lunes, 15 de octubre de 2012

LA VIRGEN DEL MUNDO I


LA VIRGEN DEL MUNDO
DE
HERMES MERCURIUS TRISMEGISTUS


YO ISIS, SOY TODO LO QUE HA EXISTIDO, ESTO ES ASÍ, Y ASÍ DEBE SER,
Y NINGÚN MORTAL HA LEVANTADO MI VELO



Introducción y Notas:
Anna Bonus Kingsford &
Edward Maitland

Título del original: “The Virgin of the World of Hermes Mercurius Trismegistus”
Traducción al castellano: Traduccions Maremagnum MTM S.L.


LA VIRGEN DEL MUNDO
PARTE I

Habiendo dicho esto, Isis vierte para Horus la dulce bocanada de la inmortalidad que las almas reciben de los Dioses, y así empieza el discurso más sagrado.
El cielo, coronado con estrellas, está situado encima de la naturaleza universal, Oh hijo mío, Horus, y no hay nada que le falte de aquello que constituye el mundo entero. Es necesario, entonces, que toda la naturaleza sea adornada y completada con aquello que está por encima, ya que este Orden no puede funcionar de abajo a arriba. La supremacía de los grandes misterios sobre los inferiores es imperativa. El orden celestial reina sobre el terrenal, ya que está absolutamente determinado y es inaccesible a la idea de la muerte. Entonces las cosas que están supeditadas al lamento se llenan de miedo ante la maravillosa belleza y la eterna permanencia del mundo divino. Porque es cierto que eran un espectáculo digno de contemplar y desear estas magnificencias del cielo, las revelaciones de Dios todavía desconocidas, y esta suntuosidad de la noche iluminada con un penetrante resplandor, aunque ciertamente menor al del cielo, y todos los otros misterios que se mueven en lo alto en una armoniosa cadencia, y gobiernan y mantienen las cosas que están por debajo mediante influencias secretas. Y mientras que el Arquitecto Universal se abstuvo de poner fin a este incesante miedo, a estas investigaciones ansiosas, la ignorancia envolvió el universo. Pero cuando Él creyó que era bueno revelarse al mundo, insufló a los Dioses el entusiasmo del amor, y vertió en sus mentes el esplendor que su pecho contenía, para que fueran primero inspirados con la voluntad de buscar, después con el deseo de encontrar, y finalmente con el deseo de modificar.


“YO, ISIS, SOY TODO LO QUE HA EXISTIDO, ESTO ES ASÍ, Y ASÍ DEBE SER, Y NINGÚN MORTAL HA LEVANTADO MI VELO”
[EN ESTE TRATADO SE REPRESENTA A LA DIOSA LEVANTÁNDOSE EL VELO]

Ahora, mi maravilloso hijo Horus, todo esto no podía pasar entre los mortales, ya que ellos no existían; pero tuvo lugar en el Alma universal en coalición con los misterios del cielo. Este era Hermes, el Pensamiento Cósmico. Él contemplaba el universo de las cosas, y habiendo visto, comprendió, y habiendo comprendido, tuvo el poder de manifestar y revelar. Aquello que él pensó, lo escribió; aquello que escribió, en parte lo escondió, en silencio, sabiamente y hablando en turnos, para que mientras que el mundo durara, estas cosas se buscaran. Y así, habiendo obligado a los Dioses, sus hermanos, a que siguieran su marcha, ascendió a las estrellas. Pero tuvo como sucesor a su hijo, y el heredero de sus conocimientos, Tat, y un poco más tarde a Asclepio, hijo de Imouthè, según los consejos de Pan y Hephaistos, y todos aquellos para quien la soberana Providencia reserva un conocimiento exacto de las cosas divinas.
Hermes entonces se justificó a sí mismo en presencia de aquellos que le rodeaban, ya que no había revelado por completo la teoría a su hijo, debido a su juventud. Pero yo, habiéndome levantado, pude contemplar con mis ojos, que ven los secretos invisible del principio de las cosas16, y desde la distancia, pero con certeza, comprendí que los símbolos sagrados de los elementos cósmicos estaban escondidos cerca de los secretos de Osiris. Hermes volvió al cielo, habiendo pronunciado un discurso invocatorio.
No es adecuado, Oh hijo mío, que este recital se deje incompleto; debes estar informado de las palabras de Hermes cuando estableció sus libros “Oh sagrados libros”, dijo él, “de los Inmortales, vosotros en cuyas páginas mi mano ha grabado los remedios por los que la incorruptibilidad se confiere, permaneced para siempre fuera del alcance de la destrucción y la corrupción, invisibles y escondidos de todos aquellos que frecuentan estas regiones, hasta que llegue el día en que el antiguo cielo dé instrumentos dignos de ti, a los que el Creador llamará almas”.
Habiendo pronunciado sobre sus libros esta invocación, los envolvió con sus cubiertas, volvió a la esfera que le pertenecía, y todos ellos permanecieron escondidos por un tiempo suficiente.
Y la Naturaleza, Oh hijo mío, permaneció estéril hasta la hora en que aquellos a los que se les ordenó contemplar los cielos, avanzando hacia Dios, el Rey de todas las cosas, condenaron la inercia general, y afirmaron la necesidad de partir el Universo. Sólo Él podía llevar a cabo este trabajo.
“Te rogamos”, dijeron ellos, “que consideres aquello que ya existe, y aquello que es necesario para el futuro”.
Con estas palabras, el Dios sonrió benigno, y ordenó a la naturaleza que existiera. Y, fluyendo con su voz, lo FEMENINO se presentó con toda su belleza. Los Dioses, admirados, contemplaron esta maravilla. Y el gran Ancestro, vertiendo para la Naturaleza un elixir, le ordenó ser fértil; e inmediatamente, penetrando el universo con su mirada, gritó, “Deja que el cielo sea la plenitud de todas las cosas, y del cielo, y del éter”. Dios habló, y se hizo. Pero la Naturaleza, en comunión consigo misma, entendió que no debía transgredir el mandato del Padre, y, en unión con el Trabajo, produjo una hija muy bonita, a la que llamó Invención, y con cuya existencia Dios estuvo de acuerdo.
Y habiendo diferenciado las cosas creadas, las llenó de misterios, y les dio la orden de la Invención.
Entonces, como no quería que el mundo superior fuera inactivo, consideró adecuado llenarlo de espíritus, para que ninguna región permaneciera inmóvil y en inercia; y para llevar a cabo esta tarea utilizó su sagrado arte. Porque, sacando de sí mismo la esencia que era necesaria, y mezclándola con la llama intelectual, combinó estos con otros materiales mediante procedimientos desconocidos. Y habiendo conseguido a través de fórmulas secretas la unión de estos principios, dotó de movimiento a la combinación universal. Gradualmente, en medio del protoplasma, brilló una sustancia más sutil, pura y límpida que los elementos de los que se había generado. Era transparente, y sólo el Artista la percibía. Pronto, consiguió su perfección, sin ser derretida por el fuego, ni enfriada por el aliento, pero que poseía la estabilidad de una combinación especial, y que tenía su propio tipo y constitución. Le otorgó un nombre feliz, y de acuerdo con la similitud a sus energías, la llamó Conciencia.
De este producto formó las miríadas de las Almas, empleó la parte más selecta de la mezcla para el fin que tenía en mente, y procedió con orden y mesura, de acuerdo con Su sabiduría y Su razón. Las almas no eran necesariamente diferentes, pero la parte más escogida, animada por el movimiento Divino, no era idéntica al resto. La primera capa era superior a la segunda, más perfecta y pura; la segunda, en verdad inferior a la primera, era superior a la tercera; y así hasta los sesenta grados, en que se completaba el número total. Solo, Dios estableció esta ley, que todos debían ser eternos de manera igual, ya que tenían una única esencia, cuyas formas sólo Él determinaba.
Trazó los límites de su estancia en las alturas de la naturaleza, para que movieran la rueda de acuerdo con las leyes del Orden y de la sabia discreción, para alegría del Padre.
Entonces, habiendo reunido en estas espléndidas regiones de éter las almas de todos los grados, les dijo: “Oh almas, hijos hermosos de mi aliento y de mi cuidado, vosotros a quien yo he producido con mis manos, para consagraros a mi universo, escuchad mis palabras como una ley: No dejéis el lugar que se os ha asignado según mi voluntad. La morada que os espera es el cielo, con sus galaxia s de estrellas y sus tronos de virtud. Si intentáis cualquier transgresión contra mi decreto, juro por mi aliento sagrado, por este elixir del que os formé, y por mis manos creativas, que rápidamente forjaré cadenas para vosotros y arrojaré sobre vosotros un castigo”.
Habiendo hablado así, Dios, mi Maestro mezcló el resto de los elementos congeniales, tierra y agua, y mientras pronunciaba ciertas palabras potentes y místicas –aunque diferentes a las primeras– insufló en el protoplasma líquido movimiento y vida, lo hizo más grueso y más plástico, y formó de él seres vivientes de forma humana. Aquello que quedaba lo dio a las almas más nobles que habitaban la región de los Dioses en la zona de las estrellas, a las que se llaman Sagrados Genios. “Trabajad –dijo Él– hijos míos, hijos de mi naturaleza; tomad los residuos de mi tarea, y dejad que cada uno de vosotros haga seres a su imagen. Os daré modelos”.
Entonces tomó el Zodiaco y ordenó el mundo en conformidad con los movimientos vitales, y situó los signos animales después de aquellos de forma humana. Y después de haber dado aliento a las fuerzas creativas y generativas para todos los seres que quedaban aún por venir, Él se retiró, prometiendo unir a cada obra visible un aliento invisible y un principio reproductivo, para que cada ser engendrara a sus similares sin la necesidad de crear continuamente nuevas entidades17.
¿Y qué hicieron las almas, Oh Madre mía?
E Isis respondió: Tomaron el material mezclado, y empezaron a reflexionar sobre él, y a adorar esta combinación, el trabajo del Padre. Después, buscaron descubrir de qué estaba compuesto, y la verdad es que no era fácil de encontrar. Entonces, temiendo que esta búsqueda provocara el miedo del Padre se dispusieron a llevar a cabo sus órdenes. Así, tomando la parte superior del protoplasma, aquella que era más ligera, crearon de ella la raza de los pájaros. El compuesto era ahora más compacto y de consistencia más densa, formaron de él los cuadrúpedos; mientras que de la parte más gruesa que necesitaba un vehículo húmedo como vehículo de soporte, hicieron los peces. Lo que quedaba, frío y pesado, lo utilizaron las almas para hacer los reptiles.
Inmediatamente, Oh hijo mío, orgullosos de su trabajo, no tuvieron miedo de transgredir la ley divina, y a pesar de la prohibición, se retiraron de los lugares que les habían sido asignados. Como no querían permanecer más en la mismamorada, se movían incesantemente, el reposo les parecía la muerte18.
Pero, Oh Hijo mío –(así me habló Hermes)– su conducta no podría escapar alojo del Señor de todas las cosas; Él se preocupó de castigarles, y de preparar para ellos lazos muy fuertes. El Gobernador y Maestro del universo decidió entonces como penitencia para las almas, moldear el organismo humano, y después de llamarme, dijo Hermes, Él me habló de esta manera: “Oh alma de mi alma, sagrado pensamiento de mi pensamiento, ¿por cuánto tiempo debe permanecer la Naturaleza terrenal triste? ¿Por cuánto tiempo debe la creación ya realizada permanecer inactiva y sin alabanzas? Trae aquí frente a mí a todos los Dioses del cielo”.
Así habló Dios, dijo Hermes, y todos obedecieron su decreto. “Mirad la tierra”, les dijo, “y todas las cosas que hay por debajo de ella”. Rápidamente miraron, y entendieron la voluntad del Señor. Y cuando Él les habló de la creación del Hombre, y preguntó a cada uno que podía ofrecerle a la raza que estaba a punto de renacer, el Sol contestó en primer lugar: “Yo iluminaré a la humanidad”. Entonces la Luna prometió a su vez iluminación, añadiendo que ella ya había creado previamente el Miedo, el Silencio, el Sueño y la Memoria. Cronos anunció que él había engendrado la Justicia y la Necesidad. Zeus dijo “para evitar a la futura raza guerras perpetuas, he generado la Fortuna, la Esperanza y la Paz”. Ares se declaró a sí mismo padre del Conflicto, el Celo impetuoso y la Emulación. No tardaron en invitar a Afrodita: “Respecto a mí, Oh Maestro”, dijo ella, “le concederé a la humanidad Deseo, con Alegría voluptuosa y Risa, que el castigo al que están destinadas nuestras hermanas las Almas no pese mucho en ellas”. Estas palabras de Afrodita, Oh hijo, fueron escuchadas con felicidad. “y yo”, dijo Hermes, “otorgaré a la Naturaleza humana Sabiduría, Temperancia, Persuasión y Verdad, y no pararé de aliarme con la Invención. Protegeré siempre la vida mortal de aquellos hombres que hayan nacido bajo mi signo, viendo que el Creador y Padre ha atribuido en el Zodiaco signos de Conocimiento e Inteligencia; sobretodo, cuando el movimiento que mueve las estrellas esté en armonía con las fuerzas físicas de cada uno”19
Él que es el Maestro del mundo se regocijó al oír estas cosas, y decretó la creación de la raza humana. Respecto a mí, –dijo Hermes– busqué qué material necesitaba ser empleado en esta obra, e invoqué al Señor. Él ordenó a las almas que soltaran el residuo de la sustancia protoplásmica, y después de haberla cogido, vi que estaba completamente seca. Entonces, usé un gran exceso de agua con la que renovar la combinación de la sustancia, de manera que el producto fuera soluble, flexible, y ligero, y que la Fuerza no pudiera añadirse allí a la Inteligencia. Cuando finalicé mi trabajo era hermoso, y me regocijé al verlo. Y desde abajo llamé al Señor para que contemplara lo que había hecho. Lo vio, y lo aprobó. Rápidamente me ordenó que las Almas se incorporaran, y estas se horrorizaron cuando vieron cuál era su condena.
Estas palabras, dijo Isis, me conmovieron. Por esto, hijo mío Horus, te enseño este misterio. Nuestro ancestro Kamephes lo aprendió también de Hermes, que inscribe el recital de todas las cosas; a su vez yo lo recibí del anciano Kamephes cuando me admitió en la invitación del velo negro20y tú de la misma manera, Oh maravilloso e ilustre hijo, recíbelo de mí.
Las almas estaban a punto de ser encarceladas en cuerpos, a lo que algunos suspiraron y se lamentaron, como cuando un animal salvaje y libre es de repente encadenado, en el primer momento de sujeción de servidumbre y ruptura de los estimados hábitos de la jungla, lucha y se rebela, rechazando seguir a su conquistador, y si la ocasión se presenta, matándolo. Otros, en cambio, silbaron como serpientes, o dieron rienda suelta a los gritos más desgarradores y a las palabras más afligidas, mirando sin esperanza de arriba a abajo.
“Grandes Cielos”, dijo uno, “principio de nuestro nacimiento, éter, aires puros, manos y sagrado aliento del Dios soberano, y vosotras, estrellas brillantes, ojos de los Dioses, incansable luz del Sol y de la Luna, nuestro temprano hermano, ¡qué dolor, qué rendición es esta! ¿Debemos abandonar estos grandes y fulgentes espacios, esta esfera sagrada, todos estos esplendores de la empírea y feliz república de los Dioses, para ser precipitados en estas viles y miserables moradas? ¿Qué crimen, Oh malditos, hemos cometido? ¿Cómo podemos habernos merecido, pobres pecadores que somos, los castigos que nos esperan? Contemplad el triste futuro preparado para nosotros –¡estar sometidos a las necesidades de un cuerpo disoluble y fluctuante! ¡Nunca más distinguirán nuestros ojos las Almas divinas! Difícilmente entre estas esferas acuosas percibiremos, con suspiros, nuestro cielo ancestral; durante intervalos incluso dejaremos de verlo. Mediante esta desastrosa sentencia se nos niega la visión directa; sólo podemos ver con la ayuda de la luz externa; no son más que ventanas que poseemos– no ojos. Y no será nuestro dolor menor cuando oigamos en el aire el suspiro fraternal de los vientos con los que ya nunca más podremos mezclar los nuestros, ya que estos tendrán como morada, en vez del mundo abierto y sublime, la estrecha prisión de nuestro pecho. Tú, que nos conduces a esto y que provocas que un sitio tan alto descienda tanto, pon límite a nuestros sufrimientos. ¡Oh Maestro y Padre, tan pronto te vuelves indiferente a tu Trabajo, pon término a nuestra penitencia, dígnate a darnos unas últimas palabras, mientras podamos aún contemplar la expansión de las esferas luminosas!”.
Esta plegaria de las Almas fue concedida, hijo mío Horus, ya que el Señor estaba presente, y sentado en el trono, les habló así:
“Oh Almas; debéis estar gobernadas por el Deseo y la Necesidad; después de mí, estos deben ser vuestros Maestros y Guías. Almas, subordinadas a mi cetro que nunca falla, sabed que siempre que os mantengáis sin tacha habitaréis las regiones de los cielos. Si entre vosotros encontramos a alguno que merezca reproche, habitará la morada destinada a él en organismos mortales. Si vuestras faltas son leves, deberéis, salvados de los lazos de la carne, volver al cielo. Pero si os convertís en culpables de un crimen mayor, si os apartáis de los fines por los que habéis sido creados, entonces no habitaréis ni en el cielo ni en los cuerpos humanos, sino que pasaréis a los de los animales sin razón”21
Habiendo hablado así, Oh hijo mío Horus, él respiró sobre ellos y dijo “No se debe a la suerte que haya ordenado vuestro destino; si actuáis mal, será peor; será mejor si vuestras acciones son acordes a vuestro nacimiento. Seré yo y no otro quien será vuestro testigo y juez. Entended que es por vuestros errores en el pasado que debéis ser castigados y encerrados en cuerpos humanos. En cuerpos diferentes, como os he dicho, vuestro renacimiento será diferente. La disolución será un beneficio, que restaurará vuestra anterior condición. Pero si vuestra conducta no es merecedora de mí, vuestra prudencia, volviéndose ciega y guiándoos hacia atrás, os llevará a considerar buena fortuna aquello que en realidad es una reprimenda, y temer algo mucho mejor como si fuera una injuria cruel. Los más justos de vosotros deberán en sus transformaciones futuras aproximarse a lo divino, convirtiéndose entre los hombres, erguidos reyes, verdaderos filósofos, líderes y legisladores, verdaderos videntes, recolectores de plantas saludables, astutos músicos, astrónomos inteligentes, sabios augures, instruidos ministros: todos hermosos y buenos cargos; como entre los pájaros son las águilas que no buscan devorar a aquellos de su misma clase, y no permiten que los más débiles sean atacados en su presencia, porque la justicia está en la naturaleza del águila; entre los cuadrúpedos, el león, porque es un animal fuerte, indomable por el sueño, en un cuerpo mortal y que realiza trabajos inmortales, y por nada se cansa o se deja engañar; entre los reptiles, el dragón, porque él es potente, de larga vida, inocente, y amigo de los hombres, se deja domesticar, sin tener ningún veneno, y muere a mucha edad aproximándose a la naturaleza de los Dioses; entre los peces, los delfines, porque esta criatura tiene piedad de aquellos que caen al agua y los lleva a tierra si continúan vivos, y se abstiene de devorarlos si están muertos, aunque es el más voraz de todos los animales acuáticos”.
Con estas palabras, Dios se convirtió en una Inteligencia Incorruptible (esto es, reasume lo no manifiesto).
Después de estas cosas, hijo mío Horus, se alzó de la tierra un Espíritu sumamente potente, sin ninguna carga de envoltura corpórea, fuerte en sabiduría, pero salvaje y aterrador; aunque no podía ignorar el conocimiento que buscaba, al ver que el modelo humano era hermoso y augusto de aspecto, y que las almas estaban a punto de entrar en sus envolturas:
“¿Quién son estos”, dijo él, “Oh Hermes, Ministro de los Dioses?” “Estos son los hombres”, respondió Hermes. “Es un trabajo impetuoso”, dijo él, “hacer a los hombres con unos ojos tan penetrantes, una lengua tan sutil, un oído tan delicado que puede incluso oír aquellas cosas que no le afectan, una esencia tan fina, y en sus manos un sentido del tacto capaz de apropiarse de todo. Oh Espíritu generador, ¿Pensabas que sería bueno que estuviera libre de cuidado –este futuro investigador de los hermosos misterios de la Naturaleza? ¿Lo vas a dejar exento de sufrimiento –aquél cuyos pensamientos tratarán de averiguar los límites de la tierra? Los hombres arrancarán las raíces de las plantas, estudiarán las propiedades de los jugos naturales, observarán la naturaleza de las piedras, diseccionarán no sólo a los animales sino a sí mismos, deseando saber cómo fueron formados. Extenderán sus osadas manos sobre el mar, y, cortando la madera de la jungla salvaje, pasarán de una costa a otra buscándose los unos a los otros. Buscarán los secretos más recónditos de la Naturaleza incluso en sus alturas, y estudiarán los movimientos del cielo. No será esto suficiente, cuando ya no quede nada más por conocer que el más lejano límite de la tierra, buscarán incluso allí las últimas extremidades de la noche. Si no perciben ningún obstáculo, si viven libres de problemas, fuera del alcance de ningún miedo o ansiedad, ni el cielo podrá poner freno a su audacia; buscarán extender su poder sobre los elementos. Enséñales, entonces, el deseo y la esperanza, de una forma que conozcan asimismo el temor al accidente y a la dificultad, y el doloroso aguijón de la esperanza frustrada. Deja que la curiosidad de sus almas tenga como equilibrio el deseo y el miedo, el cuidado y la vana esperanza. Deja que sus almas sean presas del amor mutuo, ahora satisfecho, ahora engañado, de tal manera que incluso la dulzura del éxito sea un presagio que les arroje hacia el infortunio. Deja que el peso de la fiebre les oprima, y rompe en ellos todo deseo”.
¿Sufres acaso, Horus, al oír este recital de tu madre? ¿La sorpresa y el asombro se apoderan de ti en presencia del mal que cae ahora sobre la humanidad? Lo que estás a punto de oír es todavía más triste. El discurso de Momos gustó a Hermes; consideró que su consejo era bueno, y lo siguió.
“¡Oh, Momos”, dijo él, “la naturaleza del aliento divino que envuelve todas las cosas no puede ser inútil! El Maestro del universo me ha encargado ser su agente y supervisor. La Deidad del ojo penetrante (Adrastia)22 observará y dirigirá todos los acontecimientos; y por mi parte, diseñaré un instrumento misterioso; una medida inflexible e inviolable, a la que todo estará sujeto desde el nacimiento hasta la destrucción final, y que será el lazo de las entidades creadas. Este instrumento gobernará aquello que esté en la tierra, y todo el resto”.
Es así –dijo Hermes– como hablé a Momos, e inmediatamente funcionó el instrumento. Rápidamente las almas se incorporaron y fui alabado por mi trabajo.
Entonces el Señor convocó de nuevo la asamblea de los Dioses. Se reunieron, y Él se dirigió a ellos de esta manera:
“Dioses, que habéis recibido una naturaleza soberana e imperecedera, y el influjo de la vasta eternidad, vosotros cuya función es mantener incesantemente la armonía mutua de las cosas, ¿durante cuánto tiempo debemos gobernar un imperio desconocido? ¿Durante cuanto tiempo ha de permanecer invisible la creación al sol y la luna? Dejemos que cada uno de nosotros desarrolle su función en el universo. Dejemos que con el ejercicio de nuestro poder pongamos fin a la cohesión de la inercia. Dejemos que el caos se convierta en una fábula, increíble para la posteridad. Inaugurad vuestros grandes trabajos; yo os dirigiré”.
Él habló, e inmediatamente la unidad Cósmica, hasta ahora oscura, se abrió, y en las alturas aparecieron los cielos con todos sus misterios. La tierra, hasta ahora inestable, se volvió más sólida bajo el brillo del sol, y se presentó adornada con envolturas de riqueza. Todas las cosas son hermosas a ojos de Dios, incluso aquellas que a los mortales les parecen faltas de hermosura, porque todo está hecho de acuerdo con las leyes divinas. Y Dios se regocijó al contemplar sus obras llenas de movimiento; y con manos extendidas alcanzando los tesoros de la naturaleza. “Toma estos”, Él dijo, “¡Oh sagrada tierra, toma estos, Oh venerable, que debes ser la madre de todas las cosas, y en lo sucesivo no permitas que te falte nada!”
Con estas palabras, abriendo sus manos divinas, derramó sus tesoros en la fuente universal. Pero todavía eran desconocidos, pues las almas, nuevamente personificadas e incapaces de soportar su oprobio, buscaban rivalizar con los Dioses celestiales, y, orgullosas de su origen elevado, presumiendo de una creación igual a la de ellos, se revelaron. Entonces los hombres se convirtieron en su instrumento, opuestos los unos a los otros, e instigaron guerras civiles. Y así, la fuerza oprimió a la debilidad, los fuertes quemaron y masacraron a los débiles, y la carne y los muertos fueron expulsados de los lugares sagrados.
Entonces los elementos decidieron quejarse frente al Señor de la salvaje condición de la Humanidad. Como el mal era ya muy doloroso, los elementos fueron al Dios Creador, y le suplicaron de esta manera –siendo el fuego el primero en hablar23:
 “Oh Maestro”, dijo él, “Creador de este nuevo mundo, Tú quien tu nombre, misterioso entre los Dioses, ha sido hasta ahora venerado entre todos los hombres; ¿hasta cuándo, Oh Divinidad, has decretado dejar a la vida humana sin Dios? Revélate al mundo que te llama, corrige su existencia salvaje con la instauración de la paz. Concédele a la vida ley, concédele a la noche oráculos; llena todas las cosas con augurios felices, deja que el hombre tema el juicio de los Dioses, y que ningún hombre peque nunca más. Deja que los crímenes reciban su justo castigo, y los hombres se abstendrán de apartarse de la rectitud. Temerán violar los juramentos, y la locura llegará a su fin. Enséñales a tener gratitud ante los beneficios, y así consagraré mi llama a las ofrendas y libaciones puras, y los altares producirán para ti exhalaciones de dulces sabores. Ahora estoy contaminado, Oh Maestro, porque la temeridad impía de los hombres me fuerza a consumir carne. ¡Ellos no me permitirán permanecer en mi naturaleza; pervertirán y corromperán mi pureza!”
Cuando le llegó el turno habló el aire: “Yo estoy corrompido por el efluvio de los cadáveres, Oh Maestro; me convierto en pestilente e insano, y desde las alturas presencio cosas que no debería contemplar”.
Entonces el agua tomó la palabra, y habló de esta manera, Oh mi ilustre hijo:
“¡Padre y maravilloso Creador de todas las cosas, Divinidad encarnada, Autor de la Naturaleza que lo conduces todo, ordena a las aguas de los arroyos que sean siempre puras, pues ahora tanto los ríos como los mares están obligados a bañar al destructor y a recibir a sus víctimas!”
Entonces, al final, apareció la tierra, Oh glorioso hijo mío, y empezó así:
“Oh Rey, Jefe de los coros celestiales y Señor de sus órbitas. Maestro y Padre de los elementos que permiten crecer y decrecer a todas las cosas, y al que todos debemos volver; contempla como la impía e insensata tribu de los hombres me inunda; Oh Venerable, yo que según tus órdenes soy la morada de todos los seres, soportándoles y recibiendo en mi pecho a todos los caídos, este es mi reproche. Tu mundo terrestre en el que se contienen todas las criaturas está privado de Dios. Y como no veneran nada, transgreden cada ley y me abruman con todo tipo de trabajos malvados. Para mi vergüenza, Oh Señor, admito en mí el producto de la corrupción de los cadáveres de los animales. Pero yo, que recibo todas las cosas, recibiría de buen grado a Dios. Concédele a la tierra esta gracia, y si no vinieras tú mismo, pues es verdad que yo no te puedo contener, déjame como mínimo recibir un sagrado efluvio de ti, deja que la tierra se convierta en el más glorioso de los elementos; y ya que es sólo ella la que nos da todas las cosas, podría ella venerarse a sí misma como receptora de tus favores”.
Así fue el discurso de los elementos, e inmediatamente Dios llenó el universo con su voz divina. “Ves”, dijo él, “sagrado hijo, merecedor de la grandeza de tu Padre, no busques cambiar nada, y no rechaces dar tu ministerio a mis criaturas. Te mandaré un efluvio de mí mismo, un Ser puro que investigará todas las acciones, que será el temible e incorruptible juez de los vivos; una justicia soberana que extenderá su reino incluso en las sombras bajo la tierra. Así cada hombre recibirá su merecido”.
Inmediatamente los elementos pararon de quejarse, y cada uno de ellos volvió a asumir sus deberes y su influjo.
¿Y de qué manera, Oh madre mía, dijo Horus, obtuvo la tierra posteriormente el efluvio de Dios?
No contaré esta Natividad, dijo Isis; no me atrevo, Oh potente Horus, a declarar el origen de tu raza, por si los hombres pudieran aprender en el futuro la generación de Dioses. Sólo diré que el Dios Supremo, Creador y Arquitecto del mundo, acordó con la tierra, tu padre Osiris y la gran Diosa Isis, que trajeran la esperada Salvación. A través de ellos la vida consiguió todo su significado, las guerras salvajes y sangrientas acabaron; consagraron templos a sus ancestros los Dioses, e instituyeron oblaciones. Dieron a los mortales leyes, nutrición, y vestiduras. “Deberán leer”, dijo Hermes, “mis escritos místicos, y dividiéndolos en dos partes, deberán creerlos e inscribir en columnas y obeliscos aquellos que sean útiles para el hombre”. Los que instituyeron los primeros tribunales, establecieron en todas partes el reino de la justicia y el orden. Con ellos empezó la fe de los tratados, y la introducción en la vida humana de los deberes y los juramentos religiosos. Enseñaron los ritos de la sepultura hacia aquellos que dejan de vivir; interrogaron los horrores de la muerte; mostraron a los espíritus tristes como volver a sus cuerpos humanos, y que si el camino de entrada se les cierra, conduce a un fracaso de vida. Instruidos por Hermes, grabaron en tablas que el aire está lleno de genios. Instruidos por Hermes en las leyes secretas de Dios, sólo ellos fueron los profesores y legisladores de la humanidad, iniciándoles en las artes, las ciencias y los beneficios de la vida civilizada. Instruidos por Hermes en lo que respecta a las afinidades por compasión que el Creador ha establecido entre la tierra y el cielo, instituyeron representaciones religiosas y misterios sagrados. Y, considerando la naturaleza corruptible de los cuerpos, ordenaron la iniciación profética, para que el profeta que eleva sus manos a Dios fuera instruido en todas las cosas, y que de esta manera la filosofía y la magia nutrieran el alma, y que la medicina curara los sufrimientos de la carne.
Habiendo realizado todas estas cosas, Oh hijo mío, y viendo que el mundo llegaba a su esplendor, Osiris y yo fuimos llamados por los habitantes del cielo; pero no podíamos volver allí sin haber alabado al Señor, para que la Visión celestial llenara la extensión, y que el camino de una ascensión feliz se abriera ante nosotros, ya que Dios se deleita en los himnos.
Oh madre mía, dijo Horus, enséñame estos himnos para que yo también sea instruido.
Escucha, hijo mío, contestó Isis ….