miércoles, 1 de septiembre de 2021

COSMOGONIA MAYA


EL POPOL VUH
El Popol Vuh es el libro sagrado de los quiché, conjunto de tribus habitantes en lo que hoy es Guatemala y que pertenecían a la familia lingüística de los maya. Está redactado después de la conquista española y hace referencia a un libro original escrito en la antigüedad, que permanece “inaccesible a investigadores y pensadores”. La obra narra la creación del Universo y del hombre, además de profecías sobre la llegada de seres procedentes del otro lado del mar. Se refiere a la revelación realizada a los humanos por una serie de dioses llamados: Tzacol, Bitol, Alom, Qaholom, Hunahpú-Vuch, Hunahpú-Utiú, Zaqui-Nimá-Tziís, Nim-Ac, Tepeu, Gucumatz, U Qux Cho, U Qux Paló, Ah Raxá Lac, Ah Raxá Tzel, así como narraciones de “la Abuela y el Abuelo cuyos nombres son Ixmucané e Ixpiyacoc, amparadores y protectores, dos veces abuela, dos veces abuelo, cuando contaban todo lo que hicieron en el principio de la vida, el principio de la historia”.

En la primera parte, capítulo primero, se inicia el relato exponiendo que todo estaba en silencio, con una gran calma y reinando la total oscuridad. El cielo estaba vacío y no existía la tierra ni el hombre, ni animales, ni plantas, ni piedras, ni nada. Sólo existía el cielo y el agua en reposo. En ella, y rodeados de claridad, se hallaban el Creador (Gran Padre), el Formador (Gran Madre), Tepeu y Gucumatz (Progenitores). Todos estaban ocultos bajo plumas verdes y azules.
En este contexto, Tepeu y Gucumatz dialogaron entre sí y acordaron la creación del Universo y los procedimientos a seguir para ello. Dispusieron que el agua se retirara para que surgiera la tierra y que amaneciera tanto en ella como en el cielo. Encargaron la materialización de la tarea a Corazón del Cielo, llamado Caculhá-Huracán y Chipi-Caculhá y Raxá-Caculhá.
Y dijeron ¡Tierra! Y se formaron la tierra, las montañas y los valles. Aparecieron los ríos y los lagos quedando las aguas separadas y, al instante, brotaron los bosques de cipreses y pinos en la superficie.
Gucumatz y Tepeu quedaron satisfechos y dijeron: “¡Buena ha sido tu venida, Corazón del Cielo, tú, Huracán, y tú, Chipi-Caculhá, Raxá-Caculhá!”
Así fue la creación de la tierra.
Asimismo ordenaron que hubiera vida sobre la tierra y así se hizo. Fueron creados todos los animales y les pidieron que adoraran y alabaran a sus progenitores, pero al no poder conseguirlo los desterraron a los bosques y barrancos para allí obtener su alimento y hallar su cobijo. “Por esta razón fueron inmoladas sus carnes y condenados a ser matados y comidos los animales que existen sobre la faz de la tierra”.
Ante este fracaso, los dioses cambiaron de estrategia y decidieron crear un ser obediente y respetuoso para que los venerara y alabara. Decidieron utilizar el barro para formarlo, pero pronto vieron que no era adecuado “porque se deshacía, estaba blando, no tenía movimiento, no tenía fuerza, se caía, estaba aguado, no movía la cabeza, la cara se le iba para un lado, tenía velada la vista, no podía ver hacia atrás. Al principio hablaba, pero no tenía entendimiento. Rápidamente se humedeció dentro del agua y no se pudo sostener”.
Ante el nuevo fracaso, Huracán, Tepeu y Gucumatz decidieron pedir opinión a sus abuelos del alba, Ixpayacoc e Ixmucané y a otras deidades como Hunahpú-Vuch, Hunahpú-Utiú, Nim-Ac, Nim-Tziís, sobre si podría tener éxito la construcción de un hombre de madera.
Y los dioses respondieron “Buenos saldrán vuestros muñecos hechos de madera y hablarán y conversarán sobre la faz de la tierra”.
Ante esta respuesta, el Creador y el Formador labraron unos muñecos de madera que se parecían al hombre y hablaban como él. Se multiplicaron y poblaron la superficie de la tierra, pero no tenían alma, ni entendimiento, ni sangre y caminaban a gatas sin rumbo.
Estos fueron los primeros hombres que en gran número existieron sobre la faz de la tierra.
Pero como no reconocían al Creador, ni al Formador ni a Corazón del Cielo, pronto cayeron en desgracia y fueron aniquilados. Corazón del Cielo provocó un gran diluvio y se oscureció la faz de la Tierra. Todos los animales y los utensilios domésticos se sublevaron por los malos tratos recibidos por los hombres de madera y se vengaron de ellos ayudando a su destrucción. Los muñecos de madera, desesperados, trataban de refugiarse entrando en sus viviendas, pero éstas se derrumbaban, querían subirse a los árboles y éstos los arrojaban lejos de sí y si pretendían entrar en las cavernas, éstas se cerraban ante ellos y dicen que la descendencia de aquellos muñecos de madera son los monos que habitan en los bosques. Y por esta razón el mono se parece al hombre.
El nuevo fracaso en la creación del hombre motivó que, de nuevo, los dioses se reunieran y celebraran consejo en la oscuridad de la noche. Y tras mucho reflexionar, Tepeu y Gucumatz dijeron: “Ha llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y que aparezcan los que nos han de sustentar y nutrir, los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados. Que aparezca el hombre, la humanidad, sobre la superficie de la tierra.”
Faltaba poco para que el Sol, la Luna y las estrellas aparecieran sobre los Creadores y Formadores cuando Yac, el gato montés, Utiú, el coyote, Quel, la cotorra y Hoh, el cuervo les informaron de la existencia de mazorcas amarillas y blancas en Paxil y Cayalá. Y entonces vieron claramente que el hombre había de ser creado de maíz.
Y de esta manera se sintieron alegres porque habían encontrado una hermosa tierra con gran abundancia y variedad de alimentos. Y entonces Ixmucané molió las mazorcas amarillas y blancas haciendo nueve bebidas que sirvieron para elaborar los músculos y el vigor de los hombres. A continuación formaron los cuatro primeros seres humanos a base de maíz amarillo y blanco. “Esto hicieron los Progenitores, Tepeu y Gucumatz, así llamados”.
El primer hombre se llamó Balam-Quitzé, el segundo Balam-Acab, el tercero Mahucutah y el cuarto Iqui-Balam. A continuación, y de los cuerpos de aquéllos, crearon a las cuatro primeras mujeres: Caha (Agua Parada que cae), Comí (Agua Hermosa Escogida), Tzununiha (Agua de Gorriones) y Caquixaha (Agua de Guacamayas). Todos fueron dotados de inteligencia y vista y observaron y conocieron todo lo que hay en el mundo, aún aquello que se encontraba distante u oculto, y su sabiduría era grande.
Pero el Creador y el Formador no estaban satisfechos porque los habían creado como dioses y sintieron celos de ellos.
De nuevo se reunieron el Corazón del Cielo, Huracán, Chipi-Caculhá, Raxá-Caculhá, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, Ixpiyacoc, Ixmucané, el Creador y el Formador, decidiendo modificar la naturaleza de su obra. Entonces el Corazón del Cielo les echó un vaho sobre los ojos, que quedaron empañados y sólo podían ver con claridad lo que estaba cerca, quedando así fue destruida la sabiduría de los cuatro hombres, que fueron el origen de la raza quiché.

LA LEYENDA DE XEL-HÁ
La leyenda Xel-Há habla de una creación mágica y dice así:
“Después del último diluvio, bulkabal, reinaba el caos. Del caos nació la oscuridad y todo era como en el principio. Nada tenía existencia, ni movimiento. Sólo mar y cielo habitados por la oscuridad y el silencio”.
Entonces Hunab-Kú, único dios-creador del mundo, descendió a los mares. Invitó a los trece dioses celestiales, Oxlahuntikú, a danzar con él sobre las aguas y el primer día separaron el mar del firmamento.
Al segundo día, una vez cansados de danzar en las frías aguas del mar, crearon una firme capa de tierra donde reposarían hasta terminar su creación. Dijeron ¡Tierra! y la más bella surgió de entre las aguas.
Al tercer día invocaron a Chac, dios de la lluvia, y éste derramó una lluvia fértil sobre las hendiduras secretas de la tierra que la revistió de hierbas, flores, plantas, y árboles.
Al cuarto día la lluvia continuó cayendo y se llenaron todas las oquedades que existían en la tierra, creándose así las más bellas lagunas y cenotes.
El quinto día, Kukulcán, dios del viento, batió sus alas y de ellas se extendieron las más cálidas brisas que dotaron de armoniosos movimientos a todo cuanto en la breve península existiera.
El sexto día, Kukulcán sopló sobre los mares, y de la espuma surgió Ixchel, diosa de la Luna y de la fertilidad, que subió a los cielos y, tras ser fecundada por Ahkin, dios Sol, alumbró a Itzamná, señor de los cielos. Y así hubo día y noche en la bella tierra entre las aguas.
El séptimo día, Itzamná pintó la noche con hermosas estrellas celestes, entre ellas la más brillante, Yaman Ek, vigilante-guardián.
El octavo día, los dioses ordenaron “¡Que todos los árboles tengan sus guardianes!” y llegaron las más variadas aves y, a Mo, la guacamaya, que era la más agraciada y colorida, la nombraron “ángel guardián de los cielos”.
Al noveno día, Hunab-Kú clavó en la tierra un cuchillo blanco. Y de allí salieron las bestias y reptiles, jaguares y monos. Y nombraron “guardián de la Tierra” a Huh, la iguana.
El décimo día, Ixchel descendió de los cielos para danzar desnuda en un cenote y fecundó las aguas. Brotaron bancos de peces, grandes, pequeños, multicolores, y los dioses escogieron a Kay-Op, pez lora, como “guardián de las aguas”.
El décimo primer día, los dioses descansaron, pero sintieron frío y oraron a Ahkin, dios del Sol, y éste salió de entre los cielos y con su mágico fuego iluminó los mares, cenotes y lagunas Y el clima de la tierra se tornó cálido y gentil.
El duodécimo día los dioses crearon al más perfecto de los seres vivos, a quien dotaron de inteligencia, habla, vista, olfato, oído, tacto, gusto y movimiento, para que disfrutara de toda la magia de cuanto hubiere en la tierra y entre las aguas.
Y entonces danzaron, cantaron, celebraron jubilosos y se elevaron nuevamente a los cielos. Y los dioses contemplaron complacidos su mágica obra, la creación más perfecta, la más gloriosa, la más hermosa de todas las creaciones y la nombraron Xel Há, “lugar donde nacen las aguas”.

LOS MAYA DE YUCATÁN
Los mayas del Yucatán tenían su propia leyenda sobre la creación del universo y del hombre. Una leyenda que les había sido revelada por una iguana sagrada. Ellos también creían que antes de que se creara el mundo sólo había agua cubriendo y abrazando a la tierra y que únicamente existía una pareja de dioses: El Gran Padre, representado como una iguana cubierta de plumas, y la Gran Madre, ambos eran también llamados Señor Iguano y Señora Iguana. La narración pone en boca de una iguana “Mis antepasados, las iguanas de los primeros tiempos, oyeron contar que el Gran Padre dormía amorosamente abrazado a la Gran Madre, porque él era el agua y ella la tierra”.
Cuando el Gran Padre despertó, dijo a la Gran Madre, al tiempo que resonaban muchas piedras preciosas: “Debemos elevar los cielos para que haya vida sobre la tierra y que el agua ocupe de inmediato su lugar y surjan los valles y las montañas”. La Gran Madre estuvo de acuerdo y el Gran Padre tomó una piedra preciosa y la colocó en el centro de la tierra haciendo que despertara el espíritu del maíz dormido en su interior. De las entrañas de la tierra brotó una ceiba frondosa con la misión de sostener el cielo. Por eso las ceibas son sagradas entre los mayas. La Gran Madre dudaba de que el cielo quedara bien firme sobre la tierra y entonces el Gran Padre situó una piedra preciosa en cada una de las cuatro esquinas y en el oriente creció un árbol rojo, en el norte, uno blanco, en el poniente, uno negro y en el sur uno amarillo. Así, cinco ceibas sagradas, sostuvieron el cielo y sus raíces crecieron en la parte inferior de la tierra. Tras quedar separados el cielo y la tierra, las aguas fueron desplazándose y aparecieron las montañas, los ríos, los lagos, y el mar ocupó todo el espacio en torno a la tierra emergida. Entonces la Gran Madre propuso al Gran Padre crear vida en los montes, selvas, ríos y mares: “Hagamos las plantas y animales para que habiten la tierra”. Y para crearlas, el Gran Padre utilizó piedras preciosas y así nacieron todas las plantas y animales que pueblan el agua, la tierra, y el aire. A cada uno le dieron su propia voz y su lugar donde vivir. Ambos dioses ordenaron al quetzal, de plumas verdes y azules, que se posara sobre el primer árbol que había existido en el mundo y dispusieron que el centro de la tierra fuera el lugar de la regeneración de la vida. Mandaron a la oropéndola roja al oriente a que se posara sobre el árbol rojo, creando así a los dioses de la fecundidad.
Enviaron al cenzontle (un pájaro) al norte, al árbol blanco, y ése fue el lugar que el Gran Padre y la Gran Madre escogieron para vivir.
Dispusieron que el pajarillo de pecho negro fuera al poniente a posarse sobre el árbol negro y lo designaron como el lugar del reposo de los muertos.
La oropéndola amarilla fue destinada al sur, al árbol amarillo, y allí se ubicaron los demás dioses del maíz, las aves y las semillas.
Terminada toda la labor, el Gran Padre y la Gran Madre pidieron a los animales que los adoraran, pero no fueron capaces de ello y además no sabían pronunciar los nombres de los dioses. Sólo gorjeaban, trinaban, piaban, graznaban, ladraban, rugían, gruñían, pero no hablaban.
Los dioses se sintieron decepcionados, pero continuaron la creación y con unas piedras rojas hicieron el Sol, con otras amarillas compusieron la Luna y con otras muchas más, las estrellas. La tierra ya tenía luz y calor para que pudieran vivir los animales y plantas, pero el Gran Padre y la Gran Madre pensaron que era necesario controlar las lluvias y los vientos para que la vegetación pudiera desarrollarse sin que se secara o se pudriera de humedad.
Y para ello, crearon al dios del viento llamado Kukulcán, quien se encargaría de que los vientos barrieran con cuidado el camino de la lluvia.
Le dieron a Kukulcán como disfraz un traje de serpiente emplumada y le otorgaron el poder sobre los vientos y los huracanes.
Después crearon a Chac, el dios de la lluvia, y le dieron como disfraz una nariz larga, una lengua y unos colmillos de serpiente. Y le regalaron un hacha, símbolo del rayo y el trueno con que anunciaría su paso. Las ranas serían los heraldos de Chac y croarían anunciando la lluvia.
El Gran Padre y la Gran Madre dieron cuatro ayudantes a Kukulkán y Chac para que cumplieran su trabajo de hacer llegar el viento y la lluvia a la tierra. Estos ayudantes eran los chacs, que llevaban consigo unas calabazas con agua, unos sacos con viento, un tambor y un hacha. Para cumplir las órdenes de Kukulkán y de Chac, abrían las calabazas para dejar caer la lluvia, de los sacos dejaban escapar el viento, con el tambor producían los truenos y con las hachas los relámpagos.
Tras estas creaciones, la Señora Iguana dibujó en la tierra el mapa de Yucatán para que los seres humanos vivieran allí y adoraran a los dioses, ya que los animales y plantas no habían tenido la suficiente inteligencia para hacerlo. El Gran Padre enseñaría a los hombres a labrar la tierra, mientras que la Gran Madre mostraría a las mujeres cómo tejer y pintar.
Entonces los dioses crearon a los primeros habitantes del Yucatán: unos enanos sabios e industriosos. Pero el Sol se desplomó desde el cielo cayendo sobre las aguas de la tierra y ocasionó un gran diluvio que acabó con los enanos. Los dioses crearon a otros hombres para que habitaran la tierra, pero también dejaron de existir por otro diluvio.
En su tercer intento, crearon unos hombres justos y sabios que trabajaban de noche, porque no había Sol y la Luna no alumbraba lo suficiente.
Estos hombres levantaron grandes pirámides con poderes mágicos, pues colocaban las piedras en su lugar sin tener que tocarlas, simplemente lo hacían silbando. Pero fueron destruidos de nuevo por otra inundación.
Entonces el Gran Padre y la Gran Madre crearon a cuatro dioses llamados Bacabs para que sostuvieran el cielo en cada uno de los puntos cardinales evitando que el agua celestial se desplomara sobre la tierra causando otra inundación. Los Bacabs se llamaron: Bacab Rojo, Bacab
Blanco, Bacab Negro y Bacab Amarillo.
Al Bacab Rojo fue ubicado en el oriente y le permitieron controlar el
espíritu de las lluvias abundantes.
Al Bacab Blanco lo situaron en el norte y le dieron poder sobre el espíritu de la lluvia que facilitaba el crecimiento del algodón.
Al Bacab Negro le correspondió el poniente con poder sobre las tormentas
y los espíritus de los muertos.
Al Bacab Amarillo lo ubicaron en el sur y le otorgaron el poder de gobernar las lluvias que propiciaban el crecimiento del maíz y le encargaron que vigilara la producción de la miel de abejas.
Una vez sujeto el cielo, los dioses crearon a los hombres de maíz y por eso perduraron.
La Luna iluminaba escasamenete porque ya estaba cansada de alumbrar sola desde que el Sol se hundió y, ante ello, los dioses pensaron en crear de nuevo a los dos astros. Una noche que salieron a pasear por la playa, el Señor Iguano y la Señora Iguana encontraron dos huevos pequeños y los enterraron en la arena. Al cabo de un tiempo, los huevos se rompieron naciendo de ellos un niño que dormía en un árbol y una niña que dormía en el interior de un pequeño cenote.

Desde el árbol, el niño veía como el Señor Iguano y la Señora Iguana rehacían las montañas y los valles y los ríos para los mayas. Pero como no había Sol, la tierra estaba muy mojada por los diluvios que habían acabado con los hombres antes que los dioses los hicieran de maíz.
El Señor Iguana y la Señora Iguana preguntaron a los niños si estarían dispuestos a ser el Sol y la Luna y, ante la respuesta afirmativa, el niño se transformó en el Sol y la niña en la Luna. Alumbraron la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches hasta que se secó y crecieron de nuevo las plantas comestibles y los hombres pudieron variar su alimentación que hasta entonces se componía exclusivamente de peces. Sin embargo si permanecían simultáneamente en el firmamento generaban demasiada luz y calor sobre la tierra por lo que los dioses ordenaron que el Sol saliera sólo durante el día y la Luna de noche.
Una vez restablecidos el Sol y la Luna en el cielo, el hombre creado de la sustancia del maíz pudo vivir sin dificultad. Entonces el Gran Padre, Señor Iguano y la Gran Madre, Señora Iguana, ordenaron a los hombres que los adoraran y los hombres lo hicieran. Los hombres alababan a los dioses y cultivaban la tierra, pero no encontraban los granos de maíz que constituían su verdadero sustento. El maíz estaba debajo de una montaña y sólo las hormigas conocían su situación. Sin embargo, un día, observando la astuta zorra el quehacer de las hormigas vio que transportaban unos granos blancos sobre sus espaldas. La zorra no resistió la curiosidad y probó un grano y, al comprobar su naturaleza, corrió a informar a otros animales y al hombre que había encontrado el escondite del maíz. El hombre pidió ayuda a los dioses de la lluvia para extraer los granos de debajo de la tierra y los chacs golpearon con sus hachas las rocas, pero no pudieron romperlas. Entonces Chac lanzó un rayo contra la montaña y el maíz quedó al descubierto. El rayo había sido muy poderoso y algunos granos se chamuscaron y por eso hay cuatro clases de maíz: maíz negro, el que tiñó el humo del rayo, maíz rojizo, el que pintó el fuego del rayo, el maíz amarillo, el que recibió poco calor y el blanco, que no se dañó.
Cuando los dioses vieron que el hombre ya tenía su alimento y que todo estaba en orden en el universo y en la tierra, se sintieron contentos y se retiraron a descansar con la seguridad de que el hombre vigilaría su sueño.


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