CAPÍTULO VII LA DIALÉCTICA DE LA CONCIENCIA
En el trabajo
esotérico relacionado con la eliminación de los elementos indeseables que
cargamos en nuestro interior, surge a veces el fastidio, el cansancio y el
aburrimiento.
Incuestionablemente
necesitamos volver siempre al punto de partida original y revalorizar los
fundamentos del trabajo psicológico, si es que de verdad anhelamos un cambio
radical.
Amar el trabajo
esotérico es indispensable cuando de verdad se quiere una transformación
interior completa.
En tanto no amemos
el trabajo psicológico conducente al cambio, la reevaluación de principios
resulta algo más que imposible.
Sería absurdo
suponer que pudiésemos interesarnos por el trabajo, si en realidad no hemos
llegado a amarle.
Esto significa que
el amor es inaplazable cuando en una y otra vez tratamos de revalorizar
fundamentos del trabajo psicológico.
Urge ante todo
saber qué es eso que se llama conciencia, pues son muchas las gentes que nunca
se han interesado por saber nada sobre la misma.
Cualquier persona
común y corriente jamás ignoraría que un boxeador al caer noqueado sobre el
ring pierde la conciencia.
Es claro que al
volver en si, el desventurado púgil adquiere nuevamente la conciencia.
Secuencialmente
cualquiera comprende que existe una clara diferencia entre la personalidad y la
conciencia.
Al venir al mundo
todos tenemos en la existencia un tres por ciento de conciencia y un noventa y
siete por ciento repartible entre subconciencia, infraconciencia e
inconsciencia.
El tres por ciento
de conciencia despierta puede ser acrecentada a medida que trabajemos sobre sí
mismos.
No es posible
acrecentar conciencia mediante procedimientos exclusivamente físicos o
mecánicos.
Indubitablemente la
conciencia solamente puede despertar a base de trabajos conscientes y
padecimientos voluntarios.
Existen varios
tipos de energía dentro de nosotros mismos, debemos comprender: Primera.-
energía mecánica. Segunda.- energía vital. Tercera.- energía psíquica. Cuarta.-
energía mental. Quinta.- energía de la voluntad. Sexta.- energía de la
conciencia. Séptima.- energía del espíritu puro.
Por mucho que
multiplicáramos la energía estrictamente mecánica, jamás lograríamos despertar
conciencia.
Por mucho que
incrementáramos las fuerzas vitales dentro de nuestro organismo, nunca
llegaríamos a despertar conciencia.
Muchos procesos
psicológicos se realizan dentro de sí mismos, sin que por ello intervenga para
nada la conciencia.
Por muy grandes que
sean las disciplinas de la mente, la energía mental no logrará nunca despertar
los diversos funcionalismos de la conciencia.
La fuerza de la
voluntad aunque fuese multiplicada hasta el infinito no consigue despertar
conciencia.
Todos estos tipos
de energía se escalonan en distintos niveles y dimensiones que nada tienen que
ver con la conciencia.
La conciencia sólo
puede ser despertada mediante trabajos conscientes y rectos esfuerzos.
El pequeño
porcentaje de conciencia que la humanidad posee, en vez de ser incrementada
suele ser derrochado inútilmente en la vida.
Es obvio que al
identificarnos con todos los sucesos de nuestra existencia despilfarramos
inútilmente la energía de la conciencia.
Nosotros deberíamos
ver la vida como una película sin identificarnos jamás con ninguna comedia,
drama o tragedia, así ahorraríamos energía concientiva.
La conciencia en sí
misma es un tipo de energía con elevadísima frecuencia vibratoria.
No hay que
confundir a la conciencia con la memoria, pues son tan diferentes la una de la
otra, como lo es la luz de los focos del automóvil con relación a la carretera
por donde andamos.
Muchos actos se
realizan dentro de nosotros mismos, sin participación alguna de eso que se
llama conciencia.
En nuestro
organismo suceden muchos ajustes y reajustes, sin que por ello la conciencia
participe en los mismos.
El centro motor de
nuestro cuerpo puede manejar un automóvil o dirigir los dedos que tocan en el
teclado de un piano sin la más insignificante participación de la conciencia.
La conciencia es la
luz que el inconsciente no percibe.
El ciego tampoco
percibe la luz física solar, mas ella existe por sí misma.
Necesitamos
abrirnos para que la luz de la conciencia penetre en las tinieblas espantosas
del mí mismo, del sí mismo.
Ahora
comprenderemos mejor el significado de las palabras de Juan, cuando en el
Evangelio dice: "La luz vino a las tinieblas, pero las tinieblas no la
comprendieron".
Mas sería imposible
que la luz de la conciencia pudiese penetrar dentro de las tinieblas del yo
mismo, si previamente no usáramos el sentido maravilloso de la auto-observación
psicológica.
Necesitamos
franquearle el paso a la luz para iluminar las profundidades tenebrosas del Yo
de la Psicología.
Uno jamás se
auto-observaría si no tuviese interés en cambiar, tal interés sólo es posible
cuando uno ama de verdad las enseñanzas esotéricas.
Ahora comprenderán
nuestros lectores, el motivo por el cual aconsejamos revalorizar una y otra vez
las instrucciones concernientes al trabajo sobre sí mismo.
La conciencia
despierta, nos permite experimentar en forma directa la realidad.
Desafortunadamente
el animal intelectual, equivocadamente llamado hombre, fascinado por el poder
formulativo de la lógica dialéctica, ha olvidado la dialéctica de la conciencia.
Incuestionablemente
el poder para formular conceptos lógicos resulta en el fondo terriblemente
pobre.
De la tesis podemos
pasar a la antítesis y mediante la discusión llegar a la síntesis, más esta
última en sí misma continua siendo un concepto intelectual que en modo alguno
puede coincidir con la realidad.
La Dialéctica de la
Conciencia es más directa, nos permite experimentar la realidad de cualquier
fenómeno en sí mismo.
Los fenómenos
naturales en modo alguno coinciden exactamente con los conceptos formulados por
la mente.
La vida se
desenvuelve de instante en instante y cuando la capturamos para analizarla, la
matamos.
Cuando intentamos
inferir conceptos al observar tal o cual fenómeno natural, de hecho dejamos de
percibir la realidad del fenómeno y sólo vemos en el mismo, el reflejo de las
teorías y conceptos rancios que en modo alguno tienen que ver nada con el hecho
observado.
La alucinación
intelectual es fascinante y queremos a la fuerza que todos los fenómenos de la
naturaleza coincidan con nuestra lógica dialéctica.
La dialéctica de la
conciencia se fundamenta en las experiencias vividas y no en el mero
racionalismo subjetivo.
Todas las leyes de
la naturaleza existen dentro de nosotros mismos y si entre nuestro interior no
las descubrimos, jamás las descubriremos fuera de sí mismos.
El hombre está
contenido en el Universo y el Universo está contenido en el hombre.
Real es aquello que
uno mismo experimenta en su interior, sólo la conciencia puede experimentar la
realidad.
El lenguaje de la
conciencia es simbólico, íntimo, profundamente significativo y sólo los
despiertos lo pueden comprender.
Quien quiera
despertar conciencia debe eliminar de su interior todos los elementos
indeseables que constituyen el Ego, el Yo, el Mí mismo, dentro de los cuales se
halla embotellada la esencia.
CAPÍTULO VIII
LA JERGA
CIENTIFISTA
La dialéctica
lógica resulta condicionada y calificada, además, por las proposiciones
"en" y "acerca" que jamás nos llevan a la experiencia
directa de lo real.
Los fenómenos de la
naturaleza distan mucho de ser como los científicos los ven.
Ciertamente tan
pronto un fenómeno cualquiera es descubierto, de inmediato se le califica o
rotula con tal o cual terminacho difícil de la jerga científica.
Obviamente esos
dificilísimos términos del cientifismo moderno solo sirven de parche para tapar
la ignorancia.
Los fenómenos
naturales en modo alguno son como los cientifistas los ven.
La vida con todos
sus procesos y fenómenos se desenvuelve de momento en momento, de instante en
instante, y cuando la mente cientifista la detiene para analizarla, de hecho la
mata.
Cualquier
inferencia extraída de un fenómeno natural cualquiera, de ninguna manera es
igual a la realidad concreta del fenómeno, desgraciadamente la mente del
científico alucinada por sus propias teorías cree firmemente en el realismo de
sus inferencias.
El intelecto
alucinado no solamente ve en los fenómenos reflejo de sus propios conceptos,
sino, además, y lo que es peor quiere en forma dictatorial hacer que los fenómenos
resulten exactos y absolutamente iguales a todos esos conceptos que se llevan
en el intelecto.
El fenómeno de la
alucinación intelectual es fascinante, ninguno de esos tontos científicos
ultramodernos admitiría la realidad de su propia alucinación.
Ciertamente los
sabihondos de estos tiempos en modo alguno admitirían que se les calificase de
alucinados.
La fuerza de la
auto-sugestión les ha hecho creer en la realidad de todos esos conceptos de la
jerga cientifista.
Obviamente la mente
alucinada presume de omnisciente y en forma dictatorial quiere que todos los
procesos de la naturaleza marchen por los carriles de sus sabihondeces.
No bien ha
aparecido un fenómeno nuevo, se le clasifica, se le rotula y se le pone en tal
o cual lugar, como si en verdad se le hubiese comprendido.
Son millares los
términos que se han inventado para rotular fenómenos, mas nada saben los
seudo-sapientes sobre la realidad de aquellos.
Como ejemplo vivido
de todo lo que en este capítulo estamos afirmando, citaremos el cuerpo humano.
En nombre de la
verdad podemos afirmar en forma enfática que este cuerpo físico es
absolutamente desconocido para los científicos modernos.
Una afirmación de
esta clase podría aparecer como muy insolente ante los pontífices del
cientifismo moderno, incuestionablemente merecemos de ellos la excomunión.
Sin embargo,
tenemos bases muy sólidas para hacer tan tremenda afirmación; desgraciadamente
las mentes alucinadas están convencidas de su seudo-sapiencia, que ni
remotamente podrían aceptar el crudo realismo de su ignorancia.
Si les dijésemos a
los jerarcas del cientifismo moderno, que el Conde de Cagliostro,
interesantísimo personaje de los siglos XVI, XVII, XVIII todavía vive en pleno
siglo XX, si les dijésemos que el insigne Paracelso, insigne facultativo de la
edad media, aún existe todavía, podéis estar seguros de que los jerarcas del
cientifismo actual se reirían de nosotros y jamás aceptarían nuestras
afirmaciones.
Sin embargo, es
así: Viven actualmente sobre la faz de la tierra los auténticos mutantes,
hombres inmortales con cuerpos que datan de miles y de millones de años hacia
atrás.
El autor de esta
obra conoce a los mutantes, empero no ignora el escepticismo moderno, la
alucinación de los cientifistas y el estado de la ignorancia de los sabihondos.
Por todo esto en
modo alguno caeríamos en la ilusión de creer que los fanáticos de la jerga
científica aceptasen la realidad de nuestras insólitas declaraciones.
El cuerpo de
cualquier mutante es un franco desafío a la jerga científica de estos tiempos.
El cuerpo de
cualquier mutante puede cambiar de figura y retornar luego a su estado normal
sin recibir daño alguno.
El cuerpo de
cualquier mutante puede penetrar instantáneamente en la cuarta vertical y hasta
asumir cualquier forma vegetal o animal y retornar posteriormente a su estado
normal sin recibir perjuicio alguno.
El cuerpo de
cualquier mutante desafía violentamente a viejos textos de Anatomía oficial.
Desgraciadamente
ninguna de estas declaraciones podría vencer a los alucinados de la jerga
cientifista.
Esos señores,
sentados sobre sus solios pontificios, incuestionablemente nos mirarán con
desdén, tal vez con ira, y posiblemente hasta con un poco de piedad.
Empero, la verdad
es lo que es, y la realidad de los mutantes es un franco desafío a toda teoría
ultramoderna.
El autor de la obra
conoce a los mutantes pero no espera que nadie le crea.
Cada órgano del
cuerpo humano está controlado por leyes y fuerzas que ni remotamente conocen
los alucinados de la jerga cientifista.
Los elementos de la
naturaleza son en sí mismos desconocidos para la ciencia oficial; las mejores
fórmulas químicas están incompletas: H2O, dos átomos de Hidrógeno y uno de
Oxígeno para formar agua, resulta empírico.
Sí tratamos de
juntar en un laboratorio el átomo de Oxígeno con los dos de Hidrógeno, no
resulta agua ni nada porque esta fórmula está incompleta, le falta el elemento
fuego, solo con este citado elemento podría crearse agua.
La intelección por
muy brillante que parezca no puede conducirnos jamás a la experiencia de lo
real.
La clasificación de
sustancias y los terminachos difíciles con que se rotula a las mismas, sólo
sirve como parche para tapar la ignorancia.
Eso de querer el
intelecto que tal o cual sustancia posee determinado nombre y características,
resulta absurdo e insoportable.
¿Porqué el
intelecto presume de omnisciente? ¿Porqué se alucina creyendo que las
sustancias y fenómenos son como él cree que son? ¿Porqué quiere la intelección
que la naturaleza sea una réplica perfecta de todas sus teorías, conceptos,
opiniones, dogmas, preconceptos, prejuicios?
En realidad los
fenómenos naturales no son como se cree que son, y las substancias y fuerzas de
la naturaleza de ninguna manera son como el intelecto piensa que son.
La conciencia
despierta no es la mente, ni la memoria, ni semejante. Solo la conciencia
liberada puede experimentar por sí misma y en forma directa la realidad de la
vida libre en su movimiento.
Empero debemos
afirmar en forma enfática que en tanto exista dentro de nosotros mismos
cualquier elemento subjetivo, la conciencia continuará embotellada entre tal
elemento y por ende no podrá gozar de la iluminación continua y perfecta.
V.M. SAMAEL AUN WEOR.
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