ALBERTO EL GRANDE (COMPOSITUM DE COMPOSITIS)
No
ocultaré una ciencia que me ha sido revelada por la gracia de Dios; no la
guardaré celosamente para mi solo,
por temor de atraer su maldición.
¿Cuál es la utilidad de una ciencia conservada
en secreto, de un tesoro
escondido?. La ciencia que he aprendido sin ficciones, os la transmito sin pena. La envidia
trastorna todo, un hombre envidioso no puede ser justo ante Dios. Toda ciencia
y toda sabiduría provienen de Dios; decir que procede del Espíritu Santo, es
sencillamente un modo de expresarse. Nadie puede decir: Nuestro Señor Jesucristo sin indicar implícitamente : hijo de Dios Padre, por operación
del Espíritu Santo. De igual manera
esta ciencia de verdad no puede ser separada de Aquel que me la ha comunicado.
No he sido enviado para todos, sino tan sólo para quienes
admiran al Señor en sus obras
y a
los que Dios ha juzgado
dignos. Que quien tenga oídos pava oír esta comunicación
divina, recoja los secretos que me fueron transmitidos por la gracia
de Dios y que no los
revele jamás a quienes son indignos
de ellos.
La Naturaleza
debe servir de base y de modelo
a la
ciencia, por eso el Arte trabaja de
acuerdo con la Naturaleza en todo lo que puede.
Por tanto es menester que el artista
observe la Naturaleza y opere como ella opera.
DE LA FORMACION DE LOS METALES EN GENERAL POR
EL AZUFRE Y EL MERCURIO
Se ha
observado que la naturaleza de los metales, tal como la conocemos,
es de ser engendrada de una manera general por el Azufre y el Mercurio.
Tan sólo la diferencia
de cocción y de digestión, produce la variedad en la especie metálica. Por mí mismo he
observado que en un solo y único recipiente, es decir, en un mismo filón, la Naturaleza
había producido varios
metales y plata, diseminados por acá y por allá. En efecto,
hemos demostrado claramente en nuestro
Tratado de los minerales, que la generación de los metales es circular,
con facilidad se pasa
del uno al otro siguiendo
un circulo; los metales
vecinos tienen propiedades semejantes; por eso la plata se transforma más
fácilmente en oro que cualquier otro metal.
No hay más, en efecto,
que cambiar en la plata,
sino el color y el peso, lo cual es fácil. Porque una sustancia de por si compacta, aumenta fácilmente de peso. Y como
contiene un azufre blanco amarillento,
también su color será fácil de
transformar.
Lo mismo sucede con los demás metales.
El Azufre es, por decirlo
así, su padre, y el
Mercurio, su madre.
Aun es más verdadero si se dice que en la conjunción
el Azufre representa
el esperma del padre y que el Mercurio figura un menstruo coagulado, para formar
la sustancia del embrión. El Azufre
solo no puede engendrar, como sucede con el padre solo.
Así
como
el macho engendra de su propia
sustancia
mezclada con la sangre menstrual,
así también el Azufre engendra con
el Mercurio, pero solo no produce nada. Por medio de
esta comparación, queremos dar a entender que el Alquimista deberá, ante todo,
quitar al metal la especificidad que le ha dado la Naturaleza, y después, que proceda
como procedió la Naturaleza con el Mercurio
y el Azufre preparados y purificados, siguiendo
siempre el ejemplo de la Naturaleza.
DEL AZUFRE
El
Azufre contiene tres principios húmedos.
El primero de esos principios
es, sobre todo, aéreo e ígneo; se le encuentra en las partes externas del Azufre a causa de la
misma gran volatilidad de sus elementos, que fácilmente
se evaporan y consumen los cuerpos
con los cuales se ponen en contacto.
El segundo
principio es flemático, llamado
también acuoso; se halla colocado inmediatamente
debajo del precedente. El tercero es radical, fijo, adherente a las
partes internas. Únicamente éste es
general, y no se le puede separar de
las otras sin destruir todo el edificio.
El primer principio
no resiste al fuego; siendo combustible, se consume en el fuego y calcina la sustancia del metal con el cual se calienta. Por
tanto, no solo es inútil, sino
que resulta hasta nocivo para el objeto que
nos proponemos. El segundo principio no
hace más que mojar los cuerpos, no engendra, tampoco puede servirnos. El
tercero es radical, penetra
todas las partículas
de la materia que le debe sus propiedades esenciales. Hay que desembarazar al Azufre de los dos primeros principios a fin de que
la sutilidad del tercero pueda servirnos
para hacer un compuesto perfecto.
El
fuego no es más que el vapor del Azufre; el vapor de Azufre bien purificado y
sublimado blanquea y hace más
compacto. Por eso los Alquimistas
hábiles tienen la costumbre de quitar
al Azufre sus dos principios
superfluos por medio de lavajes ácidos, tales como el vinagre de los limones, la leche
agria, la leche de cabras o la orina de los
niños. Lo purifican por levigación, digestión o sublimación. Finalmente, es
preciso rectificarlo por resolución,
de modo que no se tenga más que una sustancia pura que contenga la
fuerza activa, perfectible y próxima al metal. Henos ahí
en posesión de una parte de nuestra obra.
DE LA NATURALEZA DEL MERCURIO
El Mercurio encierra dos sustancias superfluas: la tierra y el agua. La sustancia
terrosa tiene alguna pro-piedad del Azufre,
el fuego la enrojece. La sustancia acuosa tiene una humedad superflua.
Con facilidad se desembaraza
al Mercurio de sus impurezas acuosas y terrosas por sublimaciones y lavajes
muy ácidos. La Naturaleza lo separa en el estado seco del
Azufre y lo despoja de su tierra, por el
calor del sol y de las estrellas.
Así
obtiene ella un Mercurio puro, completamente
libre de su sustancia terrosa, no conteniendo ya partes extrañas.
Entonces lo une a un Azufre puro y produce al fin, en el seno de la tierra, metales puros y perfectos.
Si
los dos principios son impuros, los metales
son imperfectos. Por eso en las minas
se hallan metales diferentes, lo que procede
de la purificación y digestión variables
de sus principios.
DEL ARSÉNICO
El
Arsénico es de la misma naturaleza que el Azufre, ambos
tienen de rojo y de blanco. Pero en el arsénico hay más humedad, y al fuego se sublima menos rápidamente que el Azufre.
Es
sabido cuán velozmente se sublima
el Azufre y cómo consume a todos los cuerpos, excepto el oro. El Arsénico
puede unir su principio seco al del Azufre, se atemperan entre si , y una vez unidos se les
separa con dificultad ; su tintura es suavizada
por esa unión.
“El Arsénico -dice Geber- contiene mucho mercurio y, por tanto,
puede ser preparado como él”. Sabed
que el espíritu oculto en el azufre, el arsénico y el aceite animal es llamado
por los filósofos Elixir blanco.
Es único, miscible con la sustancia ígnea, de la cual extraemos el Elixir rojo; se une a los metales fundidos.
Como lo hemos experimentado, los purifica, no sólo a causa de las propiedades precitadas, sino también porque existe una proporción común entre sus elementos.
Los metales difieren entre sí según la pureza o la impureza de la materia prima, es decir, del Azufre y del Mercurio, y también según el grado del fuego que les ha
engendrado.
Según el filósofo, el elixir se llama también Medicina, porque se asimila el cuerpo de los metales
al cuerpo de los animales. También
decimos nosotros que hay un espíritu oculto en el Azufre, el arsénico y el aceite extraído de las sustancias animales. Ese es el espíritu que buscamos, con
ayuda del cual teñiremos como perfectos todos los cuerpos imperfectos. Este espíritu es llamado Agua y Mercurio por los filósofos. “El Mercurio - dice Geber- es una medicina compuesta de
seco y húmedo, de húmedo y seco”. Tú
comprendes la sucesión de estas operaciones: extraes la tierra del fuego, el aire de
la tierra, el agua del aire,
puesto que el agua puede
resistir al fuego.
Hay que fijarse
en estas enseñanzas, son arcanos universales.
Ninguno de los principios que entran en la
Obra tiene potencia por sí mismo;
porque están encadenados en los metales, no pueden perfeccionar, ya no son fijos. Carecen de dos sustancias: la una, miscible con los metales en fusión;
la otra, fija que pueda
coagular y fijar. Por eso Rhazés dijo: “hay cuatro
sustancias que cambian con el tiempo; cada
una de ellas está
compuesta por
los cuatro elementos
y toma el nombre del elemento
dominante. Su esencia maravillosa se ha fijado en un cuerpo y con este último puede alimentarse
a los demás cuerpos. Esta esencia se halla compuesta de agua y aire, combinados de tal suerte que el calor los
licua. Ese es un secreto maravilloso. Los minerales empleados en Alquimia,
para servirnos, deben tener una
acción sobre los cuerpos fundidos. Las piedras que utilizamos son cuatro: dos tiñen de blanco y las
otras dos de rojo. Aunque el blanco, el rojo, el Azufre, el Arsénico y Saturno, no tienen más que un mismo cuerpo. Mas en aquel único cuerpo, ¡ cuántas cosas ocurren! Y en el
primer momento carece de
acción sobre los metales
perfectos.”
En
los cuerpos imperfectos, hay un agua ácida, amarga, agria, necesaria en nuestro arte.
Porque disuelve y mortifica a los cuerpos y después los revivifica
y reconstituye. Dice
Rhazés en su carta tercera:
“Aquellos
que buscan nuestra Entelequia, preguntan de dónde proviene la amargura acuosa elemental. Les responderemos: de la
impureza de los metales. Porque el agua
contenida en el oro y la plata, es dulce, no disuelve,
por el contrario, coagula y fortifica,
porque no contiene ni acidez ni impureza como
los cuerpos imperfectos.”
Por eso dijo Geber: “Se calcina y se disuelve
el oro y la plata
sin utilidad, porque nuestro vinagre se saca de cuatro
cuerpos imperfectos; ese espíritu
mortificante y disolvente es lo que
mezcla las tinturas de todos
los cuerpos que empleamos en la obra. No necesitamos más que esta agua, poco nos importan los demás
espíritus.”
Geber
tiene razón; no podemos hacer nada con una tintura a la que el fuego altera; todo
lo contrario, es menester
que el fuego le dé la excelencia
y la fuerza para que ella pueda
hallarse con los metales fundidos. Es
preciso que fortifique, que fije, que a pesar de la fusión permanezca íntimamente
unida al metal.
Agregaré que de los cuatro cuerpos
imperfectos se puede extraer todo. En cuanto al
modo de preparar el Azufre,
el Arsénico y el Mercurio, indicado más arriba, podemos darlo aquí.
En efecto,
cuando en esta preparación calentamos el espíritu del azufre y del arsénico con aguas ácidas o aceite, para extraer de él
la esencia ígnea, el aceite, la untuosidad, les extraemos lo superfluo
que en ellos existe; nos queda la fuerza ígnea y el aceite, las únicas
cosas que nos son útiles; pero están mezcladas
con el agua ácida que nos servía
para purificar, no
hay medio de separarlas
de ella; pero
por lo menos nos hemos desembarazado de lo inútil. Es necesario,
por tanto, hallar otro medio para extraer de esos
cuerpos el agua, el aceite y el espíritu
más
sutil del azufre,
que es la verdadera tintura muy activa que tratamos de obtener.
De suerte que trabajaremos esos cuerpos separando por descomposición o también por destilación, sus partes componentes naturales, y así llegaremos a las partes simples. Algunos, ignorando
la composición del
Magisterio, quieren trabajar sólo
sobre el Mercurio, pretendiendo sostener que tiene un cuerpo, un alma y un espíritu y que es la materia
prima del oro y de la plata. Es
preciso contestarles que es cierto
que algunos filósofos afirman que la obra se hace de tres cosas, el espíritu, el alma y el cuerpo, sacadas de una sola. Mas por otra parte, no
se puede encontrar en una cosa lo que no existe en ella. Por cuanto el Mercurio no contiene la tintura
roja, por lo tanto no puede él solo bastar
para formar el cuerpo
del Sol; con sólo
el Mercurio nos sería imposible llevar
la Obra a buen fin. La Luna por sí sola no puede bastar, y no obstante este cuerpo
es, por decir así, la base de la
obra.
De cualquier
modo que sea trabajado y transformado el Mercurio, jamás podrá constituir el cuerpo. También
dicen: “Se encuentra en el Mercurio
un azufre rojo de manera que encierra la tintura
roja”. ¡ Error!. El Azufre es el padre de los metales, no se
encuentra nunca en el Mercurio, que es hembra.
Una materia pasiva
no puede fecundarse a sí misma. El Mercurio contiene, sí, un Azufre, pero
como ya lo hemos dicho, es un azufre terrestre. Fijémonos
finalmente en que el Azufre no puede soportar
la fusión; entonces el Elixir no puede extraerse
de una sola cosa.
DE LA PUTREFACCION
El fuego engendra la muerte y la vida. Un fuego vivo deseca el cuerpo. He aquí la razón; al llegar el fuego al contacto
con un cuerpo, pone en movimiento
al elemento semejante a él que
en dicho cuerpo existe.
Ese elemento es el calor natural. Este excita al fuego extraído en primer lugar del
cuerpo; hay conjunción y la humedad
radical del cuerpo sube a su superficie mientras el fuego obra en el exterior. En cuanto desaparece la humedad radical que unía las diversas
porciones del cuerpo, éste muere, se disuelve, se resuelve: todas sus partes se separan las unas de las otras. El fuego
obra aquí como un instrumento
cortante. Aunque por sí mismo deseca
y contrae, no puede hacerlo
tanto como cuando hay en el cuerpo una cierta predisposición, sobre todo si el cuerpo es compacto
como lo es un elemento. Este último carece de un mixto aglutinante, que se separaría del cuerpo
después de la corrupción.
Todo esto puede hacerse por el sol,
porque es de una naturaleza
cálida y húmeda con
relación a los demás cuerpos.
DEL REGIMEN
DE LA PIEDRA
Hay
cuatro regímenes de la Piedra: 1º
descomponer; 2º lavar; 3º reducir; 4º fijar. En el primer régimen se separan
las naturalezas, porque sin división, sin purificación, no puede
haber conjunción. Durante
el segundo régimen, los elementos separados
son lavados, purificados y llevados al
estado simple. En el tercero se cambia nuestro
Azufre en cantera del Sol, de la Luna y de los otros metales. En el
cuarto, todos los cuerpos anteriormente extraídos de nuestra Piedra son
unidos, recompuestos y fijados, para
permanecer en adelante formando
un conjunto.
Hay
quienes cuentan cinco grados en el Magisterio: 1º resolver
las sustancias en su materia prima; 2º llevar nuestra tierra, es decir, la magnesia negra,
a ser aproxi- madamente
de la naturaleza del Azufre y del Mercurio;
3º
hacer que el Azufre se aproxime todo lo posible
a la materia mineral del Sol y de la Luna;
4º componer de varias
cosas un Elixir
blanco; 5º quemar perfectamente el Elixir
blanco, darle el color del cinabrio y partir de ahí para
hacer el Elixir rojo.
En fin, los hay que cuentan
cuatro grados en la Obra, otros tres, y otros tan
sólo dos. Estos últimos cuentan así:
1º
puesta en obra y purificación de los elementos; 2º conjunción.
Fíjate bien en lo que sigue: la materia de la
Piedra de los Filósofos es de poco precio; se la encuentra todas partes, es un agua viscosa
como el mercurio que se extrae de la tierra.
Nuestra agua viscosa se halla en todas partes, hasta en las Letrinas, han dicho ciertos filósofos, y algunos imbéciles, tomando sus palabras al pie de la letra, la han buscado en los excrementos.
La
naturaleza obra sobre esa materia
quitándole algo, su principio
terroso, y añadiéndole algo, el Azufre de los Filósofos, que no es el azufre
del vulgo, sino un Azufre invisible, tintura
del rojo. Para decir verdad,
es el espíritu del vitriolo romano. Prepáralo así: toma salitre y vitriolo
romano, dos libras de cada uno;
muélelo finamente en el mortero.
Aristóteles tiene, pues, razón cuando dice en su cuarto libro de los meteoros:
“Todos los alquimistas
saben que no se puede, de ningún modo, cambiar la forma de los metales si antes no se los reduce a materia prima”. Lo cual es fácil,
como pronto se verá.
El Filósofo dice que no se puede ir de una extremidad a la otra sin pasar por el medio. En una extremidad de nuestra piedra filosofal se hallan dos antorchas, el oro y la plata, y en la otra extremidad el elixir perfecto o
tintura. En el medio el aguardiente filosófico, naturalmente
purificado, cocido y digerido. Todas estas cosas están próximas a la
perfección y son preferibles a los cuerpos de naturaleza más alejada. De igual modo que
por medio del calor el hielo se
resuelve en agua, por haber sido
antes agua, asimismo los
metales se resuelven en su materia prima que es nuestro
Aguardiente. La preparación está indicada en los siguientes capítulos. Sólo él puede reducir todos los cuerpos metálicos
a su materia prima
DE LA SUBLIMACION DEL MERCURIO
En nombre del Señor,
procúrate una libra de mercurio
puro procedente de la mina. Por otra parte, toma vitriolo romano y sal
común calcinada, machácalo
en el mortero y mezcla íntimamente. Pon estas dos últimas materias
en un vaso ancho de barro vidriado, al fuego suave hasta que la materia comience a fundirse y licuarse. Entonces
toma tu mercurio mineral, ponlo en un recipiente de cuello largo y viértelo gota a gota sobre el vitriolo y la
sal en fusión. Remueve con
una espátula de madera, hasta que el
Mercurio haya sido devorado por entero
y que no queden ya trazas de él. Cuando haya desaparecido por completo, deseca la materia a fuego suave durante
la noche. Al otro
día por la mañana tomarás la materia bien desecada y la pulverizarás finamente sobre una
piedra. Pondrás la materia pulverizada en el recipiente sublimatorio llamado aludel,
para sublimarla según el arte. Pondrás el capitel y untarás
las junturas con masilla
filosófica a fin de que el Mercurio
no pueda escaparse. Colocarás el aludel sobre su hornillo y lo fijarás de modo que no pueda inclinarse
y que se mantenga
bien derecho; entonces encenderás un fuego muy suave durante cuatro horas para quitar
la humedad del mercurio
y del
vitriolo; después de la
evaporación de la humedad, aumenta el fuego para
que la materia blanca y pura del mercurio se separe de sus impurezas, y esto durante cuatro
horas; verás si esto basta introduciendo una varilla de madera en el sublimatorio por la abertura superior,
haciéndola descender
hasta la materia, y sentirás
si la materia blanca del mercurio está superpuesta a la mezcla. Si esto sucede,
quita la varilla, cierra la abertura del capitel
con masilla para que el mercurio
no
pueda
escaparse, y aumenta el fuego de modo que la materia blanca del mercurio se eleve
sobre las heces, hasta el aludel;
esto durante cuatro horas. Calienta por fin con leña para obtener llamas, es preciso que el fondo del recipiente
y el residuo se pongan rojos; continúa así mientras quede algo de sustancia blanca del mercurio adherida a las heces. La
fuerza y la violencia del fuego concluirán por separarla.
Quita entonces el fuego y deja enfriar
el hornillo y la materia durante la noche.
Al otro día
retira el recipiente del hornillo, quita la masilla con precaución para
no ensuciar el Mercurio, abre el aparato; si encuentras
una materia blanca, sublimada, pura,
compacta y pesada, has tenido éxito. Pero si
tu sublimado fuese esponjoso, ligero
y poroso, recógelo y comienza otra vez la sublimación sobre el residuo, agregando
de nuevo sal común pulverizada; opera en el mismo recipiente sobre su hornillo, del mismo
modo, con el mismo grado de fuego que antes.
Abre entonces el recipiente, ve si el sublimado es blanco, compacto
y denso, recógelo
y ponlo a un lado cuidadosamente para
servirte de él cuando lo necesites a fin de terminar la Obra. Mas si no se presentara
todavía tal como debe ser, te será preciso
sublimarlo una tercera vez hasta que lo
obtengas puro, compacto, blanco y
pesado.
Fíjate que por
esta operación has despojado al Mercurio de dos impurezas. Ante todo, le
has quitado toda su humedad superflua;
en segundo lugar, lo desembarazaste
de sus partes terrosas
impuras, que quedaron en las heces; así
lo
has
sublimado en una sustancia clara y semifija.
Ponlo
aparte como se te ha recomendado.
DE LA
PREPARACION DE LAS AGUAS, DE LAS QUE SACARAS
EL AGUARDIENTE
Toma dos libras de vitriolo romano, dos libras de salitre y una libra de alumbre calcinado. Machácalo bien, mezcla perfectamente, ponlo en un alambique de vidrio,
destila el agua de acuerdo con las reglas ordinarias, cerrando bien las junturas por temor de que se escapen los espíritus. Comienza con un fuego suave, después calienta
más fuertemente; calienta
en seguida con madera hasta que el aparato
se ponga blanco,
de suerte que destilen
todos los espíritus. Cesa entonces
el fuego, deja que se enfríe el hornillo; aparta cuidadosamente
esta agua, porque
es el disolvente
de la Luna;
consérvala para la Obra, ella disuelve la plata y la separa del oro, calcina el
Mercurio y las flores de Marte;
comunica a la piel del hombre una coloración morena que se va con
dificultad. Es el agua prima de los filósofos, es perfecta en el primer grado. Prepararás tres litros de esta agua.
AGUA SEGUNDA,
PREPARADA POR LA SAL AMONIACO
En nombre del Señor, toma una libra de agua
prima y disuelve cuatro lotes de sal
amoníaco pura e incolora; hecha la disolución, el agua ha cambiado de color, ad-
quiriendo otras propiedades. El agua prima era verdosa, disolvía
la Luna, no tenía
acción sobre el Sol; pero en
cuanto se le agrega la sal amoniaco toma un color
amarillo, disuelve el oro, el Mercurio, el Azufre
sublimado y comunica una fuerte coloración
amarilla a la piel del hombre. Conserva
preciosamente esta agua, porque
a continuación nos servirá.
AGUA TERCERA,
PREPARADA POR MEDIO DEL MERCURIO SUBLIMADO
Toma una libra de agua segunda y once lotes de
Mercurio sublimado (por el vitriolo
romano y la sal) bien preparado
y bien puro. Verterás
poco a poco el Mercurio
en el agua segunda. Después sellarás el orificio del matraz, por temor de que se escape el
espíritu del Mercurio. Colocarás el matraz
sobre
cenizas
templadas, y el agua comenzará en seguida a
obrar sobre el Mercurio, disolviéndolo e incorporándoselo.
Dejarás el matraz sobre
las cenizas calientes, no deberá
quedar un exceso
de agua, y será preciso que el Mercurio sublimado se disuelva por completo. El agua obra por inhibición sobre
el Mercurio hasta que lo disuelve.
Si el
agua no ha podido disolver todo el Mercurio, tomarás el que haya quedado en el fondo del recipiente, lo desecarás a fuego lento, pulverizarás y lo disolverás en una nueva cantidad
de agua segunda. Harás de nuevo esta operación hasta que todo el Mercurio sublimado se
haya disuelto en el agua.
Reunirás en una
sola todas esas soluciones en un frasco
bien limpio de vidrio, del cual taparás
perfectamente la boca con
cera. Ponlo cuidadosamente aparte.
Porque ésa es nuestra agua tercera, filosófica, espesa, perfecta en el tercer grado. Es la
madre del Aguardiente que reduce todos los
cuerpos a su materia prima.
AGUA CUARTA
QUE REDUCE LOS CUERPOS
CALCINADOS A SU MATERIA
PRIMA
Coge agua tercera mercúrica, perfecta en el tercer
grado, límpida y ponla a putrificar en el vientre del caballo
en un matraz limpio,
de cuello largo, bien cerrado,
durante catorce días.
Deja fermentar; las impurezas
caen al fondo y el agua pasa del amarillo al rojo. En este momento
retirarás el matraz y lo pondrás
sobre cenizas a un fuego muy suave, adaptándole un capitel de alambique con su
recipiente. Comienza lentamente la destilación. Lo que pasa gota a gota es nuestro Aguardiente muy límpido,
puro y pesado. Leche
virginal. Vinagre muy agrio.
Continúa suavemente el fuego hasta que todo el aguardiente haya destilado tranquilamente; cesa entonces
el fuego, deja que
el hornillo se enfríe y conserva con cuidado tu agua destilada. Ese es nuestro Aguardiente, Vinagre de los filósofos, Leche virginal que reduce
los cuerpos a su materia
prima.
Se le ha dado una infinidad de nombres.
He aquí las propiedades de esta agua: una gota depositada
sobre una lámina de cobre caliente, la penetra en seguida
y deja en ella
una
mancha blanca. Echada sobre carbones,
emite humo; en el aire se congela y parece hielo. Cuando se
destila esta agua, las gotas no
pasan siguiendo todas el mismo
camino, sino que unas pasan por un lado y otras por otro. No actúa sobre
los metales como el agua fuerte, corrosiva, que los disuelve, sino que reduce a
Mercurio todos los cuerpos que baña,
como más adelante lo verás.
Después de la putrefacción, la destilación y la clarificación, es pura y más perfecta,
despojada de todo principio
sulfuroso ígneo y corrosivo. No es
un agua que corroe, no disuelve
los cuerpos, los reduce a Mercurio.
Debe esta propiedad al Mercurio primitivamente disuelto
y purificado en el tercer grado de la perfección. No contiene ya heces
ni impurezas terrosas. La última destilación las ha separado, las impurezas
negras quedaron en el fondo del alambique.
El color de esta agua es azul, límpida y rosada; ponla aparte. Porque reduce todos los cuerpos
calcinados y podridos, a su materia prima radical o mercurial.
Cuando quieras
reducir con esta
agua los cuerpos calcinados,
prepara
así
dichos
cuerpos.
Toma un marco
del cuerpo que tú quieras,
Sol o Luna; límalo suavemente. Pulveriza bien
esta limadura sobre una
piedra con sal común preparada.
Separa la sal disolviéndola en agua caliente; la cal
pulverizada caerá al fondo del líquido; decanta. Seca la cal, mójala tres veces con aceite tártaro,
dejando cada vez que la cal absorba
todo el aceite; pon en seguida
la cal en un pequeño matraz; viértele encima aceite de
tártaro, de modo que el líquido tenga un espesor
de dos dedos, cierra entonces el matraz, ponlo a putrificar en el vientre
del caballo durante ocho días; después toma el matraz, decanta el aceite y deseca la cal. Hecho esto, pon la cal en un peso igual al de nuestro Aguardiente; cierra el matraz y deja digerir a un fuego muy suave hasta que toda la cal
se haya convertido en Mercurio. Decanta entonces el agua con precaución, recoge el Mercurio corporal, ponlo en una vasija de vidrio;
purifícalo con agua y sal común,
deseca según las reglas, colócalo en un lienzo fino y exprímelo
en gotitas. Si pasa todo, está
bien. Si queda alguna porción
del cuerpo amalgamado, a causa de que la disolución no ha sido completa, pon ese residuo
con una nueva cantidad de agua bendita.
Piensa que la destilación del agua debe hacerse al baño de María; para el aire y
el fuego, se destilará sobre cenizas calientes. El agua debe
ser
extraída de la sustancia
húmeda y no de otra parte; el
aire y el fuego deben ser sacados de la sustancia
seca y no de otra.
PROPIEDADES DE ESTE MERCURIO
Es menos móvil, corre menos de prisa que el otro Mercurio; deja trazas de su cuerpo fijo en el fuego; una gota puesta
sobre una lámina calentada al rojo, deja un residuo.
MULTIPLICACIÓN DEL MERCURIO FILOSOFICO
Cuando
tengas tu Mercurio filosófico, toma de él dos
partes y una parte de la limadura mencionada más
arriba; haz una amalgama moliéndolo todo junto hasta una unión perfecta. Pon esta amalgama en un matraz, cierra bien
el orificio y colócalo sobre las cenizas a un fuego moderado.
Todo se convertirá en Mercurio. Así
podrás aumentarlo hasta el infinito,
porque como la cantidad volátil sobrepasa siempre a la cantidad de
fijo, lo aumenta indefinidamente,
comunicándole su propia Naturaleza y
siempre habrá bastante.
Ahora tú sabes preparar
el Aguardiente, conoces sus grados y propiedades, conoces
la putrefacción de los cuerpos metálicos,
su reducción a la materia prima, y la multiplicación de la materia hasta
el infinito. Te he explicado claramente lo que todos
los filósofos han ocultado con cuidado.
PRACTICA DEL MERCURIO DE LOS SABIOS
No es el Mercurio
del vulgo, es la materia prima de los filósofos. Es un elemento acuoso, frío, húmedo, es un agua permanente, es el espíritu del cuerpo,
vapor graso, Agua bendita, Agua
fuerte, Agua de los sabios, Vinagre de
los filósofos, Agua mineral, Rocío de la gracia celeste;
tiene muchos otros nombres más, y si bien son diferentes, designan todos
a una misma y única cosa,
que es el Mercurio
de los filósofos, es la
fuerza
de la
Alquimia; sólo él puede servir para hacer la tintura
blanca y la roja, etcétera.
Toma, pues en nombre de Jesucristo, nuestro M... venerable, Agua de los filósofos,
Hylé primitivo de los sabios; es la piedra que
se te ha descubierto en este tratado,
es la materia prima del
cuerpo perfecto, como lo
has adivinado. Pon
tu materia en un hornillo,
en un recipiente limpio, claro,
transparente y redondo, del cual sellarás
herméticamente el orificio, de suerte
que nada pueda escaparse.
Tu materia será
colocada sobre un lecho bien plano ligeramente caliente;
allí lo dejarás un mes filosófico; mantendrás el calor siempre igual, mientras el sudor de la materia se
sublime, hasta que no sude más, que no suba nada, que nada baje, que
comience
a pudrirse, a sofocarse, a coagularse y a fijarse, como consecuencia de la constancia del fuego.
Ya no se elevará
más substancia aérea humeante y nuestro Mercurio
quedará en el fondo, seco, despojado de su humedad, podrido,
coagulado, convertido en una tierra negra, que se llama Cabeza negra del cuervo, elemento seco terroso.
Cuando
hayas hecho esto, habrás llevado e cabo la verdadera sublimación de los
Filósofos, durante la cual has recorrido
todos los grados precitados: sublimación del Mercurio, destilación, coagulación, putrefacción,
calcinación y fijación, en un solo
matraz y en un solo hornillo, como se
ha dicho.
En
efecto, cuando nuestra piedra está en su recipiente, y ella se eleva,
se dice entonces que hay sublimación
o ascensión. Pero cuando en seguida
cae de nuevo al fondo, se dice que hay destilación o precipitación. Más adelante, cuando después de la sublimación y la destilación,
nuestra Piedra comienza
a pudrirse y a coagularse,
es la putrefacción y la coagulación; finalmente, cuando se calcina y
fija por privación
de su humedad radical acuosa, es la calcinación y fijación; todo esto
se efectúa por el solo acto
de calentar, en un solo hornillo y en un solo recipiente, como se ha dicho.
Esta sublimación constituye una verdadera separación de los elementos, según los filósofos: “El trabajo de nuestra piedra no consiste más que en la separación y conjunción de los elementos; porque en nuestra sublimación
el elemento acuoso frío y húmedo se convierte en elemento terroso, seco y cálido. De esto
se desprende que la separación de los elementos de nuestra piedra no es vulgar;
sino filosófica; nuestra única sublimación muy perfecta, basta,
en efecto, para separar los elementos; en nuestra piedra no hay más que la forma de
dos elementos, el agua y la tierra, que contienen virtualmente a los otros dos. La Tierra encierra virtualmente al Fuego, a causa de su sequedad; el
Agua contiene virtualmente el Aire a causa de su humedad. Por lo tanto, es bien evidente
que si nuestra piedra no tiene en ella más que la forma de dos
elementos, encierra virtualmente.
a los cuatro”.
También ha
dicho un filósofo: “No hay
separación de los cuatro elementos en nuestra Piedra, como lo creen los imbéciles. Nuestra
naturaleza encierra un arcano muy oculto del cual se ven la fuerza y la potencia, la tierra y el agua. Encierra otros dos elementos, el
aire y el fuego, pero no son ni visibles,
ni tangibles, no se les puede representar, nada les descubre, se ignora su poder,
que no se manifiesta más
que en los otros dos elementos,
tierra y agua, cuando el fuego cambia
los colores durante la cocción”.
He aquí que por la gracia de Dios tienes el segundo componente de la piedra filosofal,
que es la Tierra negra, Cabeza de cuervo, madre, corazón y raíz de los otros colores. De esta tierra, como de un tronco,
nace todo el resto.
Este elemento terroso y seco, ha recibido en los libros de los filósofos
numerosos
nombres, todavía se le llama Latón inmundo, Residuo negro, Bronce de los filósofos, Nummus, Azufre
negro, Macho, Esposo, etcétera. A
pesar de esta infinita variedad
de nombres, es siempre una misma y única cosa, sacada de una sola materia.
Como consecuencia de esa privación de
humedad, causada
por
la
sublimación filosófica, el volátil se ha
convertido en fijo, el blando en duro, y el acuoso se ha hecho terroso, según Geber. Es la metamorfosis de la
naturaleza, el cambio del agua en fuego, según la Turba. Es también
el cambio de las constituciones frías y húmedas, en constituciones biliosas, secas, según los médicos.
Aristóteles dice que
el espíritu ha tomado un cuerpo, y Alphidius que el líquido
se ha hecho viscoso. Lo oculto
se ha hecho manifiesto, dice Rudianus en el Libro de las
tres palabras. Ahora se comprende
a los filósofos cuando dicen: “Nuestra Gran Obra
no es otra cosa que una permutación
de las naturalezas, una evolución de los elementos”. Es bien evidente que a causa de esta
privación de humedad, secamos la piedra, lo volátil se hace fijo, el
espíritu se hace corporal, el líquido se vuelve sólido, el fuego se convierte en agua, y el aire en tierra. Así hemos cambiado las verdaderas naturalezas siguiendo un cierto orden, hemos hecho girar a los cuatro elementos en círculo,
hemos permutado sus Naturalezas. ¡ Que Dios sea eternamente bendito!. Amén.
Pasemos ahora, con permiso de Dios, a la segunda
operación que es el blanqueo
de nuestra tierra pura. Toma, pues, dos
partes de tierra fija o Cabeza de cuervo; muélela finamente
y con precaución en un mortero excesivamente
limpio, agrégale una parte del Agua filosófica que tú sabes (es el agua que apartaste). Aplícate
a unirlas, embebiendo poco a poco a la tierra seca, hasta que haya saciado
su sed; muele y mezcla tan bien, que la unión del cuerpo, del alma y del agua sea
perfecta e íntima: Hecho esto, meterás todo
en un
matraz herméticamente cerrado a fin de que nada se escape, y lo depositarás
sobre su pequeño lecho
liso, tibio, siempre
caliente
para
que
al
sudar
desembarace sus entrañas del líquido que bebió. Allí lo dejarás ocho días, hasta que la tierra blanquee en
parte. Entonces tomarás la Piedra, la
pulverizarás, la empaparás de nuevo con la Leche virginal,
removiendo, hasta que haya apagado
su sed; volverás a ponerla en el matraz
sobre su pequeño lecho tibio, para que sudando se deseque, como se dijo más arriba. Repetirás cuatro veces esta operación, siguiendo el mismo orden:
imbibición de la tierra por el agua
hasta la perfecta unión, desecación,
calcinación. De ese modo habrás
cocido suficientemente la tierra de nuestra
piedra muy preciosa.
Siguiendo este orden: cocción, pulverización, imbibición por el agua, desecación y calcinación, has purificado
suficientemente la Cabeza de Cuervo, la tierra negra y fétida, la has
conducido a la blan- cura por el poder del fuego, del calor y del Agua blanqueadora. Recoge tu tierra blanca y
ponla cuidadosamente a un lado, porque
es un bien precioso, es la Tierra
foliácea
blanca,
Azufre blanco, Magnesia blanca, etc..
Morienus habla de ella cuando dice... “Poned
a pudrir esta tierra con su agua, para
que se purifique y con la ayuda de Dios terminaréis
el Magisterio”. Hermes
dice también que el Azoth lava al Latón y le despoja
de todas sus impurezas.
En
esta última operación hemos reproducido la verdadera conjunción de
los elementos, porque el agua se
ha unido a la tierra y el aire al fuego. Es la unión del hombre y la mujer,
del macho y de la hembra, del oro y de la plata,
del Azufre seco y del Agua
celeste impura. También ha habido resurrección de los cuerpos muertos. Por eso ha dicho
el filósofo: “Que aquellos que no saben matar y resucitar, abandonen
el arte”. Y en otro sitio:
“Aquellos
que saben matar y resucitar
sacarán provecho de nuestra ciencia.
Aquel que sepa hacer esas dos Cosas será el Príncipe del Arte”. Otro filósofo ha dicho: “Nuestra Tierra seca no dará ningún fruto, si no es profundamente embebida por su Agua de
lluvia. Nuestra tierra seca tiene
una gran sed, cuando ha comenzado a beber, bebe hasta las heces”.
Otro ha expresado: “Nuestra Tierra
bebe el agua fecundante que aguardaba, apaga en sed, y después produce
centenares de frutos”. Se encuentran muchos otros parajes semejantes en los libros de los filósofos; pero están en forma de parábola, para que los malos no puedan entenderlos. Por la gracia de Dios, tú
ahora posees nuestra Tierra blanca foliácea, preparada para sufrir la fermentación
que le dará el aliento.
También ha dicho el filósofo: “Blanquead la
tierra negra antes de agregarle el fer- mento”. Otro ha dicho: “Sembrad vuestro oro en la Tierra foliácea blanca...
y ella os dará fruto centuplicado”. Gloria a Dios. Amén.
Pasemos a la tercera operación, que es la fermentación de la Tierra blanca. No es
preciso animar el cuerpo
muerto y resucitarle, para multiplicar su potencia al infinito y hacerlo
pasar al estado de
Elixir perfecto blanco, que cambia al Mercurio
en Luna perfecta y verdadera. Fíjate que el fermento no puede penetrar el cuerpo muerto si no
es por medio del agua que hace el
casamiento y sirve de logo entre tierra blanca y el fer- mento. Por
eso en toda fermentación hay que cuidar el peso
de cada cosa. Por tanto, si quieres poner a fermentar la Tierra foliácea blanca para transformarla en Elixir blanco
que encierre un exceso de tintura, te es preciso tomar tres partes de
Tierra blanca o Cuerpo
muerto foliáceo y dos partes del Aguardiente
que habías reservado,
y una parte y media de fermento. Prepara este fermento
de modo tal que esté reducido a una
cal blanca tenue y fija, si quieres
hacer el elixir blanco. Si quieres hacer el elixir rojo,
sírvete de cal de oro muy amarillo,
preparada según el arte. No hay más fermentos
que ésos. El fermento de la plata es la plata y el del oro es el oro; así pues, no busques por otro
lado. La razón de ello es que esos dos cuerpos son luminosos y encierran
rayos deslumbradores, que comunican a los otros cuerpos la verdadera rojez y blancura. Son de una naturaleza semejante a la
del Azufre más puro de la materia, de la especie de las piedras.
De manera que deberás extraer
cada especie de su especie y cada género de su género.
La obra al blanco tiene por objeto blanquear,
la obra al rojo enrojecer. Sobre todo no mezcles
las dos Obras, si no, no harás nada de provecho.
Todos los filósofos dicen que nuestra
Piedra se compone de tres cosas: el cuerpo, el espíritu y el alma. Ahora bien: la tierra blanca foliácea es el cuerpo, el fermento es el alma que le da la vida, y el agua intermediaria es el espíritu. Reúne esas tres cosas en una por el casamiento moliéndolas bien en una piedra limpia, en forma que se unan en
sus más ínfimas partículas, constituyendo un caos confuso. Cuando del todo hayas
hecho un solo cuerpo, lo pondrás suavemente
en un recipiente especial, que colocarás
sobre su lecho caliente para que la mezcla se coagule,
se fije y se ponga
blanca. Tomarás esta piedra blanca bendita,
la molerás finamente sobre una piedra bien limpia,
la mojarás con una tercera parte de su peso de
agua para calmar su sed. En
seguida la volverás a poner en el matraz claro
y limpio sobre su pecho templado y caliente para que
Comience a sudar, a devolver
su agua, y finalmente dejaras que sus entrañas se
desequen. Repite varias
veces hasta que, por
este procedimiento, hayas
preparado nuestra muy excelente Piedra blanca, fija,
que penetra las más pequeñas
partes de los cuerpos muy rápidamente, fluyendo
como el agua fija cuando se la pone
sobre el fuego, convirtiendo los cuerpos
imperfectos en plata verdadera, en todo comparable con la plata natural. Ten en cuenta que si repites varias
veces todas esas operaciones en el mismo orden: disolver, coagular, moler y cocer, tu Medicina
será tanto mejor, y su
excelencia aumentará de más en más. Cuanto más trabajes tu Piedra para aumentar su
virtud, tanto más rendimiento obtendrás cuando hagas la proyección
sobre los cuerpos imperfectos. De suerte que, si después de
una
operación una parte del Elixir convierte
cien partes de cualquier cuerpo en Luna, después de dos operaciones convertirá mil; después de tres, diez mil; después de cuatro, cien mil;
después de cinco, un millón y después de seis operaciones millares
de miles, y así sucesivamente hasta el infinito. Por eso
los adeptos todos
elogian la gran máxima de los filósofos sobre la perseverancia para repetir esta operación.
Si hubiera bastado una imbibición, no hubiesen discurrido tanto
sobre este tema. Que las gracias sean dadas a Dios. Amén.
Si deseas cambiar esa Piedra gloriosa, ese Rey blanco que transmuta y tiñe el Mercurio y todos los cuerpos imperfectos en verdadera Luna; si deseas, digo, convertirla en Piedra
roja que transmuta y tiñe el Mercurio,
la Luna y los demás metales en verdadero Sol,
obra así: Toma la Piedra blanca y divídela en dos partes: la una podrás aumentarla el estado de elixir blanco con su Agua blanca, como se ha dicho antes, de modo
que tendrás de ella indefinidamente. La otra la
pondrás en el nuevo lecho de los filósofos,
puro, limpio, transparente y esférico, colocando todo en el hornillo de digestión. Aumentarás
el fuego hasta que
por su fuerza y su poder la materia se haya transformado
en una piedra muy roja, que los
filósofos llaman Sangre. Oro púrpura, Coral rojo o Azufre rojo. Cuando veas ese color, y que el rojo sea tan brillante como el azafrán seco
calcinado, entonces toma alegremente al Rey y ponle preciosamente aparte.
Si deseas convertirle en tintura
del muy poderoso Elixir
rojo, que transmuta y tiñe el Mercurio, la Luna y cualquier otro metal imperfecto en Sol muy verdadero, pon a fermentar
tres partes, con una parte y media de oro muy puro en estado de
cal sutil y bien amarilla,
y dos partes de Agua solidificada. Haz con ella una mezcla perfecta de acuerdo con las reglas del Arte, hasta que no distingas
más sus componentes. Vuélvelo
a colocar en el
matraz sobre un fuego que madure, para darle
la perfección. En cuanto aparezca la verdadera Piedra sanguínea
roja, agregarás gradualmente Agua sólida.
Poco a poco
aumentarás el fuego de digestión. Acrecentarás su perfección repitiendo la operación. Es necesario agregar
cada vez Agua sólida (que tú guardaste), que conviene a su naturaleza;
multiplica su potencia hasta el
infinito, sin cambiar nada de su esencia. Una parte de Elixir perfecto en el primer
grado,
proyectada sobre cien partes de Mercurio (lavado
con vinagre y sal, como debes saberlo) colocada
en un crisol a fuego suave, hasta que aparezcan
vapores, la transmuta de inmediato en verdadero Sol mejor que el natural. Lo mismo sucede reemplazando el Mercurio por la
Luna.
Para
cada grado de mayor perfección del Elixir, resulta
como para el Elixir blanco, hasta que por fin tiña de Sol cantidades infinitas de Mercurio y de Luna. Ahora tú
posees un precioso arcano, un tesoro infinito.
Por eso dicen los filósofos: “Vuestra Piedra tiñe tres colores, es negra al principio, blanca en el medio y roja al fin”.
Un filósofo ha dicho: “El calor, actuando primeramente sobre lo húmedo engendra
la negrura, su acción sobre
lo seco engendra la blancura
y sobre ésta engendra la rojez. Porque la
blanca no es más
que la privación completa de negrura. El
blanco, fuertemente condensado por la fuerza
del fuego, engendra el rojo”. Todos vosotros, buscadores que trabajáis el Arte -ha dicho otro sabio-, cuando veáis aparecer el blanco en el recipiente, sabed que el rojo está oculto en ese blanco. Os es preciso extraerlo de él y para eso calentar fuertemente hasta
la aparición del rojo”.
Ahora,
demos gracias a Dios, sublime y glorioso Soberano de la Naturaleza, que ha creado esta sustancia y le ha dado una
propiedad que no se halla en ningún otro cuerpo. Ella es la que, puesta sobre
el fuego, entabla combate con él y le resiste valientemente. Todos los demás cuerpos huyen o son exterminados por el fuego.
Recoged mis palabras, fijaos cuántos
misterios encierran, porque en este corto
tratado he reunido y explicado lo que hay más secreto en la Alquimia; todo está dicho en él sencilla y claramente, no he omitido nada,
todo se encuentra brevemente indicado,
y tomo a Dios por
testigo de que en los libros de los Filósofos no se puede hallar
nada mejor de lo que os
he dicho. Por eso te lo suplico, no confíes este tratado a nadie,
no lo dejes caer en manos impías, porque encierra los secretos de los filósofos de todos los
siglos. Tal cantidad de preciosas perlas
no debe ser echada a los puercos y a los indignos. Si, no obstante, eso
sucediera, ruego entonces a Dios todopoderoso que tú no consigas terminar
jamás esta Obra divina.
Bendito
sea Dios, uno en tres personas.
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