miércoles, 7 de abril de 2021

EL AÑO SIDERAL


Además del año terrestre, existe también el año sideral. Entiéndase por año terrestre, el movimiento de la tierra alrededor del sol en 365 días y algunas fracciones, con minutos y segundos; obviamente este año terrestre tiene cuatro estaciones: Primavera, Verano, Otoño e Invierno. El año sideral, se realiza en 25,920 años terrestres, con fracciones de minutos y segundos.

            Durante el viaje de nuestro sistema solar se suceden cosas insólitas.

 

Nues­tro sistema solar viaja alrededor del zodiaco, desde su punto de partida original; mas cuando regresa al punto de partida, después de haber recorrido el sol con todos sus planetas, todo el cinturón zodiacal, concluye el año, nos referimos al Año Sideral.

            Obviamente tal año, tiene también cuatro estaciones: Primavera, Verano, Otoño e Invierno. Primavera, la Edad de Oro; Verano, la Edad de Plata; Otoño, la Edad de Co­bre; Invierno, la Edad de Hierro.

 

 

            Una raza dura tanto tiempo cuanto dura el viaje del sis­tema solar, alrededor del cinturón zodiacal. Nuestra Raza Aria (que puebla los cinco continentes del mundo), nació después del Diluvio Universal y durará exactamente hasta esta Era de Acuarius, la cual ya comenzó.

 

            Obviamente, el viaje de nuestro sistema solar, se inició en Acuarius y termina en Acuarius. Antes de que este viaje, en el que estamos, se hubiera iniciado, nuestro sis­tema solar anteriormente había realizado otro viaje. En aquel pasado viaje, es decir, en aquel pasado Año Sideral, existió una raza, quiero referirme en forma en­fática, a la Raza Atlante. Los atlantes tenían cuerpos hasta de tres metros de estatura y llegaron a poseer una poderosa civilización. Ellos vivieron en un continen­te que se llamó Atlántida. El Continente Atlante, era inmenso, corría de Sur a Norte, desde las regiones australes hasta el septentrión.

 

            Tuvo la Raza Atlante sus cuatro estaciones: su primavera, es decir, la Edad de Oro. Entonces no existían fronteras, todo era amor y la inocencia reinaba sobre la faz de la tierra. Aquel que sabía tocar la lira, estremecía al universo con sus melodías, entonces realmente la lira no había caído sobre el pavimento del templo hecha pedazos. Gobernaban las dinastías solares.

 

            Más tarde vino la Edad de Plata; todo pareció decrecer, sin embargo los hombres seguían comunicándose con los seres inefables, con los ángeles del cristianismo, con los arcángeles, principados tronos, etc.

 

            Cuando llegó la Edad de Cobre, la luz se oscureció; ya no hubieron los mismos esplendores de antes, comenzaron a establecerse fronteras, se iniciaron las guerras, nacie­ron los odios, el egoísmo, la envidia, etc., y al fin llegó la edad negra, la Edad de Hierro.

 

            Obviamente la Edad de Cobre fue la precursora de la Edad de Hierro atlante, la Edad de Cobre fue el otoño, la edad de Hierro fue el invierno. En la Edad de Hierro los atlan­tes desarrollaron una poderosa ciencia materialista. Construyeron cohetes atómicos que podían viajar hasta la luna; construyeron cohetes atómicos muy poderosos que pudieron viajar a Mercurio, a Venus, a Marte y en gene­ral, a todos los planetas del sistema solar.

 

            Los Atlantes fueron expertos en trasplantes. No solamen­te trasplantaron vísceras como el corazón, riñones, pán­creas, etc., sino que también aprendieron a trasplantar cerebros; esto de trasplantar cerebros fue el colmo de la ciencia de los trasplantes, así hubieron sujetos que pudieron continuar viviendo en cuerpos diferentes y sin interrupción, simplemente trasplantando su cerebro de un organismo a otro.

 

            La ciencia de los Atlantes fue formidable. Aún hay ca­vernas secretas en los Himalayas donde se conservan ciertos aparatos mecánicos que pueden transmitir tele­páticamente ciertos conocimientos a personas humanas. No necesitaban pues los atlantes, devanarse tanto los sesos para adquirir conocimientos.

 

            El alumbrado de los Atlantes era atómico. Bien sabemos que en el Asia hay ciertas cavernas alumbradas con lám­paras atómicas que fueron fabricadas por los atlantes.

 

            Aprendieron los atlantes también a utilizar la energía solar. Lo peor de todo fue que desarrollaron poderes má­gicos para el mal. Los atlantes, además de ser científi­cos, eran magos. Podían construir un robot mecánico y dotarlo de un principio inmortal e inteligente. Bien sabían los Atlantes que los elementos del fuego, de los aires, de las aguas, de la tierra, están habitados por múltiples criaturas de la naturaleza. Para ellos, los elementales de la naturaleza, eso que los cuentos de niños pequeños llaman, Hadas, o Salamandras o Silfos, o Gno­mos, etc., eran una tremenda realidad.

 

Aún poseían el sentido de la clarividencia, y es obvio que mediante ese sentido podían perfectamente ver, no sola­mente el mundo tridimensional de Euclides, sino aún más, podían ver también la cuarta coordenada y la quinta y aún la sexta y la séptima; entonces ellos se apoderaban de cualquiera de esas criaturas, de los elementos, criatu­ras invisibles para los sentidos ordinarios y la metían dentro de su robot; tales robots, de hecho se convirtieron en seres inteligentes, en seres que servían a sus amos.

 

            El rito más poderoso de la Atlántida, fue el del Dios Neptuno. Aquel culto duró muchos siglos; mas sucedió que los atlantes degeneraron. En la edad del Kali Yuga, poseían tremendos poderes, aún me viene a la memo­ria el caso de Ketabel, la de los tristes destinos. Esa Ketabel era extraordinaria, una Reina que se hizo inmortal. Cuando alguna glándula se le envejecía o tra­taba de atrofiársele, los científicos se la extraían y reemplazaban por otra. No solamente manejaban la endocrinología, los atlantes, sabían que las glándulas de secreción interna, están relacionadas con los Tattvas, es decir, con las fuerzas sutiles de la naturaleza, y conocían esas vibraciones de los Tattvas, entonces las manejaban; fue así como Ketabel, la de los tristes destinos, vivió miles de años.

 

            Desgraciadamente, Ketabel estableció en la Atlántida, la antropofagia. Se inmolaban niños, mujeres, jóvenes, en aras de sus cultos religiosos a las potestades de las tinieblas, y después las multitudes se lanzaban sobre aquellos cadáveres (antes de que los cadáveres fueran arrojados a las multitudes, eran llevados al laboratorio, a fin de extraerles las glándulas para el servicio de Ketabel, la de los tristes destinos).

 

            La Atlántida degeneró en Magia Negra y antropofagia. Podían los atlantes fabricar un monstruo mental y luego cristalizarlo con la voluntad, posteriormente lo alimen­taban con sangre.

 

            Las guerras atlantes en los últimos tiempos fueron es­pantosas. Se usó la energía nuclear, bombas atómicas acabaron con las preciosas ciudades de la Atlántida; más al fin terminó el sistema solar su viaje alrededor del cinturón zodiacal.

 

            Cuando eso sucedió, hubo una revolución de los ejes de la tierra, los mares se desplazaron cambiando de lecho; lo que era Polos se convirtió en Ecuador, lo que era Ecuador se convirtió en Polos. Perecieron millones de personas, todas esas poderosas ciudades de la Atlán­tida, quedaron sumergidas entre el océano que lleva su nombre.

 

            Me viene a la memoria en estos momentos, el caso de las multitudes que invadieron cierto templo entre los terremotos, el fuego y las inundaciones. Las gentes de­sesperadas clamaban al Gran Sacerdote Ra Mú y le de­cían: "Ra Mú, sálvanos", mas Ra Mú apareció ante todos diciendo: "Ya os lo había dicho: Vosotros pereceréis con vuestras mujeres, con vuestros esclavos y con vuestros hijos, y la futura raza, si va a seguir vuestro ejemplo, también perecerá". Cuentan las tradiciones que las últimas pa­labras de Ra Mú, fueron ahogadas por el humo y las llamas.

 

            Tres fuertes terremotos hundieron al Continente Atlante, entre las enfurecidas olas del océano que hoy lleva su nombre. Concluida aquella gran catástrofe, se inició la nueva raza.

 

            Obviamente, de entre aquellas multitudes, antes de que la catástrofe sucediera, se escapó un pueblo. Dicen las tradiciones que un Gran Maestro llamado Vaivasvata, el Noé bíblico, indudablemente, llamó a las gentes para decirles lo que iba a suceder, más las gentes no le creían, se burlaban, se mofaban de él, y en vísperas de la gran catástrofe, comían, bailaban, se divertían y se daban en casamiento, y al otro día eran cadáveres.

 

            Los santos seres que rigen el destino de la humanidad, dieron orden al Manú Vaisvasvata para que saliera con su pueblo, antes de que el Continente Atlante se sumer­giera entre las tormentosas aguas del océano, y el Manú, al frente de su pueblo, supo escaparse, tuvo que huir de noche.

 

            Hoy, en el fondo del Océano Atlántico, subyacen ciuda­des maravillosas, magníficos palacios donde antes existieran salas espléndidas con gentes que por allí se des­lizaban... ahora sólo hay focas y peces.

 

            Pasada la gran catástrofe que acabó con esa cuarta raza y con el Continente Atlante, el sistema solar inició un nuevo viaje alrededor del cinturón zodiacal. Los que se salvaron de la gran catástrofe, emigraron hasta el alti­plano que está situado en la meseta central del Asia y que hoy se llama el Tíbet. Fue en ese Tíbet, en esa meseta central de Asia, donde los sobrevivientes se mezclaron con los hiperbóreos, con los nórdicos, para originar la nueva Raza Aria.

 

            Después del diluvio nació nuestra raza. Obviamente, cada raza tiene siete subrazas. La primera subraza se formó en la meseta central de Asia, que entonces se llamaba la misma, Hashá. La segunda subraza floreció en la India y las migraciones llevaron pues a la humanidad hasta las tierras de Persia, Caldea, Egipto, donde floreciera la tercera subraza de la gran Raza Aria.

 

La cuarta subraza, fue formada por griegos y romanos, la quinta subraza está formada por germanos, ingleses franceses, etc.; la sexta se formó aquí en la América Latina. Habían aquí, como bien sabemos, mucha gente; moraban aquí en México nuestros antepasados, los Nahuatls, los Zapotecas, los Toltecas, etc. En Yucatán, en Honduras, en Centro América, vivían los Mayas; sin embargo, los Aztecas, o sea, los Náhuac, avan­zaron por todo el istmo de la América Central (pues eran guerreros) y llegaron hasta lo que hoy se llama Panamá. En la América del Sur, existieron los Incas y su poderosa civilización; no hay duda de que las civilizaciones prehis­pánicas más poderosas fueron las de los Nahuacs, Ma­yas e Incas. No quiero decir que los Chibchas, Araucanos, etc., no hubieran tenido hermosas culturas, más es verdad que las civilizaciones más fuertes fueron las del México Antiguo, Yucatán, Centro América con los Mayas y los Incas en el Perú, allá en el alto Cuzco.

 

            Cuando los españoles llegaron aquí a nuestra querida tierra mexicana, y cuando invadieron en general a toda esta tierra de América, se mezclaron con las razas autóc­tonas y de esta mezcla nacimos nosotros los hombres de la Sexta Subraza Aria.

 

            La séptima se está formando en los Estados Unidos de Norteamérica, ya existe. Es el resultado de la mezcla de todas las razas del mundo.

 

 

SAMAEL AUM WEOR

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muito mais que nos USA, no Brasil a miscigenação é infinitamente maior. Japonesa com Africano, Chines com Alemão etc...etc!