes, se volvió arrogante y déspota implantando el derecho de pernada en la ciudad por el cual el primero en yacer con una recién casada debía ser él, antes que el marido. Tampoco respetaba a las mujeres casadas y se enfrentaba continuamente a los jóvenes guerreros para demostrar su superioridad con resultados, a veces, nefastos.
Los nobles de Uruk estaban muy disgustados con el comportamiento de su rey e hicieron llegar sus quejas a Anu, el dios del cielo y rey de los dioses.
–      Gilgamesh no respeta a nadie. Se enfrenta a los jóvenes por el único placer de vencerles y demostrar que es el más fuerte, valiente y hábil con las armas de toda la ciudad.
–      Gilgamesh exige desflorar a todas las doncellas y no respeta a ninguna mujer, sea quien sea.
–      Este Gilgamesh, no es el rey que requiere Uruk. Este Gilgamesh no es el guía osado, majestuoso, sabio que necesita Uruk. 
Anu escuchó los lamentos que le transmitían los habitantes de su ciudad y llamó a su hija Ninmah:
–      Tú, que eres la madre de la humanidad, debes dar vida a un hombre que se pueda enfrentar a Gilgamesh para que compitan entre sí haciendo que desaparezca la arrogancia del rey y se torne humilde en beneficio del pueblo. 
Ninmah obedeció las órdenes de su padre y dio vida a un ser al que llamó Enkidu con un aspecto físico comparable a Ninurta, provisto de pelo hirsuto que le cubría el cuerpo y la cabeza adornada con una larga melena femenina como la suya propia. Una vez preparado, lo soltó en la pradera para que se desarrollara.  No conocía a personas ni ciudades y se vestía de pieles y se alimentaba igual que los animales salvajes, acudiendo a los abrevaderos junto con las demás bestias.
 Un cazador trampero lo observó en el bebedero durante varios días y al ver su fortaleza y cómo lo respetaban los animales salvajes sintió miedo y se lo contó a su padre:
–      Padre, hay un hombre que ha venido de las colinas. Es el más poderoso de la tierra como si procediera de la esencia de Anu. Va recorriendo la pradera y las colinas siempre acompañado por las bestias y se alimenta y bebe como ellas. Destruye mis trampas y libera a los animales que han quedado atrapados. Impide ejercer mi trabajo y el contemplarlo me produce espanto.
Su padre respondió:
–      Hijo, en Uruk vive Gilgamesh. Nadie hay más fuerte que él. Ve a la ciudad y refiérele el poder de esa criatura. Pídele que te entregue una bella servidora de los dioses para que te acompañe hasta encontrarte con el ser. Cuando esté abrevando con los animales, ella deberá despojarse de sus vestiduras mostrándose desnuda ante él. En cuanto la vea así, se acercará a la mujer y querrá poseerla. Después, los animales lo repudiarán.
Tras escuchar la recomendación de su padre, el cazador se dirigió a Uruk y fue recibido por Gilgamesh a quien informó de la situación y del consejo paterno recibido.
El rey, lleno de curiosidad, accedió a la solicitud e hizo que una hieródula llamada Shamkhat lo acompañara con las instrucciones de actuar tal como había recomendado el padre del cazador.
Emprendieron la marcha alcanzando su destino tres días más tarde. Estuvieron esperando dos días hasta que los animales acudieron al abrevadero.
La mujer contempló al salvaje mientras el cazador la apremiaba:
–      ¡Ahí está! Ahora desnuda tu cuerpo y no seas esquiva con él. Acoge su ardor y permite que posea tu sazón, que yazga sobre ti. Muéstrale lo que es una mujer. Los animales lo rechazarán cuando su amor penetre en ti.
Así lo hizo la hetaira y el salvaje poseyó su madurez. Ella le mostró cómo se comporta una mujer y durante seis días y siete noches, Enkidu se presentó ante Shamkhat cohabitando con ella. Cuando se hubo saciado de sus encantos, la criatura volvió su rostro hacia los antiguos acompañantes, pero las bestias huyeron alejándose de él.
Enkidu se sintió de otra manera, ahora todo era distinto. Ya no podía correr con la velocidad de antes, pero había ganado en sabiduría y conocimiento. Entonces, se sentó a los pies de la mujer mirándola y escuchando atentamente sus palabras:
–      Ahora eres sabio, Enkidu, eres como un dios. Ya no debes vagar con las criaturas salvajes. Debes venir conmigo a Uruk a conocer a Gilgamesh, el rey que gobierna su pueblo como un buey salvaje.
Enkidu se alegró de las palabras de Shamkhat porque sentía la necesidad de encontrar un amigo y le pidió.
–      ¡Vamos, llévame hasta él y le retaré para medir nuestras fuerzas!  
La hetaira le respondió:
–      Vamos, pues a Uruk, pero te ruego abandones la prepotencia porque él es el más vigoroso de cuantos hombres existen y está protegido por Anu, Enlil, Enki y Shamas. Tiene tanta sabiduría que antes de llegar te habrá conocido en sueños.

Tablilla II

Gilgamesh se despertó agitado por el sueño que había tenido durante la noche. La inquietud le hizo buscar a su madre, que tenía fama como interpretadora de sueños y la puso en antecedentes de la ensoñación.
–      Madre, he vivido en sueños una escena en la que me sentía alegre estando ante los nobles. Las estrellas aparecieron en los cielos y un ser se mostró ante mí en la ciudad. Los nobles se inclinaban ante él. Luchamos y me venció. Después, me perdonó y lo traje ante ti.
Ninsun, la madre de Gilgamesh que todo lo conoce, respondió:
–      Ciertamente, Gilgamesh, uno tan poderoso como tú nació en la estepa y se crio en las colinas. Cuando lo conozcas, te regocijarás como si estuvieras con una mujer. Los nobles lo agasajarán y tú lo abrazarás y lo conducirás ante mí. 
A la noche siguiente volvió a soñar y de nuevo consultó con su madre. 
–      Madre, esta noche he visto en las calles de la ciudad un hacha de forma singular rodeada de gente. En cuanto la vi, me sentí atraído por ella como si se tratara de una mujer. La recogí y la coloqué en mi costado.
–      Este sueño significa igual que el anterior. El hacha es Enkidu y colgarla de tu costado quiere decir que se convertirá en tu mejor amigo – contestó la diosa.
Mientras tanto, Shamkhat, tras convencer a Enkidu que debía acompañarla a Uruk, se despojó de sus vestiduras y con la mitad de ellas cubrió la desnudez de su amante y con la otra mitad, la suya propia.
Una vez vestidos se dirigieron cogidos de la mano al redil de los pastores, quienes se apiñaron en torno al hombre cuya fortaleza hacía pensar que la esencia de Anu había descendido sobre él.
Hasta entonces sólo se había alimentado de leche de las criaturas salvajes y de los mismos alimentos que ellas. Le eran totalmente desconocidos los manjares humanos y sus bebidas, pero la mujer le dijo ofreciéndole pan y cerveza:
–      Come Enkidu, porque lo necesitas para vivir y consume la bebida fuerte, porque es costumbre de la tierra.
Y cuando dispusieron las viandas ante él, se atragantó, boqueó por falta de aire, mas, una vez repuesto, comió hasta saciarse y bebió siete copas que alegraron su corazón y su semblante.
Al terminar el banquete, se aseó y se ungió con óleo, cortó el cabello y se vistió con ropa de hombre y quedando así transformado en un ser humano. 
En agradecimiento, empuñó su arma y espantó a los leones a fin de que los pastores pudieran descansar de noche. Apresó lobos, capturó otras alimañas y los ganaderos reposaron sosegados. Enkidu era su centinela, ¡El hombre osado, el héroe único! 
Los ganaderos celebraron festejos agasajando al héroe y al terminar las fiestas, ante los ojos de Enkidu apareció un viajero que caminaba deprisa.
–      Trae a ese hombre ante mí – ordenó a la mujer – ¿por qué ha venido aquí? ¿cuál es su nombre?
Shamkhat llamó al visitante y al llegar ante Enkidu éste le preguntó:
–      ¿A dónde te diriges? ¿Cuál es el motivo de tu apresuramiento? 
El hombre informó:
–      El rey de Uruk se ha entremetido en las ceremonias nupciales profanándolas e imponiendo extrañas costumbres. Cuando se va a celebrar un matrimonio acude para ser el primero que se ayunte con la mujer, antes que su marido. Dice que los dioses lo decretaron así cuando nació.
Enkidu se encolerizó al escuchar la explicación del hombre y accedió a la petición de Shamkhat para dirigirse a Uruk, la ciudad de las grandes plazas.
Se pusieron en marcha caminando Enkidu delante y la mujer tras él, hasta entrar en la urbe deteniéndose en una de las calles, donde la población lo rodeó clamando:
–      ¡Es como Gilgamesh y, aunque es menor de talla, tiene más recios los huesos! ¡Habrá constante resonar de armas en la ciudad!
Los nobles se regocijaron:
–      ¡Ha aparecido un héroe para enfrentarse a Gilgamesh! 
Gilgamesh se encaminaba hacia el templo de Inanna y al llegar a la puerta, Enkidu se irguió ante él cerrándole el paso con expresión de enfado en su rostro. 
Se asieron el uno al otro quedando enlazados con fuerza, como si fueran toros. Destrozaron la jamba de la puerta, mientras el muro se estremecía con sus embestidas. Al fin, Gilgamesh dobló la rodilla quedando vencido y su furia se aplacó. Entonces se volvió para alejarse, pero al iniciar el giro, Enkidu le habló
–      Tu madre, Ninsun, la sagrada protectora de las vacas de las dehesas, te concibió como unigénito. Tu estirpe se alza sobre los hombres porque Enlil te ha concedido la realeza.
Entonces, Gilgamesh condujo a Enkidu ante Ninsun y ésta informó a su hijo:
–      Hijo mío, Enkidu estaba muy enfadado con tu conducta. Él no ha tenido padre ni madre. Nació en el desierto y nadie lo ha criado, no ha tenido amigos ni familia.
Enkidu permanecía quieto escuchando a la madre de su rival, estaba paralizado, se sentó en el suelo conmovido y sus ojos se llenaron de lágrimas, sus brazos cayeron sin fuera, su cuerpo se relajó emocionado ante las palabras de la diosa.
Entonces Enkidu y Gilgamesh se abrazaron, unieron sus manos como hermanos y Enkidu se dirigió a Gilgamesh como su amigo.

Tablilla III

La amistad entre Gilgamesh y Enkidu se había consolidado y vivían felices, una vez que el comportamiento rey estaba apaciguado habiéndose ganado de nuevo el respeto y admiración de sus súbditos. Sin embargo, recibían noticias del terror que causaba el monstruo Kumbaba, guardián del Bosque de Cedros, aquel cuyo rugido era como un diluvio, su boca arrojaba fuego, su ponzoñoso aliento causaba la muerte.
Un día, los ojos de Enkidu se llenaron de lágrimas, porque su corazón estaba triste. Gilgamesh, escuchando a su amigo suspirar con amargura, le preguntó 
–      ¿Por qué lloras y suspiras con tal amargura?
–      Lloro por mi fuerza perdida. Cuando vivía entre los animales era rápido y fuerte. Aquí, la inactividad ha mermado mi fuerza.
Gilgamesh, para consolarlo, le propuso:
–      Tú y yo no hemos nacido para permanecer quietos. Podemos remediar tus males abatiendo al feroz Kumbaba, que vive al pie de la Montaña del Cedro, la residencia de los dioses del Bosque de los Cedros y liberar al territorio de la tragedia que padece.
Pero Enkidu, que conocía las grandes dificultades que se presentarían si abordaban el proyecto: 
–      El bosque tiene una extensión de 30.000 millas y Kumbaba vigila atentamente el contorno y no permite que nadie se aproxime a él. Es capaz de escuchar los ruidos que se producen a doscientas millas de distancia. Con tal guardián ¿Quién podría penetrar en su interior? Es imposible enfrentarse al monstruo. Nada que arda está libre del fuego de sus fauces.
No obstante, Gilgamesh insistió tozudo:
–      Quiero escalar la montaña del Bosque de los Cedros, y penetrar en el   corazón del Bosque, aunque tenga que cortar los cedros, y deseo que vengas conmigo. Nos cuidaremos mutuamente. Emprenderé la marcha delante de ti explorando el camino y si caigo, al menos habré alcanzado la fama. La gente dirá ¡Gilgamesh luchó contra el feroz Kumbaba!
–      Está bien, si es eso lo que deseas pidamos el amparo del divino Shamas – aceptó, por fin, Enkidu.
Se encomendaron a Shamas, quien les prometió su protección:
–      Seré vuestro aliado contra Humbaba y confinaré en una cueva de la montaña a la serpiente de lengua venenosa, al dragón que incendia con su aliento de fuego, al diluvio que destruye la tierra y a los relámpagos para que no pueden causaros dificultades en vuestra aventura.
Tras ello, ordenaron a los artesanos que elaboraran las armas que llevarían. Mientras se hacían los preparativos, la multitud se acercaba a Gilgamesh preguntando:
–      ¿Cuándo regresarás a Uruk?
 La asamblea de ancianos los bendijo y aconsejó a Gilgamesh:
–      No confíes sólo en tus fuerzas y permanece siempre vigilante. El que va delante salva a su compañero y debe ir Enkidu, porque conoce el camino, está acostumbrado a la lucha y es experto en el combate contra los animales.
–      Vayamos ahora a solicitar la bendición de mi madre – propuso el rey.
Los dos amigos entraron en la cámara de Ninsun informándola de sus intenciones y ella, vestida de ceremonial, ascendió al tejado del templo y elevando los brazos al cielo invocó a Shamas:
–      ¡Oh, Shamas, te ruego que protejas a mi hijo desde su partida hasta el regreso y le ayudes a culminar con éxito su odisea porque desea acabar con la maldad que asola esa tierra!
Después, la diosa dijo:
–      Id con mi bendición y regresad sanos y salvos a Uruk.

Tablilla IV

Las armas de cada uno pesaban diez veces treinta siglos (≈ 3 kg) y la armadura otros noventa (≈ 9 kg). Pero los héroes partieron y en un día caminaron ciento cincuenta millas. En tres días hicieron tanto camino como el que hacían los viajeros en un mes y tres semanas. Antes de llegar a su destino tuvieron que cruzar siete montañas, pero, al final, allí encontraron la puerta de setenta codos de alto (≈ 35 m) y cuarenta y dos de ancho (≈ 21 m). Era tan deslumbrante que no la destruyeron por su belleza, pero sí mataron al vigilante puesto por Kumbaba.
Enkidu arremetió contra ella empujando hasta abrirla de par en par, prosiguiendo luego hasta el pie de la Montaña Verde, donde, durante cuarenta horas, contemplaron extasiados la mansión de los dioses en la Montaña del Cedro y observaron que el camino que Kumbaba recorría para llegar a su morada era recto y despejado.
Atardeció y Gilgamesh cavó un pozo y esparciendo harina sobre él, pidió sueños benéficos a la montaña.
–      ¡Enviadme un sueño con un mensaje favorable!
Sentado sobre sus talones, la cabeza sobre sus rodillas, Gilgamesh soñó que la montaña se derrumbaba sobre él y que era socorrido por un hombre.  Enkidu interpretó el sueño como favorable pues significaba que vencían al monstruo.
Al día siguiente, cuando habían caminado sesenta millas en el Bosque del Cedro, se detuvieron para comer. Después de otras noventa millas, se prepararon para pasar la noche. Entonces cavaron un pozo ante Shamas. Gilgamesh se aproximó a la montaña con una ofrenda de comida y pidió: 
–      Montaña, tráeme un sueño.
Y quedó dormido con la cabeza sobre sus rodillas soñando que había intentado capturar un toro salvaje y al hacerlo el animal se removió con gran fuerza levantando tanto polvo que cubrió el cielo. Después, agotadas sus fuerzas, quedó inerme ante el astado, pero éste, en vez de atacarle, le proporcionó alimento y agua.
Se despertó sobresaltado narrando lo sucedido a su amigo, quien lo interpretó como que el toro era Shamas y que su misión tendría éxito. 
El rostro de Gilgamesh se iluminó y ambos se durmieron de nuevo.

Tablilla V

A la mañana siguiente, cubiertos con sus pesadas armaduras, que portaban como si fueran vestiduras livianas, reanudaron la marcha y cuando llegaron al inmenso cedro que señalaba la guarida de Kumbaba, Gilgamesh blandió el hacha y lo cortó para atraer la atención del gigante.
El terrible ser salió de su mansión y lleno de ira preguntó:
–      ¿Quién ha sido el osado que ha talado uno de mis cedros?
–      ¡Yo, el rey de Uruk! – respondió valiente Gilgamesh.
Desde el cielo, se escuchó la voz de Shamas:
–      ¡Aproximaos sin miedo y no permitáis que entre en su morada!
Kumbaba clavó el ojo de la muerte en Gilgamesh, pero el dios del Sol arrojó contra Kumbaba los ocho vientos tempestuosos impidiéndole moverse, mientras Gilgamesh y Enkidu cortaban los cedros que les impedían llegar a sus dominios. A quedar frente él, Kumbaba, aparentemente manso y temeroso, rogó por su vida prometiendo convertirse en su servidor.  Gilgamesh, conmovido, era partidario del perdón, pero Enkidu disentía:
–      ¡No lo escuches amigo mío porque el mal habla por su boca! ¡Debe morir a nuestras manos! La fuerza de Kumbaba es muy peligrosa. ¡Mátalo, por tus dioses! ¡No tengas piedad!
Gilgamesh se recobró gracias a la advertencia y blandiendo el hacha y desenvainando la espada, hirió a Kumbaba en el cuello, mientras Enkidu hacía otro tanto, hasta que, al tercer ataque, el monstruo cayó muerto.
Entonces le cortaron la cabeza y, en ese momento, se desató el caos en el bosque cayendo un diluvio, mientras los cedros gemían doloridos por la muerte de su Guardián.
Enkidu taló los árboles y arrancó las raíces hasta las márgenes del Éufrates. Luego, poniendo la cabeza del vencido en un sudario la mostró a los dioses.
Enlil, al ver el cuerpo sin vida de Kumbaba, se enfureció despojando a los vencedores del poder y la gloria que habían pertenecido a su víctima y se los entregó dio al león, al bárbaro, al desierto. Entonces, los dos amigos salieron del bosque y regresaron a Uruk.

Tablilla VI

Gilgamesh lavó su cuerpo y arrojó lejos sus vestiduras ensangrentadas, ciñendo otras sin mácula. Cuando en su cabeza brilló la corona real, la diosa Inanna lo contempló fascinada por su belleza y le propuso:
–      ¡Ven Gilgamesh!, únete a mí y te daré un carro dorado y ornamentado con piedras preciosas. Ven a mi morada, donde los sacerdotes te besarán los pies y los reyes, príncipes y nobles doblarán su rodilla ante ti al entregarte sus tributos. Además, tus cabras parirán crías triples, de tus ovejas nacerán mellizos, tus caballos tendrán más fuerza y tus bueyes no tendrán rival.
Gilgamesh respondió a la diosa:
–      ¿Cómo podría unirme a ti? ¿Debería mantenerte con manjares propios de dioses? ¿Debería proporcionarte bebidas propias de la divinidad? No, no podría ser. Un abismo existe entre ambos. Tú eres voluble y si no, dime ¿a quién de tus amantes has sido siempre fiel? ¿Quién ha logrado escapar indemne de tus brazos? Si me entrego a ti, me tratarías como a los demás. Y si no, dime ¿qué ha sucedido con tus amantes?
–      Para Tammuz, el amante de tu juventud, ¿has ordenado funerales cada año?
–      Amaste al pintado pájaro pastor y le rompiste un ala.
–      Después te encaprichaste con un león por su fuerza y ordenaste cavar siete hoyos para que cayera en alguno de ellos.
–      Más tarde fue un garañón, famoso en la batalla, pero utilizaste con él el látigo, la brida y la espuela. Le ordenaste galopar siete leguas y le hiciste beber agua cenagosa causándole la muerte.
–      A continuación, fue el guardián del rebaño, que te proporcionó pasteles y a diario sacrificó cabritos por ti y lo premiaste convirtiéndolo en lobo para que sus gañanes lo ahuyentasen y sus perros le mordieran.
–      Luego amaste a Isullanu, jardinero de tu padre, que te ofrecía siempre cestas de dátiles y diariamente adornaba tu mesa con sus flores. Le pediste probar su vigor y que te acariciara, pero cuando él te rechazó, lo transformaste en topo. 
Inanna, al escuchar la respuesta del héroe, se enfureció y ascendió al celo en busca de Anu, a quien, llorando, comentó:
–      ¡Gilgamesh me ha insultado gravemente relatando mis hazañas vergonzosas.
Antum, esposa de Anu, sugirió:
–      Seguramente tú lo incitarías para que lo hiciera.
Inanna hizo caso omiso a la acusación y pidió al rey de los dioses:
–      Te lo ruego, envía el Toro del Cielo para que castigue a Gilgamesh o abriré las puertas del Inframundo para que salgan los muertos y devoren a los vivos. 
–      Si hago lo que me pides – respondió Anu – habrá siete años de malas cosechas. ¿Has almacenado grano para la gente y hierba para las bestias?
–      Lo tengo recolectado – contestó la diosa.
Anu, ante la amenaza, envió al Toro Celeste a la Tierra y cuando llegó a Uruk destruyó las cosechas y secó los ríos. Con el primer resoplido abrió una fosa en la que cayeron cien hombres de Uruk. Al segundo y al tercero, cayeron doscientos y trescientos hombres más.
Enkidu comentó los sucesos con Gilgamesh:
–      Amigo mío, nosotros, que hemos vencido a Kumbaba en el Bosque de los Cedros, debemos hacer frente a este nuevo peligro.
–      Sí – respondió Gilgamesh – y nuestras fuerzas serán suficientes para vencer al Toro.
–      Yo lo agarraré por la cola reteniéndolo fuertemente y tú lo atacarás de frente con tu espada hasta darle muerte – sugirió Enkidu.
Así lo hicieron y Gilgamesh hirió al monstruo de Anu. Tras matarlo, le arrancaron el corazón y lo ofrecieron a Shamas rindiéndole homenaje.
Inanna, subida en la muralla, se lamentaba desesperada:
–      ¡De nuevo me ha humillado Gilgamesh matando al Toro Celeste!
Enkidu oyó las palabras de la diosa e, indignado, arrancó una pata del astado celestial y se la arrojó diciendo:
–      Lo mismo hubiera hecho contigo si te hubiera atrapado.
Inanna congregó a las consagradas, las hetairas del templo, para lamentarse ante el muslo derecho del Toro del Cielo.
Gilgamesh llamó a los artífices, a los armeros y al resto de los artesanos que admiraron el grosor de los cuernos del celeste animal.  Cada uno estaba compuesto de treinta minas de lapislázuli y la capa superior tenía dos dedos de grueso. En ambos cabían seis medidas de aceite.
Después, cada uno aprovechó a parte del toro que mejor le servía y los cuernos fueron cortados y colgados como adorno en la alcoba de Gilgamesh y los dos amigos se lavaron las manos en el Éufrates, tras lo que caminaron abrazados por las calles de Uruk, donde la gente se reunió para contemplarlos. 
Gilgamesh se dirigió a las tañedoras de lira de Uruk preguntando:
–      ¿Quién es el más glorioso de los héroes?
Y ellas respondían:
–      Gilgamesh es el más glorioso de los hombres.
El rey celebró una fiesta en su palacio y después, finalizado el jolgorio, Enkidu, reposando en su lecho, tuvo un sueño.

Tablilla VII

Al amanecer, Enkidu visitó a su amigo:
–      Escucha el sueño que tuve anoche: Anu, Enlil, Ea y Shamas celebraban consejo y Anu dijo a Enlil: “uno de los dos, Gilgamesh o Enkidu debe morir porque mataron el Toro del Cielo y a Kumbaba.  Morirá el que taló los montes del cedro”.
Enlil dijo:
–      ¡Enkidu debe morir, pero Gilgamesh no morirá!
Gilgamesh escuchaba a su amigo llorando y para tranquilizarlo argumentó:
–      Amigo mío, tú que tienes una inteligencia brillante y sentido común, dices, en cambio, cosas extrañas. El sueño que has tenido es excelente, aunque tu miedo sea tan fuerte que haga que de tus labios salga zumbidos de moscas. Voy a rezar a los dioses por ti.
–      No hay nada que hacer – replicó Enkidu –  los dioses no retroceden nunca, ni anulan sus órdenes.
Gilgamesh tuvo que reconocer que el sueño era desfavorable.
Al poco tiempo, Enkidu cayó enfermo.
Enkidu se hallaba en su aposento perturbado por la calentura y levantó sus ojos hablando a la puerta como si fuera humana:
–      ¡Tú, puerta de los bosques que eres formidable y tu madera no tiene igual!  ¡Cómo admiré tus dimensiones! ¡Sin duda un maestro artesano te construyó! Si hubiese sabido, ¡oh puerta!, que esto iba a suceder, hubiera enarbolado el hacha para destruirte.
Enkidu continuó delirando e invocó la maldición de Shamas sobre el cazador que había iniciado la transformación de su vida.
–      ¡Quede destruida tu riqueza y disminuya tu poder! Que sea agreste el camino que hayas de recorrer y que escapen las bestias que quieras apresar y que no consigas alegrarse con la caza cobrada.  
Después maldijo a Shamkhat:
–      Decretaré que tu destino no concluya en toda la eternidad y que tus encantos te abrumen. Serás arrojada de tu casa y el camino será tu morada.
Cuando Shamas oyó estas palabras, le reconvino desde el cielo:
–      ¿Por qué, oh Enkidu, maldices a la ramera, que te hizo comer manjares dignos de la divinidad, y te dio bebida propia de la realeza, que te vistió con nobles ropas, y te hizo poseer la amistad del noble Gilgamesh? 
–       ¿Y Gilgamesh, tu amigo cordial, no te hizo ocupar un lecho de honor, te colocó en el asiento a su lado para que los príncipes de la tierra besaran tus plantas?
–      Además, hará que las gentes de Uruk lloren por ti y se lamenten, que el pueblo gima por ti. Y, cuando te hayas ido, su cuerpo se cubrirá de pelo intonso, vestirá una piel de león y vagará por la estepa.
Cuando Enkidu oyó las palabras de Shamas, su corazón se apaciguó bendiciendo ahora a la muchacha.
–      Vuelve a tu lugar, mujer, donde los reyes, príncipes y nobles te amarán. Por ti, el anciano moverá la barba y el joven desceñirá su cinto. Por ti se abandonarán a las esposas, aunque sean madres de siete hijos y el sacerdote te permitirá entrar a presencia de los dioses.
Enkidu, cuyo humor era sombrío, yacía a solas y aquella noche comunicó a su amigo:
–      Vi un sueño anoche: Los cielos y la tierra gemían. Yo estaba solo y apareció una visión cuya faz era oscura y sus zarpas como garras de águila. Me sujetó y me transformó de tal forma que mis brazos eran como los de un ave. Me condujo a la Casa de las Tinieblas, la mansión de Inkalla, de donde no vuelve nadie y cuyos habitantes carecen de luz y se alimentan de polvo y arcilla. Son como pájaros.
–      En la Casa del Polvo, en que había entrado, contemplé a los gobernantes sin sus coronas; vi príncipes nacidos para la corona, que habían regido la tierra desde días pretéritos. Estos dobles de Anu y Enlil servían carnes asadas; servían pasteles y escanciaban agua fresca de los odres.
–      En la Casa del Polvo, en que había entrado, residía el sumo sacerdote y el acólito, vivían el encantador y el extático, moraban los lavadores, los que ungen a los grandes dioses. 
–      Allí estaba Ereskigal, la reina del submundo, y Belit-Seri, registrador del mundo inferior, se arrodillaba ante ella mostrándole la tablilla. Ella leyó y levantando la cabeza, me contempló preguntando ¿quién trajo a éste aquí?
El día en que tuvo el sueño, Enkidu terminó abatido. Un segundo día, el sufrimiento de Enkidu, en el lecho, aumentó. Un tercer día, un cuarto día, un quinto día, un sexto y un séptimo, un octavo, un noveno y un décimo día crecía el sufrimiento de Enkidu.
El undécimo día se hallaba muy postrado y llamó a Gilgamesh diciéndole:
–      Amigo mío, los dioses me han maldecido y no moriré como el que cae en la batalla.
A duodécimo día la enfermedad lo abatió, pero antes de caer en las garras de la muerte, se levantó de la cama con esfuerzo y exclamó:
–      ¡Gilgamesh me salvó en la lucha! ¿por qué mi amigo me abandona ahora?
Entonces, Enkidu murió.
Gilgamesh, desesperado, gritó mesándose los cabellos y rasgando sus vestiduras con tal estruendo que despertó a todo el mundo.

Tablilla VIII

Al primer resplandor del alba Gilgamesh hablaba al cadáver de su amigo:
–      Tu madre, una gacela, y tu padre, un onagro, te engendraron. Las bestias de la estepa y el ganado de la llanura y de todos los pastos te criaron.
–      ¡Que los cedros del Bosque lloren por ti siempre, noche y día! Lloren por ti los mayores de la amurallada Uruk. Llore por ti el oso, la hiena, la pantera, el tigre, el ciervo, el leopardoel león, los bueyes, el venado, la cabra montesa y las criaturas salvajes del llano. Llore por ti el río Ula en cuyas riberas pescamos. Llore por ti el Éufrates, del que obteníamos agua para el odre. Lloren por ti los guerreros de la amurallada Uruk en la que matamos el Toro del Cielo. Llore por ti quien en Eridu ensalzó tu nombre. Llore por ti quien te proporcionó grano para alimento. Llore por ti quien puso ungüento en tu espalda. Llore por ti quien puso cerveza en tu boca. Llore por ti la meretriz que te ungió con aceite fragante. Lloren los hermanos por ti como hermanas crezca larga su cabellera por ti.
–      ¡Oídme, oh ancianos, y prestadme atención!  Por Enkidu, mi amigo, lloro, gimiendo amargamente como una plañidera. Él era el hacha de mi costado, mi mano derecha, el puñal de mi cinto, el escudo delante de mí, mi túnica de fiesta, mi más rico tocado y un perverso demonio me lo ha arrebatado.
–      ¡Oh mi amigo mío! ¡Nosotros que vencimos todas las cosas, escalamos los montes, prendimos el Toro del Cielo y lo matamos, atacamos a Kumbaba en el Bosque de los Cedros, ¿qué sueño se apoderó de ti que me ignoras y no me oyes?
Pero no abrió sus ojos. Tocaba su corazón y no latía. Entonces veló a su amigo como una desposada e iba y venía al lecho como una leona privada de sus cachorros arrancándose los cabellos y rasgando sus vestiduras.
Al llegar la aurora preparó el entierro y ordenó pregonar:
–      Forjador, batidor de cobre, orífice, lapidario: ¡Haced una estatua a mi amigo y que su pecho sea de lapislázuli y su cuerpo de oro!
Y se despidió con estas palabras:
–      Un lecho de honor te hice ocupar y te coloqué en el asiento de la izquierda para que los príncipes de la tierra besaran tus pies. Haré que las gentes de Uruk lloren por ti. Que el pueblo gima por ti y, cuando te hayas ido, cubriré mi cuerpo de pelo intonso y, vistiendo una piel de león, vagaré por la estepa.

Tablilla IX

Gilgamesh llorando amargamente por su amigo Enkidu, vagaba por la estepa preguntándose:
–      ¿Debo morir yo también? ¿Seré semejante a Enkidu? La angustia ha entrado en mis entrañas, el temor a la muerte me ha hecho emprender el camino y marcho sin demora para encontrar a Utnapishtim, el único humano que ha logrado la inmortalidad.  Él podrá enseñarme cómo conseguirla.
Anduvo viajando durante muchos días, escaló numerosas montañas, atravesó incontables ríos y mató tantas fieras que nadie podría contar.
Cuando llegó a los montes Mashu, las montañas sagradas, unos hombres-escorpión estaban guardando la entrada. Su aspecto era tan terrorífico y pavoroso que, su sola contemplación, podía provocar la muerte por miedo Gilgamesh sintió pánico, pero después, recuperando su coraje, marchó hacia ellos.
El hombre-escorpión se dirigió a Gilgamesh:
–      ¿Quién eres tú que has hecho tan largo viaje? ¿Por qué has vagabundeado hasta llegar ante nosotros, después de haber atravesado montañas tan inaccesibles? Quiero conocer el propósito del viaje y tu destino.
Gilgamesh respondió:
–      He hecho tan largo camino para ver a Utnapishtim, que pudo asistir a una reunión de los dioses y allí logró el don de la Vida Eterna. Quiero preguntarle sobre la muerte y la vida.
El hombre-escorpión le informó:
–      Nadie ha podido hacer ese recorrido ni ha atravesado los valles de esas montañas. A lo largo de 36 millas, es tan densa oscuridad en su interior que no brilla luz alguna. Pero inténtalo y que las regiones montañosas puedan acogerte sano y salvo.
Gilgamesh, al escuchar estas palabras, se alegró, e inició el camino hacia la profunda oscuridad en la que nada era visible. Al fin, vio resplandecer la luz al final del túnel, apareciendo el Jardín de los dioses lleno de árboles frondosos, cuyas hojas eran piedras preciosas,
Gilgamesh lo atravesó maravillado.

Tablilla X

 Gilgamesh continuó caminando maravillado por el jardín hasta encontrarse al borde del mar, donde habitaba la diosa Siduri. El visitante, tras meditar el paso que iba a dar, se dirigió hacia ella. Iba vestido con una simple piel de león, su aspecto era como el del que ha hecho un largo viaje.
–      Diosa, soy Gilgamesh, y si mis mejillas están demacradas, mi rostro abatido, y mi corazón dolido, si la angustia ha entrado en mis entrañas y mi cara está curtida por el frío y el calor, es por miedo a la muerte. Por eso recorro la estepa. Lo que le ha sucedido a mi amigo Enkidu, me obsesiona. Él, a quien yo amaba, es ahora como el barro. ¿No iré, como él, a acostarme para no levantarme nunca más?
La diosa respondió:
–      ¿Por qué vagas de un lado para otro? La Vida Eterna que persigues no la encontrarás jamás. Cuando los dioses crearon la humanidad, le asignaron la muerte, y ellos se reservaron la Vida Eterna. Te recomiendo que llenes tu barriga, vivas alegre día y noche, hagas fiesta cada día, dances y cantes día y noche, que tus vestidos estén limpios, lávate la cabeza, báñate, atiende al niño que te tome de la mano, disfruta con tu mujer, abrazada a ti. Esa es la única expectativa de los seres humanos.
Gilgamesh quiso saber:
–      ¿Por qué me hablas así? Mi corazón está dolido a causa de mi amigo. Te ruego que me muestres el camino y si es posible atravesaré el mar.
Siduri informó:
–      Nadie ha atravesado este mar porque en su interior la Aguas de la Muerte bloquean el paso. Sin embargo, te diré que puedes hablar con Urshanabi, el barquero de Utnapishtim. Ve y exponle tu deseo.
Marchó Gilgamesh hacia donde le indicó la diosa, y cuando llegó al barco
cogió el hacha en su mano y cayó como una flecha sobre las sagradas figuras de piedra que protegían la embarcación, los destrozó, y se volvió hacia el barquero abatiéndolo y poniendo el pie contra su pecho.
Este dijo:
–      Yo soy el barquero de Utnapishtim, el Lejano. ¿Quién eres tú?
Su atacante respondió:
–      Me llamo Gilgamesh y he venido desde Uruk atravesando las montañas por el camino hacia la salida del Sol. Quiero encontrar a Utnapishtim, el Lejano.
El barquero informó:
–      Si quieres ver a Utnapishtim deberás embarcar y te haré atravesar las Aguas de la Muerte, pero antes deberás construir ciento veinte pértigas para poder pasarlas.
Embarcaron y recorrieron en tres días la distancia en la que se tarda mes y medio.
Al llegar a la Aguas de la Muerte, el barquero advirtió a Gilgamesh:
–      Toma las pértigas porque tus manos no deben tocar las Aguas.
Al agotar todas las pértigas, Gilgamesh se desnudó para utilizar sus vestidos como vela izándolos sobre un mástil.
Utnapishtim lo vio desde lejos extrañado, ignorando quién podía llegar hasta él. Al encontrarse, Gilgamesh dijo a Utnapishtim:
–      Cuando te miro, tus rasgos no me son extraños, incluso eres semejante a mí. Mi corazón había decidido librar combate contigo, pero ahora, mi brazo está sin fuerza. Dime solamente cómo conseguiste presentarte en la Asamblea de los dioses y cómo encontraste la Vida Eterna.

Tablilla XI

Utnapishtim habló:
–      Gilgamesh, te voy a revelar un secreto de los dioses. Se reunieron en Suruppak, la ciudad a orillas del Éufrates que tú conoces, Anu, Enlil, Ea, Ninurta, Enuge y Ningiku y decidieron enviar el diluvio para exterminar a la humanidad. Para que nadie pudiera salvar la vida, se exigió el juramento de no revelar a los humanos lo que iba a acontecer.
–      No obstante, Ea se dirigió a mi morada y le habló: ¡Choza de cañas escucha! ¡Hombre de Suruppak, hijo de Ubar Tutu, demuele esta casa y construye una nave! Lleva a bordo la simiente de todas las cosas vivas. Las dimensiones serán iguales de largo y de ancho y lo techarás. 
–      Entendí el mensaje y dije a Ea, mi señor: Haré lo que me ordenas, pero ¿cómo lo justificaré ante la ciudad y sus ancianos?
Él me respondió: 
–      Les dirás:  He sabido que Enlil me es hostil, de modo que no puedo residir en vuestra ciudad, Por lo tanto, bajaré al Abzu para vivir con mi señor Ea.
–      Al amanecer comenzamos a trabajar. Los pequeños llevaban brea y los mayores el resto de las cosas necesarias. Al quinto día estaba construida la armazón de diez docenas de codos de altura en cada pared. Diez docenas de codos cada borde del cuadrado puente. Preparé los contornos y lo ensamblé, proveyéndolo de seis puentes dividiéndolo así en siete partes. El piso dividí en nueve partes. Clavé desaguaderos en él. Me procuré pértigas y acopié suministros. Seis medidas “sar” de betún eché en el horno, tres “sar” de asfalto eché en el interior, Tres “sar” de aceite los portadores de cestas transportaron, Aparte de un “sar” de aceite que la calafateadura consumió, Y los dos “sar” de aceite que el barquero estibó. (Sar = 36 m2)
–      Maté bueyes y ovejas cada día para alimentar a los obreros y les di mosto, vino rojo, aceite y vino blanco para beber. Al séptimo día estuvo el barco preparado para su botadura, que fue ardua.
–      Cuando estuvo en el agua, cargué en él todo cuanto tenía y lo que había ordenado mi señor. Hice embarcar a mi familia y a todos los artesanos que desearon acompañarme y las bestias y animales salvajes de los campos.
–      Shamas me había transmitido un mensaje: Cuando caiga la noche y empiece a llover, sube a bordo y atranca la entrada. Observé el tiempo espantoso y subí a bordo atrancando la puerta a continuación y cediendo el gobierno de la nave a Puzur-Amurri, el barquero.
Al despuntar el alba, una nube negra se alzó del horizonte. En su interior Adad tronaba, mientras Sullat y Hanis iban delante moviéndose como heraldos sobre las colinas y llano. Erragal arrancaba los postes; y el avance de Ninurta hizo que los diques se derrumbaran.
Los Anunnaki levantaban las antorchas iluminando la tierra con su fulgor, pero la perturbación causada por Adad llegó a los cielos convirtiendo en negrura lo que había sido luz. La vasta tierra se hizo añicos como una vasija. La tormenta del sur sopló durante un día bufando y arrasando los montes, que quedaron sumergidos atrapando a la gente como en una batalla.
Los dioses se aterraron ante el diluvio y ascendieron al cielo de Anu agazapándose como perros y Ninmah gritó como una mujer con los dolores del parto.
Los dioses Anunnaki lloraban con ella. Seis días y seis noches sopló el viento del diluvio, mientras la tormenta del sur barría la tierra.
Al llegar al séptimo día, la tormenta amainó. El mar se aquietó, la tempestad se apaciguó, el diluvio cesó. 
Contemplé la calma que se había establecido viendo que toda la humanidad había perecido y que el paisaje era llano.
Abrí una escotilla y la luz hirió mi rostro. Busqué el litoral del mar en el que me hallaba comprobando que, de todo cuanto existía antes, sólo emergía una comarca montañosa. El barco quedó varado en el Monte Nisir sin poder moverse durante seis días. Al llegar el séptimo, envié una paloma, pero regresó por no encontrar sitio donde posarse. Después solté un cuervo, que no regresó. Entonces dejé salir todos los animales que se esparcieron hacia los cuatro vientos y ofrecí un sacrificio.
Hice una libación en la cima del monte y con catorce vasijas de culto preparé el holocausto amontonando bajo sus trípodes caña, cedro y mirto.
Los dioses percibieron el olor y se apiñaron como moscas en torno al sacrificante. Cuando, al fin, la gran diosa llegó, alzó los brazos y señalando las grandes joyas que Anu había labrado para ella, dijo:
–      Dioses, tan cierto como este lapislázuli está en mi cuello, recordaré estos días, sin jamás olvidarlos. Venid dioses a la ofrenda; pero que no lo haga Enlil porque, sin razón, causó el diluvio y condenó a mi pueblo a la destrucción.
Cuando aterrizó Enlil, y vio el barco, montó en cólera contra los dioses Igigi.
–      ¿Escapó alguien de la muerte? ¡Ningún humano debía sobrevivir a la destrucción! 
Ninurta respondió:
–      ¡Únicamente Ea pudo alterar el proyecto! ¡Sólo él tiene conocimientos para ello!
Ea intervino y dirigiéndose a Enlil dijo:
–      Tú, el más sabio de los dioses, tú, el héroe, ¿Cómo pudiste, irrazonablemente, causar el diluvio?   ¡Al pecador impón su penitencia, castiga al transgresor! Sin embargo, sé benévolo para que no sea reprendido el justo ni vea cercenada su vida. En lugar de traer tú el diluvio, ¡Ojalá hubiera surgido un león, un oso, un lobo, una hambruna o una peste para disminuir la humanidad!
–      No fui yo quien reveló el secreto de los grandes dioses, sino que permití que Utnapishtim viese un sueño y en él adivinó el secreto de los dioses. ¡Reflexiona ahora sobre todo lo acaecido!
Al escuchar la alegación de su hermano, Enlil subió a bordo del barco y tomándome de la mano hizo que lo acompañara junto a mi esposa y nos colocó de rodillas frente a él. Tocó nuestras frentes y nos bendijo: 
–      Hasta ahora Utnapishtim era tan sólo humano. En adelante, él y su mujer serán como nosotros, los dioses. ¡Utnapishtim residirá lejos, en la boca de los ríos!
–      Y así vine a residir lejos, en la boca de los ríos. Pero ahora, ¿quién convocará la Asamblea de los dioses para ti, para que encuentres la vida que buscas? ¡Ea lo hará!, pero para ello no debes conciliar el sueño durante siete días y siete noches.
Gilgamesh se sentó para descansar y el sueño lo invadió como un torbellino. Al verlo dormido, Utnapishtim comentó con su esposa:
–      ¡Contempla a este héroe que busca la vida! El sueño le envuelve como una niebla.
Despiértalo para que regrese sano y salvo por el camino que le trajo y pueda regresar a su país – respondió su esposa.
Entonces, Utnapishtim propuso:
–      Puesto que engañar es humano, él procurará engañarse. Prepara hogazas para él, ponlas junto a su cabeza, y marca en la pared los días que duerme.
Ella así lo hizo. La primera hogaza se secó, la segunda se estropeó, la tercera se humedeció; la cuarta se blanqueó; la quinta se enmoheció, la sexta aún conservaba su color y al elaborar la séptima, el durmiente despertó.
Gilgamesh se quejó a Utnapisthim, el Lejano:
–      ¡Apenas me ha invadido el sueño y ya me despiertas! 
Utnapishtim le apremia:
–              ¡Cuenta tus obleas y obsérvalas para que sepas los días que dormiste!
Gilgamesh, al contemplar el estado de las obleas, dijo a su anfitrión:
–      ¿Qué debo hacer? ¿A dónde podré ir? La muerte se ha instalado ya en mi propia cama. Allá a donde yo lleve mis pies, allí está la muerte.
Utnapishtim ordenó a su barquero:
–      Lleva a este hombre que has guiado hasta aquí y cuyo cuerpo está sucio a un lugar donde se lave y después condúcelo a su ciudad.
La esposa de Utnapishtim intervino en defensa de Gilgamesh:
–      Para venir hasta aquí, Gilgamesh ha pasado penas y fatigas, ¿qué puedes darle para que lo lleve consigo de vuelta a su país?
Entonces Utnapishtim expuso:
–      Gilgamesh, te voy a revelar un secreto de los dioses. Existe una planta en el fondo del mar con púas como las de la rosa que, si te apoderas de ella, habrás encontrado la Vida Eterna.
Gilgamesh ató pesadas piedras a sus pies hundiéndose hasta el fondo del mar, donde encontró la planta, la cogió y, desatando las piedras de los pies, ascendió a la superficie.
Gilgamesh dijo entonces al barquero:
–      Esta planta es un remedio contra la angustia. Gracias a ella el hombre puede recobrar la vitalidad. ¡Quiero llevarla a Uruk!
Emprendieron el regreso y tras caminar cien millas comieron un bocado, Después recorrieron otras ciento cincuenta millas y se dispusieron a pasar la noche. Gilgamesh vio un pozo de agua fresca y fue a bañarse. Mientras estaba en el agua, una serpiente olfateó la fragancia de la planta y se apoderó de ella e inmediatamente mudo de piel.
Cuando se dio cuenta de lo que había sucedido, Gilgamesh permaneció todo el día acostado, llorando, las lágrimas corrían a lo largo de sus mejillas.
Tomó la mano del barquero y le dijo:
–      ¿Por quién han sufrido tanto mis brazos? ¿Por quién he derramado la sangre de mi corazón? No he obtenido para mí ningún bien, ¡y ni siquiera puedo volver al mar a buscar la planta!
Continuaron la marcha, y durante los días del viaje, Gilgamesh reflexionó sobre sus aventuras.
Cuando llegaron a Uruk, dijo al barquero:
–      ¡Súbete y paséate por la muralla de Uruk! ¡Contempla sus murallas que son como el cobre! ¡Mira sus columnas que no tienen rival! Inspecciona sus cimientos y observa sus ladrillos de adobe.
Gilgamesh no había conseguido la inmortalidad, pero mostraba orgullosamente las murallas de su ciudad, reconociendo que al menos, a través de ellas, será recordado siempre.
Esa es la forma de encontrar la inmortalidad para los humanos, permanecer en la memoria de los que quedan, ser recordados por lo que fuimos e hicimos, he aquí la lección aprendida por Gilgamesh.

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