lunes, 24 de septiembre de 2012

BODAS ALKIMICAS DE CHRISTIAN ROSENKREUTZ 4


JORNADA CUARTA
Todavía descansaba en la cama contemplando tranquilamente los cuadros y las admirables estatuas cuando, de pronto, escuché los acordes de la música y el repiqueteo del triángulo; se diría que la procesión ya estaba en marcha. Mi paje saltó del lecho como un loco, con el rostro tan alterado que más parecía muerto que vivo.
Fue mucha mi angustia cuando me informó de que en aquel momento mis compañeros estaban siendo presentados al Rey. Mientras me vestía con presteza maldije mi pereza y lloré a raudales. Mi paje estuvo listo bastante antes que yo y salió corriendo de la habitación para ver cómo andaba la cosa. Volvió inmediatamente con la feliz noticia de que nada se había perdido, que sólo había faltado al desayuno no habiendo querido despertarme debido a mi avanzada edad, pero que ya era el momento de seguirle a la fuente en la que estaban reunidos la mayor parte de mis compañeros. Esta noticia aplacó mi angustia, terminé de vestirme y seguí al paje hasta la fuente. Tras los consabidos saludos, la virgen se mofó de mi pereza y me condujo a la fuente asiéndome de la mano. Comprobé que el león tenía una gran losa grabada en vez de la espada. La observé atentamente y descubrí que había sido sacada de entre los monumentos antiguos y colocada allí expresamente para aquella circunstancia. El grabado aparecía un poco borroso a causa de su antigüedad. Lo reproduzco para que cada cual pueda meditar sobre él.

HERMES 1 PRINCEPS, POST TOT ILLATA GENERI HUMANO DAMNA, DEL CONSILIO: ARTISTIQUE ADMINICULO, MEDECINA SALUBRIS FACTOS; HEIC FLUO.
BIBAT EX ME QUI POTEST; LAVET QUI VULT; BIBITE FATRES, ET VIVITE. 2Esta inscripción era fácil de leer y de entender; la habían colocado allí porque era más fácil de descifrar que cualquier otra.
Tras habernos lavado en primer lugar en esta fuente, bebimos en una copa de oro. Después, volvimos con la virgen a la sala para ponemos nuevas vestiduras. Estas vestiduras mostraban adornos dorados y bordados de flores, y además, cada uno recibió otro Vellocino guarnecido con brillantes. Todos estos Vellocinos difundían influjos según su poder operativo particular. En ellos colgaba una pesada medalla de oro en cuya cara se veían el Sol y la Luna enfrentados. En el reverso había escritas estas palabras: “El resplandor de la Luna igualará al resplandor del Sol, y el resplandor del Sol se hará siete veces más brillante”. Nuestros anteriores adornos fueron depositados en cajas y confiados a cada uno de nuestros servidores. Después, nuestra virgen nos hizo salir en orden.
En la puerta nos esperaban los músicos vestidos con terciopelo rojo ribeteado de blanco. A continuación se abrió otra puerta, que antes había visto siempre cerrada, que daba a la escalera del Rey.
La virgen nos hizo entrar con los músicos y subimos trescientos sesenta y cinco escalones. En esta escalera había reunidos bellísimos trabajos artísticos y cuanto más ascendíamos más admirables eran: por fin llegamos a una sala abovedada repleta de pinturas.
Allí aguardaban las sesenta vírgenes, todas vestidas con opulencia; se inclinaron cuando nos acercamos y les devolvimos el saludo lo mejor que supimos; luego fueron despedidos los músicos que tuvieron que volver a bajar por la escalera. Al sonar una campanilla apareció una hermosa virgen que nos dio a cada uno una corona de laurel; a nuestra virgen le entregó una rama. Después se alzó una cortina y vi al Rey y a la Reina.
¡Cuánto esplendor y majestad!.
Si no hubiera recordado los sabios consejos de la reina de ayer, habría comparado, desbordando entusiasmo, esta inenarrable gloria con el cielo. Cierto es que la sala resplandecía de oro y pedrerías, pero el Rey y la Reina eran de tal manera que mis ojos no podían aguantar su brillo. Hasta aquel día había admirado muchas cosas bellísimas, pero ahora las maravillas se sobrepasaban unas a otras como unas a otras se sobrepasaban en el cielo las estrellas.
Al aproximarse la virgen, cada una de sus compañeras tomó a uno de nosotros de la mano y nos presentó al Rey con una profunda reverencia; después, la virgen habló en estos términos: “En honor de Vuestras Reales Majestades, Graciosísimos Rey y Reina, los señores aquí presentes han afrontado la muerte para llegar hasta Vos. Vuestras Majestades se alegrarán de esto con razón, pues la mayor parte están calificados para engrandecer el reino y los dominios de Vuestras Majestades, con la humilde súplica de que mi misión se considere terminada y de que se conozca de cómo he cumplido interrogando a cada uno”.
Después, depositó su rama de laurel.
En aquel instante hubiera sido conveniente que alguien de entre nosotros dijera algo.
Pero como estábamos muy emocionados como para hablar, fue el viejo Atlas quien se adelantó y dijo en nombre del Rey: “Su Majestad Real se alegra con vuestra llegada y os concede su gracia real a todos juntos e igualmente a cada uno en particular. Está muy satisfecha del cumplimiento de tu misión, querida virgen, y el Rey te reserva un don. Su Majestad piensa, no obstante, que aún deberías guiarlos hoy, pues no pueden dejar de tener una gran confianza en ti.”
La virgen recogió con humildad su rama de laurel y nosotros nos retiramos por primera vez acompañados por nuestras vírgenes.
La sala era rectangular por delante, cinco veces más ancha que larga, pero, en el otro extremo, tenía la forma de un hemiciclo y siguiendo la circunferencia del círculo habían dispuesto tres hermosos tronos; el central era un poco más alto. El primer trono estaba ocupado por un anciano rey de barba gris, la esposa del cual, por el contrario, era muy joven y admirablemente hermosa. 7. Un rey negro en plena madurez ocupaba el tercer trono, y a su lado se veía una vieja madre, velada y sin corona.
El trono central estaba ocupado por dos adolescentes coronados con laurel y por encima de ambos había suspendida una enorme y hermosa diadema. En aquel momento no eran tan bellos como los imaginaba, pero no sin razón.
Varios hombres, la mayor parte ancianos, estaban colocados tras ellos en un banco circular. Lo que sorprendía era que nadie llevaba espada ni arma alguna. 8. Además, tampoco vi guardia sino solamente determinadas vírgenes de las que nos acompañaron el día anterior, que se habían puesto a lo largo de los dos bascotés que llevaban al hemiciclo.
No puedo omitir que el pequeño Cupido revoloteaba por allí. La gran corona le atraía de una forma particular y podía vérsele remolinear y dar vueltas preferentemente a su alrededor. A veces se colocaba entre los dos amantes enseñándoles su arco y sonriendo; incluso alguna vez hacía el gesto de apuntarnos a nosotros con su arco. En fin, era tan malicioso este pequeño dios que no dejaba tranquilos ni a los pájaros que, en gran número, revoloteaban por la sala. Era la alegría y la distracción de las vírgenes y cuando lo podían coger le costaba gran esfuerzo escapar. De modo que todo el regocijo y deleite venían por este niño. Delante de la Reina había un altar de pequeñas dimensiones, pero de una belleza inconmensurable; sobre él había un libro tapado con terciopelo negro, 10 realzado sólo con algunos sencillos adornos de oro. Al lado del libro una luz en un candelero de marfil. Si bien pequeña, esta luz ardía siempre sin apagarse, con una llama tan inmóvil que no la hubiéramos supuesto un fuego de no ser porque el travieso Cupido soplaba encima de ella de vez en cuando. Junto a este candelero había una esfera celeste que giraba alrededor de un eje, después un pequeño reloj musical junto a una pequeñísima fuente de cristal de la que manaba un chorro continuo de límpida agua, de color rojo sangre. Al lado, una cabeza de muerto, 11 refugio de una serpiente blanca de tal longitud que, a pesar de que rodeaba otros objetos, tenía la cabeza en un ojo y la cola en el otro. De modo que nunca salía del todo de la cabeza de muerto. Pero cuando a Cupido le venía en gana pellizcarla, entraba en ella con una velocidad pasmosa.
Aparte de este pequeño altar se observaban por doquier en la sala maravillosas imágenes que se movían como si estuviesen vivas, con una fantasía tan sorpresiva que me es imposible describirlas. Cuando salíamos, se elevó en la sala un canto de tal suavidad que no sabría decir si brotaba del corazón de las vírgenes que allí estaban, o de las mismas imágenes.
Salimos de la sala con las vírgenes, satisfechos y gozosos por el recibimiento. Los músicos nos esperaban en el descansillo y bajamos en su compañía; detrás nuestro cerraron la puerta cuidadosamente y echaron los cerrojos. Cuando estuvimos de regreso en la sala, una de las vírgenes exclamó: “Hermana mía, estoy admirada de que te hayas atrevido a mezclarte con tanta gente”.
“Querida hermana - respondió la presidente -, éste da más miedo que ningún otro”.
Y me señaló mientras lo decía. Estas palabras me apenaron pues comprendí que se burlaba de mi avanzada edad, pues en efecto, yo era el más viejo. Pero no tardó en consolarme con la promesa de desembarazarme de esta enfermedad con la condición de seguir gozando de su favor. 12. Se nos sirvió la comida y cada uno tomó asiento al lado de una de las vírgenes, cuya instructiva conversación absorbió nuestra atención. Pero no me es dado revelar los temas de sus charlas ni de sus recreos. Las preguntas de la mayor parte de mis compañeros versaban sobre las artes, y de ello deduje que la preocupación primordial de todos, tanto ancianos como jóvenes, era el arte. Pero yo estaba obsesionado por el pensamiento de volver a ser joven y un poco apenado por ello. La virgen lo comprendió claramente y dijo: “Sé bien lo que le falta a este jovencito. ¿Qué apostáis a que mañana estará más
contento, si me acuesto con él esta noche?”.
Estas palabras provocaron una carcajada general y aunque mi cara se cubrió de rubor, tuve que unirme a las risas que provocaba mi infortunio. Pero uno de mis compañeros se encargó de vengar esta afrenta, diciendo: “Espero que no sólo los invitados, sino también las vírgenes que nos acompañan, no se nieguen a testificar en favor de nuestro hermano y certifiquen que nuestra presidente ha prometido de modo formal compartir su cama esta noche.” Esta respuesta me satisfizo grandemente, pero la virgen replicó: “Sí, pero también están mis hermanas, y nunca me permitirían guardar el más bello, sin su consentimiento.”
“Querida hermana - medió una de ellas -, estamos muy satisfechas al comprobar que tus altas funciones no te han vuelto altanera. Con tu permiso quisiéramos echar a suertes a los señores que aquí hay para repartirlos entre nosotras como compañeros de cama; pero tendrás, con nuestro consentimiento, la prerrogativa de guardar el tuyo”.
Seguimos la conversación dejando de bromear sobre este tema.
Pero nuestra virgen no quiso dejarnos tranquilos e insistió: “Señores míos, ¿y sí dejamos a la suerte el cuidado de elegir a los que dormirán juntos hoy?”.
“Bien – dije -, si no hay otro remedio, no podemos rechazar esta oferta”.
Convinimos en hacer la experiencia inmediatamente después de la comida, y no queriendo nadie retrasarse por más tiempo, nos levantamos presto de la mesa, siendo imitados por nuestras vírgenes. Pero la presidente nos dijo: “No, aún no ha llegado el momento. Veamos, no obstante, cómo nos unirá la suerte.” Abandonamos a nuestras compañeras para discutir la manera de realizar dicho proyecto pero fue inútil porque las vírgenes nos habían separado de ellas ex profeso.
Efectivamente, enseguida la presidente nos propuso colocarnos en círculo, sin orden concreto; nos contaría, empezando por ella misma, y el séptimo debería unirse con el séptimo siguiente, fuese quien fuese. No sospechamos ninguna trampa, pero las vírgenes eran tan listas que ocuparon sitios determinados mientras nosotros estábamos mezclados al azar. La virgen empezó a contar y después de ella la séptima persona fue una virgen, en tercer lugar otra virgen, y así siguió la cosa hasta que, con gran admiración por nuestra parte, salieron todas las vírgenes sin que nadie de nosotros hubiera podido dejar el círculo.
Nos quedamos, pues, solos, expuestos a la risa de las vírgenes y tuvimos que admitir que habíamos sido engañados de forma muy hábil. Pues a buen seguro cualquiera que nos hubiera visto en el orden en que estábamos, antes hubiera supuesto que se desplomaría el cielo que no que todos íbamos a ser eliminados. Así terminó el juego y hubo que dejar que las vírgenes se mofaran a cuenta nuestra. Sin embargo, el pequeño Cupido vino a unirse a nosotros de parte de Su Majestad Real bajo cuya orden circuló entre nosotros una copa; pidió a nuestra virgen que se presentara al Rey y declaró luego que no podía quedarse entre nosotros más tiempo para distraemos. Como la alegría es contagiosa, mis compañeros organizaron enseguida un baile, con la aprobación de las vírgenes. Preferí quedarme aparte y tuve el grato placer de mirarlos, pues viendo a mis mercurialistas moverse con tanta cadencia, se les habría tomado por maestros consumados en dicho arte. Pronto regresó nuestra presidente y nos anunció que los artistas y los estudiantes se habían puesto a disposición de Su Majestad Real para representar, antes de que se marchase, una alegre comedia en Su honor y para Su recreo; sería del agrado de Su Majestad Real y estaría graciosamente reconocida si asistíamos a la representación y acompañábamos a Su Majestad a la Casa Solar. 13. Agradeciendo respetuosamente el honor que se nos confería, ofrecimos humildemente nuestros servicios, no sólo en este caso sino en cualquier circunstancia. La virgen trasladó esta respuesta y regresó con la orden de que nos colocáramos en el camino de Su Majestad Real. Nos llevaron y no tuvimos que esperar a la procesión real pues ya se encontraba allí, aunque sin los músicos.
Al frente del cortejo avanzaba la desconocida reina que estuvo ayer entre nosotros, llevando una preciosa corona pequeña, forrada de raso blanco, que sólo tenía una minúscula cruz hecha con una perla colocada hoy mismo entre el joven Rey y su prometida. Seguían a esta reina las seis vírgenes nombradas antes que avanzaban en dos filas llevando las joyas reales que habíamos visto expuestas sobre el pequeño altar. Después venían los tres reyes, con el novio en medio. Iba mal vestido, de raso negro a la moda italiana, cubierto con un pequeño sombrero “redondo y negro” adornado con una pluma negra y puntiaguda. Para mostramos su benevolencia se descubrió amistosamente ante nosotros, que, como antes, nos inclinamos. Los tres reyes iban seguidos por tres reinas dos de las cuales iban ricamente ataviadas; por el contrario, la tercera, que iba en medio de las otras, vestía de negro y Cupido le llevaba la cola del vestido. Nos dijeron que debíamos seguir nosotros. Detrás venían las vírgenes y, finalmente, el viejo Atlas cerraba la procesión. Así llegamos, atravesando muchos lugares admirables, a la Casa Solar donde tomamos asiento para asistir a la representación en un estrado precioso no lejos del Rey y la Reina. Estábamos situados a derecha de los Reyes, si bien separados de ellos, y las vírgenes a nuestra derecha, salvo aquellas a quienes la reina había dado insignias. Estas tenían plazas reservadas arriba, mientras que los restantes servidores se contentaron con sitios entre las columnas, totalmente abajo.
La comedia sugiere muchas reflexiones particulares, de modo que no puedo omitir contar aquí el argumento aunque en brevedad: 14
PRIMER ACTO: Aparece un anciano rey rodeado de sus servidores y lo entregan un cofrecito que dicen han encontrado sobre las aguas. 15. Al abrirlo descubren a una hermosa niña, a su lado unas joyas y una carta en pergamino dirigida al rey. Este rompe el sello y una vez leída la carta se echa a llorar. Luego dice a sus cortesanos que el rey de los negros ha invadido y devastado el reino de su prima y que ha exterminado a toda la descendencia real, excepto a la niña.
El rey proyectaba unir su hijo a la hija de su prima; jura odio eterno al rey negro y a sus cómplices y decide vengarse. Entonces ordena que se eduque a la niña con esmero y que se hagan preparativos de guerra contra el negro. Estos preparativos, así como la educación de la niña - una vez que hubo crecido un poco se confió su educación a un preceptor - llenan el primer acto desarrollado de modo muy agradable y con gran finura.
ENTREACTO: Hubo un combate entre un león y un grifo; 16 vimos perfectamente cómo venció el león.
SEGUNDO ACTO: Transcurre en casa del negro. Este pérfido acaba de saber, rabioso, que el asesinato ha sido descubierto y que, además, astutamente, se le ha escapado una niña. Medita sobre las artimañas que podrá emplear contra su poderoso enemigo, escucha a sus consejeros, gente acosada por el hambre, refugiados junto a él. Inesperadamente, la niña cae de nuevo en sus manos y la iba a matar inmediatamente de no haber sido engañado de modo singular por sus propios cortesanos. Este acto termina, pues, con el triunfo del negro.
TERCER ACTO: El rey reúne un poderoso ejército y lo pone a las Ordenes de un viejo y valeroso caballero, quien irrumpe en el reino del negro, libera a la joven de su prisión y la viste ricamente. 17. Acto seguido se construye rápidamente un estrado admirable donde colocan a la virgen. Llegan doce enviados del rey. 18. Entonces, el anciano caballero toma la palabra y le dice a la virgen que su gracioso Señor, el Rey, no sólo la había por la hija del Faraón (ver Éxodo II) parece simbolizar lo mismo. ¿No se trata de la eterna historia del hombre abandonado a merced de las olas del mundo caído que, gracias al amor de una diosa o un adepto, vuelve a recobrar su estado real?.
Librado por segunda vez de la muerte después de darle una regia educación, y eso a pesar de que ella no se había comportado siempre como era debido, sino que Su Majestad Real la había escogido como esposa para su joven señor e hijo y que había dado orden de preparar los esponsales. Después, da lectura a unas condiciones que merecerían ser contadas aquí si no fuese por su larga extensión. La virgen jura observarlas con fidelidad y manifiesta graciosamente su reconocimiento por la ayuda y los favores que le han sido otorgados. Este tercer acto acaba con cantos del Rey y de la virgen, alabando a Dios.
ENTREACTO: Se nos muestran los cuatro animales de Daniel 19 como se le aparecieron en su visión y del modo cómo los describe detalladamente. Todo esto tiene un significado muy preciso.
CUARTO ACTO: La virgen ha recobrado su perdido reino; la coronan y aparece en la plaza en todo su esplendor, entre gritos de alegría. A continuación entran muchos embajadores para transmitirle sus congratulaciones y para admirar su excelsitud. Pero ella no persevera demasiado tiempo en la piedad y empieza a dirigir miradas desvergonzadas a su alrededor, a hacer gestos a los embajadores y a los señores, no mostrando, ciertamente, discreción alguna.
El negro, sabedor de las costumbres de la princesa, saca hábilmente partido de esta situación. La princesa, burlando la vigilancia de sus consejeros, fácilmente se deja cegar por una falaz promesa y, desconfiando de su Rey, se entrega poco a poco y secretamente al negro. Éste acude y, cuando ella consiente en reconocer su dominio, subyuga a todo el reino por medio de la princesa. En la tercera escena de este acto el negro se la lleva, la desnuda por completo, la ata a la picota de un basto patíbulo y la azota. Finalmente, la condena a muerte.
Era tan penoso ver tales cosas que las lágrimas afluyeron a los ojos de muchos de nosotros.
A continuación, la virgen es arrojada del todo desnuda a un calabozo aguardando a que la maten envenenándola. Pero el veneno no la mata pero sí le produce la lepra. 20. En este acto ocurren sucesos lamentables.
ENTREACTO: Se expone un cuadro que representaba a Nabucodonosor llevando emblemas de toda clase, en la cabeza, en el pecho, en el vientre, en las piernas, en los pies, etcétera. Volveremos a hablar de él más adelante.
QUINTO ACTO: Le explican al joven rey lo que ha ocurrido entre su futura esposa y el negro. Se dirige a su padre rogándole que no le abandone en esta aflicción. Habiendo accedido el padre a su ruego, se envían embajadores para consolar a la enferma en su prisión y para reprenderla por su ligereza. Pero ella se niega a recibirlos y consiente, en cambio, en transformarse en la concubina del negro, todo lo cual es transmitido al rey. Aparece ahora un coro de orates, todos ellos provistos de bastones. Con éstos se construye una gran esfera terrestre y la derriban a continuación. Fue una fantasía fina y graciosa.
SEXTO ACTO: El joven rey reta al negro en combate. El negro muere, el rey es asimismo dado por muerto. Sin embargo, recobra el sentido, libera a su prometida y regresa para preparar las bodas; entretanto, la confía a su intendente y a su capellán. En primer lugar, el intendente la atormenta horrorosamente; después, le toca la vez al monje, que se vuelve tan arrogante que pretende dominar el mundo entero. Cuando el joven rey se entera de esto manda con toda rapidez a un enviado que quiebra el poder del preste y empieza a preparar a la novia para las bodas.
ENTREACTO: Se presenta un enorme elefante artificial que transporta una gran torre llena de músicos, cual cosa miramos con agrado.
SÉPTIMO Y ÚLTIMO ACTO: El novio aparece con una magnificencia inenarrable -me pregunto cómo habrán podido realizarlo-. La novia acude a su encuentro con la misma solemnidad. A su alrededor el pueblo grita: Vivat Sponsus, Vivat Sponsa. 21Y así, con esta comedia, los artistas festejaban soberbiamente al Rey y a la Reina que, fácilmente me di cuenta de ello, fueron muy sensibles a su desarrollo. Para finalizar, los artistas dieron varias veces la vuelta al escenario en una apoteosis y, por último, cantaron a coro.
I Este día nos trae una inmensa alegría con las bodas del Rey: cantad todos, pues, para que resuene: Felicidad a quien nos la da.
II La hermosa novia a la que hemos aguardado tanto tiempo está unida ahora con él. Hemos luchado pero llegamos al fin. Dichoso el que mira hacia delante.
III  Y ahora, recibid nuestros parabienes. Que vuestra unión sea próspera; largo tiempo estuvo en tutela. Multiplicaos en esta leal unión para que miles de vástagos nazcan de vuestra sangre.
Y la comedia acabó entre aclamaciones y alegría general así como con la satisfacción particular de las personas reales.
Finalizaba el día cuando nos retiramos en el mismo orden en que habíamos llegado pero, lejos de abandonar el cortejo, tuvimos que seguir por la escalera a las personas reales hasta la sala en la que habíamos sido presentados. Las mesas aparecían ya servidas con arte y, por primera vez, fuimos invitados a la mesa real. En el centro de la sala se encontraba el pequeño altar con las seis insignias reales ya habíamos visto antes.
El joven rey se mostró en todo momento muy afable con nosotros. No obstante, no se le veía alegre en modo alguno, pues, a pesar de hablarnos de vez en cuando, no podía retener los suspiros, por lo que el pequeño Cupido se burlaba de él. Los ancianos reyes y las ancianas reinas se mostraban con mucha gravedad; sólo la esposa de uno de ellos era ciertamente vivaz, comportamiento del que yo ignoraba la causa. Las personas reales se sentaron a la primera mesa, nosotros lo hicimos en la segunda; en la tercera vimos a algunas damas de la nobleza. El resto, hombres y doncellas, aseguraban el servicio. Y todo transcurrió con gran corrección y de un modo muy sosegado y grave, de modo que dudaba en hablar por temor a decir demasiado. Sin embargo, debo declarar que las personas reales vestían ropas de un blanco deslumbrante como la nieve y que se habían sentado a la mesa con dichos vestidos. La gran corona de oro estaba colgada encima de la mesa y el brillo de las piedras que la adornaban bastaría para alumbrar la sala sin precisarse otra luz.
Todas las luces se prendieron en la llamita colocada encima del altar, sin que pueda comprender la causa. Además, observé con atención cómo el joven rey cuidó de que varias veces llevaran alimentos a la serpiente blanca, y eso me hizo reflexionar mucho. Casi todo el gasto de la conversación en el banquete lo hizo el pequeño Cupido; no dejó a nadie tranquilo, especialmente a mí. A cada instante nos sorprendía con alguna novedad.
Pero todo sucedía con la mayor calma y no se veía ninguna alegría aparente. Intuí un grave peligro y la ausencia de música acrecentaba mi aprensión, que aumentó más aún cuando nos dieron la orden de contestar clara y brevemente si se nos preguntaba algo. En resumen, todo aquello tomaba un aire tan extraño que el sudor impregnó mi cuerpo y creo que hasta al más audaz de los hombres le habría faltado el valor. Terminaba la comida cuando el joven rey ordenó que le trajeran el libro colocado sobre el altar. Lo abrió y luego nos preguntó una vez más, por medio de un anciano, si ciertamente estábamos firmemente decididos a acompañarle pasase lo que pasase. Y cuando, trémulos, contestamos afirmativamente nos volvió a preguntar con cierta tristeza si estábamos dispuestos a comprometernos por escrito. Negarse no era posible. Además, así debía ser. Entonces nos levantamos por turno y cada uno estampó su firma en el libro.
Cuando hubo firmado el último, trajeron una fuente y un cubilete, ambos de cristal. Todas las personas reales bebieron en él según su jerarquía. Después nos lo presentaron a nosotros y, por fin, al resto de los presentes, y eso fue haustus silentii. 22.
A continuación, todas las personas reales nos tendieron la mano declarando que, puesto que en adelante no dependeríamos más de ellas, no la veríamos nunca más; estas palabras nos provocaron el llanto, pero nuestra presidente protestó en nuestro nombre, y las personas reales se dieron por satisfechas con ello. De pronto tintineó una campanilla y nuestros huéspedes reales palidecieron de un modo tan horrible que por poco perdemos el sentido de miedo. Cambiaron sus vestidos blancos por ropas enteramente negras; luego, la sala entera y el suelo fueron cubiertos con terciopelo negro y de idéntico modo la tribuna. Todo esto había sido preparado de antemano.
Retiraron las mesas y los presentes tomamos asiento en el banco. También nosotros nos vestimos con ropa negra. Nuestra presidente, que acababa de salir, regresó con seis cintas de tafetán negro y con ellas vendó los ojos de las seis personas reales.
Una vez privadas de la vista, los servidores trajeron rápidamente seis ataúdes cubiertos y los depositaron en la sala. En el centro dispusieron un tronco negro y bajo.
Finalmente, entró en la sala un gigante, negro como el carbón, que llevaba en sus manos una afilada hacha. El viejo rey fue el primero en ser conducido al tajo; rápidamente le cortaron la cabeza y la envolvieron en una sábana negra. Su sangre fue recogida en un gran tarro de oro que dejaron en el ataúd a su lado. Cerraron el ataúd y lo dejaron aparte.
Los demás sufrieron la misma suerte y me estremecí al pensar que del mismo modo llegaría mi turno. Pero no fue así, pues el gigantesco negro se retiró una vez decapitadas las seis personas. Alguien le siguió para cortarle a su vez la cabeza justo delante de la puerta, y regresó con el hacha y la cabeza que fueron ambas depositadas en una caja.
Ciertamente, fueron unas bodas sangrientas. Pero, como ignoraba qué habría de suceder aún, dominé mis impresiones y me reservé emitir un juicio sobre todo aquello.
Además, nuestra virgen, viendo que varios de nosotros perdíamos la fe y llorábamos, nos invitó a calmamos, añadiendo: “La vida de éstos está ahora en vuestras manos, creedme y obedecedme; así su muerte dará vida a muchos”. 23. Después nos pidió que reposáramos y nos desentendiéramos de cualquier preocupación, pues lo que había ocurrido era por su bien.
Nos deseó buenas noches y nos anunció que ella velaría a los muertos. Conforme con sus deseos, seguimos a nuestros pajes a los aposentos de cada uno.
Mi paje me habló extensamente de muchos asuntos que recuerdo muy bien. Su inteligencia me sorprendió mucho, pero acabé dándome cuenta de que trataba de que me entrara el sueño. Simulé que dormía profundamente, pero estaba muy despierto pues me era imposible olvidarme de los decapitados. La habitación daba al lago de modo que desde la cama, colocada junto a la ventana, podía fácilmente recorrer con la vista toda su extensión.
A medianoche, justo al sonar las doce campanadas, vi de pronto un gran fuego en el lago y muerto de miedo abrí rápidamente la ventana. A lo lejos vi acercarse siete naves llenas de luz. Por encima de cada una de ellas brillaba una llama que revoloteaba por doquier, descendiendo incluso de cuando en cuando. Fácilmente comprendí que eran los espíritus de los decapitados.
Los navíos se aproximaron lentamente a la orilla con su único piloto. Cuando abordaron vi que nuestra virgen se acercó a ellos portando una antorcha, y detrás de ella traían los siete ataúdes cerrados y la caja, que fueron depositados en los siete barcos.
Desperté al paje, que me lo agradeció vivamente; había andado mucho durante el día, incluso estando prevenido, y podría haberse quedado dormido mientras sucedían estos acontecimientos.
Una vez los ataúdes fueron depositados en los barcos, se apagaron todas las luces.
Las seis llamas navegaron más allá del lago y en cada barco sólo se veía una lucecita que hacía de vigía. Entonces se instalaron junto al lago como unos cien guardianes que enviaron a la virgen al castillo. Ésta pasó los cerrojos cuidadosamente, de lo que inferí que no habría más acontecimientos antes del día. Así pues, tratamos de descansar.
De todos mis compañeros, ninguno, salvo yo, tenía el aposento sobre el lago y yo era el único que había presenciado la escena. Pero estaba tan fatigado que me dormí pese a las grandes precauciones que tomé para no hacerlo.
NOTAS A LA JORNADA CUARTA
Hijo de Zeus y de Mais, Hermes es la divinidad más importante del panteón alquímico. Recibía el nombre de Trismegisto, que algunos han interpretado como “el tres veces grande”. El Hermes mitológico, helenización del Toth egipcio, nació en la montaña
Kíllene, en una cueva. Señalemos que fue el inventor de la cítara y el dios de la música, y que una de las denominaciones más corrientes de la alquimia es la de “Arte de Música”.
Hermes o Mercurio era, para los alquimistas, tanto el inventor de la Ciencia Hermética, como el símbolo de la materia utilizada en ésta.
“Príncipe Hermes / tras todo el daño hecho al género humano / dispuesto por Dios; / con la ayuda del Arte; / me he vuelto remedio de salvación; / aquí fluyo, / que beba de mis aguas quien pueda; / que en ellas se lave quien quiera, / bebed, hermanos, / y vivid. / 11378. El criptograma de inspiración caldea que nos da la edad en que nació Christian Rosacuz, fue descifrado por P. Kienast (Johann Valentin Andreae und sie vier echten Rosenkreutzer Schriften. Leipzig 1925, pág. 68).
Ver el Apocalipsis, de Esdrás XIV-39 y ss.
Este motivo aparece con frecuencia en la iconografía alquímica. Estos dos planetas representan al oro y a la plata, así como a los dos principios.
Tendríamos que leer “han afrontado la muerte y la han superado...” El profundo mensaje escatológico de las Bodas Alquímicas será más claro si se medita en estas palabras.
Según Auriger (opcit., pág. 68), se trataría de una descripción simbólica del Atanor u horno de los filósofos, visto en sección.
Tenemos aquí el eterno tema de Saturno y Venus. Saturno, viejo, seco, triste, feo y frío, precisa de la juventud, la frescura, la alegría, la belleza y la pasión de Venus.
La mayoría de rituales iniciáticos señalan que, antes de entrar en el Templo, el iniciado ha de despojarse de todos los metales. Los siete metales, o los siete planetas, se trata de lo mismo. El iniciado ha de dejarlos atrás para penetrar en el “ocho”, símbolo de la resurrección (ver nota 7 de la Jornada tercera). Recordemos que si en la astrología la casa del matrimonio o de las bodas es la VII, número que aparece a lo largo de todas las “Bodas Alquímicas”, la Casa de la muerte y de la resurrección es la VIII.
Cupido es Eros. Algunos hermetistas han observado que colocando la “E” de Eros después de la “s”, se obtiene “Rose” o sea, “Rosa”. Según Cicerón (De Natura Deorum)existen tres Cupidos: el primero de ellos nació de Mercurio y Diana primera, el segundo de Mercurio y Venus segunda y el tercero de Marte y Venus tercera. Simplificando, vemos que se trata siempre del hijo de Venus, la Diosa del Amor y que sus atributos son siempre los mismos: el arco, la aljaba, las flechas y las alas.
10 Este libro que puede leerse a la luz eterna de un candelabro de marfil, simboliza el Liber Mundi del que hablamos al principio de nuestra introducción. Es el libro de la vida (ver Apocalipsis III-5; libro de Henoch, CVIII-3 y La Magia de Arbatel, 2°. Septenario. Aforismo XI).
11 Caput mortem, la cabeza de muerto, aparece constantemente en la iconografía hermética. Según los alquimistas se refiere a uno de los regímenes de la Obra: la putrefacción. Ver La Entrada Abierta al Palacio Cerrado del Rey, cap. XX y XXV.
12 Para los alquimistas, la vejez era únicamente una enfermedad debida al estado caído del hombre. Senium, vejez, es también agotamiento, tristeza. Christian Rosacruz está obsesionado por la idea de ser eternamente joven porque éste es el resultado del Arte.
13 Se trata del Templo del Sol, ya que la Obra Hermética es la Obra del Sol.
14 Los siete actos de esta comedia se superponen simbólicamente a las siete jornadas de las “Bodas Alquímicas”. La carta en pergamino del primer Acto recuerda a la que Christian Rosacruz recibe de la mujer alada. El negro y la niña del segundo, al cuervo y a la paloma blanca de la Segunda jornada, etcétera.
15 Este acto recuerda la leyenda babilónica de Sargón I que, hijo de un padre desconocido, es hallado en un cesto de mimbre en el Éufrates. Salvado por un campesino, cae en gracia a la diosa Ishtar (que corresponde a Isis y a Venus) gracias a la cual llega a ser rey. La narración de Moisés hallado en el Nilo.
16 Animal fabuloso, de medio cuerpo arriba águila y de medio cuerpo abajo león. Se trata de una evocación tradicional de la unión del fijo y del volátil.
17 De nuevo aquí el tema del vestido, que tan relacionado está con el de las Bodas. Ver Mateo XXII-12Observaremos que también aquí el profano es atado de pies y manos. Ver nota 22 de la Jornada segunda.
18 Observemos que, como Cristo tiene doce apóstoles, el rey posee doce enviados. La importancia simbólica de este número resalta en el Apocalipsis con la Jerusalén Celeste.
19 Ver Daniel VII-3así como Apocalipsis IV-6, V-8, XIV-3 y XV-7.
20 Para los, alquimistas, la lepra era el conjunto de impurezas “superfluidades” terrestres que encontramos en los metales o en cualquier compuesto animado o inanimado en este mundo caído. Para ellos sólo el Polvo de Proyección es capaz de curar esta lepra, que si bien no es mortal en sí, conduce a la muerte de la que es en cierto modo el fermento, impidiendo que el hombre o la naturaleza se perpetúen.
21 Viva el Novio, Viva la Novia.
22 La prueba del silencio.
23 Para los alquimistas, la vida no es la parodia que “vivimos”, o sea, en la que morirnos poco a poco, sino la vida pura y regenerada que comienza con la resurrección. No hay que olvidar, sin embargo, que para resucitar hay que morir primero, y que esta muerte es una experiencia que puede darse en vida. “Muere antes de morir” declara un hadith sufí.