lunes, 1 de octubre de 2012

BODAS ALKIMICAS DE CHRISTIAN ROSENKREUTZ 6

JORNADA SEXTA
Al día siguiente, el primero que abrió los ojos nos despertó a todos e inmediatamente nos pusimos a discurrir sobre el posible desarrollo de los acontecimientos.
Unos decían que los decapitados revivirían todos juntos; otros afirmaban que la desaparición de los ancianos debería dar a los jóvenes no solo la vida, sino también la facultad de reproducirse. Algunos aseveraban que no podían haber matado a las personas
reales sino que eran otros los que habían sido decapitados en lugar de ellos. Después de estar hablando así durante un rato, entró el anciano, nos saludó y comprobó que nuestros trabajos estuviesen terminados y de forma correcta; habíamos puesto tanto celo y cuidado en ello que se mostró satisfecho. Cogió los frascos y los colocó en un joyero.
Luego entraron algunos pajes que traían escaleras, cuerdas y grandes alas; las depositaron frente a nosotros y se fueron. Entonces dijo el anciano: “Hijos queridos, cada uno de vosotros tiene que encargarse de una de estas cosas durante todo el día, así que podéis escogerlas o echarlas a suerte”. Le dijimos que preferíamos escoger.
“No - rectificó el anciano -, las echaremos a suerte”.
Entonces hizo tres fichas: en la primera puso escalera; en la segunda, cuerda; y en la tercera, alas. 1. Las mezcló en un sombrero y cada cual sacó una ficha, por lo que tuvo que encargarse del objeto recibido. A quienes les tocaron las cuerdas se creyeron favorecidos por el azar; a mí, que me tocó una escalera, me pareció fastidioso pues tenía doce pies de largo y era bastante pesada. Tuve que llevarla mientras que los otros podían enrollar fácilmente las cuerdas alrededor suyo. Luego, el anciano ató las alas a los últimos con tanta destreza que parecía que les habían crecido de forma natural. Finalmente, cerró un grifo y la fuente dejó de manar y tuvimos que quitarla del centro de la sala. Cuando todo estuvo ordenado, el anciano cogió el joyero con los frascos, nos saludó y cerró cuidadosamente la puerta a sus espaldas, tan bien, que nos pareció estar prisioneros en esa torre.
No había transcurrido ni un cuarto de hora cuando se abrió en la bóveda un agujero redondo; por él vimos a nuestra virgen, que se nos dirigió para desearnos un buen, día y nos pidió que subiéramos. Los que tenían las alas volaron fácilmente por el agujero; los que llevábamos las escaleras comprendimos de forma inmediata su utilidad. Pero’ los que tenían las cuerdas estaban confusos pues cuando subió uno de nosotros, le dijeron que quitara la escalera. Por fin, cada una de las cuerdas fue atada a un gancho de hierro y dijeron a los que las llevaban que subieran como pudieran lo que, verdaderamente, no sucedió sin que se hicieran algunas ampollas en las manos. Cuando todos estuvimos arriba, cerraron el agujero y la virgen nos acogió amablemente.
Este piso de la torre estaba formado por una sala única, flanqueada por siete hermosas capillas un poco más altas que la sala. Se ascendía a ellas por tres peldaños. Nos distribuyeron en las capillas y se nos conminó a rezar por la vida de los reyes y las reinas.

Entretanto, la virgen entraba y salía alternativamente por la puerta pequeña y así siguió hasta que terminamos. Cuando concluimos nuestra oración, doce personas - las que anteriormente habían hecho de músicos - depositaron en el centro de la sala, trayéndolo precisamente por puerta, un curioso objeto alargado que a mis compañeros pareció que no podía ser más que una fuente. Pero inmediatamente comprendí que allí estaban los cuerpos, ya la caja inferior era cuadrada y lo suficientemente grande como para contener fácilmente a seis personas. Los doce salieron para volver enseguida con sus instrumentos y acompañar a nuestra virgen y a sus servidoras con una bellísima armonía.
Nuestra virgen tenía un cofrecito; las otras llevaban ramas y lámparas y, algunas, teas encendidas. Nos pusieron las antorchas en la mano y tuvimos que ponemos alrededor de la fuente en el siguiente orden: Nuestra virgen se colocó en A; sus servidoras, con las lámparas y las ramas, se dispusieron en círculo en c; nosotros estábamos con nuestras teas en b; y los músicos, en línea recta, en a; finalmente, también en línea recta, las vírgenes estaban en d. No sé de dónde venían las vírgenes; ¿vivían en la torre o habían llegado a ella por la noche? Sus rostros aparecían cubiertos con velos blancos y leves de forma que no reconocía a ninguna.
La virgen abrió el cofrecillo que contenía una cosa esférica envuelta en una doble tela de tafetán verde; la sacó y, aproximándose a la fuente, la colocó en la pequeña caldera superior que cubrió luego con una tapadera perforada por agujeritos y con un reborde.
Después vertió en ella varias de las aguas que habíamos preparado la víspera con lo que la fuente empezó a manar. Estas aguas volvían a entrar ininterrumpidamente en la caldera a través de cuatro tubitos. Bajo la caldera inferior habían dispuesto un gran número de clavos en los que las vírgenes habían colgado sus lámparas, con cuyo calor el agua no tardó en hervir. El agua hirviente caía sobre los cadáveres por una gran cantidad de agujeros perforados en a; estaba tan caliente que los disolvió haciendo con ellos un licor. Mis compañeros no sabían aún qué era la bola forrada; yo intuí que se trataba de la cabeza del negro y que era ella la que comunicaba a las aguas la intensidad de su calor.
En b, alrededor de la caldera grande, había también una buena cantidad de agujeros en los que las vírgenes depositaron sus ramas. No sé si era necesario para la operación o únicamente exigido por el ceremonial; la cuestión es que las ramas se encontraban de continuo regadas por la fuente, y el agua que manaba de ella para volver a la caldera era algo más amarillenta.
Esta operación duró casi dos horas; la fuente fluía constantemente de sí misma, aunque el chorro iba disminuyendo lentamente.
Mientras, los músicos fueron saliendo y nosotros nos paseamos por la sala. Sus adornos bastaban para distraernos cumplidamente pues en cuestión de imágenes, cuadros, relojes, órganos, fuentes y otras cosas semejantes, no habían olvidado nada. Finalmente terminó la operación y la fuente cesó de manar. La virgen, entonces, hizo que trajeran una esfera hueca de oro. En la base de la fuente había un grifo; lo abrió e hizo correr las materias disueltas por el calor de las gotas recogiendo varias medidas de una materia de un rojo intenso. Se vació el agua que quedaba en la caldera superior y, después de esto, la fuente, ya bastante ligera, fue sacada fuera. No sé si la abrieron después y si todavía contenía algún residuo útil procedente de los cadáveres. Lo que sí sé es que el agua recogida en la fuente pesaba mucho, hasta el extremo de no poder transportarla entre seis,
cuando a juzgar por su volumen un solo hombre hubiera podido cargarla.
Por lo tanto, transportamos fuera con muchas dificultades esta esfera y nos dejaron solos de nuevo.
Como oí que caminaban encima de nosotros, busqué mi escalera con los ojos. En esos momentos se podían escuchar las opiniones que sobre la fuente iban expresando mis compañeros; convencidos de que los cuerpos descansaban en el jardín del castillo, no sabían cómo interpretar estas operaciones. Yo di gracias a Dios por haber velado en tiempo oportuno y por haber visto fenómenos que me ayudaban a comprender mejor las acciones de la virgen.
Pasaron quince minutos; después se abrió el centro de la bóveda y nos instaron a subir. Se hizo igual que antes, con ayuda de las alas, las escaleras y las cuerdas. Me sentía un tanto humillado viendo que las vírgenes subían por un camino fácil mientras que nosotros teníamos que esforzarnos tanto. No obstante, entendía que si se hacía así era con algún fin prefijado. De cualquier forma, estábamos muy contentos con las previsoras atenciones del anciano pues los objetos que nos había dispensado servían, cuando menos, para alcanzar la abertura.
Al pasar al piso superior el agujero se volvió a cerrar; entonces vi que la esfera estaba colgada en medio de la sala con una fuerte cadena. Había ventanas alrededor de la sala y otras tantas puertas alternaban con las ventanas. Cada puerta tapaba un enorme espejo pulido. La disposición óptica de puertas y espejos era tal que, cuando se abrían las ventanas del lado del sol y se destapaban los espejos tirando de las puertas, brillaban soles en toda la circunferencia de la sala, y esto pese a que este astro, que ahora brillaba por encima de toda medida, no diera más que en una puerta. Estos soles esplendorosos flechaban sus rayos, por medio de reflexiones artificiales, sobre la esfera que estaba suspendida en el centro, y como además la esfera era pulida, despedía un fulgor tan intenso que ninguno de nosotros pudo abrir los ojos. Tuvimos que mirar por las ventanas hasta que la esfera tuvo el calor justo y se obtuvo el efecto apetecido. De esta manera vi la mayor maravilla que nunca ha producido la naturaleza: los espejos reflejaban soles por doquier, pero la esfera del centro resplandecía con mucha más fuerza, de modo que nadie de nosotros pudo aguantar ni por un instante su resplandor, igual al del mismísimo sol.
Finalmente la virgen hizo cubrir los espejos y cerrar las ventanas para dejar que la esfera se enfriase un poco; eso ocurrió a las siete.
Nos alegrarnos al percibir que la operación, llegado a éste punto, nos daba suficiente libertad para reconfortarnos con un desayuno. Pero, otra vez, el menú era verdaderamente filosófico y, aunque no nos faltó lo necesario, no había peligro de que nos insistieran para incitarnos a cometer abusos. Además, la promesa de la dicha futura - con la que la virgen nos animaba sin cesar -, nos ponía tan contentos que ni el trabajo ni la incomodidad nos parecían mal. También asevero que nunca mis compañeros pensaron en su cocina o en su mesa; bien al contrario, eran felices por poder asistir a una física tan maravillosa y meditar así sobre la sabiduría y omnipotencia del Creador.
Después del esfuerzo nos preparamos nuevamente para el trabajo, pues la esfera se había enfriado lo suficiente. La tuvimos que desatar de su cadena, lo cual nos costó no pocos pesares, y la depositamos en el suelo.

Luego, discutimos cómo la partiríamos, pues se nos ordenó que la cortáramos en dos por la mitad; por fin hicimos lo más difícil del trabajo con un puntiagudo diamante.
Cuando abrimos la esfera vimos que ya no contenía nada rojo sino solamente un enorme y hermoso huevo, blanco como la nieve. Y nuestra alegría llegó al máximo.
Tuvimos que descansar de nuevo durante quince minutos hasta que otro agujero nos abrió al cuarto piso al que llegamos gracias a nuestros instrumentos. En esta sala vimos una enorme caldera de cobre llena de arena amarilla a la que calentaba un fuego despreciable.
El huevo fue enterrado en ella para que acabara de madurar. La caldera era cuadrada, y en una de sus paredes estaban grabados con letras grandes los versos siguientes:
O. BLI. TO. BIT. MI. LI
KANT. I. VOLT. BIT. TO. GOLT.
En la segunda se leían estas palabras:
SANITAS, NIX, HASTA. 3
La tercera llevaba únicamente la palabra:
F.I.A.T. 4
Pero en la cara posterior había toda la inscripción siguiente:
QUOD:
Ignis, Aer, Aqua, Terra:
SANCTIS REGUM ET REGINARUM NOSTRUM CINERIBUS
Erripere non potuerunt.
FIDELIS CHYMICORUM TURBA
IN HANC URNAM
CONTULIT 5
AÒ lo depositaron en esta urna AO 6.
A los sabios dejo el cuidado de averiguar si la inscripción se refería a la arena o bien al huevo; a mí me basta con cumplir mi tarea no omitiendo nada. Se terminó la incubación y el huevo fue desenterrado. No fue preciso romper la cáscara pues el pájaro se libró en seguida por sí mismo y empezó a retozar, aunque era disforme y estaba ensangrentado.
Primeramente lo pusimos encima de la arena caliente, después la virgen nos pidió que lo atásemos antes de darle alimentos si no queríamos tener incontables complicaciones. Lo hicimos así. El pájaro creció tan rápidamente frente a nuestros ojos que comprendimos muy bien por qué la virgen nos había avisado. Mordía y arañaba rabiosamente a su alrededor y si se hubiera adueñado de uno de nosotros hubiera dado rápidamente buena cuenta de él. Ya que el pájaro - negro como las tinieblas - estaba completamente furioso, le trajeron un alimento distinto, posiblemente la sangre de otra persona real. Entonces le cayeron las plumas negras y en su lugar aparecieron otras blancas como la nieve.
Inmediatamente, el pájaro se apaciguó un poco y dejó que nos acercáramos a él con más facilidad; no obstante, lo mirábamos con desconfianza. Con el tercer alimento sus plumas adquirieron tonalidades, tan brillantes como no he visto en toda mi vida, y se mostró tan dulce y se familiarizó de tal forma con nosotros que, con el consentimiento de la virgen, lo liberamos de sus ataduras. “Ahora - dijo la virgen -, para agradecer vuestra aplicación, la vida y una perfección sin parangón han sido dadas a este pájaro; conviene que, con la aprobación de nuestro anciano, festejemos este acontecimiento alegremente.”
Luego ordenó que sirvieran comida y nos convidó a reconfortarnos ya que la parte más difícil y delicada de la obra se había terminado y que, con todo derecho, podíamos empezar a saborear el goce de la labor cumplida. Todavía llevábamos nuestros vestidos de luto lo que, con tal festividad, parecía ridículo; los unos nos reíamos de los otros.
No obstante, la virgen no dejó de interrogamos, posiblemente para descubrir a aquellos que le serían más útiles en sus proyectos. La fusión era la operación que más la atormentaba y se sintió más tranquila cuando descubrió que uno de nosotros había adquirido la destreza manual que poseen los artistas.
La comida no duró más que cuarenta y cinco minutos y la mayor parte de ella la pasamos con el pájaro, al que era preciso alimentar sin descanso. Aunque ahora ya había alcanzado su completo desarrollo.
Después de la comida no se nos permitió un descanso largo; la virgen salió con el pájaro y nos abrieron la quinta sala a la que subimos de la misma forma que anteriormente, preparándonos enseguida para el trabajo. En esta sala se había dispuesto un baño para el pájaro. Lo tiñeron con un polvo blanco y tomó el aspecto de la leche. Al principio estaba frío y el pájaro, una vez metido en él, pareció encontrarse a gusto y empezó a retozar. Pero cuando el calor de las lámparas empezó a entibiar el agua tuvimos mucho trabajo para mantenerlo en ella. Así que pusimos una tapadera en la caldera dejándole que sacara la cabeza por un agujero. El pájaro perdió todo su plumaje en el baño y se le quedó la piel tan lisa como la de un hombre, aunque el calor no le causó ningún otro daño. De forma sorprendente, las plumas se disolvieron por completo en el baño al que tiñeron de azul. Por fin dejamos que el pájaro escapara de la caldera; estaba tan liso y tan brillante que daba gozo verlo; como era un poco arisco tuvimos que ponerle un collar con cadena alrededor del cuello. Entonces lo paseamos un poco por la sala.
Entretanto, encendieron un fuego enorme bajo la caldera y evaporaron el baño hasta que se secó. Quedó entonces una materia azulada; la despegamos de la caldera, la trituramos, la hicimos polvo y la preparamos sobre una piedra y con ella pintamos toda la piel del pájaro.
Este tomó entonces un aspecto si cabe más curioso pues, aparte de la cabeza, que permaneció blanca, era enteramente azul. Así terminó nuestro trabajo en esta sala y, cuando la virgen nos abandonó con su pájaro azul, nos llamaron al sexto piso, al que subimos, como siempre, por una abertura en la bóveda.
Allí asistimos a un espectáculo que nos apenó. En el centro de la sala colocaron un pequeño altar parecido en todo al que habíamos visto en la sala del Rey; los seis objetos ya descritos se encontraban sobre él y el propio pájaro era el séptimo. En primer lugar, presentaron la fuentecilla al pájaro, que sació su sed en ella; después, el pájaro vio la serpiente y la picó hasta hacerla sangrar. Tuvimos que recoger esta sangre en una copa de oro y verterla en la garganta del pájaro, que se debatía fieramente; luego introducimos la cabeza de la serpiente en la fuente, lo que le devolvió la vida, trepó enseguida a la cabeza de muerto, en la que penetró, y no la volví a ver durante mucho tiempo.
Mientras sucedía esto, la esfera continuaba efectuando sus revoluciones hasta que tuvo lugar la conjunción deseada, momento en que en el reloj sonó una campanada; cuando poco después se realizó la segunda conjunción, la campana sonó dos veces. Finalmente, cuando vimos la tercera conjunción y la campana la señaló, el mismo pájaro puso su cuello sobre el libro y se dejó decapitar humildemente, sin resistirse, por aquel de nosotros al que la suerte había designado para ello. Sin embargo, no brotó de él ni una sola gota de sangre hasta que no se le abrió el pecho; entonces corrió fresca y clara como una fuente de rubíes.
Su muerte nos dejó tristes, pero como pensábamos que el pájaro por sí solo no servía para gran cosa, nos resignamos enseguida.
Más tarde, desocupamos el altar y ayudamos a la virgen a que quemara sobre él, con fuego cogido de la lucecita, el cuerpo, así como la tablilla que llevaba colgada. Las cenizas fueron purificadas varias veces y guardadas en un cofrecito de madera de ciprés.
En este momento tengo que narrar el incidente que nos ocurrió a mí y a tres compañeros míos. Cuando habíamos recogido la ceniza con sumo cuidado, la virgen habló en los términos siguientes: “Queridos señores: estamos en la sexta sala y por encima nuestro no hay más que otra. En ella llegaremos al fin de nuestra labor y podremos pensar en vuestra vuelta al castillo para resucitar a nuestros muy graciosos Señores y Damas. Hubiera deseado que todos los aquí presentes se hubieran comportado de forma que pudiese proclamar sus méritos y obtener para ellos de nuestros Muy Altos Rey y Reina una recompensa digna.
Pero como muy a mi pesar he descubierto que entre vosotros estos cuatro - y me designó junto con otros tres más - son operadores perezosos, aunque mi amor por todos me impide señalarlos para un castigo bien merecido, querría, sin embargo, para que no quede impune una pereza semejante, ordenar lo siguiente: serán excluidos de la séptima operación, la más admirable de todas, aunque, más tarde, cuando estemos en presencia de Su Majestad Real, no sufrirán ningún otro correctivo”.
¡Es de imaginar en qué estado de ánimo me dejó este discurso!. La virgen habló con una gravedad tal que las lágrimas resbalaban por nuestras mejillas y nos considerábamos como los más desdichados de los hombres. Después, la virgen hizo llamar a los músicos por uno de los numerosos sirvientes que siempre la acompañaban y, con música, nos pusieron en la puerta, acompañados de tales risas que hasta a los músicos se les hacía difícil soplar en sus instrumentos de la risa que les entraba. Y lo que nos apenó especialmente fue ver que la virgen se burlaba de nuestros lloros, de nuestra ira y de nuestra indignación; además, algunos de nuestros compañeros se alegraban de verdad de nuestra desgracia.
No hay que despreciarlas, pues en ella se encuentra una sal. El ciclo litúrgico y los cuentos populares nos lo recuerdan con el “miércoles de ceniza” (recordemos que éste es el día de Mercurio) y con “La Cenicienta”.
Lo que sucedió a continuación fue inesperado. Apenas hubimos franqueado la puerta cuando los músicos nos instaron a cesar en nuestras lágrimas y a seguirlos alegremente por la escalera y, para colmo, nos condujeron al tejado, por encima del séptimo piso.
Allí volvimos a encontrarnos al anciano, al que no habíamos visto desde la mañana, que estaba de pie frente a una pequeña buhardilla redonda. Nos acogió amigablemente y nos felicitó de todo corazón por haber sido elegidos por la virgen; por poco se muere de la risa cuando se enteró de nuestra tristeza precisamente en el momento en que lográbamos una felicidad tal.
“Que esto nos sirva para aprender, queridos hijos - nos indicó -, que el hombre no conoce nunca los bienes que Dios le otorga.”
Estábamos hablando cuando la virgen llegó corriendo con el cofrecito, después de burlarse de nosotros, vació sus cenizas en otro cofre y llenó el suyo con una materia diferente diciendo que ahora estaba obligada a engañar a nuestros compañeros. Nos instó a
obedecer al anciano en todo lo que nos mandara y a no menguar nuestra diligencia. Luego, volvió a la séptima sala donde llamó a nuestros compañeros.
Desconozco el principio de la operación que inició con ellos pues les habían prohibido de manera tajante hablar de ella y nosotros no podíamos verlos desde el tejado a causa de nuestras ocupaciones.
Nuestro trabajo era el que sigue: primero, tuvimos que humidificar las cenizas con el agua que habíamos preparado con anterioridad, para obtener una pasta clara; luego colocamos esta materia sobre el fuego hasta que estuvo muy caliente. Más caliente todavía la vaciamos en dos matrices que inmediatamente dejamos enfriar un poco. 8. Nos solazamos un momento mirando a nuestros compañeros a través de algunas hendiduras practicadas con este fin. Estaban muy atareados alrededor de un horno y todos soplaban en el fuego, cada uno por un tubo. Allí estaban, pues, reunidos alrededor del brasero, soplando hasta perder el aliento, convencidos de que les había tocado mejor parte que a nosotros; aún soplaban cuando nuestro anciano nos llamó de nuevo al trabajo, así que no puedo saber lo que hicieron luego. Abrimos los moldes y vimos dentro dos hermosas figuritas casi transparentes como nunca han visto ojos humanos. Eran un niño y una niña. Cada uno no tenía más que cuatro pulgadas de largo y lo que me sorprendió en gran medida es que no eran duras, sino de carne blanda como la de las personas. No obstante, no tenían vida; en aquel instante pensé que Venus había sido hecha también así.
Dejamos estos adorables niños en dos cojines de raso y, sumidos en la contemplación de este gracioso espectáculo, no cesábamos de mirarlos, pero el anciano nos hizo volver a la realidad; nos dio la sangre del pájaro que había sido recogida en la copa de oro y nos mandó que la virtiésemos gota a gota y sin interrupción en la boca de las figurillas. En cuanto se la dimos, crecieron a ojos vistas y, según iban creciendo, se tornaban aún más hermosas. Hubiera deseado que estuvieran presentes todos los pintores para que ante esta creación de la naturaleza se ruborizaran de sus obras.
Fueron creciendo de tal manera que se hizo preciso sacarlas de los cojines y acostarlas en una larga mesa engalanada de terciopelo blanco; luego, el anciano nos ordenó que las cubriésemos hasta por encima del pecho con un tafetán doble y blanco, muy suave, lo cual hicimos de mala gana a causa de su indescriptible belleza. Pero, abreviemos: antes de que les hubiésemos dado toda la sangre habían alcanzado el tamaño de adultos. Tenían los cabellos rizados, rubios como el oro y, comparada con ellos, la imagen de Venus que había visto anteriormente, valía bien poco. Sin embargo, todavía no se notaba ni calor natural ni sensibilidad; eran estatuas inertes con el tinte de los vivos. El anciano, ante el temor de que crecieran demasiado, paró su alimentación, después les cubrió el rostro con la sábana y colocó antorchas alrededor de la mesa.
Ahora debo prevenir al lector para que no considere estas luces como indispensables, ya que la intención del anciano era la de atraer hacia ellas nuestra atención para que no nos diéramos cuenta del descenso de las almas. De hecho, ninguno de nosotros lo habría notado si yo no hubiese visto antes las llamas dos veces; no obstante, no saqué a mis compañeros de su error y dejé que el anciano ignorase lo que yo sabía. Aquél hizo que tomáramos asiento en un banco delante de la mesa y poco después llegó la virgen acompañada de sus músicos. Trajo dos preciosos vestidos blancos como hasta entonces no había visto en el castillo y que desafían cualquier descripción; efectivamente, parecía que estuvieran hechos de cristal puro y, sin embargo, eran flexibles y opacos; imposible describirlos de otra manera. Dejó los vestidos sobre una mesa y, después de haber colocado a las vírgenes alrededor del banco, comenzó la ceremonia asistida por el anciano, todo lo cual no estaba destinado más que a confundirnos.
El techo bajo el que sucedían estos hechos tenía una forma verdaderamente especial.
En el interior estaba formado por siete grandes semiesferas abovedadas, estando la mayor, la del centro, agujereada en su parte superior por una pequeña abertura redonda que en estos momentos se hallaba cerrada y que mis compañeros no vieron. Después de largas ceremonias, entraron seis vírgenes que llevaban cada una de ellas una gran trompeta, envuelta por una sustancia verde fluorescente como si lo estuviera por una corona. El anciano cogió una trompeta, retiró algunas luces de un extremo de la mesa y descubrió los rostros. Luego colocó la trompeta sobre la boca de uno de los cuerpos de forma que la parte ancha, vuelta hacía arriba, cayó justo enfrente de la abertura del techo que acabo de reseñar.
Todos mis compañeros miraban los cuerpos en ese momento, pero debido a mis sospechas, yo dirigía la mirada hacia otro lugar completamente distinto. De esta forma, cuando encendieron las hojas de la corona que rodeaba a la trompeta, vi que se abría el orificio del techo para dejar paso a un rayo de fuego que se abatió en la habitación y penetró en los cuerpos; la abertura se cerró de inmediato y se llevaron la trompeta.
El escenario engañó a mis compañeros que creyeron que la vida había sido comunicada a los cuerpos a través del fuego de las coronas y de las hojas. Cuando el alma penetró en el cuerpo, éste abrió y cerró los ojos sin hacer ningún otro movimiento.
Después aplicaron una segunda trompeta sobre su boca; encendieron la corona y otra alma descendió de la misma forma que anteriormente; la operación se repitió tres veces para cada uno de los cuerpos.
Apagaron las luces y se las llevaron; el terciopelo que re cubría la mesa fue replegado sobre los cuerpos y, después, trajeron y prepararon un lecho de viaje. Pusieron en él los cuerpos completamente envueltos, después los sacaron de las telas y los acostaron el uno junto al otro. Con las cortinas bajadas, durmieron durante cierto tiempo.
Ciertamente, era hora de que la virgen se ocupara de los otros artistas, ya que como me dijo más adelante, estaban muy contentos ya que habían fabricado oro. Esto también es una parte del arte, pero no la más noble ni la más necesaria, ni la mejor. 9. También ellos tenían un poco de cenizas, de tal forma que creyeron que el pájaro servía sólo para producir oro y que sería de ese modo como se devolvería la vida a los decapitados.
En lo que se refiere a nosotros quedamos en silencio esperando el momento en que los esposos se despertaran; así pasamos casi treinta minutos. Entonces apareció el malicioso Cupido y, después de saludarnos, voló hacia ellos y los incordió bajo las cortinas hasta que se despertaron. Cuando lo hicieron, su sorpresa fue enorme pues pensaban que habían dormido desde que los decapitaron. Cupido hizo que se conocieran mutuamente y después se retiró un instante para que pudieran recuperarse. Mientras esperaba vino a jugar con nosotros y, por fin, hubo que buscarle la música y dejar que la alegría se manifestara.
Vino también la virgen, saludó respetuosamente al joven Rey y a la Reina -a los que encontró un poco débiles-, les besó la mano y les dio dos hermosos vestidos; ambos se cubrieron con ellos y se adelantaron. Dos asientos preciosos estaban a punto para recibirlos; en ellos se sentaron y recibieron nuestro respetuoso homenaje por el cual el propio Rey nos dio las gracias; luego se dignó otorgarnos de nuevo su merced. Como ya eran casi las cinco, las personas reales no podían retrasarse más; así que reunimos deprisa los objetos más preciosos y tuvimos que conducir a las personas reales hasta el barco, a través de las escaleras y de todos los pasadizos y cuerpos de guardia. Se instalaron en la nave acompañados de algunas vírgenes y de Cupido, y se alejaron tan aprisa que los perdimos de vista inmediatamente; según lo que me han contado, vinieron a buscarlos con varios barcos de forma que cruzaron una gran distancia de mar en cuatro horas.
Daban las cinco cuando ordenaron a los músicos que cargaran los barcos y que se dispusiesen para partir. Como eran un poco lentos, el anciano hizo salir una parte de los soldados que no habíamos visto hasta entonces ya que se hallaban ocultos en el recinto. De esta forma fue como supimos que la torre estaba siempre a punto para resistir a los ataques.
Estos soldados terminaron de embarcar nuestros equipajes con rapidez y ya no nos restó más que pensar en la cena. Cuando se sirvieron las mesas, la virgen nos reunió junto a nuestros compañeros; tuvimos que adoptar un aire compungido, conteniendo la risa que nos embargaba. Ellos murmuraban entre sí, aunque había algunos que nos compadecían. El anciano asistió a esta comida. Era un maestro severo; no hubo razonamiento, por inteligente que fuese, que no supiera contradecir, completar o desarrollar, con el fin de instruirnos. Con él he aprendido gran cantidad de cosas y sería maravilloso que cada cual se le acercara para instruirse; muchos obtendrían ventaja con ello. Terminada la comida, el anciano nos condujo en primer lugar a sus museos, que estaban edificados circularmente sobre los bastiones; en ellos contemplamos creaciones naturales muy singulares, así como
imitaciones de la naturaleza realizadas por la inteligencia humana; para verlo completo se hubiese requerido pasar en ellos todo un año.
Alargamos esta visita diurna hasta bien entrada la noche. Finalmente, el sueño venció a la curiosidad y nos condujeron a nuestros aposentos, muy elegantes en contraste con lo poco con que nos habíamos tenido que contentar la víspera. Me dispuse a deleitarme con un buen reposo y como no estaba nada inquieto y sí muy cansado por el trabajo ininterrumpido, el murmullo suave del mar me hizo dormir profunda y dulcemente sin soñar, 10 desde las once hasta las ocho de la mañana.
La escalera, la cuerda o las alas, se trata de tres medios para alcanzar el mismo fin. Los tres denotan la posibilidad de una elevación, de una ascensión.
La palabra “física” no significa originariamente lo mismo que hoy en día. Este término procede del griego (fisis), naturaleza, nacimiento, producción, palabra derivada a su vez del verbo (fio), yo nazco, yo produzco. Cuando nos convencimos de que había salido bien a conciencia, pues la virgen temía que la cáscara estuviera aún un poco blanda. Estábamos tan contentos alrededor del huevo como si lo hubiésemos puesto nosotros mismos. Pero rápidamente la virgen hizo que se lo llevaran; luego nos dejó también y, como ya era costumbre, cerró la puerta. No sé qué ha hecho con el huevo tras su marcha, no sé si lo ha sometido a una operación secreta, aunque no lo creo.
Salud, Nieve, Lanza. La lanza evoca la muerte, o sea, el color negro; la nieve, la pureza, o sea, el blanco; y la salud la vida regenerada o sea, el rojo. Nos encontramos, pues, con un resumen de la Obra y de sus tres colores.
Alusión al “Fiat” (Hágase) bíblico del Génesis 1-3El Génesis habla, en el fondo, de la Obra Hermética que, según los alquimistas, es comparable a la Creación del mundo. (Ver La Entrada Abierta al Palacio Cerrado del Rey, cap. V-1 y nota l.) Podría verse también aquí una evocación de los cuatro elementos: F=fumus, vapor de agua, I= ignis, fuego, A= aer, aire, T= terra,tierra.
Lo que el Fuego, el Aire, el Agua, la Tierra, no pudieron arrancar a las santas cenizas de nuestro Rey y nuestra Reina, la fiel turba de los químicos.
1459. Paracelso de Hohenlieim. Doctor en Medicina. Jesús es todo para mí.
Numerosos son los autores herméticos que declaran que “las cenizas son la diadema del Rey”.
He aquí una operación perfectamente resumida por el autor del Mensaje de nuevo encontrado: “rehaz el barro y cuécelo” (XV-68).
La alquimia metálica es solamente una de las facetas del Gran Arte, desgraciadamente la única conocida a nivel popular, pero que no puede separarse de la Obra de Regeneración. Ver a este respecto nuestro artículo “El Gran Arte de los Poetas”, publicado en Mundo Desconocido, N.° 6, pág. 41.
10 Observemos que, a pesar de la profundidad de su sueño, Christian Rosacruz no puede ya soñar, ha llegado a un punto en el que sus sueños se realizarían.