miércoles, 3 de mayo de 2017

AL INTERIOR DEL TLALOCAN

El Tlalocan en la mitología náhuatl era el paraíso del dios de la lluvia, el gran Tlaloc. A este sitio fértil y colmado de verdor arribaban los seres que habían fallecido en algún acontecimiento de cualquier naturaleza, pero relacionado con el agua, por ejemplo los ahogados, o aquellos quienes murieron a consecuencia del contacto fulminante de un rayo.
Era un lugar de sortilegio sobrenatural que se hallaba rumbo al Oriente, región donde abundaban los alimentos, territorios donde los habitantes dichosos, parecían estar siempre en estado de Jauja, saciados y alegres entre danzas y cantos. En un famoso fresco de Teotihuacan, la ciudad sagrada, se representa este lugar de Otredades exquisitas y bienaventuranza sin límites.


En el Tlalocan también se recibía a los desdichados que perdían la vida por causa de la terrible enfermedad de la lepra. El Tlalocan es en esencia, un enclave apacible, repleto de vegetación en donde crecen toda clase de árboles frutales, también maíz, chía, frijoles y otras maravillas. La vida allí es plenamente feliz.
Se guardan descripciones de esta divina morada del dios Tlaloc- uno de los más importantes del panteón azteca, junto al Colibrí Zurdo, Huitzilopochtli- gracias a los escritos hechos por el padre Sahagún de testimonios que escuchara en palabras de los propios indígenas mesoamericanos.
Este era el hogar del dios Tlaloc, aquí mora con sus ayudantes, los Tlaloques, geniecillos que se situaban en las cuatro esquinas del mundo y donde se afanan para sostener unos jarros en donde se concentran diferentes tipos de lluvia: las que brindaban prosperas cosechas, las que las malograban, las que generaban heladas, las que producían tormentas, etc. En el instante en el que los Tlaloques chocaban sus recipientes estos generaban los truenos y cuando las impactaban hasta romperlas se suscitaban los pavorosos rayos.
Tlaloc siempre vigilante de esto, con su máscara de anteojos de serpientes entrelazadas, su rostro pintado de amarillo triste, su ropa orlada de gotas de hule, gotas de lluvia en símbolo. Y sus enormes fauces bestiales formando una entrada secreta al inframundo, algo que bien advirtieron los Olmecas en sus representaciones de este numen: la ruta al paraíso también lleva a veces al infierno.
¡Ah! Ve a todas partes.!Ah¡ Ve, extiéndete en el Poyauhtlan.Con sonajas de nieblases llevado al Tlalocan.Tomado del himno a Tlaloc. Tlaloc Icuic.

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