sábado, 5 de septiembre de 2015

LA GRAN REBELIÓN cap xxix y cap xx


CAPÍTULO XIX   LAS DROGAS

El desdoblamiento psicológico del hombre nos permite evidenciar el crudo realismo de un nivel superior en cada uno de nosotros.

Cuando uno ha podido verificar por sí mismo en forma directa el hecho concreto de dos hombres en uno mismo, el inferior en el nivel normal común y corriente, el superior en una octava más elevada, entonces todo cambia y procuramos en este caso actuar en la vida de acuerdo a los principios fundamentales que lleva en lo hondo de su SER.

Así como existe una vida externa, así también existe una vida interna.

El hombre exterior no es todo, el desdoblamiento psicológico nos enseña la realidad del hombre interior.

El hombre exterior tiene su modo de ser, es una cosa con múltiples actitudes y reacciones típicas en la vida, una marioneta movida por hilos invisibles.

El hombre interior es el SER auténtico, se procesa en otras leyes muy diferentes, jamás podría ser convertido en robot.

El hombre exterior no da puntada sin dedal, siente que le han pagado mal, se compadece de sí mismo, se auto-considera demasiado, si es soldado aspira a ser general, si es trabajador de una fábrica protesta cuando no le ascienden, quiere que sus méritos sean debidamente reconocidos, etc.

Nadie podría llegar al nacimiento SEGUNDO, renacer como dice el Evangelio del Señor, en tanto continúe viviendo con la sicología del hombre inferior común y corriente.

Cuando uno reconoce su propia nadidad y miseria interior, cuando tiene el valor de revisar su vida, indubitablemente viene a saber por sí mismo que de ninguna manera posee méritos de ninguna especie.

"Bienaventurados los pobres de espíritu porque ellos recibirán el reino de los cielos".

Pobres de espíritu o indigentes del espíritu, son realmente aquellos que reconocen su propia nadidad, desvergüenza y miseria interior. Esa clase de seres incuestionablemente reciben la iluminación.

"Más fácil pasa un camello por el hueco de una aguja, que un rico entra en el reino de los cielos".

Es ostensible que la mente enriquecida por tantos méritos, condecoraciones y medallas, distinguidas virtudes sociales y complicadas teorías académicas, no es pobre de espíritu y por ende nunca podría entrar en el reino de los cielos.

Para entrar al Reino se hace impostergable el tesoro de la fe. En tanto no se haya producido en cada uno de nosotros el desdoblamiento psicológico, la FE resulta algo más que imposible.

La FE es el conocimiento puro, la sabiduría experimental directa.

La FE fue siempre confundida con las vanas creencias, los Gnósticos no debemos caer jamás en tan grave error.

La FE es experiencia directa de lo real; vivencia magnífica del hombre interior; cognición divinal auténtica.

El hombre interior, al conocer por experiencia mística directa sus propios mundos internos, es ostensible que conoce también los mundos internos de todas las personas que pueblan la faz de la tierra.

Nadie podría conocer los mundos internos del planeta Tierra, del sistema solar y de la galaxia en que vivimos, si antes no ha conocido sus propios mundos internos. Esto es similar al suicida que escapa de la vida por puerta falsa.

Las extra percepciones del drogadicto tienen su raíz particular en el abominable órgano KUNDARTIGUADOR (la serpiente tentadora del Edén).

La conciencia embotellada entre los múltiples elementos que constituyen el Ego se procesa en virtud de su propio embotellamiento.

La conciencia egoica deviene pues, en estado comatoso, con alucinaciones hipnóticas muy similares a las de cualquier sujeto que se hallare bajo el influjo de tal o cual droga.

Podemos plantear esta cuestión en la siguiente forma: alucinaciones de la conciencia egoica son iguales a las alucinaciones provocadas por las drogas.

Obviamente estos dos tipos de alucinaciones tienen sus causas originales en el abominable órgano KUNDARTIGUADOR. (Véase capítulo XVI del presente libro).

Indubitablemente las drogas aniquilan los rayos alfa, entonces incuestionablemente viene a perderse la conexión intrínseca entre mente y cerebro; esto de hecho resulta fracaso total.

El drogadicto convierte al vicio en religión y desviado piensa experimentar lo real bajo el influjo de las drogas, ignorando que las extra-percepciones producidas por la marihuana, el L.S.D., la morfina, los hongos alucinantes, la cocaína, la heroína, el hashis, pastillas tranquilizantes en exceso, anfetaminas, barbitúricos, etc., etc., etc., son meras alucinaciones elaboradas por el abominable órgano KUNDARTIGUADOR.

Los drogadictos involucionando, degenerando en el tiempo, se sumergen al fin en forma definitiva dentro de los mundos infiernos.


CAPÍTULO XX    INQUIETUDES
No hay duda que entre el pensar y el sentir existe una gran diferencia, esto es incontrovertible.

Existe una gran frialdad entre las gentes, es el frío de lo que no tiene importancia, de lo superficial.

Creen las multitudes que importante es lo que no es importante, suponen que la última moda, o el coche último modelo, o la cuestión esta del salario fundamental es lo único serio.

Llaman serio la crónica del día, la aventura amorosa, la vida sedentaria, la copa de licor, la carrera de caballos, la carrera de automóviles, la corrida de toros, el chismorreo, la calumnia, etc.

Obviamente, cuando el hombre del día o la mujer del salón de belleza escuchan algo sobre esoterismo, como quiera que esto no está en sus planes, ni en sus tertulias, ni en sus placeres sexuales, responden con un no sé qué de frialdad espantosa, o sencillamente retuercen la boca, levantan los hombros, y se retiran con indiferencia.

Esa apatía psicológica, esa frialdad que espanta, tiene dos basamentos; primero la ignorancia más tremenda, segundo la ausencia más absoluta de inquietudes espirituales.

Falta un contacto, un choque eléctrico, nadie lo dio en la tienda, tampoco entre lo que se creía serio, ni mucho menos en los placeres de la cama.

Si alguien fuera capaz de darle al frío imbécil o a la superficial mujercita el toque eléctrico del momento, el chispazo del corazón, alguna reminiscencia extraña, un no sé qué demasiado íntimo, tal vez entonces todo sería distinto.

Mas algo desplaza a la vocecilla secreta, a la primera corazonada, al anhelo íntimo; posiblemente una tontería, el hermoso sombrero de alguna vitrina o aparador, el dulce exquisito de un restaurante, el encuentro de un amigo que más tarde no tiene para nosotros ninguna importancia, etc.

Tonterías, necedades que no siendo transcendentales, sí tienen fuerza en un instante dado como para apagar la primera inquietud espiritual, el íntimo anhelo, la insignificante chispa de luz, la corazonada que sin saber por qué nos inquietó por un momento.

Si esos que hoy son cadáveres vivientes, fríos noctámbulos del club o sencillamente vendedores de paraguas en el almacén de la calle real, no hubieran sofocado la primera inquietud íntima, serían en este momento luminarias del espíritu, adeptos de la luz, hombres auténticos en el sentido más completo de la palabra.

El chispazo, la corazonada, un suspiro misterioso, un no sé qué, fue sentido alguna vez por el carnicero de la esquina, por el engrasador de calzado o por el doctor de primera magnitud, mas todo fue en vano, las necedades de la personalidad siempre apagan el primer chispazo de la luz; después prosigue el frío de la más espantosa indiferencia.

Incuestionablemente a las gentes se las traga la luna tarde o temprano; esta verdad resulta incontrovertible.

No hay nadie que en la vida no haya sentido alguna vez una corazonada, una extraña inquietud, desgraciadamente cualquier cosa de la personalidad, por tonta que esta sea, es suficiente como para reducir a polvareda cósmica eso que en el silencio de la noche nos conmovió por un momento.

La luna gana siempre estas batallas, ella se alimenta, se nutre precisamente con nuestras propias debilidades.

La luna es terriblemente mecanicista; el humanoide lunar, desprovisto por completo de toda inquietud solar, es incoherente y se mueve en el mundo de sus sueños.

Si alguien hiciera lo que nadie hace, esto es, avivar la íntima inquietud surgida tal vez en el misterio de alguna noche, no hay duda de que a la larga se asimilaría la inteligencia solar y se convertiría por tal motivo en hombre solar.

Eso es, precisamente, lo que el Sol quiere, pero a estas sombras lunares tan frías, apáticas e indiferentes, siempre se las traga la Luna; después viene la igualación de la muerte.

La muerte iguala todo. Cualquier cadáver viviente desprovisto de inquietudes solares, degenera terriblemente en forma progresiva hasta que la Luna lo devora.

El Sol quiere crear hombres, está haciendo ese ensayo en el laboratorio de la naturaleza; desgraciadamente, tal experimento no le ha dado muy buenos resultados, la Luna se traga la gente.

Sin embargo, esto que estamos diciendo no le interesa a nadie, mucho menos a los ignorantes ilustrados; ellos se sienten la mamá de los pollitos o el papá de Tarzán.

El Sol ha depositado dentro de las glándulas sexuales del animal intelectual equivocadamente llamado hombre, ciertos gérmenes solares que convenientemente desarrollados podrían transformarnos en hombres auténticos.

Empero el experimento solar resulta espantosamente difícil debido precisamente al frío lunar.

Las gentes no quieren cooperar con el Sol y por tal motivo a la larga los gérmenes solares involucionan, degeneran y se pierden lamentablemente.

La clavícula maestra de la obra del Sol está en la disolución de los elementos indeseables que llevamos dentro.

Cuando una raza humana pierde todo interés por las ideas solares, el Sol la destruye porque no le sirve ya para su experimento.

Como quiera que esta raza actual se ha vuelto insoportablemente lunar, terriblemente superficial y mecanicista, ya no sirve para el experimento solar, motivo más que suficiente por el cual será destruida.

Para que haya inquietud espiritual continua se requiere pasar el centro magnético de gravedad a la esencia, a la conciencia.

Desafortunadamente las gentes tienen el centro magnético de gravedad en la personalidad, en el café, en la cantina, en los negocios del banco, en la casa de citas o en la plaza de mercado, etc.

Obviamente, todas éstas son las cosas de la personalidad y el centro magnético de la misma atrae a todas estas cosas; esto es incontrovertible y cualquier persona que tenga sentido común puede verificarlo por sí misma y en forma directa.

Desgraciadamente, al leer todo esto, los bribones del intelecto, acostumbrados a discutir demasiado o a callar con un orgullo insoportable, prefieren tirar el libro con desdén y leer el periódico.

Unos cuantos sorbos de buen café y la crónica del día resultan magnífico alimento para los mamíferos racionales.


Sin embargo, ellos se sienten muy serios; indubitablemente sus propias sabihondeces los tienen alucinados, y estas cosas de tipo solar escritas en este libro insolente les molestan demasiado. No hay duda de que los ojos bohemios de los homúnculos de la razón no se atreverían a continuar con el estudio de esta obra.
V.M. SAMAEL AUN WEOR.

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