viernes, 1 de octubre de 2010

MITOS LOS GEMELOS DE XIBALBA

LEYENDA DE LOS DIOSES GEMELOS
Cuenta el Popol Vuh, considerado como la Biblia maya, que Ixpiyacoc, el viejo, e Ixmucane, la vieja, conocidos como los Abuelos del Alba, formaban la primera generación de dioses y ambos decidieron unirse carnalmente. De esta unión nacieron dos hijos llamados Hun-Hunahpu y Vucub-Hunahpu.
Los pequeños se distraían con cualquier juego, pero conforme iban creciendo abandonaban los esparcimientos infantiles e inventaban otros cada vez más sofisticados.
Un día encontraron una roca en la que la erosión había abierto un agujero redondo y Vucub tomando un canto rodado del suelo lo lanzó con la intención de hacerlo pasar por el orificio. No logró acertar, como tampoco su hermano cuando lo intentó. Volvieron a ensayar los lanzamientos y permanecieron haciéndolos hasta que consiguieron afinar la puntería y obtener un aceptable porcentaje de aciertos.
A partir de aquel día perfeccionaron el juego y fueron cambiando las reglas. Como acertar tirando el canto con las manos era muy fácil, trataron de hacerlo con los pies, pero las piedras eran duras y se hacían daño. Entonces sustituyeron los cantos rodados por una pelota de caucho. También les resultaba sencillo introducirla con los pies y de nuevo modificaron el reglamento debiendo utilizarse sólo el pecho, vientre o caderas.
Para protegerse del dolor que les producían los golpes de la pelota lanzada con mucha fuerza, utilizaron cinturones anchos confeccionados con cuero y madera, así como guantes y protectores en muslos y rodillas.
Adornaron todo su equipamiento con dibujos y bordados haciéndolos valiosos y atractivos a la vista y llamaron al invento Teotlachco que, con el tiempo, se convirtió en el Juego de Pelota de los mayas y de otros pueblos de la América primitiva.
***
Al llega a la edad adulta, Vucub-Hunahpu permaneció soltero y no tuvo descendencia, mientras que Hun-Hunahpu se unió con Ixbaquiyalo engendrando dos hijos a los que llamaron Hunbatz y Hunchouen. Más tarde murió Ixbaquiyalo y los huérfanos quedaron al cuidado de su abuela.
Pese a ser ya adultos, ambos continuaron practicando su afición y un día encontraron un lugar muy adecuado para desarrollar el juego al pie de un macizo rocoso, en cuya base se abría una cueva que era una de las puertas de entrada al Xibalbá o Inframundo. Ellos, ignorantes de la circunstancia, jugaban allí todos los días sin comedirse en sus ruidosas expresiones.

– ¡Ya están los hermanos Hunahpu molestando otra vez con el ruido infernal que producen! – exclamó Hub-Camé, el señor principal del Inframundo.
– A mí me vuelven loco con el escándalo – respondió su compañero Vucub-Camé.
– Deberíamos hacer algo para acabar con la molestia – propuso Hub.
– Sí – aceptó Vucub.
– Podemos invitarlos a jugar contra nosotros y una vez aquí los matamos – sugirió el primero de los señores – y así podríamos apoderarnos de los ricos y bellos utensilios que emplean en el juego.
– Quizá no acepten nuestra invitación por miedo a bajar al Inframundo – dudó el segundo.
– Creo que aceptarán – opinó el mayor de los Camé – porque no resistirán la tentación de vanagloriarse por haber vencido a los señores del Xibalbá.
– Quizá lleves razón – concedió su hermano – enviemos a los búhos parlantes con la invitación.
Así lo hicieron y los hermanos aceptaron, pero antes de partir escondieron un equipo completo de juego en un hueco de la casa de sus padres.
Guiados por los búhos iniciaron la marcha hacia Xibalbá siguiendo un camino extremadamente dificultoso que se iniciaba en la cueva de su cancha de juego.
Bajaron hacia las profundidades de la tierra por una empinada y resbaladiza escalera, que terminaba en la orilla de un río cuyo cauce discurría entre grandes abismos. No obstante, su buena forma física les permitió atravesarlo sin grandes dificultades. Más tarde tuvieron que cruzar otro río en cuyas orillas abundaban jícaros espinosos que laceraban la piel con sus púas al menor descuido. A continuación se vieron obligados a vadear otra profunda corriente de sangre y pus evitando ingerir aquel líquido ponzoñoso.
Siguieron su marcha por una senda que le indicaron los búhos antes de desaparecer en un recodo, y llegaron a un cruce del que partían cuatro caminos de colores: rojo, negro, blanco y amarillo.

– ¿Cuál seguimos? – preguntó Hun-Unahpu.
– No sé – dudó su hermano – y los búhos nos han abandonado sin indicarnos nada, por lo que seguro que hay alguna señal que nos oriente.
Empezaban a estudiar el cruce, cuando resonó una voz:
– Debéis seguir por el camino negro. Él os conducirá a Xibalbá.
Examinaron los alrededores buscando a su informador, pero no encontraron a nadie y decidieron dar como buena la recomendación, reanudando la marcha por el camino indicado.
Pronto llegaron a su destino y encontraron unas figuras con apariencia de ser los señores del Inframundo. Los hermanos los saludaron respetuosamente, pero nadie respondió. Extrañados por ello, se acercaron comprobando que habían confundido unas siluetas de madera con los señores.
Entonces escucharon carcajadas y frases burlonas de los verdaderos caciques que estaban escondidos mofándose de los hermanos.

– ¡Ja, ja, ja…! ¡son tan idiotas que saludan a figuras de madera! ¡ja, ja, ja…!
Al fin aparecieron Hub-Camé y Vucub-Camé entre grandes risotadas.
– Vendréis muy cansados, sentaos en ese banco a descansar hasta que os repongáis de vuestra fatiga – invitó Vucub.
Los jóvenes agradecieron cortésmente la invitación y se aposentaron en el banco. Pero inmediatamente se levantaron quejándose:
– ¡Ay, está quemando!
De nuevo se escucharon las carcajadas soeces de los caciques causando el enojo de sus visitantes por la carencia de cortesía, aunque lograron disimularlo.
– Sed bienvenidos a Xibalbá – saludó Hub-Camé – mañana celebraremos el partido. Para que descanséis y preparéis vuestros útiles de juego podéis ocupar una casa que es muy oscura, pero para alumbrarla os daremos una rama de ocote encendida. También os proporcionaremos un cigarro para fumarlo. Ambos debéis devolverlos al amanecer sin consumir.
Cuando al día siguiente fueron a buscarlos, tanto la rama como los cigarros se habían quemado.
– ¿Dónde están la rama y los cigarros que os entregamos anoche? – inquirió Vucub-Camé.
– Ahí están – respondió Hun señalando la ceniza.
– ¡No habéis cumplido lo que se os ordenó y aquí la desobediencia se castiga con la muerte! – exclamó airado Hub-Camé.
Ambos hermanos perdieron la vida y antes de enterrarlos ordenaron cortar la cabeza a Hun-Hunahpu y colocarla entre el follaje de un jícaro. Al instante, el árbol produjo fruta y la cabeza parecía un fruto más del árbol. Ante este prodigio, quedó prohibido comer su fruta y situarse bajo él.
Sin embargo, Ixquic, la hija de Chuchamaquic, uno de los señores de Xibalbá causante de las hemorragias de sangre, quedó tan admirada escuchando a su padre narrar el episodio de los frutos del árbol, que sintió un poderoso deseo de probarlos y se dirigió hacia el jícaro para satisfacer su anhelo. A llegar al árbol, la cabeza de Hun-Hunahpú le habló:

– No comas porque lo que ves no son frutos sino cabezas cortadas.
Pero ella insistió en comerlos y, ante ello, la cabeza le pidió que extendiera su mano y cuando lo hizo escupió saliva sobre ella diciéndole:
– En la saliva te he dado mi descendencia. Ahora puedes subir a la superficie de la tierra y te prometo que no morirás.
De este modo, Ixquic quedó encinta sin haber conocido varón.
Al sexto mes del embarazo, Chuchamaquic, advirtiendo el estado de la joven, la interrogó sobre el causante de su deshonra, pero Ixquic respondió que no había yacido con ningún hombre.
El padre, creyendo que su hija se burlaba de él, llamó a los búhos mensajeros proporcionándoles un cuchillo para que la sacrificaran y ordenándoles que le llevaran su corazón en una jícara.
Ixquic imploró por su vida y convenció a los búhos para que incumplieran la orden recibida, pero como debían llevarle el corazón a su señor, colocaron en la jícara el fruto de un árbol cuya savia era parecida a la sangre y pronto adquirió la forma de un corazón.
Los señores de Xibalbá arrojaron el supuesto órgano de la doncella al fuego y se deleitaron con el olor a sangre quemada.
***
Ixquic emprendió el camino hacia la morada de Ixmucané, la madre de Hun-Hunahpu, presentándose ante ella:

– Soy la esposa de tu hijo Hun-Hunahpu que me ha mandado a reunirme contigo.
– ¡Eres una farsante porque yo sé que mis hijos han muerto! – gritó la anciana airada por creerse engañada − ¡fuera de aquí!
Sin embargo, Ixquic no se arredró ante el rechazo y explicó a su suegra lo sucedido.
– Está bien, te creo. Puedes quedarte, pero ahora debes ir a recoger maíz para preparar la comida – ordenó Ixmucané.
La joven se dirigió hacia el sembrado quedando consternada al descubrir que sólo había una planta de la que no podía conseguir el grano necesario para la comida de cuatro personas.
– Yum-Kaax, señor del maíz ¡ayúdame, te lo ruego! − invocó con desesperación la muchacha.
Y el dios, apiadado de ella, atendió la súplica ordenándole recoger sólo las barbas de la mazorca. Así lo hizo y la bolsa se llenó de grano.
A su regreso, la anciana, que sabía que solo había una planta, preguntó sorprendida:

– ¿De dónde has sacado tanto grano?
– De la planta que hay en el campo − contestó Ixquic.
La Abuela del Alba, tras comprobar que la planta seguía en su sitio supo que la joven estaba protegida por los dioses, la reconoció como nuera y le vaticinó que sus hijos serían sabios.
Ixquic dio a luz gemelos en el campo y después los llevó a casa. Los llamó Hunahpú e Ixbalanqué. La abuela no quería a los nuevos nietos y, aprovechando la ausencia de la madre, hizo que los llevaran al exterior y los colocaran sobre un hormiguero para ser devorados por las hormigas. Pero los gemelos sobrevivieron y entonces ordenó que fueran colocados sobre un lecho de espinas. Tampoco dio resultado y los pequeños continuaron vivos.
Hunahpú e Ixbalanqué, ante la inquina que sus hermanastros sentían hacia ellos, crecieron en el campo procurándose alimento por medio de cerbatanas con las que cazaban pájaros, aunque, cuando los llevaban a su abuela para cocinarlos, ella sólo les daba las sobras de la comida de sus hermanos.
Un día llegaron a la casa sin pájaros y la abuela se enfadó.

– Las aves se han quedado enganchadas en las ramas de un árbol al que no podemos trepar – se justificaron los chicos – y por eso venimos para que nuestros hermanos nos ayuden a bajarlas.
Al día siguiente partieron los cuatro hacia el bosque donde estaba el árbol lleno de pájaros y Humbatz y Hunchouén treparon por el tronco, pero mientras estaban ascendiendo, el árbol comenzó a crecer y la parte inferior del tronco quedó sin ramas impidiéndoles descender.
– ¡Ayudadnos! – pidieron a sus hermanos pequeños.
– Ataos los pantalones a la cintura y dejad las puntas largas – recomendaron Hunahpú e Ixbalanqué.
Así lo hicieron e inmediatamente se transformaron en monos y se internaron en el bosque saltando de rama en rama.
Cuando los gemelos regresaron a la casa y contaron a su abuela lo sucedido, ella temió no volver a ver a sus nietos. Sin embargo, Hunahpú e Ixbalanqué le prometieron que los volvería a ver e inmediatamente comenzaron a tocar la flauta y el tambor. El sonido de la música atrajo a Humbatz y Hunchouén al patio de la casa donde comenzaron a danzar y a hacer muecas con aspecto de mono y la abuela rió a carcajadas. Después, los nuevos monos se internaron en el bosque y nunca volvieron.
Ese fue el castigo que recibieron por haber maltratado a sus hermanos menores.

Un día, Ixmucané encargó a los gemelos que fueran al campo para roturar nuevas tierras en las que sembrar más maíz. Al llegar al terreno que debían desbrozar y cavar, la azada y el hacha se pusieron a trabajar mágicamente sin que tuvieran que empuñarlas, mientras ellos se dedicaban a su actividad preferida: la caza con cerbatana. Sin embargo, antes de volver a casa tuvieron la precaución de ensuciarse de tierra para justificar su trabajo.
Al día siguiente, volvieron para proseguir su tarea y se encontraron con que todos los árboles y la maleza cortados el día anterior habían rebrotado. Ignorando qué había sucedido durante la noche, se escondieron para tratar de averiguarlo. Y así supieron que los animales habían ordenado a la vegetación que volviera a crecer.
Hunapú e Ixbalanqué decidieron atrapar a los animales para pedirles explicaciones, pero éstos se escabullían y sólo consiguieron apoderarse de un ratón.

– ¿Por qué habéis ordenado a la vegetación que renazca?
– Porque vosotros no debéis dedicaros a este trabajo. Lo que tenéis que hacer es jugar a la pelota – respondió el ratón.
– Vuestra abuela – continuó el roedor − tiene escondidos los guantes, los protectores, el anillo y la pelota necesarios para el juego, pero no desea entregároslos porque a causa del juego murieron vuestro padre y vuestro tío.
De vuelta a casa, pidieron a su abuela y a su madre que fueran a recoger agua al río para ellos quedarse solos y buscar los instrumentos del juego. El ratón les informó dónde estaban y, tras apoderarse de ellos, los guardaron en un escondite secreto.
Hunahpú e Ixbalanqué comenzaron a jugar en el mismo lugar que lo hacían su padre y su tío y los señores de Xibalbá no tardaron en escuchar el ruido y, enseguida, les enviaron una invitación para competir con ellos al cabo de siete días.
Los emisarios no encontraron en la casa a los destinatarios del mensaje, pero se lo transmitieron a la abuela quien, pese a estar afligida por los viejos recuerdos, prometió hacerlo llegar a sus nietos.
Estaba meditando sobre cómo enviaría el mensaje cuando un piojo cayó en su espalda y a él se lo entregó para que lo llevara a su destino. El insecto encontró un sapo en el camino que le ofreció ayuda para cumplir su cometido. El mensajero aceptó y permitió que el batracio se lo tragara para ir más rápido. Más tarde toparon con una culebra, que, al conocer la misión, también ofreció su colaboración y se tragó al sapo. Así el mensaje llegaría antes a su destino.
La culebra marchaba a gran velocidad, pero la vio un gavilán y, para ayudar, se la tragó, volando a continuación hasta donde jugaban los muchachos. Hunahpú e Ixbalanqué, al ver al gavilán tomaron sus cerbatanas y lo hirieron en un ojo haciéndolo caer a tierra.

– ¿Adónde vas por aquí, gavilán? – preguntaron los hermanos.
– Traigo un mensaje para vosotros en mi vientre – respondió el ave – si me curáis, os lo entregaré.
Los gemelos curaron al gavilán y éste vomitó a la culebra, que, a su vez, expelió al sapo y, como éste no podía devolver, se fijaron en la boca y encontraron al piojo entre sus dientes. El insecto transmitió el mensaje recibido y los gemelos aceptaron.
A continuación fueron a despedirse de su abuela pidiéndole que plantara dos cañas. Si se secaban significaba que ellos habían muerto, pero si retoñaban sabría que estaban vivos.
Hunapú e Ixbalanqué iniciaron su viaje hacia Xibalbá portando cada uno su cerbatana. Siguieron el mismo camino que llevaron su padre y su tío sin sufrir quebranto alguno.
Al llegar a la encrucijada capturaron un gran mosquito y le dieron instrucciones para que anduviera por el camino negro y picara al primer hombre que encontrara y luego a todos los demás. El mosquito siguió las instrucciones picando al primer hombre que encontró, pero éste no se quejó porque era de madera. Picó al siguiente y sucedió lo mismo porque también era de madera. Picó a un tercero y éste gritó y el que estaba a su lado preguntó

– ¿Por qué gritas Hun-Camé?
Después el mosquito continuó picando y cada hombre decía el nombre del anterior y así se enteró de los nombres de los señores del Inframundo: Hum-Camé, Vucub-Camé, Xiquiripat, Chuchumaquic, Ahalpuh, Ahalcaná, Chamiabac, Chamiaholom, Quicxic, Patán, Quicré y Quicrixcac.
Con esta información, Hunahpú e Ixbalanque, llegaron a Xibalbá donde se encontraron con las siluetas que parecían señores sentados, pero pasaron delante de ellos sin mirarlos. Entonces Hun-Camé preguntó:

– ¿No los saludáis?
– No acostumbramos a saludar a muñecos de madera – respondió Hunahpú.
Y a continuación saludaron a los señores verdaderos llamando a cada uno su nombre. Éstos quedaron sorprendidos porque jamás revelaban su nombre.
A continuación los hermanos fueron invitados a sentarse en la piedra ardiente.

– Sentaos un momento para descansar de vuestro viaje.
– Lo haríamos en un asiento, pero éste no lo es.
Más tarde los acompañaron a la casa oscura, donde debían pasar la noche. Para que hubiera iluminación en la morada, les entregaron una rama de ocote encendida y un cigarro a cada uno, con la advertencia de que debían permanecer sin consumirse hasta la mañana siguiente. Los hermanos no pusieron objeción alguna a las exigencias de los señores y penetraron en la casa.
Una vez solos, apagaron las ramas y para simular las llamas colocaron plumas rojas. Tampoco fumaron los cigarros sino que colocaron luciérnagas en sus puntas simulando brasas. A la mañana siguiente, los señores de Xibalbá quedaron sorprendidos al observar que tanto las ramas como los cigarros estaban intactos.
Después comenzó la partida utilizando la pelota de los señores. Sin embargo, apenas comenzó el juego, la bola de caucho se movió sola hasta introducirse en el anillo de los gemelos. Ellos, al advertir la trampa, amenazaron con retirarse si no se utilizaba su propia pelota. Los señores aceptaron y pronto el balón se insertó en el anillo de Xibalbá dándose por concluido el juego con la victoria de los visitantes. Los señores se sintieron furiosos y frustrados por no poder cumplir su deseo de aniquilar a los hermanos y apoderarse de sus adminículos de juego.
Entonces comunicaron a los gemelos que, si bien habían vencido en el juego de la pelota, no podrían salir del Inframundo sin superar una serie de pruebas. Los jóvenes aceptaron el reto.
La primera de ellas consistía en atravesar una casa llena de afiladas cuchillas en constante movimiento y salir sin heridas.

– Si permanecéis sin moveros y salimos sin daño alguno, os proporcionaremos todos los animales que deseéis para cortarlos – propusieron los hermanos.
Las navajas aceptaron y se mantuvieron inmóviles permitiendo que los hermanos salieran incólumes sorprendiendo mucho a los señores, quienes les expusieron una nueva prueba.
– Para mañana debéis tener llenas de flores estas cuatro jícaras (jarrones).
Los señores, al objeto de impedir que pudieran triunfar, ordenaron a los campesinos que si veían a los hermanos cortando flores debían matarlos. Pero, aunque los lugareños velaron durante toda la noche en espera de los gemelos, los aguardaron en vano porque Hunahpú e Ixbalanqué encargaron el trabajo a las hormigas, que lo hicieron sin que nadie reparara en ellas. A la mañana siguiente los señores, observando que las jícaras estaban llenas de flores, montaron en cólera castigando con la muerte a los agricultores.
La siguiente prueba consistía en pasar la noche en la casa del frío, una mansión llena de hielo donde existían unas temperaturas tan bajas que resultaba imposible sobrevivir. Sin embargo, los jóvenes prendieron fuego a unos viejos troncos y amanecieron con vida.
El cuarto obstáculo que debían superar era entrar en la guarida de los jaguares y salir vivos. Para lograrlo, se apoderaron de unos huesos y convencieron a los animales que los mordieran y los respetaran a ellos y los felinos así lo hicieron.
Cada vez más furiosos, los señores prepararon una nueva prueba que consistía en pasar la noche en la casa de los murciélagos. Éstos podían cortarlos como si dispusieran de una guadaña. No obstante, los hermanos se introdujeron en sus cerbatanas para pasar la noche sin ser lastimados.
Por la mañana temprano, Hunahpú se asomó para ver si ya era de día y un murciélago le cortó la cabeza.

– ¿Ha amanecido ya? – preguntó Ixbalanqué.
Como su hermano no le contestaba, giró su cerbatana para ver qué había sucedido.
Al verlo decapitado, Ixbalanqué reconoció que los señores de Xibalbá habían vencido y ellos, felices por la muerte de Hunahpú, colgaron la cabeza sobre el anillo del juego de la pelota.
Pero Ixbalanqué no se dio por vencido y convocó por la noche a todos los animales. Una vez reunidos, los sabios del cielo tomaron a la tortuga y la colocaron sobre el cuerpo del difunto, le compusieron el rostro y le dieron la facultad del habla aparentando ser la cabeza cortada. Ahora sólo faltaba hacer la sustitución y colocar la cabeza de Hunahpu sobre su cuerpo para que pudiera revivir.
Ixbalanqué pidió a un conejo que se escondiera en un bosque de encinas y cuando recibiera la pelota saliera corriendo.
Pronto llegaron los señores de Xibalbá para jugar, sintiéndose muy satisfechos por haber vencido a los hermanos. Comenzaron el juego y cuando arrojaron la bola, Ixbalanqué se apoderó de ella y la lanzó hacia el bosque donde se hallaba escondido el conejo. Éste corrió cumpliendo las instrucciones y los señores lo persiguieron, momento que aprovechó el joven para apoderarse de la cabeza de su hermano y colocar en su lugar a la tortuga. Después situó la cabeza decapitada sobre el cuerpo y Hunahpu resucitó.
Cuando los señores de Xibalbá volvieron al juego quedaron asombrados al ver a los dos hermanos en el campo de juego. Hunahpú e Ixbalanqué convocaron a los sabios Zulú y Pacam diciéndoles:

– Pronto os llamarán los señores de Xibalbá para preguntaros cómo nos podrían matar, ya que hasta ahora no han logrado hacerlo. Debéis responder que nuestros huesos tienen que ser molidos hasta parecer harina de maíz y el polvo arrojado al río.
Los sabios informaron en este sentido a los señores, quienes prepararon una hoguera y requirieron la presencia de los hermanos. Al llegar, fueron arrojados a la hoguera sin ofrecer resistencia. Una vez calcinados los cuerpos, el polvo resultante fue depositado en el río, pero cuando los restos tocaron el fondo, se unieron y Hunahpú e Ixbalanqué recuperaron sus figuras.
Tras cinco días de ausencia, los hermanos reaparecieron cantando, bailando y haciendo números de magia. Simulaban incendiar una casa, pero después aparecía intacta. Parecía que se mataban el uno al otro, pero a continuación resucitaban sin un rasguño.
La gente estaba entusiasmada con los números de magia y pronto la noticia de los prodigios llegó a oídos de los señores de Xibalbá, quienes enviaron mensajeros en su busca para satisfacer su curiosidad.
Cuando Hunahpú e Ixbalanqué llegaron a Xibalbá se humillaron ante los anfitriones haciéndoles reverencias.

– ¿De dónde sois? ¿quién es vuestra familia? − les interrogaron.
– Lo ignoramos porque nuestro padre murió antes de que naciéramos.

Les pidieron que hicieran una demostración de sus habilidades y ellos incendiaron una casa y la devolvieron indemne. Más tarde despedazaron a un perro y lo resucitaron. A continuación hicieron lo mismo con un hombre.
Los señores, asombrados ante los prodigios, les pidieron que se sacrificaran uno a otro y luego resucitaran. Hunahpú fue sacrificado por Ixbalanqué, le arrancó el corazón y lo descuartizó y luego lo resucitó.
Hum-Cané y Vucub-Camé, los principales señores, quisieron saber qué se experimentaba al morir y resucitar y les pidieron que los sacrificaran. Los hermanos así lo hicieron, pero se negaron a resucitarlos. Los demás señores, llenos de miedo, huyeron y se escondieron, pero las hormigas los descubrieron y los expulsaron de su escondite. Volvieron ante los gemelos rogando por su vida. Hunahpú e Ixbalanqué dieron a conocer sus nombres y, ante los ruegos de los señores, tuvieron compasión y les anunciaron que a partir de entones no podrían someter a los hombres y que se dedicarían a realizar labores de alfarería.
Mientras tanto, Ixmucané observaba las cañas que habían plantado sus nietos viendo como se habían secado y retoñado en varias ocasiones y ahora lucían verdes y vigorosas. La abuela estaba feliz y dejó de llorar por sus nietos.
Hunahpú e Ixbalanqué honraron a su padre vengando su muerte y luego ascendieron al cielo convirtiéndose en el Sol y la Luna quedando a partir de entonces iluminada la bóveda celeste.

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