miércoles, 11 de agosto de 2021

LA PALABRA Y LAS IMPRESIONES


La palabra debe salir del corazón, no de los distintos agregados psíquicos que poseemos. Con profundo dolor me doy cuenta de que cuando alguien habla, la pala­bra sale desgraciadamente, no de las profundidades del Ser, sino del fondo de cualquier agregado psíquico in­humano. La palabra brotada exclusivamente de la Esencia, no ha­bría nada que objetarle: sería pura, perfecta, pero las gentes tienen distintos agregados psíquicos, muy desa­rrollados. Así es que, cuando los Sacerdotes Gnósticos y Directivos de Santuarios en general se dirigen a la grey, lo hacen casi siempre con el propósi­to de lanzar alguna ironía contra alguien, de humillar a alguien, de insultar a alguien, etc. Es decir, no nace la palabra, de la Esencia pura, no brota del Ser, sino que deviene del fondo de algún Yo, y por ello no es espon­tánea, no es pura, no produce un efecto creador.

 

         Por lo común, la palabra de los Sacerdotes Gnósticos tiene su origen entre las entrañas de tal o cual agregado psíquico, ya sea éste de envidia, ya sea de ira, ya sea de amor propio, ya sea de orgullo, de egoísmo, de autosuficiencia, de autoimportancia, de engreimiento, de ambición, etc. ¡Nunca, con dolor veo que la palabra brota de las entrañas del Ser, y esto es lamentable!

 

        Cuando la palabra surge de entre las profundidades del Ser, está llena de plenitud y de belleza interior; más cuando la palabra surge de las entrañas de tal o cual agregado psíquico, está condicionada por el mismo, no tiene elasticidad, no tiene ductibilidad, no goza de plenitud, no es íntegra, y produce en el ambiente discor­dias y problemas de toda especie.

 

        Los devotos concurren al rito, a los Lumisiales, para reci­bir un bálsamo, un consuelo para su adolorido corazón. ¿Pero qué alivio podrían tener? ¿Cómo haríamos para que progresara el Movimiento Gnóstico, si proseguimos con esa conducta? Esa tendencia que tienen unos y otros hermanos a reaccionar, me parece horripilante, absurda. No son dueños de sus propios procesos psicológicos: si se les "puya", reaccionan, siempre reaccionan ante todo.

 

        No olviden ustedes que en el mundo físico vivimos y que hay tres clases de alimentos para cada uno. El primer alimento ya lo conocen ustedes: la comida, que es el menos importante; parece increíble, pero así es. Prueba de que es el menos importante, es que uno puede vivir sin comer, muchas veces hasta un mes. Mahatma Gandhi duraba hasta tres meses sin comer. Este alimen­to entra por la boca y va al estómago.

 

        La segunda clase de alimento es el aire, es la respira­ción, que se relaciona con las fosas nasales y los pul­mones. Difícilmente podríamos vivir, ni siquiera tres o cuatro minutos, sin respirar. La gente dura, normalmen­te, un minuto sin respirar y luego viene un síncope. Gracias a un entrenamiento, podríamos llegar a dos o tres minutos, o a cuatro, que ya sería el máximo de los máximos, pero son pocos o raros los que llegan a vivir sin respirar durante cierto tiempo. Esto nos está indi­cando que el segundo alimento es todavía más importante que el primero.

 

        Por último viene el tercer alimento, que es aún más im­portante. Quiero referirme, en forma enfática, a las im­presiones. Si la comida no lograra impresionar al orga­nismo humano, no funcionaría el lóbulo intestinal ni el estómago, y en general moriríamos. Si el aire no lograra impresionar a los pulmones y a la sangre, pues de nada serviría el aire.

 

        Así, mis queridos hermanos, este tercer alimento es el más importante, porque nadie podría existir, ni siquiera un solo segundo, sin el alimento de las impresiones.

 

        Ahora bien, todo alimento necesita pasar por una trans­formación. El alimento relacionado con el estómago, ne­cesita pasar por una transformación; ésta es factible gra­cias al sistema digestivo. El alimento relacionado con la respiración, tiene como vehículo de transformación a los pulmones; pero, para el tercer alimento no hay un órgano especial, no hay pul­mones que valgan: hay que crear ese tercer órgano.

 

        Todo lo que nos llega a la mente, tiene forma de impre­sión. Ustedes me están escuchando aquí, ven a un hombre que les está hablando a través de un micrófono, y todo esto es un conjunto de impresiones que les llegan a la mente. Todas las emociones y pasiones, todo lo que nos rodea, llega a nosotros en forma de impresiones.

 

        El aire se transforma mediante los pulmones, la comida se transforma mediante el estómago, y aire y comida se convierten en principios vitales para el organismo. Pero, desgraciadamente, las impresiones no se transforman, llegan a la mente sin ser digeridas.

 

        Las impresiones sin digerir se convierten en nuevos agregados psí­quicos, es decir, en nuevos Yoes, ¡y eso es gravísimo! Hay que digerir las impresiones. ¿Cómo? Mediante la Conciencia Superlativa del Ser.

 

        Normalmente, las impresiones llegan a la mente y ésta reacciona. Si al­guien nos insulta, reaccionamos con ganas de vengar­nos; si alguien nos ofrece una copa de vino, reacciona­mos con ganas de beber; si una persona del sexo opues­to nos tienta, sentimos ganas de fornicar. Siempre reaccionamos ante los impactos del mundo exterior, y eso es grave.

 

        En las asambleas he visto cómo se hieren los hermanos unos a otros: uno dice una palabra y el que se siente aludido reacciona violentamente, diciendo una peor. A veces lo que dicen no es demasiado grosero, sino sutil decente, y acompañado de una sonrisa, pero en el fondo lleva el veneno espantoso de la reacción violenta.

 

        No hay amor entre los hermanos, se han olvidado de su propio Ser, y sólo viven en el mundo del Ego, en el mundo de la reacción. Cuando uno se olvida de su pro­pio Ser, reacciona violentamente. Si uno se olvida de su propio Ser en presencia de una botella de vino, resulta borracho; si uno se olvida de su propio Ser en presencia de una persona del sexo opuesto, resulta fornicando; si uno se olvida de su propio Ser Interior Profundo en presencia de un insultador, termina insultando.

 

        Lo más grave en la vida, es olvidarse de sí mismo. Así que, es necesario transformar las impresiones, y esto sólo es posible interponiendo al Ser entre las di­versas vibraciones del mundo exterior y la mente. Cuando uno interpone, entre las impresiones y la mente, eso que se llama la Conciencia, es obvio que las impresio­nes se transforman en fuerzas y poderes de orden su­perior.

 

        Normalmente, las impresiones están constituidas por un hidrógeno muy pesado: el Hidrógeno 48. Cuando uno interpone entre las impresiones y la mente, a la Conciencia, el Hidrógeno 48 se transforma en Hidrógeno 24, que sirve de alimento al Cuerpo Astral. A su vez, el excedente del Hidrógeno 24 se transforma en Hidrógeno 12, que sirve de alimento para el Cuerpo Mental. Y por último, el excedente del Hidrógeno 12 se transforma en Hidrógeno 6, que sirve de alimento para el Cuerpo Causal. Pero si uno no transforma las impre­siones, éstas se convierten en nuevos agregados psíquicos, en nuevos Yoes.

 

        Así pues, debemos transformar las impresiones median­te la Conciencia. Es muy fácil interponer la Conciencia entre las impresiones y la mente. Para recibir las im­presiones con la Conciencia, y no con la mente, sólo se necesita no olvidarnos de nosotros mismos en un instante dado. Si alguien, en cualquier momento, nos dice algo que nos hiere el amor propio, el orgullo, el engreimiento, etc., en esos instantes sólo el Ser debe estar en nosotros; debemos estar concentrados en el Ser, para que sea el Ser, la Conciencia Superlativa del Ser, la que reciba las impresiones y las digiera correctamente. Así se evitan las horripilantes reacciones que todos, unos y otros, tienen ante los impactos procedentes del mundo exterior. Así se transforman completamente las impre­siones, y transformadas, nos desarrollan maravillosa­mente.

 

        Amigos, repito: que los sacerdotes no vuelvan a cometer el error de reaccio­nar violentamente contra el prójimo. Los directores, los misioneros, desistan, de una vez por todas, de esa horrible tendencia que tienen a reaccionar. Si alguien dice algo, que lo diga, pero, ¿por qué tiene que reaccionar su vecino? ¡Cada cual es libre de decir lo que quiera! Y en cuanto a mí atañe, afirmo lo que tengo que afirmar, y si alguien refuta, si dice lo contrario de una plática dada sobre un problema que tenemos, me limito a guardar silencio; ya dije, y eso es todo.

 

        ¿Por qué en cuestiones privadas quieren imponer su concepto a la fuerza? ¡Eso es absurdo! Eso de imponer nuestra opinión a la brava, no es sino el resultado de las reacciones, es la reacción misma del Ego, de la mente. Resulta abominable ese pro­ceder que ha formado terribles problemas en todo el Movimiento Gnóstico Internacional.

 

        Por aquí, por allá, por acullá, se utiliza el púlpito para insultar, para herir, para agredir con la palabra a otros, y todo eso está causando confusión en el Movimiento Gnóstico Internacional. Hasta aquí mis palabras.

 

SAMAEL AUN WEOR

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