"Ome": dos;
Tecuhtli: señor. "Ome": dos; "Cihuatl": señora. De este
divino principio dual, masculino y femenino, emanó todo el Universo. Este
Dios-Diosa tuvo cuatro hijos, los cuatro Texcatlipocas: Xipetotec, el colorado;
Tezcatlipoca, el negro; Quetzalcoatl, el blanco; Hizilopochtli, el azul.
De este binario divino e invisible nacieron los cuatro colores de las cuatro
razas que actualmente pueblan el mundo.
Ometecuhtli tiene la
presencia del Cristo Cósmico. Los Nahuas lo representaban con túnica bellamente
adornada y falo de pedernal, símbolo de luz. Omecihuatl tiene toda la presencia
de la Virgen Cósmica. Los Nahuas la representaban con manto azul de
extraordinaria belleza y falta de ocultación. Él es Huehueteotl, el Dios Viejo
padre de los dioses y de los hombres. Ella es Tonantzín, nuestra querida
madrecita.
En el museo de Antropología e Historia de la ciudad de
México existe un monolito de impresionante tetra-significado: en lo alto de
éste, por encima del anillo de su cuerpo enroscado, asoma una preciosa y
gran serpiente de doble cara que ve hacia adelante y hacia atrás como el Jano
de la religión grecorromana; redondos y penetrantes ojos, fauces entreabiertas
de las cuales -debajo de los cuatro incisivos superiores, curvos, afilados y
con las cuatro puntas hacia afuera- cuelgan grandes y bífidas lenguas.
En su pecho cuelgan flácidos
senos; Un collar de cuero, adornado con los corazones en medio de cuatro manos
que se abren hacia afuera, remata en un cráneo a la altura del ombligo de la
deidad y sube hacia sus hombros. Sus brazos están pegados contra el cuerpo con
los antebrazos flexionados; debajo de sus manos, que terminan en cabezas de
preciosas serpientes de fauces entreabiertas e incisivos superiores como
garras, cuelgan rectángulos lisos y geométricamente cúbicos con una línea
vertical en el centro de cada una de sus caras, símbolo de la perfección de las
obras en sus manos. En sus hombros y codos, garras de tigres y ojos de águilas.
Su corta falda de
serpientes, entrelazadas con las cabezas hacia abajo se ajusta en su talle por
medio de su ancho cinturón de preciosas serpientes que, al anudarse debajo del
cráneo de órbitas llenas y mirada desafiante, cuelgan sus cabezas hacia el
frente como los extremos de corbata sin anudarse simbolizando que todo lo que
existe en el universo es producto del fuego sexual.
El cráneo en el ombligo de
la deidad no es el remate de su collar ni el broche del cinturón de su falda
sino Coatlicue, la devoradora de hombres y diosa de la tierra y de la muerte,
cuyo cuerpo se proyecta al frente entre los muslos, desde el bajo vientre hasta
los pies de la deidad.
Muchos corazones y dos
colgajos de plumas de quetzal adornan los lados de la enagua que baja hasta sus
tobillos y remata en ancho fleco de plumas entrelazadas, adornado con
chapetones, del cual cuelgan dieciséis largos cascabeles. Sinuosa y gruesa
serpiente asoma las fauces de incisivos superiores como garras entre las cuatro
garras de cada uno de los pies de la deidad. Sobre cada uno de sus pies, en
bajorrelieves, dos ojos de águila que tratan de ver hacia el infinito.
En la parte baja, en el
plano de apoyo de la escultura, en bajo relieves, encontramos a
Mictlantecuhtli, con brazos y piernas abiertos en cruz de San Andrés. En la
parte posterior, entre los muslos, sale, desde el bajo vientre hacia abajo, el
fuego creador universal. En su ombligo se abre la boca del abismo.
En sus hombros, el collar
tiene dos corazones en medio de cuatro manos que se abren suplicantes hacia lo
alto; en medio de las manos, sobre la columna vertebral, sus puntas rematan en
nudo marinero adornadas con cuatro chapetones. El cráneo, que por la espalda
pero a la altura del omóplato parece abrochar el cinturón de su falda de
serpientes, simboliza a Tonantzín, madre de los dioses, oculta en la parte
posterior de la falda de Coatlicue, olvidada por los hombres de esta
generación. Su figura sobresale en la parte posterior de la deidad. Viste
túnica acordonada que baja hasta sus pies, remata en una sola y enorme garra y
termina en siete bolas alargadas, emblema de perfección, de sacrificio; de su
collar, donde la tiroides, cuelgan dos grandes lenguas de pedernal; sobre la
túnica, pectoral acordonado que remata en seis borlas, emblema de creación; al
frente, debajo del pectoral, a la altura del bajo vientre, encontramos un
colgajo de finísimas saetas del cual cuelgan dos grandes lenguas de pedernal
que, en conjunto, simbolizan al fuego universal de la creación.
De la preciosa serpiente que
remata el conjunto del monolito emana un "sentimiento de maternidad"
y su cabeza de doble cara es el emblema de la pareja divina. La parte
posterior, de los hombros a los pies, simboliza a Tonantzín, la madre de los
dioses; su pecho de flácidos senos, adornado con collar de manos y corazones,
simboliza a Coatlicue la sombra de Tonantzín. Tonantzín es vida, Coatlicue es
muerte. Los hijos de Tonantzín son hijos del Espíritu Santo y de la castidad;
los hijos de Coatlicue son hijos de la fornicación y del adulterio.
Durante el connubio sexual
se expresan las fuerzas creadoras de Ometecuhtli-Omecihuatl que descienden
hasta los órganos humanos de la procreación con el único fin de que en el plano
físico se exprese un nuevo ser. Si el hombre y la mujer se unen sólo por deseo,
por la animalidad de derramar el licor seminal, las fuerzas solares de él y las
lunares de ella se hunden en los abismos atómicos de la Tierra y ambos se
convierten en esclavos del abismo. Más si el amor impulsa su unión y no
fornican en su caricia sexual, la serpiente preciosa de plumas de quetzal
despierta en ellos, se agita y asciende a su lugar de origen convertida en
Quetzalcoatl; así la pareja se diviniza.
En el umbral del santuario
del templo, los Maestros presentan al iniciado un libro en el cual están
escritas todas las leyes de la Madre Divina; ante este libro muchos retroceden
de terror al saber que tienen que aniquilar su personalidad. Muy pocos son los
que pasan la prueba del umbral del santuario, los que la pasan reciben un
pesado anillo de oro fino, símbolo de poder.
El iniciado debe morir,
dejar de ser para llegar a Ser. Pero antes tiene que regresar al seno de la
Madre Divina y practicar magia sexual con su casta mujer para que pueda nacer
espiritualmente. El que no conoce las leyes de la Madre jamás llegará al Padre.
Estando su mente y la de su
amada limpias de todo pensamiento lujurioso, en un transporte de amor,
introduzca suavemente el falo; Acaríciela con dulzura y retírense ambos a
tiempo para no derramar el licor seminal. La mujer, como el hombre, también se
realiza por medio de la magia amorosa. Esta fórmula educa la voluntad a su más
alto grado de expresión.
Práctica
Pida con todo su corazón que
el fuego sagrado del Espíritu Santo descienda sobre usted. (Leer a Lucas
11,13).
Los canales por los cuales
ascienden al cerebro las siete serpientes ígneas son: Susumná, canal séptuple
que se extiende por en medio de la médula espinal hasta la glándula pituitaria;
Idá, finísimo canal que se ubica al lado izquierdo de la médula espinal y
Pingalá que lo hace al lado derecho de la misma. Por ellos sube primeramente el
fuego sagrado del Espíritu Santo hasta la pituitaria.
En la postura cómoda que ya
se le ha recomendado para sus meditaciones, después de poner su mente en
blanco, concéntrese en el fuego sagrado del Espíritu Santo y vea con los ojos
del alma que éste sube desde su chakra prostático hacia su plexo solar al mismo
tiempo que por Idá y Pingalá, a los lados de su médula espinal. Este ejercicio
debe durar por lo menos treinta minutos diariamente y debe hacerse a una misma
hora. Para que tenga éxito en sus estudios no debe tomar alcohol, ni fumar, ni
comer carne roja. Despreocúpese. Cultive el hábito de ser feliz.


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