Ha llegado la hora de autoexplorarnos para conocernos en realidad de verdad, y saber quiénes somos, de dónde venimos y cuál es el objeto de nuestra existencia.
Ustedes están sentados aquí para
escucharme y yo estoy también aquí, listo para hablarles. Entre ustedes y yo
debe existir una verdadera comunión de almas, si es que, de verdad queremos
comprendernos.
¿Quiénes somos realmente? Cada uno de nosotros es un enigma para sí mismo. ¿De dónde venimos, para qué existimos, por qué? A mí me parece, hermanos, a mí me parece, amigos, que vivir uno así, por vivir, sin saber quién es, ni de dónde viene, ni por qué existe, no vale la pena. Se necesita que seamos claros consigo mismos y que nos comprendamos de verdad, a fondo, que nos conozcamos. Cuando uno se autoconoce, se puede también autodescubrir.
La Gnosis enseña que el cuerpo
físico no es todo. Un cuerpo está formado por órganos, los órganos por células
y éstas por átomos. Si fraccionamos cualquier átomo, obtendremos energía. En
última síntesis, el cuerpo físico se resume en determinados tipos y subtipos de
energía.
Los rusos, hace poco, descubrieron
el Cuerpo Vital; le dieron el nombre de "Cuerpo Bioplástico" (tienen
lentes poderosísimos para ver tal cuerpo). Es obvio que los indostanes, a dicho
vehículo físico etérico, le denominan Lingam Sarira. En todo caso, la mecánica
fisiológica, el organismo en general, no podría funcionar si no tuviera un asiento vital.
Los científicos han estudiado la
mecánica de la célula viva pero nada saben, en verdad, sobre el Cuerpo Vital.
Don Alfonso Herrera, el sabio mexicano, gloria (pues) de nuestra patria, logró
fabricar una célula artificial, pero ésta célula nunca tuvo vida. Los
científicos podrían fabricar la semilla de cualquier vegetal pero sería una
semilla muerta, no germinaría. Ya se sabe que en Alemania fabrican huevos
artificiales. Eso de fabricar "blanquillos" (huevos) artificiales,
resulta en verdad chistoso, pero los fabrican y los exportan. Sin embargo,
nunca jamás ha salido un pollo de entre un "blanquillo" de esos.
Juegan
los científicos con los trasplantes, hacen experimentos de toda especie, pero
no fabrican vida. Injertar una planta no es fabricar vida, es jugar con lo que
ya está hecho. Existe la inseminación artificial, pero eso no es fabricar vida.
Yo pondría, sobre la mesa de un laboratorio, los elementos químicos necesarios
para fabricar un zoospermo y un óvulo; más estoy seguro de que si se unen
ambos, si se fabrica el zoospermo y se une con el óvulo (si ambos se unen, para
ser más claro), tampoco saldrá de allí una criatura. Más sí pueden los
científicos sacar un zoospermo de una glándula sexual y juntarlo con un óvulo,
en una matriz, para hacer que nazca una criatura; pero eso es jugar con la
mecánica de los fenómenos, eso es jugar con la vida. Interesante sería que
ellos fabricaran un par de gametos y luego, uniéndolos, de allí saliera una
criatura humana. Hasta ahora no lo han logrado, ni lo lograrán jamás. De manera
que las teorías materialistas en boga, no tienen basamentos de ninguna especie:
son huecas, artificiosas, absurdas.
En la misma Rusia Soviética, el
materialismo dialéctico ya pasó de moda; la mayor producción de Parapsicología,
viene ahora de la Unión Soviética. Rusia está entrando en una época de
experimentos psíquicos. Afortunadamente, con esos poderosos lentes que tienen
ahora, pueden ver el Cuerpo Vital, saben que el cuerpo físico no es todo, saben
que el cuerpo físico no puede existir sin un Cuerpo Vital.
Pero no nos detengamos nosotros
aquí, únicamente; vamos más al fondo...
Incuestionablemente, todos pensamos
y sentimos, deseamos, amamos, etc. Cuando tocamos a una puerta y nos preguntan
"¿quién es?", nosotros respondemos: "Yo". Este Yo de la
Psicología es digno de autoexploración, de autoconocimiento.
Incuestionablemente, estamos llenos de
múltiples defectos: ira, codicia, lujuria, orgullo, envidia, pereza, gula,
etc., etc., etc. Todos estos defectos nos hacen entender que el Yo no existe en
forma meramente individual, nos hacen comprender que no tenemos un Yo autónomo,
que el Yo es un montón de Yoes; es decir, tenemos un Yo pluralizado. Quiero
decir, de otro modo, que el cuerpo físico está manejado por múltiples Yoes: Yo
amo, Yo odio, Yo envidio, Yo quiero, Yo no quiero, etc., etc., etc. Dentro de cada
persona viven muchas personas y eso está demostrado. Nadie permanece él mismo,
ni siquiera media hora. El Yo que hoy jura amor eterno a una mujer, es más
tarde desplazado por otro Yo que nada tiene que ver con tal juramento; entonces
el sujeto se retira y la pobre mujer queda decepcionada. El Yo que hoy jura
amor eterno por una causa, mañana es desplazado por otro Yo, y la persona se
retira. Esto nos invita a comprender que dentro de toda persona hay muchas
personas; cada una de las mismas, tiene su propia mente, su propia voluntad, su
propio sentimiento. Entonces, nuestra persona física no es más que una
marioneta, un muñeco, un robot controlado por muchas personas que llevamos
dentro. Tales personas interiores luchan por la supremacía, se combaten entre
sí, se odian mutuamente. Cuando una de ellas logra controlar el cerebro, el
corazón y el sexo (totalmente), entonces se siente siendo la única. No tenemos,
pues, sentido de responsabilidad moral, somos unas máquinas, controladas por
mucha gente.
Muchas veces allá arriba, en el cosmos
infinito, un planeta choca contra otro, y eso es una catástrofe. Las ondas que
llegan a la Tierra nos hieren, y como maquinas nos lanzamos a los campos de
batalla, enarbolando banderas, lemas, etc. Millones de máquinas se lanzan
contra millones de máquinas (esa es la guerra). Lo más grave es que nosotros
creemos tener una individualidad verdadera y no la tenemos (somos maquinas).
¿Y qué es la muerte? He ahí el
enigma. Bien vale la pena saber qué es lo que nos aguarda del otro lado.
Se nos ha dicho (y es verdad) que
la muerte es una resta de quebrados; terminada la operación matemática, quedan
los "valores", los resultados, los Yoes. Ellos continúan en la
dimensión desconocida, se los traga la Eternidad.
Obviamente, al panteón van tres
cosas: primera, el cuerpo de carne y hueso, que se pudre entre el sepulcro;
segunda, el Cuerpo Vital o Cuerpo Bioplasmático (como lo llaman los rusos) y
que flota cerca del cadáver, se va descomponiendo poco a poco, conforme el
cuerpo físico también se va descomponiendo. Pero hay otra cosa más que va al
Panteón (me refiero, claramente, a la personalidad). La personalidad no es el
cuerpo físico, la personalidad es energética, no se puede ver con los ojos
físicos, pero existe. Cuando uno viene al mundo, no trae personalidad. Esta se
forma con el ejemplo de los padres, con lo que uno aprende en la escuela, con
las experiencias de la vida, etc. En realidad de verdad, la personalidad se
forma durante los primeros siete años de la infancia y se robustece con el
tiempo y con las experiencias. A la hora de la muerte, la personalidad humana
también va al sepulcro, entra y sale del mismo, es perceptible para los
clarividentes (cualquier persona que tenga un poquito de extrapercepción, podrá
ver a la ex personalidad), se disuelve lentamente, entre el panteón.
Me viene a la memoria en este caso
(ahora, al hablar aquí con ustedes), un hecho insólito. Por ahí, en un baile,
en una pachanga (allá, en el Distrito Federal), algunos jóvenes estuvieron
danzando, muy alegres, con cierta dama muy coqueta. Bailaron con ella hasta las
tres de la mañana, a esa hora, la dama manifestó que quería irse a su casa.
Ellos, muy galantes, se ofrecieron para conducirla en su carro, más ella dijo
que tenía frío, que cómo haría para ir a la calle con tal frío. Uno de ellos le
ofreció su chamarra; la dama se la colocó en su cuerpo, ¡y al carro! La
llevaron exactamente hasta su casa, allí la dejaron; más olvidó (el dueño de la
chamarra) pedírsela, y sólo se vino a acordar de la misma, ya en la mañana.
Entonces, junto con sus amigos, fue a golpear en la casa de la dama. Una
anciana salió de allí; el joven dijo: "¿está la señorita fulana de tal?
Vengo en busca de mi chamarra, se me olvidó pedírsela"... La señora, una
anciana muy notable, le respondió: "Pues tendrá usted, jovencito, que ir
a buscar esa chamarra por allá, al panteón, porque la hija mía murió, ya hace
tanto tiempo"... "Imposible, señora, eso no lo puedo creer yo, usted
me está vacilando". "No, señor, yo no lo estoy vacilando; si me
quiere creer, créame, y si no, pues que no me crea. ¡Allá usted!" Lo
cierto fue que aquél joven, confundido, junto con sus amigos resolvió ir al
panteón y ciertamente, halló la sepultura de la dama y encima de la sepultura,
la chamarra.
Esto parecerá a ustedes (a los
incrédulos, a los escépticos) como cuestión de cuentos para niños pequeños,
pero no parecerá lo mismo al que experimentó esa terrible realidad. Porque una
cosa es conceptuar sobre algo en lo que no se cree, y otra cosa es
experimentarlo en el propio pellejo. Lo que sucedió, sucedió.
Ahora bien, ¿qué fue lo que se hizo
visible y tangible, para esos jóvenes? ¿Qué fue lo que danzó con ellos, allá,
en medio de la pachanga? Pues realmente, la ex personalidad. Esta suele, a
veces, hacerse visible y tangible, y aunque ustedes no lo crean, es verdad.
Ahora bien, no todo va al panteón;
hay algo que no va para el panteón. Eso que no va al panteón, son los valores,
tanto los positivos como los negativos, los Yoes buenos y los Yoes malos.
Ya les expliqué a ustedes que
dentro de toda persona, hay muchas personas, es decir, muchos Yoes. Porque una
cosa es el Yo envidio y otra el Yo no envidio; una cosa es el Yo amo y otra es
el Yo no amo; una cosa es el Yo odio y otra cosa es el Yo no odio (todos esos
Yoes no van al panteón; también hay algunos Yoes buenos que no van al panteón).
Conclusión: lo que continua más allá del sepulcro, es un montón de Yoes. Estos
se sumergen en la Eternidad, éstos se atraen y se repelen, de acuerdo con las
leyes de la Imantación Universal. Si ustedes quieren comprobarlo, pues es
fácil: aprendan a salir del cuerpo físico a voluntad. Nosotros tenemos métodos
para investigar eso que se llama el "más allá"; uno de esos métodos
se llama "desdoblamiento".
Es fácil desdoblarse uno a
voluntad; basta con acostarse uno con la cabeza hacia el Norte, convertirse en
el espía de su propio sueño, relajar el cuerpo físico, y cuando va se encuentre
en ese estado de transición que existe entre vigilia y sueño, entonces debe
identificarse con lo espiritual, sentirse siendo espíritu, sentirse siendo
Alma, y suavemente (en tal estado de adormecimiento), levantarse de su cama.
Esto que he dicho: levantarse, debe traducirse en forma de hechos. No se trata
de pensar que se va a levantar; tradúzcase en forma de hechos: levantarse, y si
ustedes se levantan y luego vuelven a mirar a su cama, verán que (entre la
misma) el cuerpo físico ha quedado dormido. Esto es algo parecido a lo que
haría el dueño de un automóvil, que después de llegar a donde debe llegar, sale
de su carro y lo mira desde afuera. No asustarse (es decir, no espantarse, no
tener miedo) es fundamental. Luego, posteriormente salir del cuarto con valor,
salir de verdad a la calle, flotar en el ambiente circundante, dentro de la
dimensión desconocida, dentro de la quinta coordenada. Quien eso haga, podrá
investigar (por sí mismo) lo que estamos diciendo sobre la muerte; verá los
difuntos, a aquéllos que ya abandonaron el cuerpo físico; podrá conversar con
ellos cara a cara, verlos, tocarlos, palparlos.
Los escépticos se reirán de todo
esto, pero, ¿qué importa a la ciencia y qué a nosotros? El que ríe de lo que
desconoce, está en el camino de ser idiota. Así pues, los invito a
experimentar, para que puedan ver, tocar o palpar lo que hay del otro lado, en
eso que se llama el "más allá".
Continuando con esto, diremos: la
Eternidad se traga a los que se marchan de este mundo, pero a la larga los
vomita. ¿Para qué los quiere por allá? ¿Acaso sabemos nosotros manejar las
fuerzas universales? A su tiempo y a su hora, retornamos, regresamos, volvemos
a este mundo. No será muy grato volver, ¿verdad?, pero volvemos. Esa es la Ley
del Eterno Retorno de todas las cosas. Regresan los planetas a su punto de
partida, después de unos cuantos años. Los átomos, dentro de las moléculas,
regresan a su punto original de partida. Las estaciones: primavera, verano, otoño
e invierno, regresan cada año. Todo retorna, todo vuelve; ¿por qué habríamos de
ser nosotros una excepción?
Incuestionablemente, retornamos,
nos reincorporamos en un nuevo organismo. Sucede que a la hora de la muerte, se
escapa de nuestra psiquis un diseño, un diseño electromagnético. Tal diseño de
la ex personalidad, viene más tarde a tomar forma, a cristalizar en el huevo
fecundado, y es así cómo reconstruimos (en el tiempo) nuestro propio cuerpo. Es
decir, renacemos, volvemos a tener un nuevo cuerpo de carne y hueso.
No estoy hablándoles a ustedes de
reencarnación (eso es más elevado). Estoy hablándoles de la Ley del Eterno
Retorno de todas las cosas, y esa ley está demostrada.
Al volver a este mundo, tenemos que
crear una nueva personalidad; ésta se forma con el tiempo y las experiencias.
Al volver a tener un cuerpo físico, el Ego se reincorpora otra vez (quiero
decir: los Yoes vuelven a tomar posesión del nuevo cuerpo) y entonces se
repiten las mismas escenas, los mismos dramas, las mismas comedias, las mismas
tragedias.
¡Qué bello es un niño! Durante los
primeros años de la vida del infante, solamente existe (dentro del organismo)
una pequeña parte del Alma del inocente; todavía los Yoes no han tenido
oportunidad de meterse dentro de ese cuerpo. Ellos dan vuelta alrededor de la
cuna, van y vienen, aguardando el momento. Mas tarde incuestionablemente, los
distintos Yoes vuelven a tomar parte en la escena de la vida, se meten entre el
cuerpo, y el niño comienza a volverse iracundo, celoso, etc., etc., y al fin,
todos esos Yoes que abandonaron el pasado cuerpo, vuelven a expresarse tal como
son; se repiten los mismos dramas, las mismas escenas, las mismas comedias. Esa
es la Ley de Recurrencia.
Es necesario que ustedes entiendan
lo que es esa gran ley. Todo lo que nos está sucediendo en la vida, ya nos
sucedió en el pasado. Aquí estamos todos reunidos, en esta gran Sala de la
Cultura de nuestro país. Aquí nos encontramos, y no hay duda de que en un
pasado más remoto, también nos habíamos encontrado.
La vida es una incesante repetición
de acontecimientos, de sucesos; el destino de los seres humanos, se debe
precisamente a los Yoes. Supongamos que en la pasada existencia, a la edad de
treinta años, tuvimos una aventura amorosa. El Yo de tal aventura, por el hecho
de haber participado en la misma, incuestionablemente seguirá existiendo
después de la muerte. Al volver, al retomar un nuevo cuerpo físico, tal Yo
aguardará la ansiada edad de los treinta años y exactamente, al cumplirse esa
edad saldrá a buscar la mujer de sus ensueños. A su vez, el Yo de tal mujer, al
llegar a esa época, saldrá a buscar al hombre de sus anhelos y telepáticamente
se pondrán en contacto los dos, hasta reencontrarse físicamente. Entonces se
repetirá la misma aventura amorosa.
Supongamos que a la edad de los
cuarenta años, tuvimos un pleito en una cantina. Más tarde vino la muerte y en
la nueva existencia (al retornar, al regresar), el Yo aquel de la cantina
también volverá y a la edad de los cuarenta años, buscará la cantina otra vez
(si no la misma, por lo menos otra). Dirá: "voy a buscar a aquel hombre
con el que tuve un pleito en la cantina", y lo buscará y telepáticamente,
se encontrará con él y volverán a repetirse los mismos acontecimientos, el
mismo pleito. Para cada escena, para cada drama, para cada tragedia para cada
comedia, existen actores. Si nosotros disolviéramos esos Yoes, esos actores,
la repetición de comedias, dramas y tragedias, se haría completamente
imposible. Desgraciadamente, nosotros jamás nos preocupamos por disolver tales
Yoes. Venimos aquí, a este mundo, muchas veces, a repetir lo mismo y siempre en
forma más decadente.
Desde el amanecer de la vida, nosotros
no hemos evolucionado. Si estudiamos El Génesis, en principio encontramos
belleza (el Paraíso Terrenal, etc.) y luego vemos cómo la humanidad ha venido
involucionando, degenerando más y más y más. Si disolviéramos esos actores que
cargamos dentro: al Yo de la ira, al de la codicia, al de la lujuria, al de la
envidia, al del orgullo, al de la pereza, al de la gula, etc., la repetición de
tales comedias, dramas y tragedias, se harán imposible; entonces nuestra vida
se convertiría en una obra maestra.
Desgraciadamente, nosotros vivimos
como máquinas, somos víctimas de las circunstancias, no hemos aprendido a
determinar circunstancias. Antes bien, somos víctimas de ellas, somos como
leños arrojados en el furioso mar de la existencia: vamos de aquí para allá,
sin saber de dónde venimos y para dónde vamos. Esa es la cruda realidad de la
vida: trabajamos, luchamos, buscamos el dinero para comer, para vivir, para
sostener la familia, etc., y al fin morimos infelizmente, sin saber realmente
para qué hemos vivido y por qué hemos vivido.
Ha llegado el momento en que
nosotros nos volvamos más serios, porque hasta ahora no hemos aprendido a ser
serios. Somos el producto del ambiente, repetimos lo que otros dicen, hacemos
lo que otros hacen: verdadera máquinas sin ton ni son, leños arrojados entre el
furioso mar de la existencia.
Tenemos nosotros métodos, en
nuestra escuela, por medio de los cuales ustedes podrán ver, oír, tocar o
palpar esto que estamos diciéndoles. Los invitamos, de verdad, a venir a
nuestros estudios. Si ustedes ingresan a nuestros estudios, no les pesará,
porque se conocerán a sí mismos y podrán transformarse radicalmente.
Un hombre es lo que es su vida. Si
un hombre no cambia su vida, está perdiendo el tiempo miserablemente. Uno no
puede cambiar su vida, si no trabaja sobre su propia vida. Solamente es posible
cambiar, cuando disolvemos todos esos Yoes que llevamos dentro, todas esas
otras personas que viven dentro de nuestra persona. Si así procedemos, veremos
cómo se terminará la Ley de Recurrencia para nosotros.
Lo más digno, lo más decente que
tenemos en el fondo de nosotros mismos, es la Esencia, la Conciencia.
Desgraciadamente, ésta se haya embotellada entre todos esos Yoes, entre todas
esas otras personas que dentro de nuestra persona misma viven. Cuando nosotros
quebrantemos esos Yoes, entonces la Conciencia quedará liberada. Una Conciencia
liberada puede ver, oír, tocar o palpar las grandes realidades que están más
allá de la muerte. Una Conciencia liberada puede desatar las tempestades,
provocar los huracanes, caminar sobre el fuego sin quemarse, etc. Una
Conciencia liberada es una Conciencia iluminada, es la Conciencia de un Superhombre,
es la Conciencia de un Dios poderoso, con poderes terribles sobre la vida y
sobre la muerte.
Desgraciadamente, hoy por hoy
nosotros no somos sino máquinas, máquinas y nada más que eso. Ha llegado la
hora de dejar de ser máquinas, ha llegado la hora de autoobservarnos para
autoconocernos.
En el terreno de la vida práctica
(ya sea en la casa, en la calle, o en la escuela, o en el templo, etc.) podemos
autodescubrirnos. Si uno se encuentra en el estado de alerta percepción, alerta
novedad, verá que en medio de las diversas circunstancias de la vida, los
defectos que llevamos escondidos afloran espontáneamente y entonces los vemos.
Defecto descubierto, debe ser enjuiciado analíticamente, y una vez enjuiciado,
debemos entonces desintegrarlo, reducirlo a polvareda cósmica.
Incuestionablemente, la mente no
puede alterar (fundamentalmente) ningún
defecto. La mente puede rotularlo con distintos nombres, pasarlo de un
departamento a otro, pero jamás alterarlo radicalmente. Necesitamos de un poder
que sea superior a la mente. Afortunadamente, ese poder existe en el fondo de
cada uno de nosotros. Quiero referirme, en forma enfática, al poder de
Kundalini (palabra extraña, para muchos que jamás han leído nada sobre esoterismo,
o Yoga, o algo por el estilo). En todo caso, Kundalini (entre los indostanes)
es el fuego sagrado.
Dentro de cada uno de nosotros, hay
un fuego sagrado que puede entrar en actividad. Tal fuego, en los tiempos
antiguos, fue representado por Isis, María, Adonía, Insoberta, Rea, Cibeles,
Tonantzin, etc. Ese fuego es maternal, es la Divina Madre Cósmica en nosotros;
es Dios Madre, en el fondo más íntimo de nuestro corazón. Si apelamos a ese
fuego divinal, si apelamos a ese Kundalini de los indostanes, entonces podemos
pedirle que elimine el defecto que ya hemos observado y enjuiciado previamente.
Kundalini (la Madre Cósmica, simbolizada por la virgen de todas las religiones
antiguas) procederá eliminando de nuestra psiquis tal defecto, destruyendo el
Yo que lo personifica, reduciéndolo a cenizas, a polvareda cósmica. Cuando
esto sea, el porcentaje de Conciencia allí embotellado, enfrascado, se
liberará, se emancipará. Y si continuamos con éste procedimiento psicológico
trascendental, revolucionario, podremos en verdad desintegrar todas esas
múltiples personas que llevamos en nuestro interior. Cuando esto se cumpla,
cuando toda la totalidad del Yo haya sido reducido a cenizas, convertido en
polvareda cósmica, la Esencia (la Conciencia) quedará liberada y será entonces
cuando gozaremos de la verdadera y auténtica felicidad; será entonces cuando en
verdad conoceremos la libertad, será entonces cuando en verdad estaremos
iluminados, será entonces cuando podremos experimentar (por sí mismos y en
forma directa), eso que es la verdad.
Muchas teorías se han escrito sobre
la verdad. Algunos dicen que la verdad es aquella, o esta otra, más la verdad
solamente la puede experimentar aquel que ha muerto en sí mismo, aquí y ahora;
la verdad solamente es asequible a aquel que ha logrado en verdad despertar.
Hoy por hoy, todos ustedes, sin
excepción, tienen la Conciencia dormida; ésta se encuentra enfrascada,
embutida entre el mí mismo, entre el sí mismo, entre el Ego.
Aquellos que rinden culto al Ego,
son ególatras. Hay muchas escuelas que enfatizan, en forma definitiva, que
dentro de cada uno de nosotros mismos, existe un Yo superior y un Yo Inferior.
Hay quienes suponen que el Yo Superior debe controlar al inferior, hasta
triunfar y que entonces "nos convertiremos en Mahatmas, en Dioses".
Quienes así proceden, desconocen que inferior y superior son dos secciones de
una misma cosa.
El Ego tiene un principio, el Ego
tiene un fin. Lo importante, para nosotros, no es el Ego, el Yo, sino el Ser.
El Ser es el Ser y la razón de ser del Ser, es el mismo Ser. Nuestro Ser es
divinal, nuestro Ser es Dios mismo, nuestro Ser no tiene principio ni tiene
fin. En nuestro Ser está la plenitud, está la perfección, está el sentido de la
bienaventuranza. Nuestro Ser puede darnos esa felicidad inagotable, esa dicha inconfundible,
que nada tiene que ver con los vanos placeres de la vida. Nuestro Ser puede
conducirnos a esa fuente de agua de vida (quien bebiera de esa agua, nunca
jamás podrá tener sed, y ríos de agua brotarán de sus vientres). Por eso dijo
El Cristo que "él es la luz", que "él es la vida"... El
Cristo, realmente, hay que buscarlo en las profundidades de nosotros mismos,
en lo hondo de nuestro Ser. El es El Salvador, pero no está en otra parte sino
en las profundidades del Ser.
Los adoradores del Ego, aquellos
que rinden culto al mí mismo (los ególatras, los mitómanos), piensan del Ego
lo mejor. Hay quienes se dedican a fortificar todos esos Yoes que en su
conjunto constituyen el mí mismo. Esos, inevitablemente, se convierten en
potencias tenebrosas.
No está de más decirles a ustedes,
en nombre de la verdad, que a nosotros (a cada uno de los que estamos aquí),
se nos asignan siempre ciento ocho existencias. Si durante esas ciento ocho
existencias no disolvemos el Yo, si durante esas ciento ocho existencias no
despertamos, entonces no se nos da más cuerpos físicos y posteriormente
ingresamos en la involución sumergida de los mundos infiernos.
El Dante escribió una obra
extraordinaria. Quiero referirme, en forma enfática, a "La Divina
Comedia". Los nueve círculos dantescos, tienen realidad; el infierno del
Dante es cierto, pero simbólico, alegórico. Las Almas involucionan dentro de
los mundos infiernos. Si en vida no fuimos capaces de reducir a polvo al Ego,
al Yo, al mí mismo, al sí mismo (en las ciento ocho existencias), después de la
muerte ingresamos dentro de las entrañas de la Tierra, en las infradimensiones
de la naturaleza y del cosmos. Allí, dentro del mundo soterrado, hemos de
sufrir lo indecible; allí tendremos que involucionar en el tiempo, hasta que
las fuerzas centrífugas desintegren el mí mismo, reduzcan a polvo el Ego.
Entre los Náhuatls, sabios cual
ninguno, se habló del Mictlán; se dijo que habían nueve círculos, se aseguró
que los difuntos pasarían por entre esos nueve círculos y que allí serían
probados, para más tarde ingresar a los Paraísos Elementales de la Naturaleza.
El México antiguo tiene la
sabiduría de la eternidad. Aquí, en la tierra sagrada de los Náhuatls (de los
Toltecas, de los Mayas, de los Zapotecas), existen verdades trascendentales que
deben ser estudiadas, analizadas, conocidas, comprendidas.
Quien logre pasar por los nueve
círculos dantescos, después de la Muerte Segunda se emancipa. El Alma, la
Esencia pura, resurge a la superficie, a la luz del Sol, para reiniciar un
nuevo proceso evolutivo que ha de comenzar por el mineral, continuar en el
vegetal, proseguir en el animal, hasta reconquistar el estado de humano que
otrora se perdiera. Entonces se le asignan, al Alma, un nuevo ciclo de
existencias (ciento ocho existencias más) para que se autorrealice. Si no lo
logra, se repite el mismo proceso.
Por todo hay tres mil ciclos.
Aquellas Almas que en tres mil Aeones o períodos de tiempo no consigan la
maestría, después de la Muerte Segunda (en el ciclo tres mil), se sumergirán
para siempre entre el seno del Espíritu Universal de Vida, convertidos en
simples Elementales (no en Mahatmas, no en Gurús, no en Dioses, no en Angeles,
sino en simples Elementales de la naturaleza).
Pero situémonos en el presente.
Aquí estamos todos reunidos, por donde quiera hay guerras y rumores de guerras,
y habrán guerras mientras que dentro de cada uno de nosotros existan los
elementos de la discordia y del egoísmo. Dentro de cada uno de nosotros existe
un infierno, nosotros cargamos el infierno.
Debemos trabajar sobre nosotros
mismos, necesitamos transformarnos radicalmente, necesitamos convertirnos en
seres inefables.
Así pues, todos los aquí presentes
deben entender la necesidad de autoconocerse, profundamente y en todos los
niveles de la mente.
Al venir al mundo, se nos da la
oportunidad para transformarnos. Cargamos, dentro de sí mismos lo más decente,
lo más digno, que es la Esencia, eso que se llama "Alma" (repito: la
tenemos enfrascada entre el Ego). Esa Esencia, esa Alma, originalmente viene de
la Vía Láctea. Allí resuena, espléndidamente, la nota La. Prosigue después, esa
Alma, por la nota Sol, al atravesar el disco solar. Prosigue descendiendo y
atraviesa la nota Fa, que hace vibrar los planetas alrededor del Sol, y
continuando en su descenso, con la nota Mi, entra en un nuevo cuerpo físico. Al
venir la Esencia, al regresar a éste mundo, se le ha dado una oportunidad para
descubrir (siquiera) el Rasgo Psicológico Principal que le caracteriza. Si
siquiera eso lográramos, no fracasaríamos en la vida. Desgraciadamente, las
gentes ni siquiera conocen el Rasgo Psicológico Principal que les caracteriza y
eso es lamentable.
Algunas personas se distinguen por
la ira, otras por el odio, otras por la pasión sexual, estotras por la envidia,
etc. Si tan siquiera conociéramos el Rasgo Psicológico Principal y
desintegráramos el Yo que le corresponde, es obvio que desencarnaríamos
triunfalmente, habríamos dado un paso en el camino de la emancipación.
Desgraciadamente, nosotros no nos preocupamos ni siquiera por conocer cuál es
nuestro Rasgo Psicológico Principal.
Cuando uno descubre cuál es su
defecto más gordo, se hace fácil, en verdad, desintegrar los otros. No quiero
decir que esto sea así como "soplar y hacer botellas", pero en verdad
es más fácil desintegrar los distintos elementos que constituyen el Yo, cuando
se descubre el Rasgo Psicológico Principal.
Desgraciadamente, las gentes se van
después de haber hecho esfuerzos inútiles; se van, después de haber sufrido
mucho en éste valle de lágrimas; se van, después de haber perdido el tiempo
inútilmente: la Eternidad se los devora y luego regresan, retornan, para
repetir la misma historia.
La vida es como una película; la
muerte es el regreso al principio de la vida, al punto de partida original. A
la hora de la muerte, nos llevamos ese "rollo" de la vida y cuando
volvemos, proyectamos otra vez la misma vida. De manera que cada hombre vive
su propia vida; cada hombre, al volver a este mundo, repite su misma vida, y si
no trabaja sobre su vida, si no la transforma, si no hace de la misma una obra
maestra, está perdiendo el tiempo miserablemente.
Lo más importante para nosotros,
repito, es nuestra propia vida. ¡Hasta aquí mis palabras!
V.M. SAMAEL AUN WEOR
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