viernes, 1 de octubre de 2010

MITOS EL MINOTAURO

El rey Minos, nieto del monarca del mismo nombre fundador de la civilización minóica, regresaba al hogar a bordo de la nave capitana de su flota cuando se desató una furiosa tempestad que amenazaba con hacer zozobrar la embarcación.
Recluido en su camarote, el soberano cretense, siendo consciente del grave peligro que lo amenazaba, invocó al dios del mar:

– ¡Poseidón, sálvame y prometo sacrificar en tu honor el primer animal que llegue a las costas de mi reino procedente del mar!
La divinidad marina debió acoger de buen grado la petición porque la borrasca fue amainando hasta que el mar quedó en calma.
El rey de Creta llegó sano y salvo a su palacio y unos días más tarde, cuando sus criados le notificaron que un toro de pelo blanco había emergido del mar, supo que era el animal que debía ofrecer en holocausto a Poseidón.
Sin embargo, al contemplar al astado quedó tan impresionado por su presencia que olvidó la promesa y decidió incorporarlo a sus rebaños como semental.
Poseidón se enfureció por el comportamiento y decidió castigarlo duramente. Buscó a la diosa del amor y del erotismo y le expuso sus intenciones:

– Deseo castigar severamente a Minos por incumplir la promesa de sacrificarme el primer animal que emergiera del mar en agradecimiento por haber calmado una tormenta que amenazaba con hacer zozobrar su barco, pero, para lograr lo que tengo pensado, necesito tu ayuda.
– Cuéntame tu idea – respondió Afrodita.
– Quiero que inspires en su esposa Pasifae una pasión incontrolable hacia el toro que la impulse a entregarse a él hasta que quede embarazada.
– ¿Qué esperas conseguir con eso? – preguntó la diosa.
– La criatura que nazca será un monstruo que hará avergonzase al rey, sobre todo cuando se propague la noticia por toda la Hélade y se burlen de él.
– Lo haré – dijo Afrodita dando su conformidad al plan.
Pocos días después, Pasifae se encontraba en un prado acompañada de una sierva y vio pacer al hermoso toro blanco. Siguiendo un impulso de su corazón se acercó a él y comenzó a acariciarlo. El animal permaneció quieto respondiendo a las caricias de la mujer frotando su cabeza contra el cuerpo femenino. La reina se sentía tan atraída por el astado que tuvo que hacer un gran esfuerzo para separarse.
A partir de aquel día vivió obsesionada con el animal deseando por encima de todo yacer con él y, como no se le ocurría ninguna fórmula para hacerlo discretamente, decidió recurrir al ateniense Dédalo, el famoso arquitecto, y hábil artesano, que se hallaba refugiado en Creta tras el destierro de su ciudad sufrido por haber dado muerte a un familiar. El rey Minos lo protegió y le encomendó trabajos importantes.

– Dédalo, tengo que hacerte una petición, pero has de guardar la máxima discreción – dijo Pasifae estando a solas con el ateniense.
– Tú dirás, señora.
– Vivo obsesionada con copular con el toro blanco que pace entre los rebaños de mi marido y no se me ocurre la forma de hacerlo cautamente.
– Eso puede resultar muy peligroso tanto por parte del animal como por la de Minos, si llegara a enterarse – expuso el arquitecto – creo que vuestra cabeza y la mía peligrarían si el rey lo advirtiera.
– Por eso te ruego que actúes con todo el sigilo posible.
Dédalo para satisfacer el anhelo regio, construyó un armazón de madera con forma de bovino y lo cubrió con una piel de vaca impregnada con el olor que expedían las hembras para atraer a los machos. La reina se introdujo en la falsa ternera colocando sus piernas en las patas traseras quedando así expuesta a las acometidas del toro. Éste se apareaba con la figura a diario y Pasífae quedó encinta dando a luz un bebé con cuerpo de niño y cabeza de vacuno, que fue conocido como el Minotauro.
Minos, avergonzado por el aspecto del que suponía hijo suyo, hizo diseñar a Dédalo una prisión sumamente complicada de la que nadie pudiera escapar. Una vez terminada la edificación, se llamó Laberinto y en ella encerró al monstruo. Para evitar que alguien pudiera conocer el secreto de la construcción, destruyó los planos y encarceló a su autor y a Ícaro, hijo y colaborador del arquitecto, en una torre de la que sólo era posible escapar volando.
Tras el parto, Afrodita hizo que la pasión de la reina se extinguiera y Poseidón provocó el enloquecimiento del toro logrando que se comportara de forma salvaje y arrojara fuego por sus fauces, cual si de un dragón se tratara, causando numerosos estragos en la isla, sin que fuera posible capturarlo.

El monarca micénico Euristeo, enterado de la fiereza del toro cretense, pensó que era una buena oportunidad para deshacerse de su primo Heracles por lo que le ordenó:
– Vete a Creta, apresa al toro y tráelo a mi presencia.
El héroe, en cumplimiento de su séptimo trabajo, recabó la autorización del rey Minos para cazarlo y, tras obtenerla, buscó al toro hallándolo oculto en una vaguada. Se dispuso a enfrentarse a él y, cuando el animal inició la embestida, se aferró a un cuerno y saltó sobre él, quedando sentado a horcajadas sobre el lomo. Una vez aposentado, asió con fuerza las dos astas obligando a la bestia a entrar en el agua y lo condujo a nado por el mar Egeo hasta Micenas.
Euristeo llevó el animal al templo de Hera e invocó a la divinidad.

– ¡Oh reina de los dioses, acepta este hermoso ejemplar como muestra de mi agradecimiento por la protección que me dispensas!
La esposa de Zeus hizo su aparición en el templo complacida por la ofrenda, pero, al ver la ferocidad del astado, la rechazó.
– No puedo aceptar tu obsequio, Euristeo. Ese animal tan salvaje no debe pastar en las praderas del Olimpo porque causaría disturbios, pero tampoco puedes sacrificarlo sin enojar a Poseidón. Te aconsejo que lo liberes.
Siguiendo la recomendación de la diosa, Euristeo dejó libre al animal que campeó a sus anchas por la llanura de Maratón, en las proximidades de Atenas, causando destrozos y matando a quien pretendía cazarlo.
En Creta, el Minotauro fue creciendo y exigía que se le entregaran periódicamente jóvenes de ambos sexos para su solaz y servicio, provocando el terror entre la juventud cretense ante la posibilidad de ser escogidos en los sorteos para servir al monstruo encerrado.
***
Egeo, era hijo de Pandión II y de Pilia, reyes de Atenas. Nació en Megara, ciudad del istmo de Corinto, donde sus padres se habían refugiado tras ser expulsados del trono ateniense por los hijos de Metión, hermano del monarca.
Cuando Pandión murió, Egeo y sus hermanos atacaron Atenas y expulsaron de ella a los usurpadores, repartiéndose entre ellos el dominio sobre el Ática. Egeo recibió Atenas proclamándose como el noveno rey de la ciudad, Niso reinó en Megara, Lico en Eubea y Palante gobernó sobre el sur de la región.
Egeo contrajo nupcias con Mélite, pero, al no tener descendencia, la repudió para casarse con Calcíope con quien tampoco tenía hijos. Preocupado por si la falta de heredero promovía el ataque de sus hermanos para despojarlo del trono, y temiendo que sus esposas no pudieran concebir a causa de un castigo de Afrodita, acudió a Delfos buscando una solución.
El oráculo le hizo una revelación misteriosa que Egeo no supo interpretar:

– “No abras la boca de tu repleto odre de vino, ¡oh el mejor de los hombres!, hasta que llegues al punto más alto de Atenas”.
Decepcionado por la enigmática respuesta, Egeo inició el regreso y se detuvo en Trecén hospedándose en el palacio del rey Piteo, a quien comentó la réplica del oráculo.
– No comprendo el mensaje que me ha dado.
Piteo sí comprendió que lo que el oráculo había querido decir era que la primera mujer con la que yaciera concebiría un heredero suyo, por lo que debía llegar a Atenas sin haber mantenido contacto sexual por el camino para que el hijo fuera engendrado con su esposa. Pero Piteo, deseoso de que fuera su hija quien alumbrara al heredero del trono ateniense, le contestó:
– No te obsesiones porque ya sabes que los oráculos responden siempre de forma oscura para ocultar que muchas veces no aciertan. Ven, vamos a tomar una copa de un magnífico vino producto de mis propias viñas a ver si nos inspira.
Comieron y bebieron hasta embriagarse hablando de muchos temas, pero sin referirse para nada a la profecía.
Habían consumido un odre de vino y Pìteo pidió a su hija Etra que sacara otro. Cuando la joven hizo su aparición en el salón, Egeo se sintió deslumbrado ante su belleza.

– ¡Qué hija más bella tienes amigo Piteo! – exclamó el ateniense.
– Así es – respondió el rey de Trecén – y aún está soltera porque sueña con encontrar un marido poderoso y rechaza a todos los pretendientes, aunque quizá a ti te aceptara.
A partir de ese momento, el rey de Atenas se dedicó a cortejar a la joven sin saber muy bien lo que hacía a causa del vino ingerido. Al fin, consiguió seducirla y yacieron juntos.
Cuando a la mañana siguiente Egeo despertó, y fue consciente de lo sucedido, sintió un impulso que lo llevó a enterrar su espada y sus sandalias bajo una gran piedra. Después habló con Etra informándola del lugar donde había guardado ambas cosas.

– Si te has quedado embarazada esta noche y tienes un hijo varón, mantenlo en secreto para salvar su vida ante el posible intento de asesinato por parte de mis hermanos y sobrinos. Cuando sea lo suficientemente fuerte como para levantar la piedra y coger el arma y el calzado, lo envías a Atenas.
Etra, que había quedado encinta, dio a luz un niño al que llamó Teseo y siguió exactamente las recomendaciones recibidas manteniendo en secreto la paternidad de Egeo.
***
Atenas, organizó unos juegos atléticos en los que quiso participar Androgeo, hijo del rey Minos de Creta. El joven cretense era un magnífico atleta y un formidable luchador y consiguió vencer en la competición, pero los deportistas atenienses se mostraban reacios a reconocer su victoria y convencieron a Egeo para que propusiera al joven campeón luchar contra el toro de Maratón antes de ser proclamado vencedor de los juegos. El príncipe cretense aceptó el reto y se enfrentó a la fiera, pero murió en el combate.
El rey Minos, enfurecido por la muerte de su hijo, decidió vengarlo atacando con su poderosa flota la costa del Ática, conquistando Megara favorecido por la traición de una hija de Niso, y sometiendo a Atenas a un férreo bloqueo naval. Para levantar el cerco, Minos exigía la entrega anual de siete jóvenes y siete doncellas que entrarían al servicio del Minotauro.
La sitiada Atenas sufrió una época de hambruna y epidemias y cuando los atenienses consultaron al oráculo la forma de resolver la situación, éste les aconsejó que aceptaran la propuesta si querían acabar con la penuria. Finalmente, la ciudad claudicó ante las exigencias de su agresor.
Tras el ataque de Minos, Egeo quiso reforzar el poder de Atenas y decidió adueñarse de toda el Ática despojando a sus hermanos de las tierras que les habían correspondido. Expulsó a Lico obligándolo a refugiarse en Mesenia. Del mismo modo actuó con Palante. De Megara no pudo apoderarse por estar dominada por Minos.

***
Teseo fue criado en Trecén por su madre sin conocer el nombre de su padre hasta que cumplió dieciséis años. Al llegar a esa edad, Etra pensó que ya era suficientemente fuerte para apoderarse de la espada de su progenitor y un día le dijo:

– Acompáñame para averiguar si ha llegado el momento de que conozcas el nombre de tu padre.
El muchacho miró entusiasmado a su madre y la acompañó de buen grado. Al llegar a la piedra, Eltra ordenó:
– ¡Levántala!
Y Teseo lo hizo sin demasiado esfuerzo dejando a la vista las sandalias y la espada. Miró interrogativamente a su madre y ésta respondió a la muda pregunta:
– Son del rey de Atenas, Egeo. La noche que te concebimos me pidió que si quedaba embarazada de un varón, lo mantuviera en secreto para preservar tu vida y que cuando fueras lo suficiente fuerte para levantar la piedra, te revelara su nombre, te calzaras las sandalias, ciñeras la espada y te dirigieras a Atenas a reunirte con él para reconocerte como hijo y proclamarte heredero.
Teseo, desde niño, había destacado por su fuerza y valentía y decidió dirigirse en busca de su padre sin compañía alguna, dispuesto a afrontar con valor los peligros que pudieran aparecer durante el viaje. Y se le presentaron varios.
El primero de ellos se manifestó en forma del salteador de caminos Perifetes, hijo de Hefesto, que, pese a ser cojo, manejaba con gran habilidad una gigantesca maza de bronce con la que mataba a los viajeros que osaban atravesar sus dominios. Teseo le arrebató la maza y le dio muerte con ella.
El siguiente encuentro peligroso fue con Sinis, quien se deshacía de sus contrincantes doblando dos pinos y atando las copas entre sí. Cuando capturaba a alguien, sujetaba cada brazo a una copa y después soltaba los árboles quedando el cuerpo descuartizado. Teseo lo venció y utilizó su mismo método para darle muerte.
Después tuvo que enfrentarse a Estirón, un descendiente de Tántalo, quién obligaba a los viajeros a lavarle los pies en el mar, tras lo cual, los arrojaba a las olas donde una tortuga carnívora de Hades los devoraba. Teseo se negó a lavarle los pies y tomando a su rival por ellos lo arrojó al mar donde sufrió la muerte de sus víctimas
Cerca de Eleusis, un bandido llamado Cerción retaba a los viajeros a luchar contra él en un duelo en el que siempre vencía. Teseo, debido a su fortaleza, pudo levantarlo sobre sí y arrojarlo fuertemente contra el suelo, muriendo a causa del impacto.
En las proximidades de Eleusis también residía un apuesto bandido llamado Procustes, quien primero seducía a los viajeros y más tarde los torturaba deformándolos. Solía atarlos a una cama y los amordazaba. A los de estatura elevada los colocaba en un lecho pequeño y les cercenaba los pies y los brazos hasta que cabían. A los pequeños los depositaba en una cama grande y los estiraba con cuerdas y a base de martillazos. Teseo lo mató adoptando los procedimientos que él utilizaba con sus víctimas. Primero lo sedujo con juegos y, más tarde, lo ató y amordazó en la cama más pequeña, donde terminó cortándole los pies y la cabeza.
Se decía que la Cerda de Cromio era una bestia sanguinaria descendiente de los monstruosos Tifón y Equidna. Al parecer fue criada por Faea, una vieja muy fea y desalmada. A la Cerda se le atribuía la muerte de muchos seres humanos y parió al verraco de Caledonia.
Teseo, al tener conocimiento de la existencia del peligroso animal, organizó una cacería en el curso de la cual la mató.

***
En esta época, Medea, abandonada por Jason y fugitiva de Corinto, en donde la habían apedreado por negarse a resucitar al rey Pelias, tal como había prometido a sus hijas, llegó a la ciudad y aceptó la hospitalidad de Egeo. Enterada de que el rey no había tenido descendencia, le propuso:
– Cásate conmigo y yo te daré un hijo varón.
El anciano monarca aceptó el matrimonio y Medea alumbró siete meses después un niño llamado Medo, quien, en realidad, era hijo de Jasón.
Al llegar a Atenas, Teseo supo que su padre se había casado y había nacido un niño. Ante esta situación inesperada, el joven decidió no darse a conocer de forma inmediata.
Medea, ignorando la existencia de Teseo, pensaba que su hijo heredaría el reino de Atenas, por lo que cuando el joven se presentó en palacio de incógnito y ella lo reconoció por medio de sus dotes mágicas, se acercó a su marido muy alarmada.

– Mis conocimientos como maga me dicen que ese joven forastero es un traidor que forma parte de una intriga para apoderarse del trono.
– Entonces habrá que deshacer de él – respondió Egeo – dispondré que combata contra el toro de Maratón ante el que, sin duda, hallará la muerte.
– Muy bien pensado – aplaudió su esposa.
Teseo fue conducido a la llanura y se enfrentó a la bestia. Ésta arrancó con ímpetu para embestir a su contrincante, pero el joven saltó ágilmente sobre el lomo del animal y clavó la espada de su padre en el morrillo y el toro cayó fulminado.
Durante la fiesta que, supuestamente, se celebraba en honor del joven por haber vencido al toro, el rey le ofreció una copa de vino en la que había vertido un veneno proporcionado por Medea, pero, en ese momento, Teseo mostró la espada con la que había puesto fin a la vida del monstruo. Egeo la reconoció y, abalanzándose hacía él, le arrebató la copa de las manos, salvándolo de la muerte.

– ¿De dónde has sacado esta espada? – preguntó el rey.
– La hallé bajo una gran roca donde mi padre la escondió junto a sus sandalias hace dieciséis años. Mi madre me condujo al escondrijo y, tras informarme que mi padre eras tú, me hizo venir a Atenas para revelarte mi personalidad.
Egeo abrazó a su hijo y desterró a Medea, quien fue con su hijo a refugiarse en la Cólquida. Para dar más prestigio a su heredero, el monarca ateniense difundió la idea de que Teseo podía ser hijo de Poseidón, pues el dios del mar yació con Etra la misma noche que lo hizo él.
***
Los atenienses querían librarse del humillante gravamen al que los tenía sometidos Creta y Teseo pidió a su padre formar parte de la ofrenda de ese año para poder enfrentarse al Minotauro. El rey accedió a la petición pidiéndole que si regresaba vencedor cambiase las velas negras que llevaba el barco en señal de luto, por otras blancas y así sabría antes de que llegara al puerto que estaba vivo. El joven se lo prometió.
El rey Minos, que formaba parte de la expedición organizada para recoger el tributo, se enamoró de una de las jóvenes que lo integraban y quiso forzarla, pero Teseo se interpuso entre ellos.

– ¡Apártate! – gritó enfurecido el cretense – ¡un simple humano no puede entrometerse en los asuntos de un descendiente de dioses!
Y para demostrarlo, pidió a su bisabuelo Zeus que enviara rayos y truenos.
– Yo no soy un simple mortal. Mi padre verdadero es Poseidón – respondió Teseo con calma.
– ¡Demuéstramelo! – exclamó Minos exaltado – ¡devuélveme este anillo!
Y quitándose el sello real que llevaba en el dedo índice de su mano derecha, lo arrojó al mar.
Teseo, sin dudarlo, se zambulló en el agua donde dos delfines lo recogieron conduciéndolo ante Anfítrite, esposa de Poseidón, quien le entregó el anillo y una corona. Después, los mismos delfines lo devolvieron al barco. Minos quedó convencido del origen divino del muchacho y renunció a poseer a la joven cautiva.
La expedición llegó a Creta sin más incidentes, pero cuando desembarcaron y los rehenes eran llevados al palacio para prepararlos antes de introducirlos en el Laberinto, Cupido, siempre juguetón, lanzó una flecha dorada que fue a impactar en el corazón de la princesa Ariadna, quien, al ver a Teseo, se enamoró de forma fulminante y, no deseando su muerte, se propuso ayudarlo a derrotar al Minotauro.

– Puedo proporcionarte una espada para matar al Minotauro y un instrumento para que puedas salir del Laberinto – ofreció la muchacha.
– ¿Por qué deseas ayudarme? – inquirió el ateniense.
– Para que me lleves contigo cuando vuelvas a Atenas y me hagas tu esposa.
– Lo haré – aceptó el joven, tras dudarlo unos segundos.
La princesa le entregó una corta espada que debía ocultar entre sus ropas y un ovillo de hilo para que atara uno de los extremos a la puerta de entrada y fuera soltándolo a medida que avanzaba hacia el monstruo. Después de darle muerte, iría recogiendo el hilo hasta hallar la salida.
Una vez en el interior de la prisión, Teseo, tras atar la punta del hilo a la puerta, se puso al frente del grupo avanzando al encuentro de monstruo. Cuando se hallaron ante él, el muchacho saltó por sorpresa sobre la espalda del Minotauro y le atravesó el corazón con la espada.
Inmediatamente después, abandonaron el Laberinto y acompañados por Ariadna, emprendieron el regreso a Atenas, no sin antes haber hundido los barcos cretenses para evitar la persecución.
En el viaje de regreso, Teseo tuvo un sueño en el que aparecía Dioniso ordenándole:

– Debes dirigirse a Naxos y desembarcar a Ariadna porque ella no está destinada a ser tu esposa, sino la mía.


En vista del sueño, y siguiendo la orden divina, abandonó a la princesa en la isla, donde la esperaba la divinidad para hacerla suya, poniendo a continuación rumbo a Atenas.
Teseo había olvidado la promesa que hizo a su padre de cambiar las velas negras por otras blancas si volvía victorioso y el rey Egeo, al divisar que la galera llevaba velas negras, se suicidó arrojándose al mar que, desde entonces, lleva su nombre.
El joven heredó el trono y años después contrajo matrimonio con una hermana de Ariadna llamada Fedra, personaje que, muchos siglos más tarde, fue utilizado como paradigma del trastorno psíquico-afectivo denominado “Síndrome de Fedra”.
Pero… esa es otra historia.

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